Sólo el Espíritu puede enseñar a amar a Cristo. Y, en Él, a todo.
El texto de esta colecta de la semana XX per annum correspondía antiguamente al V domingo después de Pentecostés. Como veremos esta elección tenía su razón de ser en cuanto que, aun sin estar explícitamente dicho, la presencia del Espíritu Santo es decisiva para comprender la intención profunda contenida en esta oración, por lo que se justificaba su proximidad a dicha solemnidad. Conviene, además, destacar que todo el desarrollo de la colecta está construido sobre una trama de citas bíblicas que la hacen particularmente incisiva y rica en su conjunto.
Precisamente en el exordio del texto [que has preparado ... aman] resuena 1 Cor 2, 9: «lo que ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que te aman»; y si proseguimos la lectura de este texto paulino encontramos la afirmación fundamental: «porque a nosotros nos lo reveló Dios por el Espíritu».
De este modo, la articulación de la primera parte de la colecta está clara: todo lo que Dios quiere revelar y comunicar al hombre (el Misterio) sólo puede ser conocido y acogido por medio del Espíritu, por lo que únicamente podemos implorar este don: infunde tu amor en nuestros corazones.
Es importante entonces darse cuenta en esta expresión de dos matices, ambas útiles para comprenderla más profundamente: sin duda sólo una tensión amorosa [amoris affectum] mueve la libertad del hombre, pero esto puede suceder cuando él pueda participar de esa absoluta capacidad de afecto amoroso que es la vida misma de Dios, su Espíritu.
Al fijarse después en el fruto que se espera, en cuanto que se ha pedido, [consigamos alcanzar tus promesas], el texto propone un inciso muy importante: amándote en todo y sobre todas las cosas.
Su objeto es señalar el contenido preciso de la tensión moral a la que está llamada la energía de la libertad de la persona, conscientemente sellada por el don del Espíritu: esto, en efecto, permite reconocer la verdadera consistencia de cada fragmento de la realidad [omnis] en Jesucristo, de tal modo que se quiebra el límite de cada cosa particular y el hombre puede participar de aquel infinito Misterio que, como tal, debe ser afectivamente reconocido sobre todas las cosas. Esto recuerda de inmediato un texto del Deuteronomio (6, 4-5), explícitamente retomado por el Señor Jesús: «El Señor nuestro Dios es el único Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Le 12, 29-30).
Es gracias a esta dinámica como los bienes inefables, no sólo son conocidos, sino que pueden llegar a ser experiencia viva para el hombre renovado por el Espíritu, la gran promesa y heredad de los hijos de Dios: una vez más, un texto paulino puede ayudar a comprender lo que sugiere la oración: «Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de entre ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis cosa impura y yo os acogeré. Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso. Teniendo, pues, estas promesas... » (2 Cor 6, 16-18. 7, 1).
Son promesas que superan todo deseo y sin embargo, como afirma san Pablo, las poseemos: la vida en el Espíritu es la experiencia de un presente, libremente donado y acogido con gratitud y afecto sincero.
Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo...
Deus, qui diligentibus te bona invisibilia praeparasti, infunde cordibus nostris tui amoris affectum, ut, te in omnibus et super omnia diligentes, promissiones tuas, quae omen desiderium superant, conse
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