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Huellas N.07, Julio/Agosto 2020

RUTAS

Llena de vidas

Paola Bergamini

Para un pueblo que ya pasa hambre y teme una guerra civil, la pandemia es “una emergencia dentro de la emergencia”. La salesiana sor Laura Girotto describe cómo vive su país y la comunidad misionera de Adwa, donde se «evangeliza viviendo»


«Estoy en Alcatraz y no consigo excavar el túnel para volver a casa», bromea sor Laura Girotto, conectada por Skype. “Alcatraz” es la sede general de las Hijas de María Auxiliadora en Roma, donde está convaleciente después de dos operaciones importantes. Mientras que su “casa” es su misión en Adwa, Etiopía. Para regresar, a sus 76 años, en cuanto consiguió volver a ponerse en pie buscó un billete para ir hasta allí en una embarcación y en un avión de carga. Pero no hubo nada que hacer. El coronavirus le impidió volver. Sin embargo, no bromea cuando añade que «ahora el Señor me está pidiendo otra cosa: la paciencia que nunca he tenido. Me está recordando que la misión no es mía, que es obra suya. Igual que mi vida es suya. Y hace lo que quiere».
En 1994 la orden envió a sor Laura a Adwa, en el altiplano de Tigray. Durante meses, se alojó en una tienda instalada en aquel paraje tan hermoso pero donde solo había hambre y pobreza. Hoy la misión consiste en una escuela con 1.800 alumnos, desde los tres meses hasta los 18 años, un hospital con anexos ambulatorios de especialidades, un proyecto agrícola, un instituto profesional con varias opciones para jóvenes que no van a la universidad, talleres de confección, mecánica, etcétera. Todo ello con garantía de excelencia a nivel nacional. Allí, junto a las hermanas salesianas, trabajan laicos y voluntarios procedentes de todo el mundo.
Algo grandioso en medio de la nada. «La Providencia nunca ha permitido que nos faltara nada. Se construye, se crea, respondiendo a las necesidades que surgen. Pero solo puedes hacerlo si has conocido a Cristo porque él está ahí, entre los pobres. Y todos los días tengo que volver a este origen, a este Amor hacia mi vida. De otra manera, ¿cómo resistir ante un niño que se te muere en los brazos por una simple gastroenteritis? ¿Y a todas las demás urgencias? A veces me encierro en la habitación llorando y le pido al Señor que perdone mi poca fe y me dé paciencia porque él es hombre y es Dios, ¡yo solo soy humana!».

La última urgencia ha sido el Covid. En febrero, el gobierno declaró oficialmente la pandemia, pero ya había habido algunos casos antes. «Sabíamos que estaba presente en muchas regiones del país y que el número de muertes ya era alto», explica sor Laura. «El retraso de la noticia se debía a que las calles, las comunicaciones, las grandes instalaciones dependen de los chinos. Etiopía depende para todo de China, que se ha convertido en su principal socio comercial. Solo nuestra región, Tigray, en contraste total con la Federación, cerró sus fronteras antes para controlar todas las entradas en el territorio». Toda la producción quedó bloqueada, se prohibieron los viajes, desde los pueblos ya no podían llegar alimentos al mercado de los sábados: carne, fruta, verdura, leche. Debido a la falta de carburante, en muchas ciudades los generadores de electricidad dejaron de funcionar. No había agua potable, la gente iba al río, con todas las consecuencias que eso supone. Una emergencia dentro de la emergencia. «Bienaventurados los que solo tenéis el coronavirus», dicen los etíopes refiriéndose a la situación en Occidente. Tras la declaración de la pandemia, muchos inversores abandonaron rápidamente el país. En la misión, cumpliendo las indicaciones gubernamentales, se cerraron las escuelas, los talleres y todas las actividades, incluida la celebración de las misas. Pero no se quedó parada. El último día, se reunió al personal por pequeños grupos para explicarles la situación y repartir mascarillas gratuitamente. A los más de trescientos empleados se les garantizó su salario. Son los únicos que lo han hecho en todo el país. «Una fundación americana devolvió una suma importante cuando se completó la instalación hospitalaria y les preguntamos si podíamos usar ese dinero para pagar los sueldos. La Providencia…». El hospital sigue funcionando para todas las patologías excepto Covid porque el equipamiento sanitario aún está parado en un contenedor en el puerto de Yibuti. Se informa a las autoridades gubernamentales de los enfermos afectados pero pueden hacer muy poco por ellos porque en Etiopía no existen los cuidados intensivos. El personal sanitario, por contrato, podía irse, pero se quedaron todos. Entre ellos tres médicos cubanos que hasta hace poco trabajaban en clínicas para ricos en Addis Abeba. Llegó un momento en que ya no podían seguir trabajando solo por dinero, querían marcharse, y cuando sor Laura se enteró, les propuso ir a la misión cobrando un tercio de su sueldo. Aceptaron. «Crecieron bajo el régimen de Castro, ni siquiera saben santiguarse, pero he visto a uno de ellos llorar delante de un niño enfermo. Él no se daba cuenta pero estaba llorando delante de un pequeño Cristo. Viven la vida de la misión, participan en las fiestas y en los momentos de oración. El Señor se hace presente de muchas maneras». A medida que sor Laura va contando, se ve más claro qué significa trabajar para la viña del Señor. Algo que atrae.

La misión se ha cerrado al exterior. Aparte de las monjas y laicos que viven allí de manera estable, el personal se ha reducido al mínimo. Pero mediante el proyecto agrícola para atender las necesidades alimentarias y de agua, se mantiene de manera totalmente autónoma. Además, estos meses se ha incentivado la producción de fruta, verdura y pienso para el ganado, para poder alimentar a las familias de los jóvenes. Casi cuatro mil personas reciben semanalmente comida y agua. «El proyecto agrícola es la idea más astuta que el Señor nos ha regalado», afirma sor Laura.
Porque la historia de la misión “Kidane Mehret” (el hábito de la misericordia, es decir Aquel que nos ha revestido de humanidad, Aquel que es Misericordia), patrona de Etiopía, es una historia de “astucia” o, mejor dicho, de milagros de la Providencia. Como si el listón se pusiera cada vez más alto para comprender el bien que supone. Así pasó con las mascarillas. Las del hospital no eran suficientes, había que fabricarlas. Donadas por una empresa italiana, llegaron las máquinas para hacerlo. Pero el tejido tenía un precio muy caro. A finales de abril llegó una llamada del Banco Building (ONG que aprovecha el excedente de producción de las empresas para donarlo a obras de caridad, ndr): «Hemos recibido una donación de varios rollos de TNT (el tejido de las mascarillas), ¿os interesan?». Para poner en marcha este nuevo taller, sor Laura siguió desde Roma la ampliación de un espacio ya existente y levanta el folio para enseñarnos el proyecto. Ahora las mascarillas podrán fabricarse y repartirse de manera gratuita, después de la pandemia la actividad se mantendrá para abastecer a hospitales que ahora dependen de Sudáfrica y China. Además, serán los primeros en realizar esta actividad en Etiopía.
Las familias reciben por tanto alimentos, agua, dinero y… camas. En los pueblos las casas son de una sola habitación, donde se hace todo y donde conviven todos juntos. En una cama pueden dormir hasta siete personas, una situación “ideal” para el contagio.
Hace unos años, gracias a Coop Italia, llegaron un centenar de camas chinas: a efectos prácticos, una serie de tubos que atornillar, sin travesaños. Aprovechando la distribución en altura de las habitaciones, los montadores de la misión se inventaron unas camas en literas de cuatro alturas: arriba suben los más pequeños, abajo los ancianos. «La Providencia se mueve de manera escandalosa cuando se trata de sus pobres. Para no dejarme en paz. Cuando enfermé, estaba prácticamente paralizada, pensé que era el fin de mi vida misionera, que nunca volvería. Pero en 24 horas, con la ayuda de unos amigos médicos, estaba en Italia operada por una eminencia de la cirugía. Ahora me dicen: ¡qué bien estás! Es Él, que no deja de llenarme el corazón».
Lo dice de verdad, se ve en la pantalla. Cincuenta y ocho años de vida religiosa y las mismas palabras que una enamorada hablando de su esposo. Como el primer día. «Incluso en esta situación, lejos de la misión, mi vida está llena de vidas, de personas con rostros e historias concretas que se han cruzado en mi vida. Los tengo a todos en mente. Cuando te encuentras con Cristo y, como en mi caso, profesas los votos, el de virginidad se transforma en maternidad. Hasta con los ancianos se te regala una mirada maternal. Espiritualmente, he tenido cientos de partos. Cada niño ha sido un hijo único, cuando ha muerto en mis brazos he llorado y cuando se ha salvado he hecho una fiesta. Conozco la historia de todos los niños que veo jugar en nuestro patio». Hay bastante para llenar cien vidas. «El Señor me ha regalado mucho más que el céntuplo evangélico. Aunque no ha sido fácil, pero las dificultades lo han hecho todo más humanamente verdadero y profundo».
Y eso lo ve la gente de Adwa. El pueblo etíope es profundamente religioso, tiene unos valores humanos arraigados en la belleza del Dios creador. Por eso, la relación con las demás religiones también ha sido siempre óptima. Un discurso más estrictamente religioso solo se puede afrontar cuando es necesario para responder a preguntas que surgen de manera espontánea. Para los musulmanes y ortodoxos, sor Laura y las otras tres hermanas son “las vírgenes de don Bosco”. ¿Se evangeliza con la vida? «Claro. Ellos lo ven en nosotras, en la convivencia cotidiana de estas monjas salesianas, el Cottolengo, laicos totalmente entregados como Giovanni y Eugenio, Memores Domini que llegaron hace cinco años. Fueron un regalo de don Giussani desde el cielo. Como Anna, que nos regaló un año de su vida para poner en pie el laboratorio del hospital y ahora ha vuelto a Milán. Son personas felices porque viven a Cristo como valor absoluto, de otro modo sería imposible resistir, la nuestra es una auténtica frontera misionera. Cuando los veo en acción, pienso que la riqueza del carisma de Giussani es lo que la Iglesia necesita hoy, tal vez aún más que la vida religiosa institucionalizada, como la nuestra. La belleza profética de la comunidad de Adwa consiste en esto: religiosos, laicos, casados, culturas y nacionalidades distintas son el testimonio de la Iglesia de Cristo, que es comunión fraterna. Este es un país en un continente lacerado por eternas luchas étnicas y tribales. Se evangeliza viviendo».
Un testimonio que no es solo para los etíopes, sino también para los muchos voluntarios de todas las edades que siempre regalan tiempo, energía y profesionalidad a la construcción de esta obra. Llegan para ofrecer su ayuda y descubren que eran ellos los que lo necesitaban. «En un contexto de libertad, fuera de los condicionamientos del trabajo, la familia, la “manada”, sale a la luz el hambre más radical, el del sentido de la vida. Lo tienen todo y les falta todo. Necesitan hablar de la crisis humana que viven y aquí encuentran la manera de afrontarla. A veces me parece que soy un confesor cuando escucho tantas confidencias, tantas preguntas, tantos pecados. Algunos ingenuamente llegan a pedirme la absolución… Entonces les digo que están “perdonados” por el deseo que expresan, pero con la tarea de acudir lo antes posible a un sacerdote que les administre el perdón sacramental. Vuelven a casa distintos». Después de volver con su familia, un hombre le escribió: «Antes de irme había decidido separarme de mi mujer, pero ahora eso ya no es posible. No es eso lo que deseo para mi vida».

La situación actual en el país del hambre es dramática, hasta el punto de que se teme una guerra civil. Debido a la pandemia, las clases se han suspendido. Pero Tigray, al ser una región mejor gestionada, ha decidido retomarlas. «Lo que pase a nivel político es imposible de saber. Solo esperamos que todo esto no desencadene violencia y conflictos entre hermanos de una misma nación, aunque sean de etnias distintas. En todo caso, nosotros siempre somos neutrales, la política no afecta a nuestra presencia en el país que nos acoge. Siempre hemos sido respetuosas con la ley y las autoridades, y eso es lo que enseñamos a nuestros alumnos. El sistema educativo salesiano trata de formar ciudadanos honestos y personas temerosas de Dios. No en vano, nuestra relación con las autoridades locales siempre ha sido óptima, nos estiman y respetan. Pase lo que pase, estaremos al lado de la población y, como siempre, será la Providencia quien guíe nuestros pasos», dice sor Laura al terminar la conexión. Mientras tanto, sigue buscando un billete de regreso.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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