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Huellas N.07, Julio/Agosto 2020

PRIMER PLANO

«Te toca a ti»

Alessandra Stoppa

«Tienes que afrontar algo que te pide dejar un problema abierto». Guillermo Erbetti, empresario argentino, cuenta cómo afronta los riesgos y una recuperación sin márgenes

La empresa Mit Maquinarias nació hace catorce años y tiene una historia apuntalada por pruebas, caídas y reanudaciones, puesta en jaque por un competidor hace diez años o por el bloqueo a las importaciones en 2012. «Hemos estado a punto de cerrar un montón de veces». Guillermo Erbetti, 43 años, es uno de los cuatro socios de esta empresa argentina que vende maquinaria para la industria alimentaria made in Europe. Su mercado no solo es Argentina, también Bolivia, Paraguay y Uruguay. Tiene 23 empleados, con los que se ha enfrentado a la prueba más dura, sin márgenes ni previsiones.

«Hemos tenido la suerte de no estar entre los primeros países afectados por la pandemia, por lo que el gobierno ha tenido tiempo para reaccionar, frenar las actividades y evitar el colapso del sistema sanitario de momento. Esperemos que siga así». Al cierre de esta edición, Argentina registra casi un millar de contagios al día, que aumentan sobre todo en Buenos Aires y su conurbación (la Gran Buenos Aires), donde vive Erbetti, en Ingeniero Maschwitz. Desde allí ve un país golpeado por la pandemia en un momento político complejo, con un gobierno que tiene gran apoyo popular y que está minado por luchas internas, donde la pobreza va en aumento. Y no solo la económica, después de años de recesión. «Es una pobreza educativa, cultural. Basta con pensar en el debate público, totalmente ajeno al drama que estamos viviendo».

En este contexto la cultura del trabajo pierde terreno «desde hace al menos veinte años», con la percepción cada vez más extendida de que «todo lo debe resolver el Estado». Pero este golpe es de tal calibre que la energía necesaria para volver a empezar no se puede delegar en nadie. Sobre todo cuando en vez de ayudas llegan obstáculos, como las órdenes de importación denegadas o la prohibición de pagar a los proveedores de ultramar durante un cierto periodo de tiempo. Ciertamente, el sector alimentario ha sido uno de los últimos en sufrir la caída de la actividad pero «la pandemia lo ha cambiado todo».
El perfil de sus clientes es variado –desde servicios de restauración (totalmente parados desde hace casi tres meses) hasta proveedores de grandes supermercados o comercios minoristas (que han perdido el 30% de sus ventas)– pero todos se han visto afectados por la crisis en mayor o menor medida. «Es imposible prever cómo se comportará el mercado. Los factores clave van más allá de la pandemia: deuda exterior, impuestos, acuerdos políticos… Se habla de una caída del 10% del PIB este año». Pero él, como buen ingeniero, es pragmático a la hora de valorar lo que ha sucedido estos meses antes de volver a empezar.
Lo primero que ha aprendido es que, aunque seas el jefe, acostumbrado a resolver un problema para pasar al siguiente, en un momento dado tienes que afrontar algo que «te pide parar: hay que dejar ese problema abierto». Trabajar así «te hace temblar, pero también adquieres un horizonte mucho más amplio». Sus técnicos nunca han dudado en salir para hacer su trabajo en los establecimientos de producción, pero no era automático, y sigue sin serlo.
Formar parte de la cadena alimentaria exige seguir prestando servicios. «Estás delante de personas que tienen miedo, tienen dificultades, y no podemos ponerles condiciones ni obligaciones de ningún tipo».

«Nunca quise ser bombero ni médico», afirma Carlos, uno de sus socios, durante una videoconferencia empresarial donde los técnicos preguntaban por qué tenían que arriesgarse a “salir” y proponían hacer un servicio de mantenimiento a distancia. «No hemos pedido el juramento hipocrático para trabajar aquí», añade Guillermo, «pero afrontar los problemas y preguntas que surgían ha hecho que las reuniones con los empleados fueran como “aire fresco” hasta en los momentos más críticos. Porque aceptar el desafío era una necesidad personal, una exigencia que procede de la propia vida, que invita a correr riesgos. No a un heroísmo sino a sentir la responsabilidad que tengo, mi vínculo con los demás, cuál es el sentido, lo que me da respiro en mi trabajo». Ninguno de los técnicos se ha echado atrás, pero «yo puedo ponerlo todo en manos de otro porque estoy acompañado en la vida, porque tengo amigos que confían así en mí, a los que les apasiona mi libertad».

Supuso una gran ayuda «redescubrir lo que hemos visto todos en todo el mundo, lo necesario que es el otro, cada uno haciendo su trabajo, desde el médico hasta el barrendero. Te das cuenta sin abstracciones de que el compromiso no puede reducirse al sueldo, que tu tarea va unida al bien, al destino de los demás». Recuerda a un empleado que entre lágrimas le pidió perdón porque nunca se había dado cuenta de la importancia que tenía hacer bien lo que debía hacer, y por eso no aceptaba las correcciones. Erbetti cuenta que un hecho así es «un paso invisible y gigante», que nos hace «crecer en el trabajo y en la vida porque nos damos cuenta del nexo que hay entre las cosas, entre mi acción y la de otro. Nuestra razón se va moviendo, se ensancha, nos hace entrar en el significado de las cosas».
Para él, volver a empezar consiste en ese «dejar un problema abierto», que expresa una «esperanza operativa mediante gestos de “fraternidad”», afirma. «Ante una gran nada que se perfila en el horizonte a nivel empresarial, existe una posibilidad concreta de profundizar en una “lógica comunitaria”. Empezando por el cliente que te pide ayuda con los pagos y llegando hasta la relación con algunos de nuestros competidores, con los que nos confrontamos, intercambiamos ideas, formas de trabajar. Nuestras conversaciones tienden siempre a buscar respuestas nuevas para situaciones nuevas. Nadie sabe qué hacer… pero lo más bonito es que la novedad siempre es una “solución humana” que sale a la luz. Es muy evidente en el trabajo, y en el trabajo con otros, porque la respuesta es verdaderamente personal. La empresa no puede sustituirte, nadie puede hacerlo».

Ahora comprende mejor qué significa algo que siempre había pensado, que «la fuerza empresarial no reside en una aportación de capital estático sino en dejarse “atacar” por la realidad». Ahí es donde se juega la creatividad de la persona. Aparte de la atención a los establecimientos, también ofrecían cursos de formación, una posibilidad que fue decayendo «hasta que una empleada tomó la iniciativa y en un tiempo récord, trabajando muchísimo, preparó unos cursos para la elaboración de productos cárnicos. Con ella he aprendido que “lo mejor” llega de manera inesperada. De un modo que no es el que pensábamos. Así puedo volver a empezar cada vez que veo suceder algo “distinto”, que para mí es signo de la presencia amorosa de Dios. Por eso agradezco tener miedo, poder atravesar esta circunstancia, porque ante mis ojos se desvela esa diferencia».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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