Durante veinte años fue la meta de los encuentros de Gioventù Studentesca, a comienzos de la vida del movimiento. La Torre y la pequeña iglesia de San Lorenzo albergaron las Semanas de Estudiantes y los Tres días de Pascua. La casa San Francisco, en donde don Giussani pasó un periodo de convalecencia en los años 1946-47, forma parte de nuestra historia. Una historia que continúa en la hospitalidad, la belleza y la caridad callada que Giussani asignó como tarea a los Memores Domini. Por ello les encomendó la gestión de la casa: «Quisiera que este lugar facilitara la relación con Jesús y que ayudara en especial a los que, por edad o por salud, tuviesen alguna dificultad para amarle. Este lugar guarda una relación particular con nuestra historia y vosotros estáis llamados a custodiar su santidad».
24 de septiembre de 1946. Desde la terraza de la casa de hospitalidad San Francisco en Varigotti, situada en un alto del pueblo de Liguria, la mirada se pierde en la inmensidad del mar, más allá del pequeño golfo. La colina se zambulle en el agua y las casitas llenas de colorido del casco antiguo se asoman a la arena. Es una belleza natural que hiere a quien tiene ojos para ver. Don Giussani, estando convaleciente en Varigotti, escribía a su joven amigo Angelo Majo: «Eres como este mar: inmenso y arcano, al que siempre escuchas decir sus pensamientos misteriosos y profundos, al que comprendes, aunque no sepas repetirlo con palabras comprensibles y determinadas; este mar, que ahora está tranquilo y, apenas rompe en la orilla, parece soñar, y al cabo de unas horas lo hallas atribulado, jadeante y apasionado, y no sabes por qué... Pero tranquilo o agitado, silencioso o iracundo, el mar tiene cada día y cada instante una invariable, un significado de fondo, único e inexorable, que es su grandeza: el sentido arrollador de una aspiración inmensa al infinito, al misterio infinito. Lo mismo tu vida, en las vicisitudes angustiosas o serenas que aparecen sin motivo aparente: hay una voz, una pasión, una agonía que se oye por debajo de todo, es la voz de la pasión, el ansia de Él, Felicidad, Belleza, Bondad Suprema» (Lettere di fede e di amicizia, San Paolo, pp. 37-38). Doce años después volverá a ese lugar con el primer grupo de GS del Liceo Berchet, y durante algunos años las Semanas de Estudiantes y los Tres días de Pascua tendrán lugar en la Torre y en la iglesia de san Lorenzo.
Emilia Smurro, presidenta del Meeting de Rímini, tenía 18 años la primera vez que fue a Varigotti. Así recuerda esos Tres días de Pascua: «Lo que me cautivó fue la experiencia de una belleza palpable, que te hería y te conmovía. Se me quedó tan grabada a fuego que quise volver a Varigotti en mi viaje de novios. Había allí tal intensidad que renovaba la mirada sobre la realidad entera. Experimentabas una totalidad que te abría al mundo. Para mí esto ha tenido su continuidad a lo largo de estos años en el Meeting».
Experimentar la Iglesia como pueblo
14 de junio de 1999. Ernesto franquea el umbral de la casa San Francisco. Las hermanas franciscanas, que desde siempre llevaban la casa, se habían ido. Durante años habían ofrecido hospitalidad a niños y adultos, pero en los últimos tiempos las cosas se habían complicado y le habían pedido a don Giussani –con el que nunca se interrumpió la relación– que alguien continuara su obra. Por deseo de don Giussani la casa fue adquirida, encomendándose su gestión a personas del Grupo Adulto.
«Recuerdo que al bajar las escaleras de la entrada –cuenta Ernesto–, tenía en mente lo que Giussani me dijo cuando me propuso hacerme cargo de la gestión de la casa San Francisco. “Hemos adquirido esta casa porque me gustaría que en ella continuase la hospitalidad. Pienso sobre todo en las personas del Grupo Adulto. Este lugar debe facilitar la relación con Jesús a los que por distintos motivos –por edad o por salud– tuvieran alguna dificultad en amarle. Tú debes ser el primero en esta caridad callada. Porque muchos hablan de caridad, pero nadie entiende que alguien tiene que ocuparse de ella”. Al principio no tenía muy claro qué implicaba esto. A raíz de varios encuentros voy entendiendo cuál era su idea para Varigotti».
La casa fue rehabilitada y dispuesta para la hospitalidad. Primero solo a personas de los Memores Domini, luego a sus padres y finalmente a todos, porque, como dijo Giussani, «hay amigos, personas que a veces son más que los padres. También para ellos está disponible la casa ». Mientras, empiezan los obras. Don Giussani sigue todo al detalle, quiere saber todo lo que sucede en la casa San Francisco. «En uno de nuestros coloquios –continúa Ernesto– comprendí el valor que para él tenía este lugar. Allí, en los años 46-47, había tenido la intuición de la Iglesia como un pueblo. Entonces empecé a comprender nuestra tarea, que se definió mejor cuando un día vino a vernos por sorpresa. Nada más entrar, nos dijo: «El acontecimiento cristiano invadió Europa partiendo de lugares así, que ya no existen. Vuestra responsabilidad es renovar esa experiencia. Este lugar guarda una relación particular con nuestra historia, vosotros estáis llamados a custodiar su santidad. Es una vocación dentro de la vocación”». «Ninguno de nosotros tenía experiencia hotelera –explica Paolo, antiguo director de banco, que llegó algunos meses después de Ernesto para formar parte de la comunidad de los Memores–. Lo que nos mueve es esa idea de hospitalidad, belleza y caridad callada que don Giussani nos indicó».
Hospitalidad y gratuidad
«Estamos llamados a vivir a hospitalidad –interviene Ernesto– y tenemos que darle forma; es una llamada que te mueve, que te interroga. Es una vocación dentro de la vocación. Las necesidades concretas de las personas que hospedamos me hieren, en el sentido de que me conmueven y me mueven». ¿Cómo? «Pongo un ejemplo. En este período se hospeda aquí una persona que padece una grave enfermedad física. Es normal pensar: “¡Pobrecilla!”, pero es muy distinto pensar en que mi modo de vivir puede ser una ayuda real para ella. Preguntar: “¿Qué quieres de mí, Señor?” es disponer el corazón a acoger la necesidad del otro. Incluso la situación más difícil es una riqueza vocacional en mi relación con Cristo. Derriba cualquier barrera, incluso el prejuicio». Continúa Paolo: «Hospedamos un tiempo a una monja de Sudán. Un día la vimos en la capilla vestida de calle entonando cantos que desconocíamos. Al principio reaccioné con prejuicio, pero luego me pregunté “¿Quién es esta persona?”. Al hablar con ella supimos que había vivido muchos años en Sudán. Luego coincidimos con ella en los ejercicios del Grupo Adulto». Se trata de abrir el corazón porque dice san Pablo: «No olvidéis la hospitalidad; algunos, al practicarla, acogieron a ángeles sin saberlo». «No nos dedicamos a analizar qué significa hospitalidad –explica Ana, que junto a Ernesto lleva la Casa San Francisco–. Lo que queremos es estar ante la realidad concreta según todos sus matices, a la espera de que nos sorprenda. Y siempre sucede algo que te descoloca. Como las cartas o los e-mail que llegan a la casa para agradecer no sólo la buena organización, sino cómo han sido tratados los huéspedes».
Sentirse como en casa
De esto puede hablar Cate, que desde hace dos años es la cocinera de la casa. «Soy de Ancona. Mis padres tenían un chiringuito en la playa en donde daban comidas. Yo siempre tuve el deseo de abrir un restaurante en donde las personas se sintiesen como en casa. Hace unos dos años vine a Varigotti. Allí hablamos de todo, y alguien dijo de repente: “Cate, este es tu sitio”. Ernesto pidió explicaciones. Le conté mi deseo, y él me dijo: “Queremos lo mismo. Vente con nosotros”. Entonces comprendí que era mi sitio, un sitio pensado para mí. En el viaje de vuelta pensé en mil excusas para decir que no, pero ninguna se sostenía. La realidad era más hermosa y buena que todos mis pensamientos. La prueba es que no me ha costado dejar mi tierra y venir aquí. Hay días en los que me cuesta cocinar, y entonces pienso en que don Giussani quería que las personas se sintiesen como en casa».
Belleza
Mientras hablamos en la terraza, el espectáculo del mar en el horizonte me hace recordar la famosa frase de la madre del pequeño Luigi mientras señalando la última estrella de la mañana, dijo: «¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!». Cuando Ernesto llegó no pensaba así. «¡Qué va! Para mí el mar era... aburrido, porque siempre era igual. Después leí la carta n. 14 a monseñor Majo. Pensé que si quería tener un trocito de corazón como don Giussani, tenía que empezar a mirar la realidad como la miraba él. Entonces leí y releí esa carta. Caí en la cuenta de que el mar nunca es igual. Para mirar la belleza es necesario que alguien te eduque. Solo de esta forma percibes el impacto que la realidad produce. Porque la belleza tiene que ver conmigo, con mi corazón».
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