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Huellas N.7, Julio/Agosto 2007

CL - Egipto

El sol naciente sobre el Mediterráneo

Roberto Fontolan

Presentada en la nueva Biblioteca de Alejandría, cuya arquitectura evoca un sol naciente, la edición en lengua árabe del libro de don Giussani. No era en absoluto evidente que una iniciativa así viera la luz en el seno de una ciudad que es ya leyenda. Se lo debemos a la apertura de la razón de Wa’il Farouq y a su iniciativa

En una fila de asientos hacia la mitad de la sala destacan seis cabezas cubiertas con velo. Cada una de un color distinto. Azul, verde, amarillo, naranja, beige, rosa. Una mujer más madura y cinco chicas. En el extremo de la fila, un hombre. Una familia, tal vez, o un grupo de estudio. Es la primera imagen que registro desde la mesa, en la hermosa sala de la Biblioteca alejandrina, uno de los lugares más emblemáticos del Mediterráneo, desaparecido por completo hace dieciséis siglos y reconstruido hace algunos años.
La inauguración del año 2002 fue un evento mundial, con decenas de jefes de Estado y de elegantes consortes, lecturas, danzas, cantos y fuegos artificiales. Los egipcios están orgullosos de esta obra majestuosa, de este “espacio libre”, como se nos repetirá muchas veces, multicultural, multilingüe y multiétnico. La biblioteca, en cuya reconstrucción han trabajado juntos egipcios, ingleses e italianos, es verdaderamente imponente. Grandes edificios en torno a una plaza abierta hacia el mar. Un triunfo de vidrio y cemento lleno de citas clásicas. Magnífica la forma del planetario, una esfera de piedra negra achatada por los lados. Desde fuera, la biblioteca propiamente dicha aparece como un enorme anillo gris inclinado hacia el Mediterráneo. Es una imagen del sol naciente, dicen aquí, de la luz que la cultura aporta al mundo de los hombres. En el interior el espacio grandioso se desarrolla de arriba a abajo. Plataformas y terrazas en donde se disponen de forma ordenada mesas, ordenadores y estanterías. En realidad es mucho más que una biblioteca. Organizada en nueve departamentos, desarrolla investigaciones y estudios de todo tipo, cuenta con mil setecientos empleados y alberga quinientos cincuenta eventos al año. Con este gran puerto de cultura, Alejandría busca ansiosamente recuperar la gloria del pasado. El mito la ayuda: llegar aquí constituye una meta. Entre todas las bibliotecas de todas las ciudades del Mediterráneo, la Biblioteca de Alejandría ocupa un lugar especial.

Preguntas fundamentales
La llegada a Alejandría del “corazón” del mensaje de Giussani se debe a Wa’il Farouq, el profesor egipcio bien conocido para los lectores de Huellas. Convenció a los responsables del departamento Alex-Med de la Biblioteca (que no habían oído hablar de CL), y a todos sus amigos esparcidos entre El Cairo y Alejandría, a sus estudiantes, a sus colegas y a los periodistas: El sentido religioso de Luigi Giussani es un libro que no se puede ignorar, y menos aún ahora que está traducido al árabe. Habla de las preguntas fundamentales que anidan en cualquier persona, habla de la razón y de la búsqueda de Dios. El discurso de Wa’il va in crescendo. Desde siempre el hombre se ha movido hacia lo desconocido que le rodea, hacia el misterio que le constituye. El misterio que habla en nosotros, en lo profundo del alma y de la mente, y el misterio que está fuera de nosotros, que es el mundo que habitamos y que querríamos habitar, que rige el universo entero. ¿Quién soy yo? ¿Quién ha hecho todo esto? ¿Para qué está hecho? El porqué de todo. El hombre desea ardientemente conocerlo, jamás ha dejado de interrogarse y de buscarlo. Jamás. Los libros que se custodian aquí –explica a los amables responsables de la biblioteca– son un testimonio insigne de lo que hace del hombre un hombre: el saber, el conocimiento, la conciencia de sí mismo. Porque los hombres han confiado a los libros sus investigaciones, sus preguntas, sus intentos de respuesta. Con los libros han viajado, relatado, vivido, gozado, llorado. Al escribir y leer han buscado hacerse mejores. Además Dios mismo se ha confiado a la palabra, a los libros...
De esta forma Wa’il Farouq fue convenciendo a todos, implicando a algunos amigos italianos –entre ellos el padre Ambrogio Pisoni y el constitucionalista Andrea Simoncini, que a su vez había invitado a Wa’il a la universidad de Macerata para participar en un seminario–, convenciéndoles con finura árabe de la bondad de la idea.
Y ahora me encuentro aquí, sentado en la mesa de una de las salas de la Biblioteca alejandrina (el lugar es realmente magnífico), junto a Wa’il, Mario Mauro, que ha venido desde el Parlamento Europeo, el padre jesuita Cristian Van Nispen, una autoridad en el campo del islamismo, y Hecham Sadek, el mayor experto egipcio en estudios jurídicos. Ante nosotros, ciento cincuenta personas (que, dado el contexto –creedme–, es un número increíble) y los directores del departamento Alex-Med, bastante sorprendidos, que de anfitriones institucionales de una de las múltiples iniciativas pasan a ser atentos interlocutores. Y se asombran aún más cuando, al acabar las intervenciones, el público emprende una auténtica carrera de preguntas y comentarios.

Humanidad al descubierto
Aquí, en un templo que custodia libros, estamos hablando de un libro. Uno entre miles y miles. ¿Qué tiene éste de especial? ¿Qué lo hace tan particular, capaz de tocar al lector personalmente y, a la vez, universal, capaz de abarcar lenguas y culturas? De acuerdo, cada libro es a su manera único, irrepetible, distinto; sucede lo mismo con los hombres, y podemos reconocer la especificidad de cada uno. Pero no de todos los libros se puede decir que empiezan a vivir –a vivir, literalmente– en la vida de los lectores.
El padre Van Nispen subraya el valor esencial que Giussani otorga a la pregunta: es lo que es propio de los hombres. Y recuerda que en la primera clase con sus estudiantes de filosofía siempre les dice: «Tengo preguntas para cada respuesta que tengáis». El jurista Sadek, que hace a su vez de moderador, manifiesta su conmoción por “la humanidad” de las páginas giussanianas: ellas me hablan a mí, a ti, a nuestras almas, a lo más profundo que hay en nosotros. Y añade: este texto es como un preámbulo a todo aquello que se sitúa bajo el rótulo de “derechos humanos”. Como ha hecho otras veces en Italia, Wa’il pone sobre la mesa el tema de la razón y de la modernidad, mientras que Mario Mauro asegura el interés de Europa (por lo menos de la Europa que él representa) por el diálogo verdadero, que es el camino maestro de la amistad. Desde la platea brota un caleidoscopio de reacciones. Hay quien habla del diálogo interreligioso, de la libertad de expresión, de la convivencia entre cristianos y musulmanes, de la necesidad de cambiar el mundo. Hay quien querría empezar desde el principio y hablar sobre fe y razón. La cuestión más sorprendente –que deja a todos llenos de asombro– la plantea una mujer musulmana, una poetisa: «Al leer el libro me he preguntado: pero, ¿qué estamos enseñando a nuestros hijos?». En ese instante toda la sala, monjas y mujeres con la cabeza cubierta, intelectuales y jóvenes arabistas, periodistas y curiosos, piensa que no hay una pregunta más auténtica y vital que esa. Es el poder de un libro entre miles y millones de libros. Ahora ya podemos cerrar. Termina el encuentro, termina una jornada caótica y a la par gozosa. Tal vez Wa’il piense: «Don Giussani en la Biblioteca de Alejandría, jamás hubiera imaginado que fuese yo quien lo trajese aquí».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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