En el periódico italiano La Repubblica de hace algunos domingos Eugenio Scalfari ha dedicado un amplio editorial aparentemente al «caso Galileo».
Aparentemente, porque el artículo tiende en realidad a sostener que, si la ciencia consigue demostrar que toda la realidad está gobernada por la casualidad (y no por el principio de causa-efecto), ya no habrá espacio para hablar de destino, de misterio, de Dios. El artículo se titula: «Si Dios se rinde a la casualidad».
Pero, ¿por qué la «casualidad» debe excluir siempre a Dios? Todos experimentamos la casualidad, algo que de improviso e imperceptiblemente -sin que lo podamos calcular y definir penetra en nuestra existencia y la determina, la cambia, la mueve. La palabra «casualidad» define algo cuya presencia no se puede explicar a nuestros ojos que la miran.
Aquí se sitúa la oposición de la razón: o decide la absurdidad total de cada acontecimiento, de cada encuentro, de cada hecho (y, en definitiva, decide la inconsistencia última de la propia constitución que es exigencia de comprender) o si no, reconoce su estructura última de apertura total sobre un dato del cual no es dueña, pero que acepta, y del que toma impulso para la propia acción. El discriminante es, en definitiva, el concepto de razón: o jaula cerrada o ventana abierta de par en par.
De todos modos, también está el hecho de que ningún hombre puede vivir -ni siquiera levantarse por la mañana de la cama- sin una hipótesis positiva. Si no es el misterio, serán las propias opiniones y las propias interpretaciones de la realidad (que, después, más que propias serán aquellas decididas por quienes ostentan el poder de determinar la mentalidad y las costumbres).
Una última anotación: también el acontecimiento cristiano, que ha dado significado a toda la historia, ha sucedido con las características exteriores de un fenómeno casual: un niño en el seno de una mujer.
Pero para los sencillos de corazón -para quien tiene la razón «abierta»- aquel nacimiento casual es el inicio de una familiaridad impensable con el misterio. O con la casualidad, si preferís.
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