Compra pendiente
«Cuando salgamos, la mayor emergencia será el trabajo. Piensa en los comercios, ¿cómo se van a recuperar después de tantas semanas cerrados?». Una charla durante la cena en familia. Marta es profesora y no ha perdido un solo día de trabajo, más bien ahora trabaja el doble. ¿Pero el resto? Quién sabe qué pasará con las tiendas del barrio: la mercería, la peluquería, la boutique de Carla… todas las persianas bajadas. «¿Cómo será cuando vuelvan a abrir? O, mejor dicho, ¿volverán a abrir?».
Al día siguiente, al terminar las clases online, llega la hora de ir a hacer la compra. Va al súper de al lado de casa. Guarda la fila, se pone la mascarilla, los guantes, el desinfectante y se encuentra con el aviso de la “compra pendiente”: Si quieres, puedes adquirir productos de más y dejarlos en el carrito que hay a la salida. Quien puede da, quien no puede recoge. El carrito en cuestión está repleto. De vuelta a casa, Marta pasa por delante de uno de esos locales vacíos, se ve hasta polvo sobre los objetos de los escaparates. «También se podría hacer una “compra pendiente” en estas tiendas…», piensa. De golpe, mientras pasa a la altura del local de Max, “su” peluquero –con esposa, dos hijos y cuatro empleados en su salón–, se le ocurre una idea.
Entra en la cocina, coloca lo que ha comprado y luego, «dónde habré puesto aquella tarjeta de visita… mírala. “Max, soy Marta, voy siempre los martes a la hora de cerrar… bueno, iba”». Está un poco cohibida pero él la reconoce enseguida. Un par de preguntas sobre cómo va todo… la verdad es que nada bien. Y le cuenta su idea: «Había pensado en pagarte por adelantado el dinero que te deberé cuando vuelva a ir a verte». Un par de segundos de silencio. No se esperaba algo así en absoluto. «Déjame pensarlo», le dice, «tengo que ver cómo sería. Pero gracias de corazón».
A los diez días, recibe un mensaje en el móvil. Es Max. Manda publicidad de su salón y propone a los clientes comprar bonos (50, 100, 150 euros…) con los que podrán beneficiarse, de manera escalonada, de tintes, cortes, peinados con un descuento del 20%. Marta sonríe. Es su idea. Acepta inmediatamente. Envía el dinero por transferencia bancaria y en poco tiempo recibe su bono.
En la enésima compra, Marta vuelve a pasar por la peluquería. Sigue cerrada, pero Max está dentro. Está preparando el local para la reapertura. Marta llama a la puerta, él se pone la mascarilla y sale. «Aquella llamada tuya llegó en un día oscuro. Estaba amargado y no veía ninguna salida». Luego se puso en contacto con la Asociación de comerciantes, les contó su propuesta y «¡no sabes cuántos clientes han aceptado! He podido hacer frente a los gastos de estos meses sin trabajo».
Se despiden, con el deseo de volver a verse pronto. Marta llega a casa. «Es lo mismo que decíamos la otra noche con mis amigos», piensa. «Cristo cambia la mirada sobre todas las cosas, te hace ser más tú mismo, más humano. Más Marta». No se le va de la cabeza la cara de Max de hace un rato. Una cara radiante.
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