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Huellas N.05, Mayo 1993

CULTURA

La otra cara de Paul

Silvio Guerra

Olvidado por los católicos, revalidado por los marxistas.
En esta entrevista su hija ilumina la personalidad de Paul Claudel


Hace cincuenta años se estre­naba El zapato de raso, con­siderada la obra maestra del autor de La anunciación a María.

Nos hemos encontrado con la señora Renée Claudel-Nantet, la menor de los cuatro hijos de Paul Claudel. Nos recibe en su aparta­mento de París, en el viejo barrio judío, «Le Marais», donde vive, con 76 años de edad, y desde el que diri­ge la Asociación Paul Claudel.
Nos espera a la entrada de su apartamento. En las paredes del salón, vemos muchas fotos en las que aparece junto a su padre en el castillo de Bragues, y algunos recuerdos de Japón, donde Claudel estuvo destacado como embajador en el año 1921. Al hablar de Clau­del, nos comunica sobre todo el amor por su padre. Y es este amor el que le consiente relatar divertida hechos del artista Claudel y anécdo­tas de su vida que la historia de la literatura jamás ha sabido recoger.

Cuando se habla de Claudel, inme­diatamente se piensa en el escritor católico, en sus obras, arriesgándo­se a caer en esquematismos. Usted, que le ha conocido en su vida coti­diana, ¿puede decirnos que es lo que más le impresionaba del hom­bre y del padre que fue Claudel?
Mi padre era un hombre comple­jo, porque era ante todo un artista. Toda la realidad era percibida por él a través de sus sentidos. Necesitaba sus cinco sentidos para descubrir la creación de Dios. Esto era lo que esencialmente le interesaba en la vida. Jamás ha sido un intelectual. Era demasiado poeta e imaginativo para interesarse por las problemáticas sociales y las especulaciones filo­sóficas. Cuando yo tenía unos quince dieciséis años, comencé a descubrir a Claudel como un hombre literario. Antes, para mí no existía el lado artístico. Era un buen padre de fami­lia; le gustaba hacer largos paseos, y comer bien en un restaurante. Ade­más de esto, estaba la fe. Lo que me impresionó siempre fue su humildad y su devoción por la Iglesia. Un día, Barrault le preguntó por qué iba tan a menudo a Misa. El le respondió: «Porque me llena de paz». Necesita­ba entrar en una Iglesia para calmar «la cosa» que le hervía por dentro.

¿Qué hechos le revelaron su voca­ción artística?
El origen se dio gracias a las obras de Rimbaud y al descubrimien­to de la belleza de Dios y de la fe. Claudel, que tenía un temperamento sobre todo artístico, fue sacudido por la belleza de la liturgia y del Magní­ficat. A esto siguieron inmediata­mente cuatro años de lucha, porque tenía una familia no creyente y, ade­más, irónica. Durante cuatro años no tuvo el coraje de confesar que ayuna­ba los viernes y que quería ir a Misa los domingos. Cuatro años para deci­dirse a entrar en una iglesia. Más tar­de, creyó tener vocación religiosa, pero teniendo una necesidad irrefre­nable de escribir, no pudo sacrificar­la. Algún tiempo después, se dio el encuentro con Ysé (la mujer de la que se enamoró en un barco de viaje hacia China, ndr.). Esta situación sentimental provocó en él un drama horrible, porque no podía abandonar su fe. Para poner fin a este drama decide volver a Francia, donde escri­bió Partage de midi, en menos de tres meses, y poco después se casó.
Estos son algunos de los hechos de su vida para hacerse una idea de la personalidad de mi padre.

En familia hablaba de la religión, de la Iglesia; ¿les confiaba sus reflexiones y opiniones?
No, no quería. Recibía muchísi­ma gente a la que se confiaba. Está­bamos educados como una familia normal, vivíamos como cualquier otra familia. Jamás hablaba de lo que estaba escribiendo. Sometía sus obras sólo al cardenal Journet, para asegu­rarse de estar de acuerdo con el pen­samiento de la Iglesia. Fue a Misa todos los días durante toda su vida; desayunaba, leía los periódicos, tra­bajaba un par de horas en sus obras y después iba a su trabajo de funciona­rio. Fue un hombre que siempre desa­rrolló su deber respecto al Estado de un modo honesto. En un célebre informe, anunció con una anticipa­ción de varios meses, la crisis que golpeó a Estados Unidos en 1929.
En cuanto podía, hacia las cinco o las seis, paseaba por espacio de una hora y, durante el paseo, se paraba una media hora en una iglesia para reflexionar y preparar la creación del día siguiente. En efecto, todos sus manuscritos son de corrido, sin borro­nes, porque tenía en la mente todo el texto. Toda su vida se desarrolló así.

Y la familia en todo esto...
Nosotros éramos los testigos de su fe. Siempre tuvo una fe enorme, que jamás cambió. A menudo íba­mos a su habitación para rezar juntos el rosario. Pero jámas intentó influir­nos. Se preocupó de que tuviésemos una sólida cultura religiosa y todos teníamos fe. Por otro lado, él comu­nicaba su fe a través de su alegría de vivir. Contrariamente a todo lo que se pueda pensar, Claudel era un hombre muy alegre, al que le gustaba gastar bromas y contar chistes.

¿Cómo pensaba Claudel sobre el cristianismo y sobre la Iglesia al final de su vida?
No puedo decir en su lugar lo que él habría dicho, pero creo que habría sufrido mucho por la evolu­ción postconciliar y, sobre todo, por la involución de la liturgia. La habría vivido muy mal. Dos años antes de morir, escribió un célebre artículo titulado La misa manga por hombro. Habría asumido posiciones muy violentas contra la traducción del Credo, del mismo modo que Gilson y Maritain. También Clau­del la habría considerado fea. Habría dicho lo que pensaba. Sin embargo, puedo asegurar que habría permanecido fiel al Papa, porque para él el primado de san Pedro era lo esencial. La figura de Juan Pablo II corresponde a lo que habría amado ver.

Pero entonces, ¿quién se interesa hoy por la obra de Claudel?
Paradójicamente, los directores que hoy descubren a Claudel son de izquierdas o marxistas. Leyendo a Claudel descubren un universo dis­tinto, que les transforma. En cambio, a menudo son los católicos los que no le aman. Con frecuencia ha sido atacado por ambientes católicos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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