La lectura de la crisis italiana por la prensa española denota la típica ceguera de todo moralismo
Ocho y pocos minutos de la mañana del «día después». Martes, 20 de abril. Y a se conocen los datos del referéndum sobre la reforma política italiana. La voz de Paloma Gómez Borrero desgrana una crónica, para El Primera Hora (COPE) de Antonio Herrero, tan entusiasmada como las que ofrece a sus oyentes cuando se publica una encíclica. Afirma que, tras la aplastante victoria del sí, ha amanecido una nueva época en la península vecina, se acabó la hegemonía de los viejos partidos y de los antiguos líderes como Craxi y Andreotti. Exultante, la cronista del Papa, aplaude el triunfo de Segni, el hombre al que no le ha temblado el pulso al desmarcarse de la Democracia Cristiana y abogar por su disolución. Antología emblemática de la miopía con la que los medios de comunicación españoles están reflejando la crisis italiana. Ni una referencia a las irreparables consecuencias institucionales que ha desencadenado la operación iniciada por Di Pietro; ni una mención de la extralimitación de los jueces; ni una consideración sobre la vulneración de las garantías constitucionales que supone la aplicación de la ley antimafia a los detenidos; en fin, ni una sospecha del sistemático acoso y proyecto de derribo de los partidos populares; ni una insinuación de la interesada selección de los personajes acusados. Sólo un optimismo naif (¿ingenuo o cínico?) por la labor de los magistrados (espejo donde pueden mirarse con orgullo Barbero y los que vengan detrás)
La hipócrita cruzada ética
Ocho y algunos minutos más de la mañana. Antonio Herrero recoge y comenta la transmisión que llegó de Roma. Nada nuevo, el mismo énfasis en la «cruzada ética» que mantiene desde hace algunos años. Como si el fariseo de la parábola, después de dar gracias por su virtud, se volviera a insultar al publicano. Lo de siempre, aunque ahora en lugar de noticias sobre la corrupción española, aderezadas con una buena ración del escándalo hipócrita del que se siente puro, se trata de Italia. Más allá de la valoración de cada caso, lo dramático es que cada nueva revelación sobre las comisiones, a este o al otro lado del Mediterráneo, sirve para reafirmar una «ideología moralizadora» en la que «ellos», todos menos yo, son los deshonestos. ¿Cómo se puede moralizar sin percibirse inmoral?. Un agravante: el de incrementar ese escepticismo de que de la política... ya se sabe, qué vamos esperar, cada uno trinca lo que puede... A tangentópolis, el hombre que vino de Antena 3, le dedica mucha atención, pero sin querer saber lo que está realmente en juego, sin tener en cuenta la fecunda anomalía italiana. Sólo se trata de «ilustrar», de poner como modelo un proceso en el que los políticos llegan a suicidarse. En este auténtico desierto, Carlos Nadal, comentarista de la sección de Internacional de La Vanguardia es un oasis. «Si fueran verdad las denuncias de dos mafiosos «arrepentidos» (contra Andreotti), aparecería el transfondo tenebroso de la Italia miembro del G-7. Sólo que, por el momento, no es más que ésto, la palabra de quienes no se puede descartar que, a su vez, estén activando una gigantesca operación al servicio de intereses inconfesables». Sólo el apunte de otra interpretación; suficiente. Otro párrafo de Albert Escala, corresponsal del mismo periódico, vuelve a refrescar. «La tesis de que todo lo que está sucediendo en este país forma parte de un complot político ha sido defendida con diferentes argumentos por los principales acusados, que han llegado a atribuir la responsabilidad de lo que ocurre a la Mafia, a la gran industria italiana, a Estados Unidos y a potentes lobbies financieros y masónicos».
Derecha conservadora y derecha laica
Con el El Mundo y ABC, el aire se vuelve a enrarecer. Tangentópolis les ha servido para apoyar su discurso de fondo. De nuevo el caso italiano abastece de munición para la batalla contra el gobierno. Para los dos periódicos los paralelismos son evidentes, y sólo es cuestión de tiempo que el socialismo español se vea inmerso en la marea anticorrupción. Con evidente ingenuidad o mala fe, desde sus páginas se ha cantado la ejemplar reacción del pueblo italiano (un convidado de piedra en el festejo). Al grito de ¡Viva Italia¡, los columnistas se han lanzado a convocar a los ciudadanos a sacudirse el yugo de los partidos y de sus corrupciones. «Italia está hundida... pero !Italia vive¡, decía apasionadamente Aurora Pavón desde ABC. Y El Mundo reservaba espacios a las noticias de manos limpias en su portada, casi siempre flanqueando el último hallazgo en Filesa, Ollero o el caso Guerra.
¡Bendita Ocasión! Tangentópolis permite matar muchos pájaros de un sólo tiro. Herir al amigo español de Craxi, arrastrar a los partidos populares (Horrible reflejo peronista), abogar por el imperio de la pulcritud y la eficacia como cenit de la política, y entusiasmarse con el despertar de la sociedad civil. Grandes ilusiones junto a inconfesables propósitos.
Crítica asesina, pero sin dolor. Si acaso, se atisba un inconfundible hedor a satisfacción en cada pie de foto, en cada titular.
ABC y El Mundo representan dos versiones sui-generis de la derecha española. En el primero, la tradición sigue siendo un eje identificador; tradición significa valores (la familia, el patriotismo, el orden, la virtud cívica, la religión) que es preciso defender, y este dato condiciona la actitud. Hay un temor secreto al desbordamiento, y un pánico disimulado hacia las nuevas revelaciones. Quizá por eso, y por una vieja fidelidad, este periódico publicó un extracto de un artículo de Andreotti en descargo de las acusaciones. Y Castellví, desde Roma, tan diligente para dar detalles de algunas detenciones, cuelga un interrogante sobre las pesquisas de los magistrados de Nápoles y Palermo: «la gente sospecha que algunos jueces tratan de hacerse famosos con imputaciones más y más escandalosas...». Pero salva de cualquier duda los impulsos de «maní pulite».
En El Mundo no hay rastros de ese contrapeso de la tradición conservadora. Es el rostro de la derecha laica emergente, el protagonismo cultural de un «segundo cambio» en la sociedad española, diez años después «del primero». Orlando y Segni, otra vez Segni exaltado, son sus héroes. Gestores serios, hombres honestos, limpios de ese populismo que reune en un mismo saco nefasto a socialistas y democristianos (por cierto, Aznar, anda con cuidado con esos «católicos» que tienes en el partido).
Para este periódico sería un absurdo miramiento detenerse en escrúpulos parciales como los de
ABC. Un viento regenerador (¿una ruptura terrorista?) lo está barriendo todo en Italia, y pronto le llegará el momento a España. La noche posterior a la defensa de Andreotti ante la Junta de Suplicatorios del Senado, Pedro J. colocó una hermosa foto del viejo emblema de la caduca política italiana, encorvado y apretujado por una masa de periodistas. El viejo león había refutado punto por punto todas las acusaciones, pero daba igual, en algunas redacciones ya se había dictado sentencia, y Pedro J. escribía bajo la foto: «Andreotti se presenta como victima sin refutar las acusaciones».
Hace unos días, la 2 proyecto «Dantón». Por un momento nos pareció ver a Pedro J. subido al estrado de la Convención. Pero no, naturalmente, era Robespierre.
El país, ambiguo
«El País» no ha celebrado los fastos por la liquidación de la clase política italiana, ni ha entonado el Te Deum por la progresiva desintegración del régimen republicano. Una objetividad austera ha presidido la información que puntualmente envía Peru Egurbide -corresponsal en Italia- desde la convulsa Roma de los últimos meses.
Ningún entusiasmo exagerado por los jueces «manos limpias», ni proclamas antisistema tras los resultados del referéndum del pasado 18 de abril. Al contrario: «esta respuesta del electorado -afirma un editorial de El País- es producto del más civilizado de los sistemas: el que permite el señalamiento democrático de sus deficiencias». Increíble leer esto en estos días, cuando todos pugnan por asestar la puñalada final al agonizante sistema.
Si algo llama la atención en el enfoque informativo de El País sobre el «caso italiano» es su moderación casi exquisita ( cuidado con identificar el actual proceso con «un rechazo del sistema de partidos», o la cándida explicación del proceso en curso como manifestación del deseo de que «se adecente la actividad política»). El País se ha guardado mucho de hacer paralelismos de la situación italiana con la española, puesto que quien tendría más que perder sería sin duda un Gobierno al que el periódico ha apoyado durante una década.
Sin embargo El País conoce bien las claves de la situación italiana (¡seguramente también ellos han leído Il Sabato!). Un día antes del referéndum un editorial titulado « Y ahora, Andreotti», abría sus columnas con esta sorprendente afirmación: «La dramática situación que vive Italia es consecuencia de la degradación de un sistema ensuciado por la forma en que se ha atendido a las necesidades de medio siglo de vida política. Nadie le puso freno a tiempo, es decir, al comienza de todo. Es decir, en 1943, cuando Estados Unidos negoció con la Mafia el desembarco militar en Sicilia».
El País sabe. Y sabe bien. Pero ¿habrá entendido algún lector español a qué se refiere el editorialista cuando habla de «la forma en que se ha atendido a las necesidades de medio siglo de vida política»? Ciertamente no. Esta es la ambigüedad
de El País? maneja la información, conoce las claves -a diferencia de muchos otros-, pero no saca las consecuencias, no las explica. Porque no le interesa. Quien sigue la información italiana por El País, conoce los datos de la situación, pero no entiende el proceso, es decir, no entiende nada.
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