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Huellas N.7, Julio/Agosto 2007

IGLESIA - Tierra Santa

Cristianos en Tierra Santa: historia y profecía

Javier Velasco Yeregui*

Desde la predicación de san Pablo hasta nuestros días. El cuidado de los cristianos por los lugares donde vivió Jesús

La solicitud de los cristianos hacia la comunidad cristiana de Tierra Santa es tan antigua como la misma predicación apostólica. Hacia los años cincuenta de nuestra era, Pablo se comprometió ante Santiago, Cefas y Juan, las columnas de la Iglesia, a acudir en ayuda de los necesitados de Jerusalén, y organizó para ello colectas en Galacia (1Co 16,1), Corinto (1Co 16,1-4), Macedonia (2Co 8,1-5) y la provincia romana de Asia (Hech 20,4-5). A este gesto de las iglesias provenientes del paganismo para con la iglesia judeocristiana de Jerusalén, Pablo lo llamará «gracia y comunión», kharis kai koinonía (2Co 8,4) en tanto que expresaba la unidad en el espacio («communio») y en el tiempo («traditio») de las iglesias de la gentilidad con aquélla «donde se habían cumplido las Escrituras» (Hech 13,27). Veinte siglos después, la Iglesia de Jerusalén sigue siendo un peculiar icono eclesial, una imago Ecclesiae que sigue presentándose bajo los signos de la humildad y la debilidad. Ahí es donde se halla su fuerza. Además de ser el regazo que custodia los escenarios de la salvación, ella representa como ninguna otra la riqueza –también el desgarro interno– de la historia cristiana. Los teólogos orientales gustan contemplar a la Iglesia indivisa de los primeros siglos como un reflejo de la vida misma de Dios: Roma o la latinidad, Bizancio griego, y el oriente cristiano de cultura aramea representan el sello mismo del Dios–Trinidad actuante en la historia de su Iglesia. Que ahora esta unidad en la diversidad se halle resquebrajada ha sido cosa nuestra. En riqueza y desgarro, los tres estilos de la única Iglesia han configurado el cristianismo de Tierra Santa desde los primeros siglos. Herederos de una densa historia, vivida en un presente apretado, se convierte así en profecía para el futuro. Estas son las claves para comprender la identidad y la misión de las iglesias y comunidades eclesiales en Tierra Santa.

Mártires, eruditos y defensores de la fe
Es difícil reconstruir con nitidez la estructura de la Iglesia en la Palestina romana de los tres primeros siglos. Sabemos de la existencia de comunidades judeocristianas así como de las provenientes del paganismo. Es el tiempo de mártires, eruditos como Orígenes, y de campeones de la defensa de la lógica cristiana frente al sistema religioso y filosófico imperial como san Justino, originario de la actual atormentada Naplus. Con la legalización de la nueva religión en el siglo IV llega la época de esplendor para Jerusalén, elevada al rango de patriarcado, en la que sus fieles representaban a la Iglesia Universal. En aquellas centurias vemos a san Jerónimo trabajando para hacer llegar al mundo latino la Biblia escrita en hebreo y griego. Junto a él, el monacato proveniente de Roma en Belén o en el monte de los Olivos. En la Basílica que cobijaba el Calvario así como el Sepulcro de Cristo oímos a san Cirilo predicar sus catequesis en griego, traducidas simultáneamente a una parte del pueblo a la lengua siríaca o aramea, según el testimonio de la peregrina hispana Egeria (ca 382). Los monjes orientales en el desierto de Judá, cuyas más célebres lauras o cenobios han llegado hasta nuestros días, ejercieron una labor evangelizadora con las tribus árabes del desierto. Tal es el caso del clan beduino Aspebet, que abrazó la fe por obra del monje Eutimio en los primeros años del siglo V y cuyo obispo participará en el concilio de Éfeso en el año 431, con el título de «obispo de las tiendas». En la gran ruptura eclesial del siglo V que desgajó de la unidad a algunas iglesias de oriente, Jerusalén permaneció junto a Roma y Constantinopla en la ortodoxia. Los fieles de las ciudades de la Palestina permanecieron como los seguidores de la recta fe profesada en las ciudades imperiales: eran los melquitas u hombres del emperador (malek, en arameo) mientras que en la población rural prevaleció la fe de las que se llamarán más tarde las antiguas iglesias de oriente.

El islam y las cruzadas
El islam llegaría a Tierra Santa cuando el califa Omar entró en Jerusalén en febrero del año 638. Fue una conquista pacífica pero implacable. Con el paso del tiempo, una parte de cristianos indígenas (sirios, árabes y otros) pasó a la religión de Mahoma, y otra parte conservó la fe de sus mayores y sus propios ritos, pero integrándose en la nueva cultura arabizada. Tan fuerte fue esta integración que los cristianos actuales de Tierra Santa (y de todo el Oriente Medio) se ofenderían si oyesen decir que no forman parte de la cultura árabe en la lengua, costumbres y mentalidad. Con todo, cada estilo eclesial siguió configurando la identidad de la cada vez más minoritaria comunidad cristiana. En este sentido los obispos católicos de Tierra Santa han declarado recientemente: «En Oriente, nos importa mucho nuestra liturgia y nuestras tradiciones. Es la liturgia la que ha contribuido mucho a conservar la fe cristiana en nuestros pueblos a lo largo de la historia. El rito es como un documento de identidad y no sólo un modo entre otros de orar».
El singular paréntesis de las cruzadas (ss. XI-XIII) representará, al menos en su primera etapa, el fallido intento de imponer la latinidad cristiana en tierras de Oriente, pero de su fracaso surgiría la propuesta alternativa de San Francisco. Se trataba de otra forma de hacerse presente, muy diferente a la de los caballeros francos. Los frailes de la cuerda, que habían permanecido expectantes en la isla de Chipre hasta poder regresar a custodiar los lugares santos y a sus cristianos, trajeron un nuevo estilo en el siglo XIV.

Los cristianos hoy
Sin la paciencia, la humildad, y el martirio de tantos hijos del poverello de Asís, hoy les sería difícil a los católicos peregrinar a la Tierra del quinto evangelio. Gracias a su trabajo pastoral, cada santuario es hogar de una comunidad católica árabe de rito latino. Cuando en el siglo XIX lleguen las misiones anglicana, protestante y ortodoxa de Rusia, la Iglesia católica restaurará la diócesis latina en la figura del patriarcado de Jerusalén que en la actualidad cuenta con alrededor de 30.000 fieles en Israel, los territorios de Cisjordania y Gaza, Jordania y Chipre. Junto a ellos, los fieles católicos de las Iglesias orientales unidas a Roma, como los greco-católicos (45.000 fieles), maronitas de origen norteño o libanés (4.000 fieles), y sirios, armenios, coptos y caldeos (algunos centenares o decenas). No se completa el cuadro de la familia católica sin mencionar a la comunidad de expresión hebrea (unos centenares) que, en medio del mundo cultural y religioso judío, testimonia muchas veces desde el silencio la plenitud de las promesas hechas a los padres de Israel. Como en el siglo IV, hoy Tierra Santa es casa de todos los cristianos. Ellos prefieren, no obstante, autodenominarse con el sólo apelativo de “cristianos”. Se hacen así más próximos a los miembros de las otras iglesias o comunidades eclesiales con quienes no gozan de plena comunión (ortodoxos, iglesias de oriente o protestantes). Son en total un 2% de la población en medio del islam y del judaísmo. Cada cambio histórico les ha dejado una huella. La más reciente y sangrante, el conflicto árabe-israelí, en el que participan de sus sufrimientos y retos, siendo árabes sin ser musulmanes, israelíes sin ser judíos. Justamente por eso pueden ofrecer, pese a la tentación constante de la emigración, la dosis de esperanza y reconciliación que se halla en la entraña del evangelio. Entreverada en esta historia puede adivinarse el servicio profético de esta Iglesia (no se olvide que el sentido más literal de pro-fecía es el de pro-vocación). Por eso, acercarnos a ella, siquiera en una peregrinación, es «gracia y comunión», como ya advirtió san Pablo.

*Director del Instituto Español Bíblico y Arqueológico de Jerusalén “Casa de Santiago”

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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