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Huellas N.06, Junio 2020

PRIMER PLANO

Al descubierto

Paola Bergamini

Termina el curso escolar después de meses de enseñanza a distancia. Una manera de enseñar, relacionarse y aprender para la que nadie estaba preparado. Algunos profesores cuentan por qué ha sido una aventura llena de sorpresas

Tres meses de clase a distancia. Tres meses durante los cuales los profesores han “mirado” a sus alumnos desde el monitor de sus ordenadores. Han entrado en su casa y después, con las cámaras apagadas, han preparado clases “nuevas”, ejercicios “nuevos”. Una modalidad de enseñar totalmente nueva para la que nadie estaba preparado, desde un punto de vista técnico y didáctico. La alternativa estaba entre “gestionar” la situación teniéndolo todo bajo control o bien… aceptarla como una aventura humanamente interesante. Y como cualquier aventura, llena de descubrimientos, a menudo inesperados. Claro que para que eso fuera posible había que jugarse el todo por el todo, exponerse en la relación con los chavales. «Pero el plus de humanidad que he recibido es inimaginable. Es un punto de no retorno», declara un profesor. Hemos querido contar en qué consiste ese plus, esa aventura que ha despertado la humanidad de muchos. Incluso lejos de las aulas.

En el telediario salen imágenes de médicos y enfermeros abrumados por el trabajo. Francesco, profesor de Historia y Filosofía en un liceo clásico, siempre había pensado que el suyo era el mejor oficio del mundo, pero mirando esos rostros, escuchando sus dramáticos relatos, le surgió una duda: ¿pero lo que hago basta?, ¿cómo puedo ser útil para el mundo ahora? Al apagar la televisión, el iPad le avisa de un nuevo correo. Es Beatriz (nombre ficticio), alumna de quinto. Una serie de reflexiones sobre la última clase y sobre Cisnes salvajes, el libro que les ha mandado leer. Francesco le contesta: «Oye, ¿qué te parece si lo comentamos en la próxima clase online?». En dos minutos llega la respuesta: «Ok».
No se lo esperaba. Beatriz es una chica inteligente, pero nunca ha intervenido en clase. ¿Prodigios de la educación a distancia? Se le escapa una sonrisa… Él que al principio estaba totalmente en contra, que solo cedió en parte cuando una compañera y amiga le contó la belleza que estaba descubriendo con sus alumnos.
A los dos días, clase online. Pregunta de Beatriz: «¿Cómo es posible que la protagonista del libro se dé cuenta sola, contra todos, de que en China, bajo el régimen comunista, algo no va bien?». Se abre el debate. Cada uno tiene algo que decir. Una chica interviene: «No es una cuestión de razonamiento, el corazón es lo que le ha permitido ver algo que los demás no veían». Francesco se limita a tirar del hilo del diálogo manteniendo despiertas las preguntas.
Acaba la hora. Con la cámara apagada, piensa que nunca había tenido una clase tan bonita, ni siquiera en “vivo”. Algo se ha encendido en esos chavales. Algo que no hay que perder, algo para ellos y para él. Vuelven a conectarse para escuchar canciones conocidas que hablan de la libertad y de la soledad. Nuevas preguntas. Una chica le llama y le dice: «Usted dijo una vez, hablando de la elección de la carrera universitaria, que la cuestión es ser felices, pero entonces yo…». Y otro: «Profe, usted y yo tenemos que hablar del Covid». La respuesta a la duda de aquel día delante del televisor está ahí, en esas preguntas, acompañándoles sencillamente para que esas llamas de verdad no se apaguen.

«Quería pedirte que echaras un ojo a Virgi. Está muy mal. Intenta hablar con ella». Silvia mira con sorpresa a su compañera de Dibujo, que la ha parado un momento en la sala de reuniones del liceo artístico donde da Historia del Arte. Le parece imposible. Una chica reservada con una media de nueve en todas las asignaturas. Al día siguiente habla con ella, la verdad es que ya no es la misma. Le pregunta qué está pasando. Su compañera tenía razón. Virginia es una “adicta” al estudio, no puede dejar de estudiar, siempre quiere saber más, es esclava de su estudio y eso la está poniendo al borde de la depresión. Silvia no deja de pensar en ella y sigue cuidando la relación.
En febrero, Virginia le escribe: «Me siento una persona banal, y la banalidad me da miedo». La semana siguiente es el encuentro de los bachilleres de último curso, así que Silvia invita a Virginia y esta no se lo piensa dos veces: «iré». Llegaron jadeantes porque iban con la hora justa. Era la primera vez que Virginia veía a los bachilleres. Y también la última. A los diez días, el país se paraliza. Pero algo ha sucedido y la chica deja a un lado los libros y empieza a conectarse con los chavales del grupo, percibe que ahí hay algo más que conocer. Durante la meditación online del Sábado Santo para los bachilleres, Pigi Banna habla de presencias verdaderamente amigas y dice: «Este es el gran descubrimiento. Cuando nos encontramos con personas así no solo se abren nuestros ojos ante la realidad, también el deseo de vivir humanamente, sin máscaras, por esa mirada amorosa que dirigen a nuestro yo». Justo después vuelven a conectarse por Zoom para saludarse y Virginia no puede contenerse. «He participado en estos encuentros sin conocer a nadie, pero estas personas me han sacado de la nada. Es increíble: estoy viviendo. Me parece imposible que esto pueda suceder en medio de una situación de aislamiento. He encontrado personas que me han hecho conocer mi conciencia, una nueva versión de mí misma. ¡Y nunca nos hemos visto “en vivo”!».
Ocho en punto. Silvia enciende el ordenador. Como todas las mañanas, piensa en la cara de Virginia aquel día. Ante un monitor aún en negro, sabe que detrás de esas pantallas se esconden corazones que gritan una necesidad que también es posible interceptar de esta manera. Por eso muchos de sus alumnos se conectan a la Escuela de comunidad. Un nuevo inicio: con esta conciencia, explicar al Giotto o a Matisse es otra cosa.

En febrero, nada más cerrar las aulas, Alfonso, profesor de Matemáticas y Física, decide ponerse a trabajar inmediatamente para no perder el contacto con sus alumnos. Compra de su bolsillo un dominio web y configura una plataforma Moodle. Para inaugurarla, publica una carta abierta a los chavales: «Este tiempo es útil porque tal vez pueda obligarnos a preguntarnos sinceramente: ¿qué es lo que de verdad me importa? Todos nos inundan con indicaciones para vivir, instrucciones de uso para protegernos, para permanecer a salvo, para no exponernos al peligro de una muerte inminente. ¿Pero quién se dedica a decirnos por qué vale la pena vivir? ¿Para qué dar la propia vida?». Se trata de sus propias preguntas e inquietudes, que quiere compartir con los alumnos.
En la primera conexión, la lee en todas las clases. Las reacciones son diversas, pero los sentimientos de sorpresa y gratitud son comunes a todos. Un chico le dice explícitamente: «Gracias, profe. Se ve que nos quiere». Es un primer paso. En todas las clases, Alfonso, como hacía antes, empieza preguntando: «¿Cómo estáis? ¿Y vuestras familias?». Luego empieza la lección, que intenta explicar de manera aún más precisa y documentada, lo suyo son los números y fórmulas, quiere transmitir su pasión.
Una mañana, la cara de un alumno le parece especialmente triste. Le pregunta: «¿Hay algo que no va bien?». El chico escribe: «El micrófono no me funciona, no puedo hablar». No es verdad. Al acabar la clase, le llama por WhatsApp. «Mis abuelos tienen coronavirus y mis padres no quieren que lo diga. Pero pensando en su carta, creo que de usted me puedo fiar». Alfonso le dice: «Rezaré por ti y por tus abuelos, que el Señor os ayude». Nunca había tenido la necesidad de explicitar su fe, pero en ese momento son las únicas palabras que puede decirle para acompañarle.
Fuera de las clases, se suceden las llamadas. A veces dramáticas. Una chica le confiesa que la pareja de su madre se fue a vivir con ellos pocos días antes de la cuarentena. «También se ha traído a sus hijos. Somos ocho en pocos metros cuadrados. Todos tenemos que conectarnos y la conexión no lo aguanta. Aunque eso es lo de menos…». Por Pascua envió una felicitación a todos y un alumno le contestó: «Profe, quería darle las gracias por cómo es y cómo nos ayuda desde detrás de la pantalla. Personalmente me ha hecho crecer y ver el mundo como un lugar distinto. Una vez le dije que no es obvio despertarse por la mañana y que deberíamos dar gracias por lo que se nos ofrece… Gracias. Esto no tiene nada que ver con las clases, pero quería darle las gracias y hoy por fin lo he hecho».

Ocho y media. Mientras se toma el café, Sara revisa un folio con apuntes de Marzo, la poesía de Giorgio Caproni que leyó en la última clase a sus alumnos de segundo en el Instituto profesional de mecánica donde lleva un año dando clase de Italiano e Historia. Es la clase que más le cuesta, desde antes de que se cerraran las aulas. «Proponerles este recorrido poético ha sido demasiado arriesgado, creo que me he equivocado», piensa. En la pantalla del ordenador van apareciendo mientras tanto las caras de los alumnos: todos conectados antes de la hora. Pasa lista y empieza la clase. «Nos habíamos quedado con la pregunta: “¿Qué imagen se te ha quedado en la mente después de leer la poesía de Caproni?”. ¿Alguien quiere decir algo?». «La esperanza», dice un chaval. Sara no se lo esperaba. «¿Por qué?». «La lluvia inesperada de la que habla obliga a todos a huir. A refugiarse en casa como nosotros ahora. La lluvia puede durar un día, una semana o un año, nadie lo sabe. Pero estamos seguros de que después volveremos a abrir la ventana sobre una pradera iluminada por el sol». «Profe, ¿entonces esta poesía habla del coronavirus?», dice otro. «¿Cómo?», pregunta Sara. «La lluvia no es solo algo negativo, igual que este virus no es solo algo de lo que huir a encerrarse en casa por miedo. Es un tiempo dramático, pero nos está preparando para algo tan hermoso como la nueva vida que en marzo renace».
Con el ordenador apagado, Sara rompe el folio con sus apuntes. Hoy ha aprendido de sus alumnos, de los más caóticos. Es uno de sus descubrimientos en este tiempo que ella esperaba arduo y complicado. Esa noche habla con un amigo sobre lo sucedido: «¡Y yo que me había creado el problema de cómo “introducir” la cuarentena en las clases de poesía! Me han superado. Doy clase de Historia, Gramática y Literatura, y tengo que hacerlo bien, implicarme totalmente, pero al mismo tiempo deseo custodiar estas semillas de novedad que también son para mis alumnos, pero porque antes son un bien para mí. Trato de hacer mi tarea proponiéndoles una esperanza y un significado que tal vez, cuando lo intuyan, quién sabe dónde les podrá llevar. Mirándoles, lo deseo todo para ellos, sobre todo que descubran lo hermosa y sorprendente que es la realidad. Eso es lo que yo aprendí cuando conocí el movimiento en la universidad».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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