El milagro de la parroquia cristiana más perdida de la tierra palestina. Con los acuerdos de paz vuelve la esperanza de que los cristianos no desaparezcan de las regiones donde vivió Cristo con sus discípulos
Hace un año, durante un viaje a una de las zonas más aisladas de Palestina, conocí a un gran hombre en el que se refleja magníficamente toda la vida de un pueblo. Un pueblo que, oficialmente, hasta el día 13 del pasado septiembre, jamás ha existido. Entonces escribí en Il Sabato algo sobre ese encuentro, y este año, en verano, di a uno de los mejores fotógrafos italianos las indicaciones para rastrear a aquella persona, que es un simple cura de pueblo. El fotógrafo ha vuelto a Italia tan impresionado por su viaje a Palestina que ahora querría que escribiésemos juntos un libro, hecho de historias e imágenes. El pasado mes, durante una breve estancia en Jerusalén, pedí noticias de nuestro amigo sacerdote al padre Adib Zoomot, secretario del patriarca Michel Sabbah. El sacerdote permanecía todavía en su pueblo, pero en aquelos días era imposible visitarle. En este momento de gran esperanza vuelvo a los apuntes tomados en un bello día, el último domingo de cuaresma, del anno Domini de 1992...
Zababida es el pueblo cristiano más perdido y aislado de los territorios todavía ocupados y administrados por la autoridad militar israelita. En el mapa es un minúsculo punto confinado en el norte de Cisjordania, región de Jenin, en un territorio que permanece excluido por el momento de los históricos acuerdos de Washington que han sancionado virtualmente el nacimiento de un estado palestino, que a partir de enero del 94 debería empezar a asentarse en Jérico y en la franja de Gaza. 1423 de los 2043 habitantes de Zababida son los únicos cristianos (junto a los 100 y a los 130 presentes respectivamente en Tubas y en Jenin) que han permanecido en una región poblada por más de doscientos mil musulmanes. Aquí reside el único cura católico del cuadrilátero comprendido entre Nazareth, Haifa, Nablus y Amman.
El hombre del que Dios ha tenido necesidad para guiar un pequeño resto que sobrevive entre la marea islámica y las duras medidas de seguridad israelitas, se llama Emanuele Musalam. Su retrato se hace pronto: nacido en Bir Zeit hace 53 años, párroco de Zababida desde hace 18. El destino ha querido que don Emanuele estuviese en un seminario jordano en la época de la guerra de los seis días. Y que en 1968, volviendo al país de origen, descubriese con gran sorpresa que había perdido todo derecho de ciudadanía en su tierra natal. Desde aquella fecha Musalam no ha viajado jamás fuera de Palestina. Y sin embargo, para residir en Zababida necesita un permiso de estancia que las autoridades israelitas le renuevan periódicamente. El gobierno hebreo ha confiscado 600 hectáreas de la llanura que circunda el pueblo y ha prohibido a los palestinos plantar árboles. ¿Por qué? «Porque el árbol es el signo de la propiedad. El árbol es el hombre» dice el padre Emanuele. ¿Por qué ha violado las leyes militares israelitas plantando olivos y haciendo invernaderos? ¿Por qué ha construido un pozo para coger agua y ha comprado un generador para dotar de luz a Zababida? «Porque soy palestino». Y, ¿con qué dinero ha hecho esto? «Con la ayuda del Patriarcado». Mentira. En el pueblo dicen que ha vendido los bienes de su familia. ¿Por qué? «Porque soy sacerdote». Las autoridades militares israelitas permiten la construcción de iglesias. Pero de nuevos parvularios no se habla. Pero hace falta mucho más para descorazonar a don Emanuele: construye una nueva iglesia y transforma la vieja en parvulario. En el parvulario mayor y más eficiente de la región, como nos han confirmado Laura y Miriam, dos fisioterapeutas (simpatizantes del partido democrático de izquierda) y voluntarias de la cooperación internacional, que el año pasado vinieron a vivir unos cuantos meses en este oscuro pueblecito a caballo entre Samaria y Galilea. Al dispensario y la escuela de Zababida acuden unos 550 niños. Vienen incluso de las ciudades musulmanas de Jenin y Tubas. «Nosotros no creemos en discursos sobre el ecumenismo», nos decía el padre Emanuele, «sólo hay un modo para ser verdaderamente ecuménicos: se llama amistad». A Zababida no llegan los periódicos. Y los pocos teléfonos en uso están casi perennemente mudos, sin línea (también ahora que inútilmente intento ponerme en contacto con Zababida desde Italia). Pero la vida no tiene necesidad de las sugerencias de la información siempre bien apalancada con el poder. «Nuestros niños aprenden a ser amigos en los pupitres de la escuela» explicaba el sacerdote, alegre por el puesto que el cielo ha reservado para él en un terruño escondido del planeta. «Estoy seguro de que después, en la vida, no olvidarán que cristianos y musulmanes pueden vivir juntos como hermanos». ¿De quién es la tierra que los colonos hebreos han intentado por todos los medios poseer? En las tablas catastrales, que el párroco se ha fotocopiado cuidadosamente, se encuentran los mapas y la lista de los propietarios de las 2000 hectáreas de terreno que circundan a Zababida. Las divisiones son a menudo minúsculas facciones de tierra, subdivididas incluso en franjas de 2 metros por 200. Algunos de ellos no tienen ni siquiera espacio para levantar el establo del mulo. Sin embargo son suyos, pertenecen a los «palestinos invisibles» que se obstinan en no desaparecer de los horizontes bíblicos del Ertz Israel, del Gran Israel. En los muros de la iglesia están puestos los árboles genealógicos de las familias cristianas más importantes de la zona. Con toda esta miseria, la falta de trabajo, la ausencia de perspectivas para los hijos; con toda la humillación de 25 años de ocupación, los abusos, las vejaciones ... ¿Quién ha hecho que permanezcan en esta tierra? Fuera de la iglesia, en aquel domingo de primavera, había una gran fiesta. Estaba casi todo el pueblo. El viejo con kefiah blanca, Dalbis Geries, nos hablaba en nombre de sus conciudadanos: «Nuestra fe cristiana está arraigada en el corazón. Nadie será capaz de arrancarnos de aquí. No cambiaría ni por un montón de dinero ni siquiera el San Jorge que nuestros padres esculpieron sobre los muros de nuestras casas». Después se adelantó Yousef Jamil, un hombrecito pequeño y rudo, de una vitalidad nacida del trabajo en el campo. Jamil tiene nueve hijos, que da de comer vendiendo cada día sus brazos en el mercado de Nablus: «El padre es un hombre de fe» me dijo, y después dejando entrever quién sabe qué celos de pueblo, enemistades que todo pueblo del mundo conoce bien, susurró al oído de mi amigo, el intérprete palestino,: «Nadie es profeta en su patria».
El padre Emanuele todos los domingos y fiestas de precepto, antes de la misa, hace repetir a los fieles las principales verdades de fe del Concilio tridentino. Una larga jaculatoria que empieza con la profesión de fe, el Padre nuestro, el Ave
María, y que concluye con los mandamientos de la Iglesia, los siete sacramentos, los actos de penitencia, esperanza, fe y caridad. ¿Por qué?
«El catecismo de memoria es el mejor medio para resistir a la invasión de las sectas protestantes que nos mandan de América», nos decía Musalam. La iglesia de Zababida es la más viva de todas las que he encontrado en tantos viajes a través de Israel y Palestina. Y probablemente la observación no vale sólo para Palestina. La misa domincal está abarrotada de gente. De hombres, mujeres y niños que siguen con atención -casi todos con el misal en las manos- la celebración eucarística. Al final de la misa un niño de pocas semanas recibe una bendición particular. Es un rito antiquísimo que se remonta a las primeras comunidades cristianas, cuando a los catecúmenos que todavía no habían recibido el bautismo se'1es administraba esta bendición antes de ser admitidos por primera vez en la iglesia. Los medallones en frescos detrás del altar relatan la vida de Jesús. Como en la Edad Media, también por la falta de la capacidad de palabra y de escritura, representan el primer catecismo.
En esta iglesia está escrito con colores vivos y con personajes como José, palestinos, retratos con los inexcusables vestidos y gorros árabes. Sobre las ramas del pino marítimo que proyecta su sombra sobre el campanario, están apoyadas decenas de cigüeñas blancas. Pero no es una estampa para señoritas. Es un vida viril y fuerte la que corre por las venas de la comunidad cristiana de Zababida. Hay cuidado en el canto de la solista que desde la tarima del coro entona las bellas melodías árabes. Pero, ¿dónde puedes encontrar en el mundo un lugar tan humanamente desgraciado, tan pobre, tan abatido por el poder, tan lejano de la llamada civilización, donde hombres de una vida infinitamente más difícil que la nuestra, canten con pasión durante toda la misa, mientras el sacerdote, antes de cada homilía, les recuerda todos los nombres de los muertos del pueblo, desaparecidos esa misma semana de hace veinte años? Toumi Daoud, otro viejo patriarca del pueblo, quiere hablarnos de este sacerdote que, decía él, «no os dirá toda la verdad porque es humilde». El viejo nos habló de una venganza entre pueblos musulmanes interrumpida por su párroco. De educación y de obras inventadas para la gente por el mismo párroco. De una vida, siempre la de su cura, constantemente puesta en peligro por el bien de la propia gente. «Yo no estoy de acuerdo con él en muchas cosas -nos decía el viejo Daoud- pero el padre Emanuele es verdaderamente un buen pastor». El comandante israelita de la región de Nablus le ha definido como «el sacerdote más testarudo de Palestina».
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