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Huellas N.07, Julio/Agosto 2020

BREVES

Cartas

Ejercicio (físico y de juicio)
Durante estos meses he vivido situaciones difíciles: he perdido seres queridos, he tenido miedo a contagiarme, la situación económica en casa se hizo difícil. Sin embargo, he podido vivir y no solo resistir gracias a una amistad que me hacía presente a Cristo. Los amigos de la Escuela de bachilleres comenzamos todos los días rezando el Ángelus unidos a través de un simple chat, y tenemos un horario para estudiar juntos de 9:00 a 14:00h. Teniendo casi el mismo horario de estudio que un día de clases normal, pero en esta situación, ¡las horas se me pasan volando! Esto me ha animado a despertarme pronto para hacer ejercicio, pero no solo eso. Me despierto a las seis y me pongo a rezar mientras corro en la máquina. En un momento dado, cuando estoy medio distraído y centrado en el ejercicio, mi mirada se alza al frente, veo el amanecer y me quedo en un momento de shock. Me paro, es como si mi cuerpo me “obligara” a centrarme en lo verdaderamente importante. Al ver el amanecer, comprendo que todo lo que tengo a mi alrededor me es dado por Él. Esto me permite comenzar el día de otra manera, entregándole todo lo que hago a Él. Durante todo el confinamiento, he querido ayudar a mis padres y a mi hermano para que no cayeran en el aburrimiento o la desesperación que veía en tanta gente. Yo notaba que ellos veían algo diferente en mí, y no es que yo sea especial ni nada por el estilo, simplemente que yo he encontrado algo que me permite vivir feliz incluso estos meses. Ellos se hacían preguntas: ¿cómo es posible que este niño, que tanto le costaba levantarse para ir al instituto, se levante para estudiar con un grupo de la iglesia, que encima ni siquiera pueden quedar, sino de forma telemática? Tras dos fallecimientos familiares durante el confinamiento, todos estábamos claramente dolidos, pero aun así yo lo veía de otra manera diferente. Comenté varias veces las cosas que hablábamos en la Escuela de comunidad, y que hay uno que ha muerto y resucitado y ahora mismo nos está acompañando, aunque no les insistía mucho ya que no quería agobiarlos. Una noche, tras proponernos en la Escuela de comunidad una película, les dije si querían verla conmigo. Sin pensarlo dos veces, me respondieron que sí. Quedaron totalmente sorprendidos y me dijeron que les había encantado, y que preguntara si había más películas de este tipo. Unos días más tarde, me di cuenta de que ya que no veían todo tan negro, aunque el dolor seguía estando. ¡Incluso alguna noche los vi rezando!, cosa que nunca hubiera imaginado que pasaría. Mi madre estas dos últimas semanas ha estado bastante agobiada, ya que la chica que iba a cuidar a mi abuela no puede seguir yendo y es ella la que tiene que ir a atenderla, hacer la comida doble, etc. Al verla mal, le recordé si todo lo que habíamos aprendido aquel día de la muerte de mi tío ya lo había olvidado, y le propuse venir ese día a misa conmigo porque ya se podía volver a las iglesias. Al salir, yo la notaba feliz. Estábamos a punto de irnos y apareció Joaquín, el cura, para saludarnos. Mi madre le dijo: «Joaquín, no sabes las veces que he estado por llamarte o escribirte un mensaje, tengo que darte las gracias porque gracias a Yoni hemos podido llevar el confinamiento de otra manera». En casa, esa misma noche la escuché hablando con mi padre y le comentó: «Tu hijo ha puesto delante de nuestras caras la realidad». Con esto tremendo que está sucediendo, Dios nos regala una ocasión para el resto de nuestras vidas.
Yoni, Tenerife

¿De dónde partir para volver a ganar la vida que corremos el riesgo de perder?
Últimamente con mi esposo Juan tratamos de analizar todas las circunstancias y de responder de una manera lo más razonable posible para nosotros pero también para nuestros hijos. En ese afán por elegir el mejor camino para actuar, conociendo ciertos aspectos como cuarentena, embarazo de ocho meses, necesidad de ayuda física concreta a diario, Juan que sigue trabajando igualmente, etc.; escuchamos y buscamos diferentes “campanas”: el médico, la pediatra, los amigos, la psicóloga, el cura. Y claro, tomamos ciertas decisiones que me dejan destruida y angustiada. ¿Por qué? Porque todo eso no basta para “resolver” la situación real (por ejemplo, en el transcurso de la semana discutí con mi hermana y mi madre por esas decisiones). Es obvio que no basta, estando en medio de una incertidumbre mundial. ¿Y nosotros pretendiendo resolver situaciones de manera coherente?
Entonces, cuando creí que ya todo estaba perdido, cuando me cansé de gritar hacia dentro y hacia afuera, cuando por fin me quedé ahí en una posición de espera, Él me sorprendió una vez más en forma de –según mi amiga Lucía– un regalo contundente. Esa mañana vinieron mis padres de visita, que nunca vienen sin previo aviso porque hacen demasiado caso de las decisiones que tomamos y transmitimos desde casa. Pero ese hecho no era lo más importante, me di cuenta en ese momento de que Juan y yo nos estábamos mirando el ombligo de manera colectiva. En pareja. O mejor dicho, como dicen en el barrio vulgarmente, queríamos “sacarnos los piojos” entre nosotros dos.
De todo esto se desprenden tres cuestiones: gracias a Dios que no tengo/tenemos la solución de los problemas en nuestras manos; uno no sabe pedir ayuda –no lo admite, se cree omnipotente, no quiere, no sabe cómo– y entonces pude ver así lo que ha sucedido gracias a mi compañía concreta en este camino, en estos tiempos de cuarentena (dos personas concretas del movimiento, mi Escuela de Comunidad, el hecho de haber aprendido el hábito de rezar el Rosario no como automatismo sino porque me ordena el día y la necesidad de escuchar o ver la misa, aunque sea virtual).
Nuevamente, ¿de dónde partir? No sé muy bien. Sí sé de dónde no partir: de mis análisis, de mis razonamientos y de mis problemas.
Lorena S. Ramaccioni

«Yo sé a Quién quiero dar mi vida»
Acabo de terminar la carrera y he decidido inscribirme en la Fraternidad. En este momento, muchos de los planes e ideas que tenía sobre mi futuro han saltado por los aires debido a la pandemia. Hubiera preferido encontrar trabajo enseguida, lanzarme de cabeza a la vida “adulta”, empezar a ahorrar algo de dinero y poder pedirle matrimonio a mi novia. Pero por desgracia, a causa del Covid, entrar en el mundo laboral resulta muy difícil y ya llevo más de tres meses dedicando mis jornadas a navegar por internet buscando alguna oferta decente. Además, la separación del mundo universitario no ha sido tan fácil como imaginaba. He descubierto que tenía muchos menos amigos de los que creía, aunque sí tenía algún amigo de verdad. He empezado una nueva Escuela de comunidad, pero por Zoom no es sencillo entablar relaciones ni vivir en comunidad. Resumiendo, en medio de toda esta incertidumbre sobre el futuro y las relaciones, he decidido inscribirme. De hecho, entre las muchas preguntas que tengo también hay un enorme signo de admiración: ¡yo sé a Quién quiero dar mi vida! Escribo para contar el asombro que me ha invadido al leer los textos propuestos a los nuevos inscritos. ¿Dónde existe un lugar que se preocupe tanto por el cumplimiento de mi vida? El uso del dinero como instrumento de educación en la pobreza, el reclamo a sostenerse espiritual y materialmente, la insistencia en una concepción misionera de la vida… Todo eso es tan hermoso y me corresponde tanto que me hace desear adherirme total y definitivamente a esta compañía. Es paradójico pensar que para el mundo las reglas consisten en una forma de poner límites, cuando la adhesión a la regla del movimiento me hace sentir libre y alegre. Después de leer esos textos, le pregunté a mi novia y a algunos de mis mejores amigos de qué manera podemos sostenernos en esta tensión por vivir. He sentido una gratitud enorme por este don inmerecido que es la llamada a la vida cristiana dentro de la Iglesia y concretamente mediante el carisma de nuestro movimiento.
Marco

Los seminarios online y la boda de unos amigos
Cuando estalló el coronavirus empezamos a quedar todos los días a mediodía para rezar el Ángelus por Zoom con una decena de familias y seguir la provocación de la carta de Carrón, que para nosotros ha sido un acicate para decir “sí” a estas circunstancias. Ahora, dos meses después, puedo decir que tenemos más certeza de que Cristo nunca nos abandona. En el instituto de investigación donde trabajo empecé a proponer seminarios online para que todos pudieran participar. Luego hemos seguido haciéndolos, les dije a mis colegas que este momento podía ser también una ocasión para hacer llegar la voz “de nuestro instituto” a gente del mundo entero, que en otro momento no habría podido conocernos directamente. Unas semanas más tarde, el director me pidió que hablara de esta experiencia en nuestro encuentro mensual, me dijo que los demás institutos de Europa nos envidiaban porque nosotros habíamos seguido impartiendo seminarios mientras que el resto estaba parado. Al acabar mi intervención, mis compañeros empezaron a escribirme, unos para preguntarme cómo me organizaba con mis hijos, otros para darme las gracias porque era la primera vez que sentían que el instituto era “uno”, no una división en tantas partes como países lo componen. ¿Qué me ha permitido vivir hasta el fondo en este tiempo? El mismo Acontecimiento que viví hace unas semanas en la boda de dos amigos, en una iglesia donde solo estaban ellos, el sacerdote y los padres de ella. Asistimos por Zoom a una ceremonia donde lo único importante era el “sí” a Cristo de estos amigos mediante la forma del matrimonio. Por la noche, la fiesta (también por Zoom) fue una fiesta de verdad, no un momento para intentar maquillar el hecho de no poder estar allí.
Carta firmada

La inteligencia para afrontar cualquier prueba
El año pasado dos inversores apostaron por la empresa que puse en marcha con mi amigo Vidal, una startup que consiste en una plataforma de servicios para empresas y domicilios. Dejé mi trabajo, pero después de un año de actividad la situación económica era muy complicada, y más aún con el estallido de la pandemia, que sacudió nuestra ciudad duramente. Teníamos proyectos, nuevos objetivos para nuestra empresa, pero todo se paralizó. Los contagios y los muertos crecían día tras día y nuestros técnicos ya no podían proporcionarnos sus servicios. Luego pasó que, durante una conexión por video con un amigo italiano, en un momento dado él usó esta expresión: «reinventarse uno mismo». Pero no lo decía como una fuerza o capacidad que había que tener, sino porque el Señor nos ha donado la “inteligencia” para poder afrontar cualquier prueba. Al día siguiente me enteré de que mi mujer, Nia, rezaba a la Divina Misericordia por la salud de nuestros amigos, por su trabajo y el nuestro. Para mí supuso, en un instante, ver la realidad claramente. Nunca he estado solo y la realidad no se ha distorsionado. El Señor me estaba dando una ocasión para hacer crecer mi empresa. Abrimos una nueva línea de servicios, que fue la única que funcionó ese mes, y facturamos más que con todo lo demás desde que empezó nuestro trabajo. Hemos buscado colaboraciones con empresas de desinfección y hemos proporcionado equipos y protocolos de bio-seguridad. Estamos afrontando el presente con todas las dificultades e incertidumbres de cualquier empresa. ¿Tendremos que cerrar? ¿Creceremos? ¿Qué va a pasar? Tengo claro que el Señor me quiere aquí y me ha dado la gracia de poder ver, de poder pedir y sentirme como un niño que intenta hacer lo que puede, dentro de su trabajo, pero siempre dependiendo de su abrazo y de su mirada.
Pancho, Guayaquil (Ecuador)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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