Algunos intelectuales chinos «descubren» el cristianismo. No tiene nada que ver con las estructuras y las tradiciones culturales, políticas y religiosas
de China. Sin embargo, Jesucristo...
El mundo de la intellighenzia china está sometido a interesantes sobresaltos: filósofos, sociólogos, historiadores de la universidad de Pekín, Shangai, Chendu y Shenzhen se plantean con radicalidad la pregunta sobre Dios y sobre el Dios cristiano en particular. El hecho constituye de por sí una novedad
Al final del siglo pasado, después de la confrontación-enfrentamiento con la civilización occidental, de la que China salió perdiendo y humillada, los intelectuales chinos dan poco espacio a la teología. Comprometidos en salvar su nación del retraso técnico y social, eligen la ciencia (positivista), la democracia y después el marxismo como los medios más adecuados para modernizar el decadente imperio Ching. En años más recientes, la China comunista, discípula fiel del estalinismo, declara la guerra a las religiones, juzgadas como un oscuro freno al progreso. En la actualidad, en cambio, un profesor en Pekín da un curso sobre la relación entre la Biblia y la cultura occidental: centenares de estudiantes siguen sedientos sus lecciones y de sus libros se venden en pocos meses más de 900000 copias.
El interés por la religión cristiana irrumpe también en personas que en el pasado se definían ateas. Lui Xiao Bo, enfant terrible en los ambientes intelectuales de Pekín por su áspera crítica de la sociedad china, es un ex Guardia Roja. Después del delirio maoísta y de su naufragio, había escogido una existencia nihilista al estilo de Sartre o de Nietzsche. En 1989, después de haber pasado unos meses en los Estados Unidos, Luí Xiao Bo volvía a la capital a tiempo para participar en las manifestaciones estudiantiles. Fue uno de los últimos en abandonar la plaza de Tienanmen antes de que los tanques irrumpieran provocando la masacre del 4 de junio. El pasado febrero, a la vuelta de Sidney, donde había sido invitado para una serie de conferencias, declaró: «He aprendido que la democracia no es sólo un sistema político, sino un modo de vivir ... Hace tiempo apenas pensaba en estos temas humanos, por ejemplo el valor de las religiones occidentales que afirman la igualdad de todos ante Dios». Una de las formas en que se plantea la cuestión de Dios en China es a través de la reflexión sobre los problemas del país, ante todo la modernización y la democracia.
En los últimos cuarenta años China ha dado enormes saltos en el desarrollo, pero son debidos más al espíritu emprendedor de los chinos que a decisiones políticas gubernamentales. Hoy todas las proclamaciones de Deng Xiao Ping sobre modernización son ambiguas: se crea riqueza en las ciudades y se empobrecen los campos ( donde vive el 80% de la población); se afirma la libertad de comercio y se refuerza el control ideológico y policial del Partido, provocando en todos un rechazo cargado de apatía y de cansancio. No existe aún un sistema jurídico: para las pocas leyes aprobadas, el Partido es el único intérprete. La educación no está sostenida: los profesores son los peor pagados, los estudiantes pasan años en formación militar, el analfabetismo gira en torno al 30-40%. Si a todo esto añadimos nepotismo y corrupción en política y en los negocios (en comparación, Italia es una pálida caricatura) se entiende por qué los jóvenes en China sueñan todos con emigrar. Quien se queda tapa el vacío con el consumismo. Varios académicos al volver a China después de haber residido en el extranjero, declaran que: «la religión es lo más necesario en China» para sostener la modernización. Ahora, entre muchos profesores universitarios es común el análisis según el cual los problemas actuales de China se deben a la falta plurisecular de un principio universal y absoluto de su cultura. Confucionismo, positivismo, marxismo, rechazando la idea de un Dios absoluto no han sido capaces de construir un sistema democrático adecuado, de desarrollar las ciencias, de redactar un sistema legislativo equitativo, de realizar un comercio racional, de respetar los derechos humanos.
Otra causa por la que se plantea la cuestión religiosa en el mundo chino es la pregunta por el sentido de la vida del individuo. Los intelectuales la sufren plenamente. En el imperio pasado y presente los maestros siempre han sido utilizados como instrumento de transmisión en favor del poder; los estudiantes como vaso vacío que llenar. En la educación china falta la idea «personal», el diálogo, la crítica; todo sucede según una comunicación jerárquica de arriba a abajo, en una asimilación siempre creciente de las exigencias del régimen.
Quien resiste es eliminado. En el período 1950-1989 hubo hasta 17 campañas políticas: 11 de ellas dirigidas contra los intelectuales. En cada campaña fueron depurados decenas de miles de ellos. Durante la Revolución Cultural, debido a las presiones y humillaciones contra los pensadores independientes, muchos profesores se quitaron la vida. Hace algunos años en el China Daily el científico Yu Wu Jin criticaba la mentalidad china que da valor al establishment, a la institución, a la clase, al estado más que al individuo. Una vez más los intelectuales ven en el confucionismo (y en el marxismo, su aliado) la causa de esta falta de respeto por el individuo. Pero la garantía para la dignidad del hombre se puede encontrar sólo en su relación con Dios. Liu Xiao Feng, un profesor de sociología de la universidad de Shenzhen, en un estudio comparado entre ética confuciana y cristianismo concluye: «En China no hay ningún Dios que escuche el grito y el sufrimiento de los hombres».
Estas tímidas afirmaciones religiosas pueden ser juzgadas demasiado genéricas o intelectuales y abstractas. En el mundo chino, sin embargo, tienen un sabor revolucionario. En diversos documentos internos del Partido comunista chino editados entre la masacre de Tienanmen y la disolución del imperio soviético, se acusa a las doctrinas «subjetivistas» (redescubrimiento del valor del individuo) de haber causado el movimiento de los estudiantes en el 89.
Son también un peligro de «envenenamiento» del que tener cuidado en el futuro. Frenar la «carrera hacia el subjetivismo» es una de las políticas actuales del partido, obtenida haciendo propaganda de «los valores de la China tradicional», ante todo los valores confucianos. Para algunos intelectuales chinos el acercamiento a Dios se ha producido de una forma todavía más existencial: no sólo a partir de la pregunta sobre qué puede garantizar la dignidad del individuo o el progreso, sino también sobre quién puede dar sentido a la miseria y a la debilidad fatal de la persona.
Encontré en Basilea a Liu Xiao Feng, 37 años, el profesor de Shenzhen ya citado. Me contó la historia de su conversión. Joven Guardia Roja durante la Revolución cultural, le disgustaban la violencia y los asesinatos con que su grupo se manchaba. «Mi pecado y mi debilidad eran demasiado grandes; necesitaba a alguien que me pudiera perdonar».
Rechazado el marxismo, vuelve a las religiones tradicionales. Pero el confucionismo «no da ningún espacio al sufrimiento, a la debilidad, a la tentación, a la desesperación» del hombre. Budismo y taoísmo creen que «el hombre sabe darse a sí mismo la salvación». La lectura de Dostoevskij y después la relación con algunos cristianos le llevan al fulgurante descubrimiento del Dios cristiano y de la cruz de Jesucristo como el signo del amor y del perdón.
Con un grupo de intelectuales cercano a él funda la revista Cultura cristiana, llevando por primera vez a China traducciones de Balthasar, Rahner, Moltmann y Barth. Hay que señalar un detalle importante: Liu Xiao Feng y otros filósofos e historiadores chinos se definen como «cristianos sin iglesia» (aunque algunos estén bautizados) o como «cristianos de la cultura» por dos motivos: porque desean llevar a la cultura china las consecuencias culturales del cristianismo y porque no pertenecen a ninguna iglesia en particular. Este hecho suscitó el escándalo de algunos que acusaron a estos intelectuales de hacer propaganda de un Jesucristo de los valores separado del hecho de la Iglesia.
Queda por aclarar la frase «cristianos sin iglesia» que en la mente y en el corazón de estos intelectuales no tiene un sentido presuntuoso ( «despreciemos la Iglesia»), sino que describe un hecho geográfico e histórico. Geográfico porque no es fácil encontrar comunidades cristianas en el inmenso territorio chino (los católicos sólo son dieciocho millones entre mil doscientos millones de chinos); histórico porque entre los protestantes, ortodoxos, sectas evangélicas, católicos patrióticos y católicos fieles al Papa todavía no saben a qué agarrarse. Demos tiempo al tiempo.
Durante un largo período el mismo Charles Péguy vivió como un «cristiano sin iglesia». Por lo demás la relación que estos intelectuales chinos tienen con otros cristianos en China y en el extranjero los pone en una sana inquietud. En Basilea pregunté a Liu Xiao Feng qué pensaba sobre el testimonio de tantos mártires cristianos que en China afrontan la prisión y la muerte. Me respondió: «Son santos, gente para la cual Cristo es realmente todo. Yo todavía no soy así, pero estoy en camino».
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