Una crisis que hace época, por el impacto del bloqueo en millones de trabajadores y por la contracción prevista a nivel mundial. Preguntas (inaplazables) sobre el modelo neoliberal, el desarrollo sostenible y Europa. En busca de un cambio profundo
Como afirmaban los economistas Gianmaria Martini y Marco Lezzi en un webinar organizado en abril por la Fundación para la Subsidiariedad, la Compañía de las Obras y Rete Manager, el Covid19 no solo ha generado a nivel global una gran incertidumbre, caracterizada por un desafío sanitario marcado por la necesidad de prevenir millones de muertes. También ha estallado la peor crisis económica de los últimos cien años, cuyo impacto ya es peor que el de la Gran Depresión de 1929 o la crisis global de 2008. De hecho, frente a una caída del PIB mundial del 2% en la crisis de 2008, la OCDE prevé una contracción de la economía global del 6% en 2020 en el mejor de los escenarios y del 7,6% ante una posible segunda oleada del virus. Para la Unión Europa será aún peor. La OCDE estima una caída del PIB hasta del 14,4%, con los peores indicadores para España, Francia e Italia. El impacto en el empleo rondará en torno al 40%.
Ante una crisis de tales dimensiones no se puede pensar en reanudar la actividad simplemente volviendo a 2019 como si nada hubiera pasado. Sería imposible. Hay que preguntarse qué nos enseña esta pandemia.
La primera enseñanza de orden planetario es que el modelo neoliberal, que ya fue responsable de la crisis financiera de hace diez años, ya no funciona. Muchos expertos de reconocido prestigio han demostrado que el Covid19 y sus efectos tienen que ver con el desarrollo salvaje, sin el respeto debido a las condiciones mínimas de higiene, el medio ambiente y la naturaleza. A este respecto resulta realmente profética en muchos puntos la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. «Los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente». Y añade: «La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano». El tema de un desarrollo sostenible también va íntimamente ligado con la pandemia y con las estrategias para su superación. Desde este punto de vista se ven por fin ciertas señales de un posible cambio de rumbo al nivel de las instituciones internacionales. Así lo demuestra la Agenda 2030 de Naciones Unidas, con sus 17 objetivos de desarrollo sostenible y las estrategias que los actores públicos y privados, también multinacionales, están empezando a tomar en consideración.
Pero los signos más evidentes de algo nuevo proceden de la tan vituperada Unión Europea, que puede presentarse como laboratorio de una nueva racionalidad económica orientada al desarrollo de la vida en su globalidad. Respecto a lo que era antes, ya no parece tan imposible pasar de una UE obsesionada tan solo por los equilibrios presupuestarios de los Estados miembros a una zona cuyo objetivo estratégico pase a ser el desarrollo sostenible.
Grande es la atención prestada, y con razón, a las intervenciones coyunturales a corto plazo del BCE por valor de tres billones de euros mediante el Recovery Fund. Pero serán aún más decisivas, con el tiempo, las inversiones estructurales verdes a largo plazo programadas por la Unión. En los últimos años se había preparado el plan InvestEU, que preveía movilizar 650.000 millones de euros en intervenciones sostenibles para cubrir la falta de inversiones en Europa, con recursos públicos y privados. Después del Covid19, la UE también ha diseñado el programa Next Generation EU. Según el Informe 2020 de la Fundación para la Subsidiariedad (Subsidiariedad y desarrollo sostenible), se trata de inversiones catalogadas en el ámbito de las llamadas “finanzas de impacto” (Impact Finance). Es decir, los inversores implicados están llamados a afrontar los desafíos sociales y ambientales descritos por los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la ONU sin renunciar a la consecución de un rendimiento financiero.
Es vital para todos los países de la Unión participar en estos proyectos, para prepararse de cara a una economía sostenible y poder recuperarse. Sin embargo, aunque tendamos a olvidarlo, el dinero europeo no se puede gastar sin criterio: exige un cambio radical en la actitud institucional. Los estados, con el fin de favorecer el desarrollo del Impact Investing, deberían ofrecer incentivos financieros mediante beneficios fiscales dirigidos a las empresas capaces de generar un impacto positivo; desarrollar marcos normativos claros y políticas ad hoc; dotarse de sujetos financieros de matriz pública como requiere la UE a las inversiones sostenibles que financia. Y esa exigencia de cambio se hace aún más urgente en países cuyos gobiernos parecen estar más preocupados por intervenciones asistenciales –si bien son necesarias– que por una política de inversiones a largo plazo.
Pero para volver a empezar no solo tienen que cambiar las instituciones, sino también gran parte del mundo productivo. Tomemos el ejemplo italiano, con ciertas brechas estructurales que habría que solventar. Nuestra estructura empresarial se basa a menudo en la exaltación de la genialidad y la inventiva individual, pero ya no basta con eso. Hacen falta empresas que vuelvan a funcionar de un modo nuevo, respecto al viejo paradigma de los distritos industriales. La gestión familiar de las empresas debe abrirse a directivos preparados, a los que ya no se puede considerar como figuras opuestas. La tecnología y la automatización inteligente tienen que dejar de verse como una amenaza, pues representan una oportunidad muy importante, sobre todo debido al hecho de que todos los sectores del mercado asistirán a un gran impulso digital, al margen de las tasas de penetración actual. En general, hay que invertir de manera decidida en innovación, teniendo como objetivos prioritarios la recuperación y la reactivación de la productividad. Hay que descubrir nuevos canales de venta y realizar ciertas inversiones a las que durante muchos años las pequeñas y medianas empresas se han resistido y ahora necesitan urgentemente. Teniendo en cuenta las dificultades cada vez mayores del sistema bancario para invertir sistemáticamente en las pymes, es necesario abrirse a nuevos instrumentos financieros, como el llamado private equity.
También en el frente del mercado laboral hacen falta cambios radicales. Los trabajadores ya no van a ser tratados como recursos humanos que aprovechar según sus competencias, sino como personas dotadas de perfiles concretos, creativos, responsables, formados, incorporados en un ciclo vital de formación frente a los continuos cambios, y dotados de una vida –no solo laboral– estimulante e interesante. El debate no solo debe centrarse en la difusión del teletrabajo sino también en toda la organización del trabajo durante la jornada entera, qué significa trabajar en equipo y cómo controlar la actividad de las personas a cargo.
Entonces, ¿qué implicaciones tiene esto para cada uno de nosotros?
Un cambio marcado por la sostenibilidad y las nuevas exigencias descritas hasta aquí es mucho más que una cuestión meramente técnica, organizativa, mecánica, no solo en Italia sino en el mundo entero. Cuando, según un esquema puramente neoliberal, se persiguen exclusivamente objetivos utilitaristas y una optimización de beneficios al margen de toda jerarquía de valores y experiencias, se avanza con el piloto automático activado, pero difícilmente se está dispuesto a volver a empezar cada vez, continuamente, a cambiar de proyecto, a volver a ponerse en juego, a salir del individualismo aprendiendo a escuchar a los demás y a confrontarse realmente con ellos. La energía, la inteligencia, el coraje, la creatividad, la actitud para resolver problemas, la flexibilidad, las capacidades relacionales, las ganas incesantes de aprender –todos ellos ingredientes necesarios para aceptar cambiar, tanto en el Estado como en las empresas, sin defenderse y sin posicionamientos por ingresos–, en el nuevo escenario del futuro próximo implican la existencia de personas nuevas, dotadas de ideales, que sepan aprender de su experiencia. Implican el redescubrimiento y la recuperación de vínculos afectivos y relaciones estables, no solo a nivel de amigos y familia, sino también con la capacidad y voluntad de construir esos cuerpos intermedios que educan a la par en el ideal que uno persigue personalmente y en el bien común. Ay de los hombres solos al mando, en las instituciones, en las empresas y en la vida.
La necesidad del “despertar de lo humano” que se ha generado durante la emergencia de esta pandemia no es un hecho privado. Es la clave de bóveda sobre la que apoyar una auténtica reactivación económica en las 23.850.000 empresas europeas. Y es la condición necesaria para perseguir el propio bienestar y el de nuestro pueblo.
Las preguntas adecuadas
Guido Bardelli*
Hace poco, en una reunión, un empresario asociado a la Compañía de las Obras contaba que estando en plena emergencia sanitaria nadie le ponía ningún problema con respecto a las vacaciones. A todos les parecía “obvio” seguir trabajando sin solución de continuidad para recuperar el tiempo perdido durante el confinamiento… Pero a las pocas semanas de volver al trabajo aquella decisión se puso en discusión debido a la mejora de la situación sanitaria. El empresario se vio entonces obligado a replantearse radicalmente la decisión tomada y a cambiar y reorganizar la planificación.
Es solo un ejemplo. Pero se podrían poner decenas en este momento de vuelta a la actividad. Se suele pensar que la programación y el respeto de los programas previstos es una cuestión esencial en la gestión de una actividad económica, y su importancia resulta indiscutible. Pero hay un factor imprevisto –la aparición del Covid en este sentido es emblemática– que no podemos evitar y que hay que afrontar. ¿Cómo? No hay recetas previas, desde luego. Solo contamos con el recurso más importante para un emprendedor atento: plantearse y plantear las preguntas adecuadas, que surgen al afrontar dicho imprevisto.
Todos reconocen que la emergencia económica todavía está por estallar. Todos los emprendedores, en cierto modo, están padeciendo en el corpus de su empresa, estudio, fábrica, negocio o cooperativa lo mismo que ya ha padecido antes en su propio cuerpo, físicamente, quien ha caído enfermo: el efecto de un virus desconocido, con síntomas nuevos, diagnósticos inciertos y terapias por descubrir. El futuro empresarial está envuelto por una grave incertidumbre (que las instituciones públicas a veces no hacen más que acrecentar) y los que tienen cargos de responsabilidad en una empresa corren el riesgo de quedarse paralizados. Pero, por otro lado, este también es un momento en el que se pueden –más aún, se deben, a riesgo de que se agudice aún más una crisis ya de por sí devastadora– encontrar caminos inéditos y procedimientos operativos nuevos y eficaces. Sin recurrir a respuestas apresuradas, sino buscando pacientemente nuevas formas de gestión y producción, y estableciendo relaciones nunca imaginadas.
Hacer todo esto permaneciendo aislados es casi imposible, ¿pero quién ha dicho que una economía sana deba ir acompañada forzosamente por una lucha de todos contra todos? Tal vez, en cambio, uno de los antídotos al virus de la crisis económica resida precisamente en la capacidad de percibirse dentro de un contexto, de plantearse mutuamente las preguntas adecuadas que más urgen, de multiplicar sinergias y alianzas. No estamos condenados a pasar de la burbuja de las falsas seguridades a la burbuja de la desesperación. Como siempre, los hechos, la realidad, invitan a levantar la mirada y vislumbrar –más allá de los escombros– nuevos horizontes que se abren ante nosotros. Volver a empezar es una ocasión sobre todo para esto.
*Presidente de la Compañía de las Obras
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