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Huellas N.06, Junio 1993

CULTURA

Dios y el profesor

Bernardo Cervellera

Algunos intelectuales chinos «descubren» el cristianismo. No tiene nada que ver con las estructuras y las tradiciones culturales, políticas y religiosas
de China. Sin embargo, Jesucristo...


El mundo de la intellighenzia china está sometido a intere­santes sobresaltos: filósofos, sociólogos, historiadores de la uni­versidad de Pekín, Shangai, Chendu y Shenzhen se plantean con radicali­dad la pregunta sobre Dios y sobre el Dios cristiano en particular. El hecho constituye de por sí una novedad
Al final del siglo pasado, después de la confrontación-enfrentamiento con la civilización occidental, de la que China salió perdiendo y humillada, los intelectuales chinos dan poco espacio a la teología. Comprometi­dos en salvar su nación del retraso técnico y social, eligen la ciencia (positivista), la democracia y des­pués el marxismo como los medios más adecuados para modernizar el decadente imperio Ching. En años más recientes, la China comunista, discípula fiel del estalinismo, declara la guerra a las religiones, juzgadas como un oscuro freno al progreso. En la actualidad, en cambio, un pro­fesor en Pekín da un curso sobre la relación entre la Biblia y la cultura occidental: centenares de estudiantes siguen sedientos sus lecciones y de sus libros se venden en pocos meses más de 900000 copias.
El interés por la religión cristiana irrumpe también en personas que en el pasado se definían ateas. Lui Xiao Bo, enfant terrible en los ambientes intelectuales de Pekín por su áspera crítica de la sociedad china, es un ex­ Guardia Roja. Después del delirio maoísta y de su naufragio, había escogido una existencia nihilista al estilo de Sartre o de Nietzsche. En 1989, después de haber pasado unos meses en los Estados Unidos, Luí Xiao Bo volvía a la capital a tiempo para participar en las manifestaciones estudiantiles. Fue uno de los últimos en abandonar la plaza de Tienanmen antes de que los tanques irrumpieran provocando la masacre del 4 de junio. El pasado febrero, a la vuelta de Sidney, donde había sido invitado para una serie de conferencias, decla­ró: «He aprendido que la democracia no es sólo un sistema político, sino un modo de vivir ... Hace tiempo ape­nas pensaba en estos temas humanos, por ejemplo el valor de las religiones occidentales que afirman la igualdad de todos ante Dios». Una de las for­mas en que se plantea la cuestión de Dios en China es a través de la refle­xión sobre los problemas del país, ante todo la modernización y la democracia.
En los últimos cuarenta años Chi­na ha dado enormes saltos en el desa­rrollo, pero son debidos más al espíri­tu emprendedor de los chinos que a decisiones políticas gubernamentales. Hoy todas las proclamaciones de Deng Xiao Ping sobre modernización son ambiguas: se crea riqueza en las ciudades y se empobrecen los cam­pos ( donde vive el 80% de la pobla­ción); se afirma la libertad de comer­cio y se refuerza el control ideológico y policial del Partido, provocando en todos un rechazo cargado de apatía y de cansancio. No existe aún un siste­ma jurídico: para las pocas leyes aprobadas, el Partido es el único intérprete. La educación no está sos­tenida: los profesores son los peor pagados, los estudiantes pasan años en formación militar, el analfabetis­mo gira en torno al 30-40%. Si a todo esto añadimos nepotismo y corrup­ción en política y en los negocios (en comparación, Italia es una pálida caricatura) se entiende por qué los jóvenes en China sueñan todos con emigrar. Quien se queda tapa el vacío con el consumismo. Varios académi­cos al volver a China después de haber residido en el extranjero, decla­ran que: «la religión es lo más nece­sario en China» para sostener la modernización. Ahora, entre muchos profesores universitarios es común el análisis según el cual los problemas actuales de China se deben a la falta plurisecular de un principio universal y absoluto de su cultura. Confucio­nismo, positivismo, marxismo, recha­zando la idea de un Dios absoluto no han sido capaces de construir un sis­tema democrático adecuado, de desa­rrollar las ciencias, de redactar un sis­tema legislativo equitativo, de reali­zar un comercio racional, de respetar los derechos humanos.
Otra causa por la que se plantea la cuestión religiosa en el mundo chino es la pregunta por el sentido de la vida del individuo. Los intelectuales la sufren plenamente. En el imperio pasado y presente los maestros siem­pre han sido utilizados como instru­mento de transmisión en favor del poder; los estudiantes como vaso vacío que llenar. En la educación chi­na falta la idea «personal», el diálogo, la crítica; todo sucede según una comunicación jerárquica de arriba a abajo, en una asimilación siempre cre­ciente de las exigencias del régimen.
Quien resiste es eliminado. En el período 1950-1989 hubo hasta 17 campañas políticas: 11 de ellas dirigi­das contra los intelectuales. En cada campaña fueron depurados decenas de miles de ellos. Durante la Revolu­ción Cultural, debido a las presiones y humillaciones contra los pensadores independientes, muchos profesores se quitaron la vida. Hace algunos años en el China Daily el científico Yu Wu Jin criticaba la mentalidad china que da valor al establishment, a la institución, a la clase, al estado más que al individuo. Una vez más los intelectuales ven en el confucionismo (y en el marxismo, su aliado) la causa de esta falta de respeto por el indivi­duo. Pero la garantía para la dignidad del hombre se puede encontrar sólo en su relación con Dios. Liu Xiao Feng, un profesor de sociología de la uni­versidad de Shenzhen, en un estudio comparado entre ética confuciana y cristianismo concluye: «En China no hay ningún Dios que escuche el grito y el sufrimiento de los hombres».
Estas tímidas afirmaciones reli­giosas pueden ser juzgadas demasia­do genéricas o intelectuales y abs­tractas. En el mundo chino, sin embargo, tienen un sabor revolucio­nario. En diversos documentos inter­nos del Partido comunista chino edi­tados entre la masacre de Tienanmen y la disolución del imperio soviético, se acusa a las doctrinas «subjetivis­tas» (redescubrimiento del valor del individuo) de haber causado el movimiento de los estudiantes en el 89.
Son también un peligro de «enve­nenamiento» del que tener cuidado en el futuro. Frenar la «carrera hacia el subjetivismo» es una de las políti­cas actuales del partido, obtenida haciendo propaganda de «los valores de la China tradicional», ante todo los valores confucianos. Para algunos intelectuales chinos el acercamiento a Dios se ha producido de una forma todavía más existencial: no sólo a partir de la pregunta sobre qué puede garantizar la dignidad del individuo o el progreso, sino también sobre quién puede dar sentido a la miseria y a la debilidad fatal de la persona.
Encontré en Basilea a Liu Xiao Feng, 37 años, el profesor de Shenz­hen ya citado. Me contó la historia de su conversión. Joven Guardia Roja durante la Revolución cultural, le disgustaban la violencia y los ase­sinatos con que su grupo se mancha­ba. «Mi pecado y mi debilidad eran demasiado grandes; necesitaba a alguien que me pudiera perdonar».
Rechazado el marxismo, vuelve a las religiones tradicionales. Pero el confucionismo «no da ningún espa­cio al sufrimiento, a la debilidad, a la tentación, a la desesperación» del hombre. Budismo y taoísmo creen que «el hombre sabe darse a sí mis­mo la salvación». La lectura de Dostoevskij y después la relación con algunos cristianos le llevan al fulgu­rante descubrimiento del Dios cris­tiano y de la cruz de Jesucristo como el signo del amor y del perdón.
Con un grupo de intelectuales cer­cano a él funda la revista Cultura cristiana, llevando por primera vez a China traducciones de Balthasar, Rahner, Moltmann y Barth. Hay que señalar un detalle importante: Liu Xiao Feng y otros filósofos e histo­riadores chinos se definen como «cristianos sin iglesia» (aunque algu­nos estén bautizados) o como «cris­tianos de la cultura» por dos moti­vos: porque desean llevar a la cultura china las consecuencias culturales del cristianismo y porque no pertenecen a ninguna iglesia en particular. Este hecho suscitó el escándalo de algunos que acusaron a estos intelec­tuales de hacer propaganda de un Jesucristo de los valores separado del hecho de la Iglesia.
Queda por aclarar la frase «cris­tianos sin iglesia» que en la mente y en el corazón de estos intelectuales no tiene un sentido presuntuoso ( «despreciemos la Iglesia»), sino que describe un hecho geográfico e histó­rico. Geográfico porque no es fácil encontrar comunidades cristianas en el inmenso territorio chino (los cató­licos sólo son dieciocho millones entre mil doscientos millones de chi­nos); histórico porque entre los protestantes, ortodoxos, sectas evangéli­cas, católicos patrióticos y católicos fieles al Papa todavía no saben a qué agarrarse. Demos tiempo al tiempo.
Durante un largo período el mis­mo Charles Péguy vivió como un «cristiano sin iglesia». Por lo demás la relación que estos intelectuales chinos tienen con otros cristianos en China y en el extranjero los pone en una sana inquietud. En Basilea pre­gunté a Liu Xiao Feng qué pensaba sobre el testimonio de tantos mártires cristianos que en China afrontan la prisión y la muerte. Me respondió: «Son santos, gente para la cual Cristo es realmente todo. Yo todavía no soy así, pero estoy en camino».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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