Expresión de una experiencia unitaria en el siglo XV
La muerte de Don Rodrigo Manrique en noviembre de 1476 fue la circunstancia concreta que provocó a su hijo Jorge la necesidad de expresar su agradecimiento y de dejar memoria escrita para sus descendientes. La verdadera herencia recibida de su padre fue su testimonio vivo en todas las circunstancias de su vida. La total adhesión de Don Rodrigo a la voluntad de Dios definió su concepción del mundo, de la vida y de la muerte.
Don Rodrigo supuso para Jorge Manrique una autoridad a seguir, un rostro al que mirar. La unidad de su vida fue una provocación que acompañó constantemente a Don Jorge, porque para su padre la vida y la muerte tuvieron el mismo centro:
«Amigo de amigos,
¡qué señor para criados
e parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Qué benigno a los sujetos!
¡A los bravos y dañosos qué león!»
(copla 26)
«No perdamos tiempo ya
en esta vida mezquina,
por tal modo
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.»
(Don Rodrigo en el lecho de muerte, copla 38)
«Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
-el Cual la dio en el cielo,
en su gloria-,
que aunque la vida perdió
dejándonos harto consuelo
su memoria.» (copla 40)
Jorge Manrique escribe agradecido por haber tenido un padre que lo introdujo en la realidad, en la verdad de la vida. Fue para él un compañero de camino que le hizo descubrir su verdadero rostro. Eran los tiempos en que convivían en España dos mentalidades: la del hombre que se sabe dependiente de Dios y la del hombre que se hace a sí mismo. Por eso Manrique necesita expresar la verdad descubierta.
«Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él
como debemos
porque, según nuestra fe
es para ganarse aquel
que esperamos.
Aún aquel hijo de Dios,
para subimos al cielo,
descendió
a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.» ( copla 6)
Manrique dirige su mirada directamente a Cristo, a Aquel a quien miraba su padre y se encomienda a Él al comienzo de sus coplas:
« ... a Aquel sólo me encomiendo Aquel sólo invoco yo
de verdad, ... » (copla 4)
Reproduce y hace suyas las palabras de su padre en el lecho de muerte. Se dirige a un «Tú» que le sostiene, a un «Tú» ante quien no le importa reconocer su fragilidad porque desea recibir la Gracia que sólo El puede dar, la Gracia que llena verdaderamente su corazón.
«Tú, que por nuestra maldad
tomaste forma servil
y bajo tu nombre;
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
Tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merecimientos
mas por tu sola clemencia
me perdona.» (copla 39)
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