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Huellas N.03, Marzo 1993

PORTADA

Por una posibilidad

Renato Farina

Un Papa que tiene un método. Por ejemplo en Sudán

¿Ábstracción del Papa e impre­cisión de la Santa Sede, maestra en predicar evidencias pias pero inefi­caz por lo que respecta a la historia material de los pueblos? Pero cuida­do, esta acusación procede de los intelectuales y se refiere al tema de la paz. Estoy escribiendo este artícu­lo desde Khartoom, mientras el Papa está en Sudán, precisamente por la paz. Contar lo que está haciendo en Sudán la Santa Sede (que es el Papa como Pastor de la Iglesia universal con sus colaboradores) significa, si se hace como es debido, descubrir un método en acción, casi la dinámi­ca de una mirada, que se convierte en acción, en diplomacia, en la que la ingenuidad de la paloma y la astu­cia de la serpiente se dan la mano. ¿Qué noticias llegaban al Vaticano de los Obispos de Sudán y del pro­nuncio de la Santa Sede de aquel país? Que el pueblo cristiano sufría horri­blemente en el sur, asolado por una guerra civil que había masacrado a cientos de miles y desperdigado a millones de un extremo a otro, dentro y fuera de las fronteras, mientras unos siete u ocho millones se veían empu­jados a la precariedad de una vida en la selva o en el desierto, siempre huyendo, abandonando a la muerte a ancianos y niños.
En efecto, en Sudán, en cifras generales, de los 25 millones de habitantes, la mayor parte (18 millo­nes) son musulmanes y árabes y están asentados en el norte, los otros 7 millones son negros y católicos.
La independencia de Sudán, en 1956, coincidió con el desencadena­miento de una guerrilla contra la bota del norte que pisoteaba a la minoría, con el paso de los años la guerra se hizo total: se trata ya de la caza del cristiano en el sur. Entre­tanto, sucesivos gobiernos procla­man la coincidencia entre la ley del Estado y la ley coránica. Hay expul­siones de misioneros, la libertad de la Iglesia está muy restringida.
¿Qué hacer? La Santa Sede muestra su solidaridad con los Obis­pos católicos, el Cardenal Secretario de Estado Angelo Sodano invita mediante una carta a las conferen­cias episcopales a abrazar solidaria­mente a los hermanos. Es entonces cuando el mundo occidental (para ser precisos la CEE y la ONU) con­dena a Sudán. Un país y un régimen aislados, y por lo tanto desespera­dos, capaces de cualquier locura. Pero esta es la originalidad cató­lica. El Papa anuncia que estará en Jartum el 10 de Febrero. Fue la San­ta Sede quien sugirió la posibilidad de una "escala técnica" a la vuelta de Uganda. El gobierno sudanés aceptó y a su vez propuso que se quedara varios días. Bastará con nueve horas, respondió el Vaticano.
Pero hay quien se escandaliza ¿Cómo es posible, hay una guerra santa de persecución y tu «estrechas la mano empapada de sangre cristia­na»?. La trampa es sutil.
De todos modos, si se acepta la tesis de la guerra santa, la respuesta sólo podría ser una cruzada. Si va, se arriesga a que le tomen a broma.
¿Entonces cual es la posición del Papa y de Sodano? 1)Hacerlo de manera que los cristianos se sientan reconfortados por la presencia del Papa que les confirma en la fe. 2) Recoger el grito que clama justicia y relanzarlo. 3) Obtener más liber­tad para la Iglesia. 4) Consecuente­mente proponer las condiciones para la paz.
De esta manera, el Papa al venir a Sudán no acepta la tesis de que los estragos causados en el sur se deban al Islam y a una guerra santa. Apela al Islam y a sus valores, afirmados y practicados al menos en África, para obtener pequeñas garantías concre­tas, en los temas de educación y sani­dad. Pide a los dirigentes que cam­bien la Constitución para que exista libertad efectiva de «practicar la pro­pia fe»: esta es la afirmación de la libertad de la Iglesia como criterio de acción diplomática. Entre tanto, en los coloquios privados, el Papa y Sodano invitan respetuosamente al gobierno sudanés a reconocer «los nuevos vientos» que soplan en Africa, mientras los Obispos católicos intentan convencer a las cuatro fac­ciones del movimiento sudista, más o menos católicas, para que se unan para alcanzar acuerdos creíbles sobre la paz y sobre el reencauzamiento de las relaciones con el Estado. Al mis­mo tiempo, en una misa extraordina­ria, el Papa en presencia de los sor­prendidos soldados musulmanes hace presente la paradoja sorprendente que es el cristianismo «Una vida nueva en Cristo» por el que se puede estar ale­gre, más bien en la gloria, incluso en la cruz, incluso en la esclavitud, como la beata sudanesa esclava Bakhita, más libre que sus amos, «fiel y fuerte en Cristo».
Esta es la manera en la que el Papa se mueve concretamente por la paz. Que nunca se ve como cerrada en sí misma sino siempre ligada «a la posibilidad de que los hombre encuentren a Dios». En otras pala­bras: la libertad de la Iglesia, puerta abierta a la felicidad para todos.

UN BALANCE
Quince años de pontificado. En defensa de la libertas ecclesiae
Por Alceste Santini, vaticanista de L'Unità


Un pontificado que ya ha entrado en su decimo quinto año, como el de Karol Wojtyla, debería manifestar signos de cansancio en el campo de la creatividad de ideas y de las iniciativas de la Iglesia res­pecto a la realidad de un mundo que cambia continuamente. Más aún si consideramos que los cambios, sobre todos los que se han efectua­do desde el extraordinario 1989 hasta hoy, han sido tan profundos y rápidos que han puesto a prueba a las cancillerías de muchos Estados del mundo, a los partidos, a los movimientos políticos y sociales que se han visto obligados a redefi­nir sus estrategias, a reflexionar sobre sí mismos, e incluso a cam­biar las propias denominaciones en las que tenían precisamente sus raí­ces históricas, de las cuales habían asumido su identidad.
Por otra parte, el Papa Wojtyla se ha visto duramente probado des­de el atentado de la Plaza de San Pedro del 13 de Mayo de 1981, con algunas secuelas y con el tumor que le sobrevino y que le obligó a some­terse a una delicada intervención quirúrgica el 15 de Julio de 1992.
Sin embargo, este pontífice que, tanto por sus orígenes eslavos como por su formación cultural y expe­riencia, ha demostrado ser muy diferente de sus predecesores en el estilo mismo que ha introducido en la actividad pontificia y en toda la Iglesia, y seguimos viendo que no se deja arrastrar por los aconteci­mientos mundiales ya que encuen­tra las respuestas adecuadas, casi siempre en el momento más oportu­no.
En la primavera de 1990, cuando se nos transmitía el entusiasmo por la preconizada «casa común euro­pea» Juan Pablo II, dirigiéndose el 21 de Abril a los Obispos y a los intelectuales reunidos en el castillo de Praga, dijo que «sería una peli­grosa ilusión pensar en sustituir los regímenes comunistas caídos, por el modelo capitalista occidental, con­sumista, hedonista y ateo». Una admonición severa que causó gran perplejidad en un auditorio por entonces profundamente convenci­do de que vendrían de occidente todos los bienes que llenarían el vacío dejado por esos regímenes desaparecidos. A la luz de lo que ha sucedido en los tres últimos años, resulta que el Papa tenía razón. No es casualidad que esas ideas, enun­ciadas en Praga y en otros lugares, se hayan visto articuladas de mane­ra más orgánica en la Encíclica Centesimus Annus de Mayo de 1991 y en posteriores intervencio­nes significativas, incluso reciente­mente, en los foros internacionales. Es más, tras la publicación de la Centesimus Annus también hubo quien habló de manera crítica de un pontífice que, frente al hundimiento de las experiencias comunistas del Este, tomaba a su cargo esos mis­mos valores de equiparación social y de socialismo de inspiración mar­xista que habían suscitado tantas esperanzas, más tarde desilusiona­das, en los pueblos del Tercer Mun­do, oprimidos por grandes injusti­cias internas e internacionales. En efecto, el Papa Wojtyla -en un momento en el que parecía, y aún hoy muchos lo creen, que no hubiera ninguna otra cosa fuera de la ley del mercado para resolver los problemas de fin de siglo- ha llena­do un vacío al proponer de nuevo los valores de la solidaridad y de la distribución igualitaria de los recursos, teniendo en cuenta que los bienes que Dios ha creado están destinados a todos los seres huma­nos del planeta. Ciertamente se tra­ta de un mensaje contra corriente y que ha resultado ser mucho más fuerte de lo que parecía, incluso por las débiles respuestas o los silencios de los demás, entre ellos las fuerzas sociales y políticas de la izquierda italiana y europea, tras­tornada a raíz de la caída del muro y de las ideologías, pero no por ello menos importante.
Juan Pablo II ha puesto a punto una verdadera estrategia propia para afrontar los enormes proble­mas que se desvelaron al saltar los acuerdos de Yalta de 1945 y el sis­tema de bloques Este-Oeste y los que surgieron tras la desaparición de la Unión Soviética. Nuevos acontecimientos que llevan al redescubrimiento de Estados Uni­dos como única gran potencia mundial con todos los peligros que ello conlleva, como nos dicta la experiencia de la guerra del Golfo en 1991 y las intervenciones mili­tares en la misma área en 1992, conocedores de que la CEE no dis­pone del mismo potencial econó­mico-militar, mientras arden focos de guerra tanto en los Balcanes como en las regiones caucásica y transcaucásica, en Africa o en Oriente Medio. También quedan otras realidades como Japón o Chi­na que podrían reservar alguna sor­presa para el futuro próximo de Occidente. Problemas políticos pero también religiosos si pensa­mos que el diálogo ecuménico entre la Santa Sede y las Iglesias Ortodoxas, con el patriarcado de Moscú a la cabeza, está estancado. De hecho, el encuentro de Asís por la paz del 9-10 de Enero de 1993 puso de manifiesto la ausencia de los representantes de las Iglesias ortodoxas incluso del patriarca ser­bio-ortodoxo de Belgrado, Pavle, a pesar de que la iniciativa promovi­da por el Papa en la ciudad de San Francisco pretendiera, ante todo, llamar la atención sobre lo que sucedía y continua sucediendo en Bosnia Herzegovina y práctica­mente en toda el área de los Balca­nes. No por casualidad Boris Yelt­sin, reclamado por una parte por fuerzas paneslavas y por otra por los musulmanes, ha expuesto ante la comunidad internacional y Esta­dos Unidos «el punto de vista ruso» en defensa de los serbios ortodoxos y no participó en la intervención militar americana con­tra Irak. Una situación compleja que ha llevado al Papa Wojtyla, precisamente en Asís, a preguntarse si no sería posible salvar la ex­Yugoslavia incluso aunque la gue­rra en curso hubiera alejado esta hipótesis. Sin embargo, sigue siendo significativo este interrogan­te que tiene valor político, pero también religioso.
Es interesante que ante un escena­rio mundial que ha cambiado com­pletamente y está en pleno movi­miento, Juan Pablo II haya llamado la atención sobre dos continentes con grandes problemas, de los que la Iglesia declara hacerse cargo.
Con la inauguración el 12 de Octubre de 1992 en Santo Domingo de la IV Conferencia de los Obis­pos latinoamericanos, el Papa Wojtyla impulsó un proceso de integración de los países latinoame­ricanos para llegar a constituir un auténtico «polo» capaz de confron­tarse de manera unitaria y con iden­tidad propia con los otros grupos internacionales, en primer lugar la CEE y Estados Unidos. E incluso ha lanzado la idea de un sínodo en el que deberían participar no sola­mente los Obispos latinoamerica­nos sino también los estadouniden­ses y canadienses, precisamente para presionar a Estados Unidos y a otros organismos como el Fondo Monetario Internacional para que la perversa e insoportable deuda externa que pesa como un yugo sobre los países latinoamericanos y africanos se resuelva desde una óptica diferente y no únicamente sobre criterios financieros. Naturalmente se trata de una idea lanzada para poner en movimiento a los episcopados y a los movimientos católicos de esta enorme área geo­política de las Américas pero que no puede tener sus efectos en la política.
De igual manera en su décimo viaje a África, realizado del 3 al 10 de Febrero de 1993 (en el que visitó Benin, Uganda y Sudán) y con el anuncio de un sínodo especial para el continente africano que se desa­rrollará en el Vaticano a partir del 10 de Abril de 1994.
Una petición fuerte, valiente, encaminada a reclamar a los pue­blos africanos para que vuelvan a ser ellos mismos. Los pueblos de África que están viviendo «un segundo nacimiento de la libertad­ - dijo el Papa dirigiéndose al cuerpo diplomático acreditado en Kampa­la-no volverían a aceptar el someti­miento a formas sutiles de colonia­lismo económico y político».
Y al perseguir su modelo de promoción económica, social, política y reli­giosa de los pueblos africanos, Juan Pablo II se enfrenta a la dificultad de un cierto constantinismo que, en los países en los que domina la ley coránica, termina por confundir, y hasta identificar, la esfera del Esta­do con la de la religión. Con el fin de superar este estado de cosas, que se refleja negativamente en la vida de las minorías católicas y cristia­nas, el Papa Wojtyla ha tenido el valor de dar una auténtica lección de ética política en defensa de los valores democráticos y pluralistas del Estado laico dirigiéndose al Presidente de la República Sudane­sa, el General Ornar Hassan Al Bashir, que le recibía en el «Friendship Hall» de Jartum el 10 de Febrero de 1993. Por lo tanto, el anunciado sínodo especial para África señalará un nuevo paso no solo en el acercamiento teológico al continente africano, sino en el apo­yo a su renacimiento social, políti­co y moral en un importante diálo­go con el Islam que disputa al cato­licismo la conquista de los africa­nos, en particular de aquellos que permanecen aún ligados a las reli­giones tradicionales de sus antepa­sados.
El diálogo con el mundo musulmán, y con el judío, es el otro gran compromiso que el Papa Wojtyla propone a toda la Iglesia para poder afrontar problemas más complejos que siguen afligiendo a los pueblos de Oriente Medio. La aceptación de una comisión mixta entre la Santa Sede y el gobierno israelí, que debe­ría sentar las bases para establecer relaciones diplomáticas entre los dos estados y resolver algunos pro­blemas capitales como el de la Ciu­dad Santa, Jerusalén, y el palestino, es una de las consecuencias de una decisión histórica que tomó Juan Pablo II cuando decidió el 13 de Abril de 1986 visitar la Sinagoga de Roma para reparar el daño que sus predecesores habían hecho a los judíos a los que llamó «herma­nos mayores». De esta manera, el anunciado sínodo de la Iglesia Libanesa debería contribuir a que sobreviva el Líbano, que para la Santa Sede sigue constituyendo un símbolo de pluralismo entre tantos fundamentalismos, y por otro lado a relanzar el diálogo con los musul­manes, judíos y otras familias cris­tianas, entre ellas los ortodoxos. La otra ambición del Papa Wojtyla es la de favorecer la apari­ción de un gobierno mundial, de acuerdo con la visión de Juan XXIII, capaz de tener bajo control y de resolver por la vía pacífica los conflictos nacionalistas e intetrétni­cos que han rebrotado en Europa y que son motivo de preocupación en tantos otros lugares del mundo. La propuesta del «derecho/deber de intervención» lanzada por primera vez el 6 de Agosto de 1992 refi­riéndose al conflicto de Bosnia­Herzegovina y renovada en poste­riores intervenciones también a propósito de Somalía, podrá encon­trar su aplicación práctica solo si la ONU, con la actualización de sus estructuras y pudiendo disponer de una fuerza propia que hiciera olvi­dar la imagen de enviada de Esta­dos Unidos, llegara a constituir un verdadero gobierno mundial.
Por todo esto, no se puede hablar de un pontificado en decadencia, como sostienen algunos observadores, pre­tendiendo atribuirle la tarea de resolver los problemas del mundo. La Iglesia con Juan Pablo II, en la línea trazada por el Concilio y por pontífices como Juan XXIII y Pablo VI, ha hecho lo suyo para contribuir a la superación definiti­va de la situación de la guerra fría y de los bloques contra­puestos y para dar respuesta a los pro­blemas surgidos con el nuevo escenario mundial que se ha creado y en el que tenemos que trabajar hoy. Pero más allá de las ideas e iniciativas que hemos intentado apuntar como expresión de un dinamismo pontificio que no se ha agotado, se verifican incohe­rencias, incertidumbres, contradic­ciones en las fuerzas eclesiales y en los movimientos respecto a los valores cristianos de los que se ha de dar testimonio dentro de las estructuras sociales y políticas de la sociedad civil. Tanto en Europa como en Italia están en crisis y superados los viejos partidos de inspiración católica. El mismo catolicismo polaco busca una iden­tidad nueva al dejar de ser el único punto de referencia en una socie­dad pluralista y atraída por los nue­vos ídolos del dinero y el bienestar y las cosas no cambian como en Hungría o en Lituania, por poner un ejemplo. La propia Alemania, luchando contra los problemas de una reunificación aún inconclusa en su equilibrio interno y con rebrotes neonazis y xenófobos, plantea tanto a la Iglesia católica como a la luterana cuestiones dife­rentes de aquellas del pasado. El Papa Wojtyla ha tenido el gran mérito de rehabilitar a Galileo pero está por definirse aún la nueva rela­ción entre fe y ciencia.
Concluyendo, la caída del muro impone también a los católicos el abandono de los viejos esquemas para tomar nuevas decisiones sobre las que el actual pontificado ha dicho mucho pero ha sido poco escuchado y sobre las que no se ha profundizado, ni siquiera de mane­ra crítica, ciertas indicaciones que se refieren al hombre y su destino en este cambio de época que esta­mos viviendo. Se puede decir que ha llegado para los católicos el momento de desentrañar algunas dificultades que afectan a la cohe­rencia al poner en práctica el men­saje cristiano más auténtico que el Papa Wojtyla ha contribuido de tal forma a redescubrir.

Veo negro
El escritor italiano Fulvio Tomizza confiesa a Litterae su aprensión por la guerra yugoslava
Como comprenderán todos los que saben donde vivo y trabajo (ndt: Tomizza vive en la región limítrofe al conflicto), he seguido la situación de la antigua Yugosla­via desde los primeros enfrenta­mientos hasta los inhumanos exter­minios que hoy la ensangrientan. Y desde tal observatorio tristemen­te privilegiado he podido constatar cómo la voz preocupada y doliente del Papa ha sido la primera en levantarse en defensa de todos los afectados, particularmente los de las zonas agredidas, ya desde el momento en que el conflicto podía frenarse. La iluminada y previsora intervención del primer guardián del credo católico, mayoritario en Eslovenia y en Croacia, ha sido considerada, especialmente en Bel­grado, cuando menos interesada.
Pero al extenderse el conflicto, con una violencia que llega a nive­les infrahumanos, la participación del pontífice se ha intensificado solidarizándose ahora con los masa­crados musulmanes de Bosnia. Sus insistentes reclamos, dirigidos tam­bién a la opinión pública y a los poderosos de la tierra no han encon­trado la respuesta esperada, y ya sus oraciones no parecen ser suficientes.
Lo que me preocupa personal­mente es que la imposibilidad de alcanzar una solución política satisfactoria para todas las pobla­ciones implicadas provoque una extensión del conflicto, con la implicación de los países islámicos y con la vuelta a un enfrentamiento entre Washington y Moscú. Si limito mis observaciones y escu­cho inquietudes personales más inmediatas, temo que una guerra semimundial inunde esta parte de Italia tan próxima a la zona afec­tada. De todas formas, será un desastre para mi región, Istria, si el nacionalismo croata, excitado por la prueba a la que se le ha sometido, vuelve a saltarse las peculiaridades de mi tierra y de mi gente, sea italiana o no. De hecho las recientes elecciones administrativas han confirmado su aspiración de autogobernarse. El Santo Padre, ecuánime con los grandes y con los pequeños, pre­visor incluso de los males meno­res susceptibles de expandirse o radicalizarse, podría reclamar, al menos a aquella parte del clero fuertemente nacionalista, a un apostolado exento de exaltación patriótica.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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