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Huellas N.01, Enero 1993

EL CASO CRISTO

Mirar para creer

Antonio Socci

Se llama «pedagodía del ver». Es la que Jesús utiliza en el capítulo 20 de Juan, que leemos en una traducción equivocada. El padre Igance de La Potterie, jesuita y famoso biblista, lanzó la polémica.

Jesucristo, ¿ha resucitado ver­daderamente de entre los muertos? ¿Se apareció verdaderamente a los suyos en su carne gloriosa, haciendo meter a Tomás la mano en sus heri­das? Son preguntas que surgen en este período no en las academias teológicas sino -lo que quizás jamás había ocurrido- en los periódicos, como un tema candente de actuali­dad.
Es culpa -según monseñor Gian­franco Ravasi, entrevistado por ll Corriere della sera- de una «patulea de periodistas»: nosotros. Para el teólogo de Famiglia cristiana no tie­ne importancia que las investigacio­nes arqueológicas confirmen clamo­rosamente la historicidad de los evangelios. El denuncia el hecho de que «continua de un modo inadecua­do y frenético el interés por el Jesús de la historia». Otro ilustre teólogo, desde las columnas del Avvenire, polemiza así: «se percibe cierta afir­mación de la "carne" de Cristo, aso­ciada a una retórica "antintelectua­lista", que no tiene nada que ver con la salvación cristiana integral».
Por haber subrayado la historici­dad y la fisicidad de la resurrección y de las apariciones de Jesús, dos importantes teólogos alemanes, Wal­ter Kasper y Karl Lehmann, nos han acusado de "grosería". Siguen a Karl Rahner, para quien las apariciones pascuales no son vistas «como expe­riencia casi groseramente sensible». Campeón de este "centrismo" teoló­gico es Raymond Brown, que está entre los más famosos biblistas cató­licos americanos, y editor del Comentario bíblico san Jerónimo, que hace poco ha vuelto a publicar en Queriniana La concepción virgi­nal y la resurrección corpórea de Jesús.
La pregunta es la siguiente: ¿la resurrección de Jesús es o no es un hecho, «el acontecimiento único y tremendo que hace de quicio para toda la historia humana» (Pablo VI)? Y las apariciones ¿son hechos histó­ricos de los que existen testigos ocu­lares o no? El Padre lgnace de la Potterie, consultor del Ex Santo Ofi­cio y conocido experto del evangelio de Juan, ha aceptado responder a estas preguntas. La conversación comienza con una revelación curio­sa. En las Biblias actualmente en cir­culación -por ejemplo en la versión litúrgica- al final del episodio de santo Tomás se leen estas palabras de Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). El Padre de la Potterie habla de una traducción equivocada. Volveremos más ade­lante sobre este hecho. «En el evan­gelio de san Juan», prosigue el jesui­ta del Instituto Bíblico, «el verbo "ver" tiene una importancia funda­mental. Y especialmente en todo el capítulo 20, el de las apariciones del Resucitado, el evangelista insiste en el "ver" como primer paso indispen­sable para llegar a creer. En pocas líneas encontramos 13 veces este verbo. Al comienzo hay un ver sen­sible que después conduce a la con­templación; en la profundidad de lo visible se toca el Misterio. Hay, por tanto, un desarrollo del ver, y es Jesús mismo quien enseña a los suyos a mirar, es su método pedagó­gico».

Ravasi, en la entrevista del Corriere, ataca así: «Apartando el dato trascendente en favor del histórico se cumple una opera­ción monofisita, se reduce a Jesús a una sola naturaleza, la humana. Una investigación meramente histórica, por tanto, es ilegítima desde el punto de vista teológico»
Pero ¿con qué derecho se pretende imputar a estos creyentes ese "sólo" de sabor herético (recuerda el "sola fide" de Lutero) acusándoles además de monofisismo? ¿Quién ha hablado nunca de sólo el Jesús de la historia? No sólo, sino también. El problema es que parece que hoy se quiere eli­minar la historia. ¡Esto sí que es monofisismo!

San Agustín comenta el episo­dio de Santo Tomás diciendo: «Tocó la humanidad, reconoció la divinidad: tocó la carne, fijó el ojo sobre el Verbo, porque el Verbo se ha hecho carne y habi­tó entre nosotros».
Cierto. Ver al hombre fue necesario para reconocer a Dios. En la última Cena Jesús dice: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Es el versículo central del cuarto Evangelio. Ver físicamente a Jesús no bastaba, obviamente, también sus enemigos los veían y, sin embargo, lo consideraban simplemente como un hombre de Nazaret, más aún, como un impostor. Pero ver y oir físicamente a Jesús, un hombre con un rostro, una carne, era indispensa­ble para llegar progresivamente a contemplar en Él, con los ojos de la fe, al Hijo de Dios, es decir, para descubrir en Él al Verbo hecho car­ne. Es Jesús el que, con las palabras, los gestos, los milagros, con toda su presencia, introduce en el Misterio y conduce del "ver" un hombre de car­ne al reconocer en aquella carne al Verbo de Dios. El "ver" físico, para todo el evangelio, es la vía de acceso al Misterio. Esta pedagogía del ver se hace explícita -es Jesús mismo quien la explica- en el capítulo 20. Y hasta ahora pocos parecen haberlo comprendido.

Entonces, qué se puede descu­brir...
El punto de partida es lo que se ve con nuestros ojos de carne: se comienza con los signos, como el sepulcro vacío, el jardinero, un hombre real con el que se encuentra María Magdalena, al que después reconoce como Jesús... Es un proce­so. También el verbo ver: en primer lugar el verbo griego blepo, que quiere decir advertir, notar algo. Después theorein que encontramos utilizado para la Magdalena y quiere decir mirar atentamente, observar. Después el verbo horan, en perfecto griego que expresa la forma perfecta del verbo ver y que yo traduciría «ahora veo perfectamente, contemplo el sentido profundo de lo que veo». Por tanto, del advertir algo a la contemplación del Misterio de Dios en la realidad visible, ésta es la dinámica de la primera fe cristiana, según los Evangelios.

Es una historia relatada a través de los ojos de los apóstoles.
Ciertamente. Sin embargo, el evan­gelista busca describir, en los prime­ros testimonios de la resurrección, la profundización progresiva de su mirada sobre Jesús. El simple ble­pein (advertir) del comienzo, se convierte en una mirada atenta (theorein), pero la plenitud de la fe pascual se expresa sólo con el verbo en perfecto (heoraka ton Kyrion). «He visto al Señor» como anuncia la Magdalena a los discípulos.

¿Se ha preocupado el evangelis­ta por todos los particulares de este capítulo?
El capítulo está construido de mane­ra concéntrica. Primer episodio: los dos apóstoles, Pedro y Juan, en el sepulcro (vv. 1-10). Segundo: la apa­rición a la Magdalena (vv. 11-18). Tercero: la aparición a los discípulos sin Tomás (vv. 19-25). Finalmente, el cuarto: la aparición en presencia de Tomás (vv. 26-29). El primer epi­sodio es paralelo al cuarto, y el segundo al tercero. Esta estructura subraya que la fe en Cristo resucita­do se basa sobre el testimonio «de aquellos que han visto el sepulcro vacío y al Señor vivo». Son palabras del padre Mollat. Hoy ya no se habla muy frecuentemente así.

Hoy se hacen muchas distincio­nes sobre el carácter físico del Resucitado, hasta llegar a teori­zar que «si el cuerpo de Jesús se corrompió en la tumba y por tanto su victoria sobre la muerte no implicó una resurrección cor­pórea» (Brown) cambia sólo el significado teológico. Y sin embargo, tomando al pie de la letra a san Juan, Jesús vuelve entre los suyos con su carne, y con sus heridas que Tomás pue­de tocar.
En efecto, la resurrección de la carne no es un mito, no es un «theolegu­menon», es decir, un puro significa­do teológico. Es sobre todo un «hecho» como dijo Pablo VI en el Congreso sobre la Resurrección en 1970. Y sin embargo, el Señor, glo­rioso tambien en su cuerpo, no está limitado por el tiempo y el espacio. Tras haber ido al Padre ya no tiene los límites del hombre de antes, sien­do la misma persona: es el Señor resucitado. Por ello, a pesar de las puertas cerradas, entra y se pone en medio de ellos. Jesús había prometi­do muchas veces «yo vuelvo en medio de vosotros». Y esto prepara el nuevo modo de su presencia en la Iglesia, Jesucristo ya resucitado, per­manecerá misteriosamente presente, entre nosotros. De esta presencia futura, invisible y permanente, las apariciones del Resucitado visible, pero misterioso, son a un tiempo anuncio y signo.

Según Ravasi «es necesario dis­tinguir entre el apóstol y el evan­gelista anónimo». Gran parte de los exegetas católicos piensan así. También Brown: «los evan­gelistas pertenecen a la segunda generación de cristianos y no fueron ellos mismos testigos ocu­lares». Y añade que la Carta de Pablo a los corintios es «el único testimonio de la resurrección del Nuevo Testamento, escrito por uno que sostiene haber visto a Jesús». ¿Por qué motivo se afir­ma que «es necesario hacer esta distinción»?
¿Donde acaban los evangelios y, entre ellos, el de san Juan? ¿Todo es un mito? Este evangelio es sobre todo el testimonio de uno que «ha visto». Que se relea, antes de escri­bir esas cosas, el prólogo de la Pri­mera Carta de Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nues­tros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida, (pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anuncia­mos la Vida eterna, que estaba vuel­ta hacia el Padre y que se nos mani­festó), lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos».

Entonces, ¿a qué se refiere el testimonio de Juan?
Limitémonos a las apariciones pas­cuales. El primer episodio, Pedro y Juan hacia el sepulcro, la tumba vacía, las vendas y Juan que «comenzó a creer» (no "creyó" como dice la traducción normativa, porque enseguida añade: «en efecto, no habían comprendido todavía la Escritura»). Es la fe inicial del discí­pulo que Jesús amaba. También en el caso de la Magdalena es muy cla­ra la purificación progresiva de su mirada. Cuando reconoce a aquel hombre dice «¡Maestro, eres tú!». No, ya no es el maestro de antes. María está ligada a la vieja imagen que tenía de Él. Pero después acepta el reconocimiento de la fe: es el Señor resucitado. Es Él mismo quien se lo dice. Entonces comprende: Jesús, siendo la misma persona, ya no es como antes.

Después la aparición a los discí­pulos sin Tomás.
Los discípulos están llenos de gozo «por ver al Señor». Dirán a Tomás: «hemos visto al Señor». Le habían reconocido antes de que abriese la boca, porque habían aceptado el tes­timonio de la Magdalena. Es muy importante saber aceptar una cosa por testimonio. Es lo que Tomás no hace. El desconfía del testimonio de sus amigos. Jesús quería educar su mirada así: la primera etapa es el ver físico, los signos, después el ver por un testimonio, y finalmente ver y contemplar con la mirada transfor­mada por el Espíritu que permite acoger el sentido de las cosas, la rea­lidad en toda su profundidad.

¿Es esto lo que Jesús reprocha a Tomás, no haberse fiado?
Es muy importante el episodio de Tomás. También él pertenece al grupo de los doce, es decir, a aque­llos que debían ver físicamente al Señor resucitado y dar testimonio de ello ante la historia y la humanidad. Pero también a él, inicialmente, se le pide creer por el testimonio, igual que los otros habían creído por el testimonio de la Magdalena (y como se nos pide a nosotros). No fiarse del testimonio: aquí radica el error de Tomás.

Llegamos al famoso versículo 29: «Porque me has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto». Jesús mismo parece que se opone a la necesi­dad del hombre de ver. Parece que pide una fe ciega.
No. Ese verbo no está en futuro, como se interpreta. Tanto en el tex­to griego como en la Vulgata latina el verbo está en aoristo (tiempo pasado): «Tú has creído porque has visto» dice Jesús a Tomás, «dicho­sos los que sin haber visto (sin haberme visto, directamente,) han creído». Tomás tendría que haberse fiado ya del testimonio de los otros, los cuales habían creído en el testi­monio de la Magdalena. Hay un camino por hacer para cada uno.

Entonces, ¿el verbo en pasado se refiere a los apóstoles?
Sí, y, más concretamente, al discípu­lo amado. Él «ha comenzado a creer» («Vidi et credidi», 20, 8). Ha comenzado a creer con los signos.

No se pide, por tanto, una fe ciega...
Exacto. Es la bienaventu­ranza prometida a quien comienza a creer a partir de los signos y da crédito al testimonio.

¿Porque se ha cambia­do el tiempo de ese ver­bo?
Porque de un modo inme­diato se piensa en los cre­yentes de la Iglesia. Es típi­co el caso de Bultmann, que traduce al presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En la tra­ducción italiana de Pauli­nas, G. Segalla comenta: «Se debe llegar a la fe, pero sin la pretensión de Tomás: la referencia es para los futuros creyentes». Pero el verbo estaba en pasado, no en futuro como lo com­prenden Schnackenburg y la edición italiana de la Biblia de Jerusalén.

Y de este modo se acep­ta también la interpre­tación de Bultmann.
Indirectamente sí. Si se tra­duce en futuro ese verbo, entonces Bultmann puede interpretar la frase de Jesús «como una crítica radical de los "signos" y de las apariciones pascuales y como una apología de la fe privada de todo apoyo externo» (D. Mollat). Se trata exactamente de lo contrario. Lo que se le reprocha a Tomás, no es haber visto a Jesús, ya que Jesús mismo ha que­rido manifestársele. El reproche cae sobre el hecho de que Tomás no ha querido, al principio, dar crédito al anuncio de los discípulos. Y ha que­rido poner y definir él mismo las condiciones de la fe. Sin embargo, Jesús accede a su deseo y se deja tocar, pero le invita formalmente a superar esa posición equívoca y peli­grosa en la que estaba.

La interpretación de Bultmann ha creado escuela entre los cató­licos.
Esto se percibe, sobre todo, en el embarazo que tienen algunos cuan­do deben tratar las apariciones pascuales. Dice Bultmann: «Las apari­ciones a los discípulos representan una concesión a su debilidad. En el fondo no serían necesarias». Hay aquí una crítica radical al valor de los relatos pascuales, a los que se les da un valor muy relativo. Estos - para Bultmann y muchos seguido­res contemporáneos- «no deben ser comprendidos como relatos de acontecimientos históricos, de modo que se induzca al lector inge­nuo a querer tener también él la misma experiencia, y tampoco como sustitutivos de dicho ver, por­que se quiere tener una garantía de la resurrección». En suma, nos encontramos con la posición protes­tante en toda su pureza: la fe ciega ( «sola fide» ).

Entonces, para Bultmann y los otros, ¿qué son estos relatos?
Dice Bultmann: «Son sólo imágenes simbólicas para la comunidad en la que está el que ha ido al Padre». Y entonces, la resurrección física de Jesús ¿qué fin tiene? Un puro símbo­lo. Pero si ese versículo final quiere decir que todas las apariciones no sirven para nada, entonces ¿por qué el evangelista las relata? Si Bult­mann tuviese razón, el reproche de Jesús estaría dirigido a todos los dis­cípulos y también a la Magdalena, pues ellos también han creído «por­que han visto».

En cambio Jesús parece querer enseñar a Tomás a ''mirar" con la inteligencia de Juan en el sepulcro.
Exactamente. En efecto, hay un paralelismo estructural entre los dos episodios y Jesús dice «Dichosos los que no han visto» (a mí), y sin embargo «han comenzado a creer» viendo los signos. Se trata de Juan (y Pedro) cuando ha encontrado el sepulcro vacío (20, 8).

¿Jesús, entonces subraya la importancia de «advertir» los signos y dar crédito al testimo­nio?
Esta es su pedagogía. El mismo Agustín enseña este camino: del ver físico al contemplar el misterio. Y para el Concilio de Calcedonia Jesús es verdadero hombre y verda­dero Dios. Entonces el ver físico es decisivo, porque también los testi­monios están fundados en un hecho histórico visto.

De este modo, en el origen de la fe hay signos reales que se pue­den "advertir" y testimonios. Ya san Atanasio invitaba a su inter­locutor a creer en la resurrec­ción de Cristo «gracias a lo que acontece ante sus ojos ... gracias a lo que veis».
Con Atanasio todos los Padres de la Iglesia. La fe cristiana es un camino de la mirada y -diría- también lo es la exégesis. No estoy del todo de acuer­do con el padre De Lubac, cuando al final de Exégesis Medieval, sostiene que el modo de aproximación de los Padres es ya una cosa del pasado. Especialmente el capítulo 20º de san Juan me parece que invita a la antigua y bellísima práctica cristiana de la contemplación de las escenas evangé­licas. Ignacio de Loyola, al inicio de la edad moderna, sostuvo esta appli­catio sensuum en sus ejercicios espiri­tuales: nos invita a mirar, contemplar, ver, tocar ... Sabemos que estaba muy impresionado por una página de Ludolfo de Sajonia.

¿Quién era?
Un monje cartujo (muerto en 1377) que escribió la primera Vida de Cris­to, obra famosísima que ha tenido más de 400 ediciones. En el prólogo de esta Vita Jesu Christi, Ludolfo se dirige así al lector: «Si quieres recibir algún fruto de estos relatos, busca, con todo el afecto de tu mente, gus­tándolos lentamente... hacerte total­mente presente en todas las cosas dichas y hechas por el Señor Jesús... meditarlas como si sucediesen en el presente, y gustaras más su dulzura». Del mismo modo, san Ignacio, para el misterio de la Navidad, invita a contemplar el misterio de la Encarna­ción en aquel niño para gustar «infi­nitam dulcedinem divinitatis». Es así como los santos nos enseñan a estar presentes en las escenas de los Evan­gelios, y a mirar, a contemplar. Así «miraban» los acontecimientos de la vida de Jesús, tanto María como el discípulo amado.

Traducido por Gabriel Richi

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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