La acogida. Expresión exuberante de una gratuidad recibida
EXISTE OTRO MODO de estar en el mundo: el cristianismo. Este es, en síntesis, el concepto que a uno le viene a la cabeza después de haber encontrado la experiencia de Familias para la acogida. Marido y mujer que han adoptado a un niño seropositivo o cerebralmente dañado; parejas que han abierto sus casas a personas necesitadas, que sufren, solas. Pequeños núcleos que han compartido el drama de los enfermos terminales y el de sus parientes, vapuleados por las calles de ciudades desconocidas e inhóspitas. Decenas e incluso centenares de historias aparentemente normales que en cierto momento se tuercen y se hacen ilegibles sin la lupa de la fe. Para el mundo son locos o héroes. Ninguno de ellos, cuando habla de sí mismo, se reconoce dentro de estas categorías. Y ciertamente no por falsa modestia. Estos hombres y mujeres cuando hablan de su experiencia no presumen en absoluto Han hecho lo que han hecho, paso a paso, sin planificar nada, sin formular teorías. Unicamente han dicho sí en algunos momentos cruciales. Y ahora están llenos de serenidad y rodeados de amigos, las dos cosas que más faltan en el mundo.
El céntuplo
En sus historias se lee, en primer lugar, el céntuplo. Y el céntuplo convive con la fatiga, el dolor, la muerte, con todo lo imprevisible que conlleva la apertura de uno mismo a otro. Saber perder algo a lo que se está muy apegado para hacerse más grandes. Una empresa imposible que se ha realizado para tantas parejas de Milán, Florencia, Bolonia, Verona. Hablar de ello, aunque sea brevemente, ayuda a comprender la genialidad del movimiento. Vittorio y Vittoria Versace, milaneses, él abogado y ella ama de casa, explican con claridad lo que significa acoger a otro distinto: «El extraño en casa es una gran ocasión para la conversión. Para nosotros siempre ha supuesto un factor de equilibrio y un paso educativo de gran importancia. Sencillamente necesitamos del otro y el otro nos necesita. Después, en el contacto del día a día, descubres que el adulto que hospedas en casa es signo de Otro con la o mayúscula y te encuentras cambiado junto a tu huésped. Es una experiencia que hemos vivido más de una vez desde que en 1983 acogimos por primera vez a una persona, una madre soltera, que se quedó con nosotros cuatro meses. En seguida la relación con ella se reveló límpida, natural, importante. En resumen, algo totalmente distinto de lo que pensábamos antes de embarcarnos en esta empresa. Acabábamos de salir hacía poco del referéndum sobre el aborto, de las encendidas discusiones, de los discursos sobre temáticas familiares y del trabajo cultural consiguiente. Es decir, el paso de la teoría a la práctica, al aprender a estar primero delante de esta persona y después ante el pequeño hijo. De este modo maduramos una actitud de disponibilidad. Nuestros hijos nos siguieron en el paso sucesivo: la hospitalidad a niños enfermos y a sus familiares alejados de casa. «Nos daba un poco de miedo porque nuestros hijos se encontraban delante de sus coetáneos marcados por la enfermedad: uno sin pelo por la quimioterapia, otro incluso sin una pierna, amputada a causa de un tumor. Sin embargo, han reaccionado bien, empezaron a jugar con los recién llegados, compartieron con ellos algunas semanas de vida. Lentamente, a nuestro alrededor, ha vuelto a florecer la vida de muchas familias de nuestra zona y en cierto momento, gracias a la sensibilidad del párroco ha nacido una pequeña obra: una casa de acogida capaz de hospedar simultáneamente a una quincena de personas, generalmente familiares de enfermos ingresados en el Hospital Besta (ndt.: hospital neurológico) o en el Istituto dei tumori. Pero el nexo, cada vez más fuerte, establecido entre nosotros y los amigos de la Fraternidad ha sido decisivo porque nos ha permitido proseguir por este camino. De hecho, sin un reclamo y una corrección continuos se arriesga a perder la razón del compromiso y quedar bloqueados ante las pruebas difíciles a las que estamos llamados. Una cosa es cierta: no se avanza por generosidad o filantropía. Cuando el dolor se hace demasiado grande, o se tiene un motivo mayor para ayudar al prójimo o se cierran los ojos ante la realidad. Sin embargo, cuando Daniele, un niño al que estábamos particularmente unidos, murió, nosotros, junto a sus padres, reconocimos la mano de Dios. En otra circunstancia, una familia marcada por la muerte nos dió un testimonio de fe ofreciendo el propio dolor para la Iglesia. Estos son los dones más bonitos en el transcurso de la existencia».
Fracasos
La experiencia de la muerte, del fracaso desde un punto de vista mundano, marca a muchas familias de la Asociación, pero no les destruye el tesoro de humanidad y dedicación del que disponen. Nos explica Roberto Zucchetti, economista milanés: «Mi mujer Angela y yo nos tropezamos un día con el límite, con el obstáculo que puede convertirse en maldición las dos veces que decidimos una adopción. En el 85, después de diez años de matrimonio y la seguridad de no poder tener hijos, acogimos en casa a Manuela. Era una niña de casi cuatro años, con una historia de abandono y de violencia a la espalda. Desde el primer momento estaba claro que Manuela no podía sustituir al hijo natural que nunca tuvimos. Hoy en día, de hecho, muchas parejas estériles viven la adopción como el relleno mecánico de un vacío y la solución de los propios problemas.
Sin embargo, Manuela, con su carácter difícil, sus silencios, sus miedos, nos ha obligado a tomar conciencia del paso realizado. El hijo no se te da como una posesión; con mayor razón Manuela, tan pequeña y, sin embargo, tan lejana a nuestro modo de ser. La vida de un hijo se juega entre su libertad y la misericordia de Dios. Tú estás llamado a educarlo, no a otra cosa. Este juicio nos ha permitido vivir con realismo nuestra situación: era y es inútil ilusionarse; el pasado de Manuela, sus fatigas y su dolor no debían y no podían ser cancelados, incluso si ésta fuera la hipótesis más cautivadora y atractiva. La herida que Manuela llevaba dentro existe todavía hoy, aunque a los once años se ha integrado ya con nosotros. Por otro lado, esta conciencia nos ha permitido vivir de la manera más apropiada la dramática historia de Fabio, un recién nacido abandonado que se quedó con nosotros durante un año. Llegó en el 90, se marchó en el 91. Tenía una grave malformación cardiaca y no sobrevivió. Cuando lo adoptamos esperábamos que se curase, pero siempre nos hemos dicho que el hijo es un don de Dios y que a nosotros sólo nos toca acompañarlo mientras se nos confía. ¡Qué pena ver, cuando lo llevábamos de paseo, las reacciones de los conocidos y comerciantes, incapaces de relacionarse con él y con nuestra situación! Cuando murió, el malestar se convirtió en algo incontrolable: el charcutero, todavía hoy, nos rehuye como si estuviéramos apestados. Unicamente en el movimiento y en la Asociación no existen tabús y nos ayudamos recíprocamente. Aún me acuerdo del día en que llegó Fabio, de improviso y anunciado únicamente por una llamada telefónica. Por la tarde el timbre no dejó de sonar: un amigo se presentó con el triciclo, otro con el cambiador y otro con preciosos juguetes. Y pensar que los tutores, en el momento de la adopción, nos preguntaron si sabíamos jugar; porque parece que el 90% de las parejas no son capaces ni siquiera de esto. Esta es precisamente la grandeza de la Asociación: te enseña a responder a las necesidades elementales que van surgiendo. No existe ningún proyecto ideológico detrás de las Familias para la acogida. No se fundaron para ayudar a los niños del Tercer Mundo, ni para seleccionar superparejas, aptas para recoger personas en custodia, ni para resolver problemas sociales y demográficos. Y además las Familias no te evalúan en el momento de la adopción, como por el contrario hacen, por ley, los jueces, los técnicos de la Asistencia Social o los policías. Están a tu lado y mantienen despierto el deseo de Dios».
Una ayuda
De hecho, el origen de la Asociación surgió a partir del siguiente caso: en el 82 el entonces consejero del ayuntamiento de Milán, Peppino Zola, interpela a cuantos en el movimiento se ocupan del tema de custodias a menores. El pequeño grupo se encuentra por primera vez con Zola, después los encuentros se hacen más frecuentes y aquella relación se estabiliza. «Nuestro objetivo siempre ha sido muy claro explica la presidenta Alda Vanoni De Carli-; intentamos acompañar y ayudar a aquellas personas que viven gestos concretos de acogida. Y la acogida del distinto coincide con la experiencia del perdón, gesto supremo que regenera al mundo. Lo bonito es que esta integridad humana florece en la calma, un poco anónima y mediocre, de casa, entre las habituales cuatro paredes, sin estructuras. Nos echamos una mano y de esta historia han nacido muchas pequeñas obras. Por lo demás, el ejemplo de algunas pocas familias ha contagiado a otras muchas. Hoy los socios se acercan a los dos mil en toda Italia».
El prójimo
En algún caso, como en Pescara y en Castel Bolognese, la intuición de algunos implica rápidamente a muchos otros, deja una señal en la dinámica de toda la comunidad, obliga al ambiente que le rodea a una reflexión. En Pescara, el punto de referencia son Marialetizia y Giancarlo Diodati, ella bióloga y él médico. Se casan, tienen dos hijos, viven varias experiencias de custodia y en el 87: el cambio. En el hospital de Pescara, donde trabaja Giancarlo, nace Daniele. Tiene una extraña enfermedad de la piel que puede degenerar en melanoma. Abandonado por todos, parece destinado a la muerte tras una larga permanencia en una cama del hospital. Cuenta Marialetizia: «Pasaban las semanas y nadie se decidía a aceptar a aquella criatura. Mi marido y yo fuimos madurando poco a poco el propósito de quedarnos con Daniele. Nos decíamos que quizás nosotros podríamos sostener aquel peso al tener ya a dos niños sanos. Una mujer sin hijos no habría podido soportar aquella maternidad arriesgada. Y además Daniele, de un modo u otro, había entrado en nuestra historia. Estaba delante de nosotros y nos interpelaba. De este modo vino a casa por algún tiempo; hoy todavía está entre nosotros, forma parte de nuestros hijos. Pero su presencia ha cambiado radicalmente nuestra vida: sabemos que un día nos lo podrán quitar y este hecho nos ha interrogado profundamente. Hemos comprendido que el tiempo que se nos ha asignado es en cualquier modo suficiente para establecer un nexo entre el instante y lo eterno. Al mismo tiempo, la presencia de Daniele ha cambiado la vida de muchas personas a nuestro alrededor. Otras familias han entrado a formar parte de la Asociación y hoy forman un grupo de unas sesenta personas; los amigos de la Fraternidad han estado particularmente cercanos y han compartido nuestras responsabilidades. Por último, el hospital: los colegas de mi marido quedaron descolocados por nuestro gesto, para ellos inimaginable. De este modo se desató una carrera de solidaridad: el responsable del reparto regaló a Daniele un traje precioso, otros imitaron su ejemplo. Pero Daniele continúa haciendo milagros; basta decir que la Asociación comprende ahora núcleos de la Acción Católica, Focolares, Carismáticos... También nuestros hijos han cambiado: hace tiempo la mayor me dijo "Daniele es nuestro prójimo"».
La ternura de Dios
Nos parece estar escuchando las palabras de Novella Scardovi desde Castel Bolognese. Una existencia tranquila, pequeño burgués: la casa arreglada para enseñarla a los amigos el domingo por la tarde. Luego el encuentro con el movimiento y el comienzo de una aventura distinta, lejos de los esquemas anteriores. El marido no entiende, pero va detrás.
Poco a poco su unidad y amor se convierten en un salvavidas para personas abandonadas, marginadas, en dificultad. Durante un tiempo llega a casa un niño con graves problemas psicológicos, después una mujer alcohólica, más tarde un toxicómano, luego tres huérfanos de padre, además una chica anoréxica. La casa de Castel Bolognese ya no es suficiente: los amigos fijan una contribución y adquieren dos apartamentos para acomodar a los ya numerosos huéspedes. Mientras tanto la Asociación se desarrolla en la zona, el Obispo, incluso, se interesa y echa una mano. Nace además un ente de mantenimiento, la Asociación S. José y Sta. Rita, y se ponen en marcha tres talleres que producen pan griego, flores secas y objetos de madera. En casa de los Scardovi no se suspende el hilo de la nomalidad: a los 42 años Novella es madre por tercera vez. Es ella misma quien explica el sentido de toda esta increíble historia: «Es muy sencillo. Al encontrar el movimiento percibí la ternura de Dios hacia mi, su desmesurado amor por mí. Este amor me envuelve y se desborda hacia los demás. Basta con decir sí cuando la necesidad llama».
Sin hacer trampas
La gratuidad es ley de la existencia y camino hacia la felicidad. Lo pone de manifiesto Laura Monaco de Merate, Varese. Ella y su marido Claudio adoptaron hace varios años a un niño con una lesión cerebral; más recientemente a una niña espástica, con gravísimos problemas. «No estábamos preparados ni en un caso ni en el otro. Es más, yo siempre tuve terror a los minusválidos. Miraba a mis pequeños, Stefano y Cristina, y me decía "menos mal que son sanos". Pero, no se bien cómo, un poco inconscientemente, cogimos en casa también a los otros dos. Nos los encontramos delante, estaban solos, no se podía decir no. El esfuerzo fue grande pero nunca nos sentimos más felices, más unidos entre nosotros y con el movimiento. Habíamos seguido nuestra vocación. Y el movimiento nos ha ayudado muchísimo, explicándonos de nuevo cada día la razón de lo que hacíamos».
«El movimiento y las Familias para la acogida te enseñan un concepto fundamental: no hay peso que el Señor te de, sea sugiriéndolo, sea imponiéndolo, que tu no puedas soportar».
El que habla es el padre de dos niños adoptivos seropositivos. Vive en el centro de Italia, en un ambiente culturalmente hostil y por eso prefiere no revelar su identidad. Añade solo dos palabras: «Miro a mis hijos y veo que no se me parecen ni físicamente ni en el carácter. Me sienta mal, es difícil digerir la realidad. Pero estoy agradecido al Señor por el reclamo que me hace cada día: esos chicos no son míos. Como decía el evangelio de S. Juan: no han nacido de carne, ni de sangre, sino dé Dios».
Se podría seguir por mucho tiempo entre testimonios y confesiones. Existe de todos modos un denominador común a todas las historias y está en aquel formidable entrelazado de fe y realismo. El cristianismo que potencia lo humano de cada uno. En las circunstancias más duras, casi trágicas, y en aquellas más sencillas, que acaban bien, donde el deseo de domesticar la realidad y simplificarla se insinúan y se hacen más fuertes. Concluye Antonella Gatta, florentina: «En el 86 Enrico y yo adoptamos a dos hermanitos abandonados de 4 y 2 años. Nos fue bien, no tuvimos problemas de ningún tipo. Pero la Asociación nos enseñó a no hacer trampas con ellos, a jugar con las cartas boca arriba sin pretender anular su pasado o de apoderarse de su vida. Quizás esto les ayudará a ser más libres cuando sean mayores»
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