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Huellas N.02, Febrero 1993

Carta de Escrutopo

SELF-MADE MAN

Reflexiones sobre un leniador sobre el hombre que se hace por sí mismo

Mi querido Orugario:
La guerra, como ves, es ya familiar por todas partes. A los poderosos no les importa hacer sufrir a millo­nes de personas, como, por otra parte, no le importa a casi nadie hacer sufrir a otro. Yo, sin embargo, no sufro, y si de vez en cuando me enciendo de ira, lo hago con placer.
Mirando lo que sucede en el mundo, pienso de nuevo en la vieja historia de Caín y Abel - ¿te acuerdas de los dos hijos de Eva, uno malo y otro bueno? (No olvides estudiar la Biblia, ¡cuántas informa­ciones útiles contiene!). A la gente, en general, le es más simpático Caín, cruel hasta el extremo, pero hombre, un hombre verdadero: mientras que Abel hace el papel de hombrecillo. Esto, natural­mente, mientras se trate de escurrir el bulto; sin embargo, cuando es necesario asumir las propias responsabilidades, entonces todos se descubren como los Abeles de la situación; todos sostienen haber actuado lo mejor posible, y que ha sido cualquier otro el que lo ha estropeado todo.
Pero yo ví, Orugario, ví a estos dos personajes, y te puedo asegurar que no son como la gente se los imagi­na. Caín era físicamente el más débil de los dos, pero era inteligente y testarudo, y se creía, en lo más íntimo, superior a su hermano. Abel, en efecto, no era un tipo muy brillante: tenía un montón de defectos, era duro, rígido, un poco moralista, o mejor dicho, mentalmente poco abierto. En las discusiones con su hermano llevaba casi siempre la peor parte, era menos rico en argumentos, aunque Caín no lograra nun­ca hacerle cambiar de idea.
¡Y cuánto discutían! Caín era el que empezaba la discu­sión, incluso por una peque­ñez. Abel, como se dice, le creaba problemas. ¿ Y sabes cuál era su problema? Los sacrificios. Si Caín hubiera pasado de los sacrifi­cios, quizás las cosas hubie­ran ido mejor. Por al contra­rio, quería hacerlos también él. Solo que, a diferencia de su hermano, no lo lograba -¿entiendes?- nunca lograba ­reservar a Dios los mejores frutos de la tierra. Abel sacrificaba los mejores ani­males, él no conseguía hacer lo mismo. Sin embargo le interesaba Dios. Dar lo mejor de sí significa dar el propio corazón: Abel daba su propio corazón, Caín no. El hecho es que Caín amaba tanto su trabajo que no soportaba que sus frutos más bellos se los quitaran de las manos. Él creía en Dios, sabía que Dios le había dado todo (incluído el campo y los brazos para trabajarlo), pero la creación era para él la coreografía de su trabajo. Era el clásico self-made man, el hombre que se hace a sí mismo. Dios le había dado el entorno, y por eso recibía sacrificios del entorno, hor­talizas de la segunda recogi­da, frutas no impecables, y así todo. Pero el hueso, el yo, era obra suya, de Caín, y de ningún otro. Y porque Abel obraba de otro modo, y se lo decía, Caín lo mató.
Todos los hombres tienen algo a lo que no renunciarían nunca. Si no es el trabajo, es la familia, si no es la familia son las pasiones inocentes (ni siquiera es necesario citar las perversiones patológi­cas). Y entorno a este «algo», confesado o no, gira la existencia.
¿Puede el hombre actuar de otra manera?
Nosotros los diablos deci­mos que no. La voluntad de un hombre es incapaz de tan­to. El hombre es como un barquito llevado por las corrientes de sus preferen­cias, de sus gustos, de sus corto-circuitos. La idea de Dios puede ser aceptada; lo que nunca podrá ser aceptado es la idea de un Dios que establezca pretensiones sobre el corazón del hombre, y que, saltando todas las difi­cultades de la naturaleza humana, le indique delante de los pies una via fácil fácil. En el fondo, también Caín podía, sencillamente, imitar a Abel. ¿O no?
Pero nosotros los diablos nos sublevamos. Es necesa­rio salvaguardar de la obtusa y ruda sencillez de los Abe­les la maravillosa complica­ción, el sublime lío, las encantadoras contorsiones del hombre. Y susurramos a los hombres: Dios no os comprende, sois unos incom­prendidos en vuestro inte­rior. Dedicaos, pues, a las actividades religiosas del contorno, pero no metáis en medio vuestra esquisita sole­dad. Aquellos de Dios, en el fondo, ¿qué son? ¿Gente civil? ¡Bah! Bandidos, eso es lo que son...
Afectuosamente tuyo
Escrutopo

Traducido por María Jose Conty

 
 

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