Dos observadores de la prensa extranjera disienten del coro de los enterradores
«No tiréis a Italia a la basura por favor, ¿con qué la sustituirías después?», pregunta irónicamente Claude Decamps. «La corrupción no es una característica italiana, hija exclusiva del sistema Italia, sino que como tal pertenece a la naturaleza humana», explica Heinz-Joachim Fischer. Decamps y Fischer se ocupan de nuestras cosas por profesión. Son dos de los más cualificados corresponsales desde Roma: la primera es de Le Monde, el segundo escribe para Frankfurter Allgemeine Zeitung. Y digámoslo, incluso si a ellos les puede desagradar: son voces disonantes en el coro universal, se lo pueden permitir debido a una buena firma y a una importante cabecera. Sin embargo, quién sabe por qué son tan raramente recogidos por nuestra prensa. Mejor dicho, el por qué lo sabemos. Frente al diluvio de titulares y portadas de periódicos fuera de nuestras fronteras, se prefiere retomar aquello que confirma las propias posiciones. Así, se cita continuamente el Economist que cuenta complacido e instigador la condena en bloque de los malos políticos por parte de los buenos, y por esto es recompensado por el Corriere della Sera con un extraordinario piropo «el periódico más autorizado del planeta», de la galaxia ya veremos. Pero escuchemos las dos voces que disienten.
Marie-Claude Decamps. Dice: «Me siento avergonzada por este tono irónico con el que se tratan los asuntos políticos italianos».
«La tolerancia con la que se ha acogido la absurda invitación al linchamiento me asusta. Me parece horrible que se lleven a cabo juicios en la calle con la colaboración de la prensa. No, así no se reconstruye. Es una actitud contagiosa y extraña. Hasta mis colegas corresponsales en el extranjero, cuando saco el tema de una cierta invasión del campo político por parte de los jueces, me miran extrañados, como si quisiera salvar lo que ya está condenado. Pero si el cambio empieza tan mal, no mejorará las cosas.
«Cuando oí a los famosos jueces de Milán tomar postura sobre los decretos del gobierno me sobresalté. Para mí es un problema. La democracia se empaña si el poder judicial logra imponer en política, mediante la fuerza que ha desplegado, su idea. Y si lo hacen los jueces, ¿por qué no los militares?»
El alemán Fischer cuenta: «me ha sorprendido a mí y a la opinión pública alemana la generalidad y la profundidad de la crisis. En Italia la corrupción se ha convertido en un pantano infectado. Hay una cierta tendencia a reducir la cuestión a una especie de "caso" italiano, algo típico de vuestra historia, cultura y moralidad». ¿No es así? «No, es algo italiano y tiene vuestras huellas personales sólo en una tercera parte. Me explico: existía ya en la antigua Roma el vínculo ambiguo entre el patronus y sus clientes. En otra tercera parte esta crisis corresponde a todo lo que sucedió hace años en el Este con la caída del socialismo de Estado.
En definitiva: también entre vosotros se derrumban los fragmentos de socialismo que se regían no por una necesidad objetiva, sino por un entramado de intereses privados y de partido». Falta la tercera razón. Explica Fischer: «Sí, en otra tercera parte esta corrupción es igual a la que existe en todo el mundo, es un hecho humano. El hombre tiende a hacerse más fácil la vida y, en esta tentación, huye. Quisiera decir que no es verdad que los italianos sean inocentes. En este sistema, quien más y quien menos, ha participado. «Pienso en quien ha encontrado trabajo gracias a la ayuda de este o aquel hombre político: ¿no es ésta una forma de comisión pagada en especies?».
¿Cómo superar esta situación? Fischer: «En Italia no todo está por los suelos. Hay mucha gente que desea construir. Incluso algún partido, y creo que sobre todo la DC de Martinazzoli, está interpretando las necesidades de cambio.»
«Es necesario abrirse a Europa. Esta lección creo que debe servir a los alemanes: ver la política en esta dimensión más amplia».
Marie Claude Decamps comenta: «En este momento a los franceses les gusta que se les represente la Italia corrupta, las risas parlamentarias. Es una forma de afirmar nuestro sentimiento de superioridad. En realidad la corrupción es la misma que hay entre nosotros»
«Sin embargo nosotros vemos Italia y decimos "ah, los italianos, mira que gestión llevan a cabo, mira que poco sentido tienen del Estado". Y nos consolamos pensando que aquí el Estado es fuerte y no caeremos en el ridículo. Pero a mi me desagradaría si se perdiera una cierta anomalía italiana».
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