Querido amigo/a,
La peregrinación a Lourdes es la experiencia de gracia que más profundamente ha marcado, a través de los cinco mil participantes, el corazón del Movimiento en estos meses.
Durante los días de Cuaresma conviene que nuestra conciencia parta de las palabras de la homilía de Mons. A. Scola: «Queridísimos amigos, nosotros de la Fraternidad de C.L. pertenecemos a una generación, a un pueblo que Le teme, es decir, que quiere seguirle humildemente».
Estas palabras definen la fe que nos mueve y el ánimo con que la vivimos.
Mons. Scola continuaba: «Por esto estamos aquí hoy: para participar en la alegría exultante de María que vivifica también nuestra carne».
Este es el corazón de nuestro carisma: que todo ha sucedido ya como un acontecimiento que se propone de nuevo en cada una de las relaciones que nuestra libertad genera con las personas y con las cosas.
La posibilidad de recomenzar está siempre presente, es permanente.
Y esto se da en la Iglesia, allí donde ésta es vivida, donde cobra la forma de compañía que se congrega en el nombre de Cristo, obediente al Magisterio de Roma; mendigante por la propia debilidad dolorosa -huella inexorable del pecado original- de la presencia sacramental de Cristo y de la gracia; compañía que tiende por entero a conocer el Misterio de Cristo, deseosa de ayuda recíproca para vivir aquella gratuidad que realiza la semejanza con el Dios viviente, que tiende a valorar todo lo positivo que hay en cada encuentro humano y a compartir de manera apasionada y orgánica la necesidad humana.
Frente al desbarajuste total que vive nuestro país no podemos evitar sentirnos provocados a dar un juicio: una acción que para castigar culpables destruye en un pueblo la conciencia de su unidad y el bienestar alcanzado tiene, al menos en su modo de llevarse a cabo, algo injusto.
Precisamente todo este malestar, del que intensamente participamos, se convierte para nosotros en un grave y quizá extremo llamamiento de Cristo a vivir una auténtica filiación con el Padre, a la que todos, de variadísimos modos, hemos faltado.
«Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros»(1 Jn 1,8).
En los Ejercicios Espirituales siempre se nos ha recordado que no podemos establecer una relación con las personas, con nosotros mismos o con las cosas, si no es partiendo de la conciencia de que somos pecadores: en esto consiste el reclamo a la humildad.
La memoria, que es la expresión sintética de la fe que vivimos, impide que nos olvidemos y nos quedemos pasivos en esta humildad. Por eso, en el dolor por no haber reconocido adecuadamente a Cristo y su Misterio dentro de los intereses de la vida; en la esperanza de Su misericordia que es más fuerte que nuestro pecado; en el perdón vivido entre nosotros de modo que nuestra comunión sirva como instrumento del Espíritu para no dejar tregua a nuestra distracción ni equívoco a nuestra presunción, pidamos a la Virgen que nuestro corazón esté dispuesto para empezar de nuevo cada día.
Que a través de Ella la invocación de la gracia de Cristo resulte más decisiva y poderosa que el apego a nuestros criterios, el sometimiento a nuestros cálculos y la concesión a nuestros instintos.
Que cada día de esta Cuaresma sea por la mañana signo de la resurrección de Cristo, y por la tarde signo de la ternura en el abandono a Su piedad por nuestro destino; de modo que cada uno de nosotros pueda repetir la frase de Dionisia Areopagita -impresa en uno de los primerísimos libros de la historia del Movimiento: ¿Quién podrá hablar del amor al hombre, propio de Cristo, rebosante de paz?
Un fraternal saludo
Don Luigi Giussani
Milán, 11 de marzo de 1993
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