¿La concreción? es demasiado...
Mi querido Orugario, en tu última carta me preguntas qué podías hacer a propósito de ciertas obras de espíritualidad que has encontrado mientras hurgabas en la casa de tu hombre. Alabo la diligencia con la que has anotado los títulos, autores y editoriales en tu libreta de notas; puesto que en el trabajo hay que ser muy precisos y porque aquí abajo existe una oficina dedicada a contrarrestar ad hoc cada obra y cada autor.
Al final de tu informe, si he entendido bien, me pedías que resolviera un dilema: o bien quemar esos libros, haciéndolos desaparecer sin detenerte en demasiadas consideraciones, o bien refutar su contenido convenciendo a tu hombre de su incosistencia.
Sin dilación te respondo que ni una cosa ni la otra. Respecto a la inoportunidad de la primera hipótesis, no es necesario hablar, pues tú mismo lo dices al final de tu carta. Pero, también la labor de refutarlas me parece, en este momento histórico, una pérdida de tiempo. Déjale que lea, que medite, que se sienta convencido; déjale hacer todas las reflexiones que quiera. No importa. Si sus reflexiones son mero parto de su cabeza, va bien así; no te dejes llevar por la hiperactividad. Si se es demasiado activo, se termina por hacer algo bueno, por arreglar sin darse cuenta algo que estaba estropeado.
Por tanto, ¿que quiere meditar, reflexionar? ... pues que reflexione.
Por cómo me hablas de él, he entendido perfectamente de qué tipo de hombre se trata. Es de los que teorizan la concreción a cada momento: «lo concreto» de ésto, «lo concreto» de aquello... Es decir, la gente más abstracta que se pueda encontrar. Bien, con esta gente no hay que hacer mucho, basta con cuidar de que los acontecimientos sigan lo que los diablos llamamos el curso natural. Según nuestro parecer, cada hombre ha sido puesto, naturalmente, en el mal camino. Tipos como tu hombre son los mejores sujetos, los más dóciles (a nosotros), por estar convencidos de saber ya qué es lo mejor y resentirse íntimamente si alguien les indica un paso más que dar.
¿Sabes qué es la concreción para tu honbre ?
Es el intento de traducir los principios, leídos en estos libros, en situaciones de las que él ya se siente dueño: la familia, el trabajo, etc... Quiere aplicar esos principios a lo concreto (y con ello sobreentiende que esos principios son abstractos - ¿ ves como está en el buen camino?).
Si es así, va bien: menos intervienes y más consigues.
Pero la concreción es la voluntad de Dios y basta. Es la circunstancia en la que Dios se impone como criterio para la acción que se va a realizar, que se está realizando. Por cómo se realizan ciertas acciones se entiende el valor de las demás. Yo he visto cómo tu hombre ha torcido la nariz cuando se le ha propuesto inscribirse a un determinado partido. Las objeciones que ha planteado no revelaban ninguna profundidad de pensamiento, parecían confeccionadas por mero amor a la controversia y su contenido era exactamente el de la mentalidad común - ya hace tiempo bajo nuestro control.
La razón es simple: para tener profundidad de pensamiento hay que disentir sobre las premisas, sobre los presupuestos. ¡Habría que pensar verdaderamente de un modo distinto, pero distinto en todo!
Sin embargo, tu hombre dice que está de acuerdo en las premisas y es tan presuntuoso que cree conocer mejor que nadie las consecuencias.
Esta es la concreción.
Este es el motivo por el que hoy lo primero que hay que hacer no es refutar sus libros (esto puede irritarlos), sino mantenerlos tranquilos respecto de aquellas «cosillas» en las que la voluntad de Dios se hace más evidente, justificándolos y haciendo que no aprendan de sus propios errores. Hasta el punto en el que ya no los consideren errores. Un juego excitante.
Afectuosamente tuyo, Escrutopo
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