Se llama «pedagodía del ver». Es la que Jesús utiliza en el capítulo 20 de Juan, que leemos en una traducción equivocada. El padre Igance de La Potterie, jesuita y famoso biblista, lanzó la polémica.
Jesucristo, ¿ha resucitado verdaderamente de entre los muertos? ¿Se apareció verdaderamente a los suyos en su carne gloriosa, haciendo meter a Tomás la mano en sus heridas? Son preguntas que surgen en este período no en las academias teológicas sino -lo que quizás jamás había ocurrido- en los periódicos, como un tema candente de actualidad.
Es culpa -según monseñor Gianfranco Ravasi, entrevistado por ll Corriere della sera- de una «patulea de periodistas»: nosotros. Para el teólogo de Famiglia cristiana no tiene importancia que las investigaciones arqueológicas confirmen clamorosamente la historicidad de los evangelios. El denuncia el hecho de que «continua de un modo inadecuado y frenético el interés por el Jesús de la historia». Otro ilustre teólogo, desde las columnas del Avvenire, polemiza así: «se percibe cierta afirmación de la "carne" de Cristo, asociada a una retórica "antintelectualista", que no tiene nada que ver con la salvación cristiana integral».
Por haber subrayado la historicidad y la fisicidad de la resurrección y de las apariciones de Jesús, dos importantes teólogos alemanes, Walter Kasper y Karl Lehmann, nos han acusado de "grosería". Siguen a Karl Rahner, para quien las apariciones pascuales no son vistas «como experiencia casi groseramente sensible». Campeón de este "centrismo" teológico es Raymond Brown, que está entre los más famosos biblistas católicos americanos, y editor del Comentario bíblico san Jerónimo, que hace poco ha vuelto a publicar en Queriniana La concepción virginal y la resurrección corpórea de Jesús.
La pregunta es la siguiente: ¿la resurrección de Jesús es o no es un hecho, «el acontecimiento único y tremendo que hace de quicio para toda la historia humana» (Pablo VI)? Y las apariciones ¿son hechos históricos de los que existen testigos oculares o no? El Padre lgnace de la Potterie, consultor del Ex Santo Oficio y conocido experto del evangelio de Juan, ha aceptado responder a estas preguntas. La conversación comienza con una revelación curiosa. En las Biblias actualmente en circulación -por ejemplo en la versión litúrgica- al final del episodio de santo Tomás se leen estas palabras de Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). El Padre de la Potterie habla de una traducción equivocada. Volveremos más adelante sobre este hecho. «En el evangelio de san Juan», prosigue el jesuita del Instituto Bíblico, «el verbo "ver" tiene una importancia fundamental. Y especialmente en todo el capítulo 20, el de las apariciones del Resucitado, el evangelista insiste en el "ver" como primer paso indispensable para llegar a creer. En pocas líneas encontramos 13 veces este verbo. Al comienzo hay un ver sensible que después conduce a la contemplación; en la profundidad de lo visible se toca el Misterio. Hay, por tanto, un desarrollo del ver, y es Jesús mismo quien enseña a los suyos a mirar, es su método pedagógico».
Ravasi, en la entrevista del Corriere, ataca así: «Apartando el dato trascendente en favor del histórico se cumple una operación monofisita, se reduce a Jesús a una sola naturaleza, la humana. Una investigación meramente histórica, por tanto, es ilegítima desde el punto de vista teológico»
Pero ¿con qué derecho se pretende imputar a estos creyentes ese "sólo" de sabor herético (recuerda el "sola fide" de Lutero) acusándoles además de monofisismo? ¿Quién ha hablado nunca de sólo el Jesús de la historia? No sólo, sino también. El problema es que parece que hoy se quiere eliminar la historia. ¡Esto sí que es monofisismo!
San Agustín comenta el episodio de Santo Tomás diciendo: «Tocó la humanidad, reconoció la divinidad: tocó la carne, fijó el ojo sobre el Verbo, porque el Verbo se ha hecho carne y habitó entre nosotros».
Cierto. Ver al hombre fue necesario para reconocer a Dios. En la última Cena Jesús dice: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Es el versículo central del cuarto Evangelio. Ver físicamente a Jesús no bastaba, obviamente, también sus enemigos los veían y, sin embargo, lo consideraban simplemente como un hombre de Nazaret, más aún, como un impostor. Pero ver y oir físicamente a Jesús, un hombre con un rostro, una carne, era indispensable para llegar progresivamente a contemplar en Él, con los ojos de la fe, al Hijo de Dios, es decir, para descubrir en Él al Verbo hecho carne. Es Jesús el que, con las palabras, los gestos, los milagros, con toda su presencia, introduce en el Misterio y conduce del "ver" un hombre de carne al reconocer en aquella carne al Verbo de Dios. El "ver" físico, para todo el evangelio, es la vía de acceso al Misterio. Esta pedagogía del ver se hace explícita -es Jesús mismo quien la explica- en el capítulo 20. Y hasta ahora pocos parecen haberlo comprendido.
Entonces, qué se puede descubrir...
El punto de partida es lo que se ve con nuestros ojos de carne: se comienza con los signos, como el sepulcro vacío, el jardinero, un hombre real con el que se encuentra María Magdalena, al que después reconoce como Jesús... Es un proceso. También el verbo ver: en primer lugar el verbo griego blepo, que quiere decir advertir, notar algo. Después theorein que encontramos utilizado para la Magdalena y quiere decir mirar atentamente, observar. Después el verbo horan, en perfecto griego que expresa la forma perfecta del verbo ver y que yo traduciría «ahora veo perfectamente, contemplo el sentido profundo de lo que veo». Por tanto, del advertir algo a la contemplación del Misterio de Dios en la realidad visible, ésta es la dinámica de la primera fe cristiana, según los Evangelios.
Es una historia relatada a través de los ojos de los apóstoles.
Ciertamente. Sin embargo, el evangelista busca describir, en los primeros testimonios de la resurrección, la profundización progresiva de su mirada sobre Jesús. El simple blepein (advertir) del comienzo, se convierte en una mirada atenta (theorein), pero la plenitud de la fe pascual se expresa sólo con el verbo en perfecto (heoraka ton Kyrion). «He visto al Señor» como anuncia la Magdalena a los discípulos.
¿Se ha preocupado el evangelista por todos los particulares de este capítulo?
El capítulo está construido de manera concéntrica. Primer episodio: los dos apóstoles, Pedro y Juan, en el sepulcro (vv. 1-10). Segundo: la aparición a la Magdalena (vv. 11-18). Tercero: la aparición a los discípulos sin Tomás (vv. 19-25). Finalmente, el cuarto: la aparición en presencia de Tomás (vv. 26-29). El primer episodio es paralelo al cuarto, y el segundo al tercero. Esta estructura subraya que la fe en Cristo resucitado se basa sobre el testimonio «de aquellos que han visto el sepulcro vacío y al Señor vivo». Son palabras del padre Mollat. Hoy ya no se habla muy frecuentemente así.
Hoy se hacen muchas distinciones sobre el carácter físico del Resucitado, hasta llegar a teorizar que «si el cuerpo de Jesús se corrompió en la tumba y por tanto su victoria sobre la muerte no implicó una resurrección corpórea» (Brown) cambia sólo el significado teológico. Y sin embargo, tomando al pie de la letra a san Juan, Jesús vuelve entre los suyos con su carne, y con sus heridas que Tomás puede tocar.
En efecto, la resurrección de la carne no es un mito, no es un «theolegumenon», es decir, un puro significado teológico. Es sobre todo un «hecho» como dijo Pablo VI en el Congreso sobre la Resurrección en 1970. Y sin embargo, el Señor, glorioso tambien en su cuerpo, no está limitado por el tiempo y el espacio. Tras haber ido al Padre ya no tiene los límites del hombre de antes, siendo la misma persona: es el Señor resucitado. Por ello, a pesar de las puertas cerradas, entra y se pone en medio de ellos. Jesús había prometido muchas veces «yo vuelvo en medio de vosotros». Y esto prepara el nuevo modo de su presencia en la Iglesia, Jesucristo ya resucitado, permanecerá misteriosamente presente, entre nosotros. De esta presencia futura, invisible y permanente, las apariciones del Resucitado visible, pero misterioso, son a un tiempo anuncio y signo.
Según Ravasi «es necesario distinguir entre el apóstol y el evangelista anónimo». Gran parte de los exegetas católicos piensan así. También Brown: «los evangelistas pertenecen a la segunda generación de cristianos y no fueron ellos mismos testigos oculares». Y añade que la Carta de Pablo a los corintios es «el único testimonio de la resurrección del Nuevo Testamento, escrito por uno que sostiene haber visto a Jesús». ¿Por qué motivo se afirma que «es necesario hacer esta distinción»?
¿Donde acaban los evangelios y, entre ellos, el de san Juan? ¿Todo es un mito? Este evangelio es sobre todo el testimonio de uno que «ha visto». Que se relea, antes de escribir esas cosas, el prólogo de la Primera Carta de Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida, (pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó), lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos».
Entonces, ¿a qué se refiere el testimonio de Juan?
Limitémonos a las apariciones pascuales. El primer episodio, Pedro y Juan hacia el sepulcro, la tumba vacía, las vendas y Juan que «comenzó a creer» (no "creyó" como dice la traducción normativa, porque enseguida añade: «en efecto, no habían comprendido todavía la Escritura»). Es la fe inicial del discípulo que Jesús amaba. También en el caso de la Magdalena es muy clara la purificación progresiva de su mirada. Cuando reconoce a aquel hombre dice «¡Maestro, eres tú!». No, ya no es el maestro de antes. María está ligada a la vieja imagen que tenía de Él. Pero después acepta el reconocimiento de la fe: es el Señor resucitado. Es Él mismo quien se lo dice. Entonces comprende: Jesús, siendo la misma persona, ya no es como antes.
Después la aparición a los discípulos sin Tomás.
Los discípulos están llenos de gozo «por ver al Señor». Dirán a Tomás: «hemos visto al Señor». Le habían reconocido antes de que abriese la boca, porque habían aceptado el testimonio de la Magdalena. Es muy importante saber aceptar una cosa por testimonio. Es lo que Tomás no hace. El desconfía del testimonio de sus amigos. Jesús quería educar su mirada así: la primera etapa es el ver físico, los signos, después el ver por un testimonio, y finalmente ver y contemplar con la mirada transformada por el Espíritu que permite acoger el sentido de las cosas, la realidad en toda su profundidad.
¿Es esto lo que Jesús reprocha a Tomás, no haberse fiado?
Es muy importante el episodio de Tomás. También él pertenece al grupo de los doce, es decir, a aquellos que debían ver físicamente al Señor resucitado y dar testimonio de ello ante la historia y la humanidad. Pero también a él, inicialmente, se le pide creer por el testimonio, igual que los otros habían creído por el testimonio de la Magdalena (y como se nos pide a nosotros). No fiarse del testimonio: aquí radica el error de Tomás.
Llegamos al famoso versículo 29: «Porque me has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto». Jesús mismo parece que se opone a la necesidad del hombre de ver. Parece que pide una fe ciega.
No. Ese verbo no está en futuro, como se interpreta. Tanto en el texto griego como en la Vulgata latina el verbo está en aoristo (tiempo pasado): «Tú has creído porque has visto» dice Jesús a Tomás, «dichosos los que sin haber visto (sin haberme visto, directamente,) han creído». Tomás tendría que haberse fiado ya del testimonio de los otros, los cuales habían creído en el testimonio de la Magdalena. Hay un camino por hacer para cada uno.
Entonces, ¿el verbo en pasado se refiere a los apóstoles?
Sí, y, más concretamente, al discípulo amado. Él «ha comenzado a creer» («Vidi et credidi», 20, 8). Ha comenzado a creer con los signos.
No se pide, por tanto, una fe ciega...
Exacto. Es la bienaventuranza prometida a quien comienza a creer a partir de los signos y da crédito al testimonio.
¿Porque se ha cambiado el tiempo de ese verbo?
Porque de un modo inmediato se piensa en los creyentes de la Iglesia. Es típico el caso de Bultmann, que traduce al presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En la traducción italiana de Paulinas, G. Segalla comenta: «Se debe llegar a la fe, pero sin la pretensión de Tomás: la referencia es para los futuros creyentes». Pero el verbo estaba en pasado, no en futuro como lo comprenden Schnackenburg y la edición italiana de la Biblia de Jerusalén.
Y de este modo se acepta también la interpretación de Bultmann.
Indirectamente sí. Si se traduce en futuro ese verbo, entonces Bultmann puede interpretar la frase de Jesús «como una crítica radical de los "signos" y de las apariciones pascuales y como una apología de la fe privada de todo apoyo externo» (D. Mollat). Se trata exactamente de lo contrario. Lo que se le reprocha a Tomás, no es haber visto a Jesús, ya que Jesús mismo ha querido manifestársele. El reproche cae sobre el hecho de que Tomás no ha querido, al principio, dar crédito al anuncio de los discípulos. Y ha querido poner y definir él mismo las condiciones de la fe. Sin embargo, Jesús accede a su deseo y se deja tocar, pero le invita formalmente a superar esa posición equívoca y peligrosa en la que estaba.
La interpretación de Bultmann ha creado escuela entre los católicos.
Esto se percibe, sobre todo, en el embarazo que tienen algunos cuando deben tratar las apariciones pascuales. Dice Bultmann: «Las apariciones a los discípulos representan una concesión a su debilidad. En el fondo no serían necesarias». Hay aquí una crítica radical al valor de los relatos pascuales, a los que se les da un valor muy relativo. Estos - para Bultmann y muchos seguidores contemporáneos- «no deben ser comprendidos como relatos de acontecimientos históricos, de modo que se induzca al lector ingenuo a querer tener también él la misma experiencia, y tampoco como sustitutivos de dicho ver, porque se quiere tener una garantía de la resurrección». En suma, nos encontramos con la posición protestante en toda su pureza: la fe ciega ( «sola fide» ).
Entonces, para Bultmann y los otros, ¿qué son estos relatos?
Dice Bultmann: «Son sólo imágenes simbólicas para la comunidad en la que está el que ha ido al Padre». Y entonces, la resurrección física de Jesús ¿qué fin tiene? Un puro símbolo. Pero si ese versículo final quiere decir que todas las apariciones no sirven para nada, entonces ¿por qué el evangelista las relata? Si Bultmann tuviese razón, el reproche de Jesús estaría dirigido a todos los discípulos y también a la Magdalena, pues ellos también han creído «porque han visto».
En cambio Jesús parece querer enseñar a Tomás a ''mirar" con la inteligencia de Juan en el sepulcro.
Exactamente. En efecto, hay un paralelismo estructural entre los dos episodios y Jesús dice «Dichosos los que no han visto» (a mí), y sin embargo «han comenzado a creer» viendo los signos. Se trata de Juan (y Pedro) cuando ha encontrado el sepulcro vacío (20, 8).
¿Jesús, entonces subraya la importancia de «advertir» los signos y dar crédito al testimonio?
Esta es su pedagogía. El mismo Agustín enseña este camino: del ver físico al contemplar el misterio. Y para el Concilio de Calcedonia Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios. Entonces el ver físico es decisivo, porque también los testimonios están fundados en un hecho histórico visto.
De este modo, en el origen de la fe hay signos reales que se pueden "advertir" y testimonios. Ya san Atanasio invitaba a su interlocutor a creer en la resurrección de Cristo «gracias a lo que acontece ante sus ojos ... gracias a lo que veis».
Con Atanasio todos los Padres de la Iglesia. La fe cristiana es un camino de la mirada y -diría- también lo es la exégesis. No estoy del todo de acuerdo con el padre De Lubac, cuando al final de Exégesis Medieval, sostiene que el modo de aproximación de los Padres es ya una cosa del pasado. Especialmente el capítulo 20º de san Juan me parece que invita a la antigua y bellísima práctica cristiana de la contemplación de las escenas evangélicas. Ignacio de Loyola, al inicio de la edad moderna, sostuvo esta applicatio sensuum en sus ejercicios espirituales: nos invita a mirar, contemplar, ver, tocar ... Sabemos que estaba muy impresionado por una página de Ludolfo de Sajonia.
¿Quién era?
Un monje cartujo (muerto en 1377) que escribió la primera Vida de Cristo, obra famosísima que ha tenido más de 400 ediciones. En el prólogo de esta Vita Jesu Christi, Ludolfo se dirige así al lector: «Si quieres recibir algún fruto de estos relatos, busca, con todo el afecto de tu mente, gustándolos lentamente... hacerte totalmente presente en todas las cosas dichas y hechas por el Señor Jesús... meditarlas como si sucediesen en el presente, y gustaras más su dulzura». Del mismo modo, san Ignacio, para el misterio de la Navidad, invita a contemplar el misterio de la Encarnación en aquel niño para gustar «infinitam dulcedinem divinitatis». Es así como los santos nos enseñan a estar presentes en las escenas de los Evangelios, y a mirar, a contemplar. Así «miraban» los acontecimientos de la vida de Jesús, tanto María como el discípulo amado.
Traducido por Gabriel Richi
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón