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Huellas N.01, Enero 1993

PALABRA ENTRE NOSOTROS

Indicaciones de método para la Escuela de Comunidad

Apunte de un debate en el Consejo nacional de Comunión y Liberación

La propuesta del movimiento está contenida sistemática y críticamente en la Escuela de comunidad. Esta representa el contenido más importante al que prestar atención y el punto de refe­rencia para juzgar y comparar.

El trabajo sobre el texto de la Escuela de comunidad es el modo más concreto de mantener una relación siste­mática con el carisma del movimiento.

Carisma es el don del Espíritu, que actúa en función de toda la Iglesia, utilizando para ello el temperamento, el tiempo y el espacio, es decir, utilizando lo humano. Este es uno de los conte­nidos centrales del segundo tomo del tercer volumen; darse cuenta de que el Espíritu usa lo humano quiere decir caer en la cuenta de lo que es el catolicismo.

Lo que genera presencia y misión es la fidelidad al carisma; por esa fidelidad al carisma nace la experiencia y se produce
un desarrollo humano con capacidad de presencia.

El «genio» característico del carisma del movimiento es metodológico, pedagó­gico. El movimiento surgió por la preocu­pación de que los jóvenes conocieran a Cris­to de tal manera que su presencia resultara persuasiva para ellos.

El método del movimiento está indicado en la palabra «acontecimiento»: revelar la presencia de Cristo como acontecimiento presente. Pues Cristo, en efecto, se revela de modo persuasivo en un acontecimiento presente. La metodología del movimiento reside por entero en sustituir categorías repetidas o un discurso reiterado por el encuentro con un acontecimiento

La moralidad nace como una tensión para que la vida sea penetrada por el acontecimiento con el que nos hemos encontra­do y que nos ha envuelto; una tensión por pertenecer y, consi­guientemente, por confrontarse con lo que es el movimiento.
La compañía se convierte en acontecimiento, y por consiguien­te, en fuente de moralidad, en la medida en que está planteada de manera que resulte más fácil a todos y cada uno confrontar todo lo que se vive con la propuesta del movimiento.

Este es el modo concreto de mantener la relación con el caris­ma: penetrar con un acontecimiento y hacer entrar en el aconteci­miento mismo. El comienzo de este acontecimiento debería ser la responsabilidad personal de quien dirige: que sea seria su relación con lo que dice a los demás. Esto es lo que enciende la vida de la compañía como acontecimiento.

Si se reduce la Escuela de comunidad a las catego­rías de un «discurso», no sirve para desarrollar el movimiento.
Si consiste en un trabajo, en un punto de con­frontación, se convierte en un factor fascinante de acontecimiento.

Lo que se debe comunicar es el entu­siasmo, la belleza de la confrontación. Esta lleva consigo un componente existencialmente dramático, porque si uno se con­fronta tiene que corregirse. Precisamente es esto lo que arrastra educativamente tras uno: sólo merece ser seguido quien, a su vez, sigue.

Lo que no provoca urgencia por cam­biar es falso, aunque se trate de un dis­curso correctamente repetido. La Escuela de comunidad debe hacerse confrontándose seriamente con el texto, y no siguiendo el hilo de las preocu­paciones de cada uno.

¿Cómo puede convertirse la Escuela de comunidad en un punto de confrontación? Ante todo hay que leerla aclarando juntos el significado de las palabras. No con una interpre­tación sino siguiendo literalmente. Se trata de un reverdecer del método escolástico de la Edad Media: una lectura tan textual que los comentarios se hacían al margen. Es necesario que nos hagamos discí­pulos del texto.

En segundo lugar, es necesario dar espacio a ejemplos que permitan comparar lo que se vive con lo que se ha leído. Hay que preguntarse cómo enjuicia la vida lo que se ha leído y tratado de comprender literalmente, cómo enjuicia lo que ha suce­dido el día anterior, lo que está sucediendo en el mundo y en la propia situación.

De este modo la Escuela de comunidad se convierte en un gesto misionero; pues no debe ser un «seminario interno». ¿Cómo puede resultar válida para mí la Escuela de comunidad si no la siento también llena de esperanza prometedora para cual­quiera que me encuentre por la calle, o cualquier compañero de estudio o de trabajo? Si es válida para mí ¿por qué no debe serlo para él? Al proponérsela a otro brota la unidad humana que exis­te entre él y yo, la sed humana común a ambos, y brilla un ancla como respues­ta para mí y para el otro.

Quien conduce la Escuela de comunidad tendría que ser como la fuente de la que mana ese momento como acontecimiento. Y resulta ser ver­daderamente esa fuente, ese manantial, si lo que lee le impacta personalmente a él mismo. Así, con discreción y sin sen­timentalismos, sería oportuno que dije­ra: «Comprendo que este pasaje deter­minado me juzga ante todo a mí». En cambio, si el que conduce la Escuela se dirige a la gente con lo que él piensa, habitúa a que cada uno siga sus propios pensamientos.

La Escuela de comunidad debe ser sentida, vivida y sufrida por quien la conduce, el cual, precisa­mente por ello, deja de ser un «catedrático» y se convierte -como todos los demás- en alguien que busca. Y para que esta búsqueda no sea intelectual debe consistir en una petición. Este buscar y pedir produce un afecto real.

El trabajo de la Escuela de comunidad más que basarse en ges­tos excepcionales, es una tarea de todos los días.
No resulta productivo sustituir el trabajo de la Escuela de comunidad por otras cosas diferentes, imaginadas por uno; ello acu­saría de manera inconsciente la propia incapacidad de hacer la Escuela de comunidad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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