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Huellas N.10, Octubre 1992

LA OBRA

Familias para la Acogida. Si uno me acoge

Stefano Zurlo

La acogida. Expresión exuberante de una gratuidad recibida

EXISTE OTRO MODO de estar en el mundo: el cristianismo. Este es, en síntesis, el concepto que a uno le viene a la cabeza después de haber encontra­do la experiencia de Fami­lias para la acogida. Mari­do y mujer que han adopta­do a un niño seropositivo o cerebralmente dañado; parejas que han abierto sus casas a personas necesita­das, que sufren, solas. Pequeños núcleos que han compartido el drama de los enfermos terminales y el de sus parientes, vapuleados por las calles de ciudades desconocidas e inhóspitas. Decenas e incluso centena­res de historias aparentemente normales que en cierto momento se tuercen y se hacen ilegibles sin la lupa de la fe. Para el mundo son locos o héroes. Ningu­no de ellos, cuando habla de sí mismo, se reconoce dentro de estas categorías. Y ciertamente no por falsa modestia. Estos hombres y mujeres cuando hablan de su experiencia no presumen en absoluto Han hecho lo que han hecho, paso a paso, sin planificar nada, sin for­mular teorías. Unicamente han dicho sí en algunos momentos cruciales. Y ahora están llenos de sere­nidad y rodeados de ami­gos, las dos cosas que más faltan en el mundo.

El céntuplo
En sus historias se lee, en primer lugar, el céntuplo. Y el céntuplo convive con la fatiga, el dolor, la muerte, con todo lo imprevisible que conlleva la apertura de uno mismo a otro. Saber perder algo a lo que se está muy apegado para hacerse más grandes. Una empresa imposible que se ha realiza­do para tantas parejas de Milán, Florencia, Bolonia, Verona. Hablar de ello, aunque sea brevemente, ayuda a comprender la genialidad del movimiento. Vittorio y Vittoria Versace, milaneses, él abogado y ella ama de casa, explican con claridad lo que significa acoger a otro distinto: «El extraño en casa es una gran ocasión para la con­versión. Para nosotros siempre ha supuesto un fac­tor de equilibrio y un paso educativo de gran impor­tancia. Sencillamente nece­sitamos del otro y el otro nos necesita. Después, en el contacto del día a día, des­cubres que el adulto que hospedas en casa es signo de Otro con la o mayúscu­la y te encuentras cambiado junto a tu huésped. Es una experiencia que hemos vivido más de una vez des­de que en 1983 acogimos por primera vez a una persona, una madre soltera, que se quedó con nosotros cuatro meses. En seguida la relación con ella se reveló límpida, natural, importan­te. En resumen, algo total­mente distinto de lo que pensábamos antes de embarcarnos en esta empre­sa. Acabábamos de salir hacía poco del referéndum sobre el aborto, de las encendidas discusiones, de los discursos sobre temáti­cas familiares y del trabajo cultural consiguiente. Es decir, el paso de la teoría a la práctica, al aprender a estar primero delante de esta persona y después ante el pequeño hijo. De este modo maduramos una acti­tud de disponibilidad. Nuestros hijos nos siguie­ron en el paso sucesivo: la hospitalidad a niños enfermos y a sus familiares ale­jados de casa. «Nos daba un poco de miedo porque nuestros hijos se encontra­ban delante de sus coetáneos marcados por la enfermedad: uno sin pelo por la quimioterapia, otro incluso sin una pierna, amputada a causa de un tumor. Sin embargo, han reaccionado bien, empezaron a jugar con los recién llegados, compartieron con ellos algunas semanas de vida. Lentamente, a nuestro alre­dedor, ha vuelto a florecer la vida de muchas familias de nuestra zona y en cierto momento, gracias a la sen­sibilidad del párroco ha nacido una pequeña obra: una casa de acogida capaz de hospedar simultánea­mente a una quincena de personas, generalmente familiares de enfermos ingresados en el Hospital Besta (ndt.: hospital neuro­lógico) o en el Istituto dei tumori. Pero el nexo, cada vez más fuerte, establecido entre nosotros y los amigos de la Fraternidad ha sido decisivo porque nos ha per­mitido proseguir por este camino. De hecho, sin un reclamo y una corrección continuos se arriesga a per­der la razón del compromi­so y quedar bloqueados ante las pruebas difíciles a las que estamos llamados. Una cosa es cierta: no se avanza por generosidad o filantropía. Cuando el dolor se hace demasiado grande, o se tiene un motivo mayor para ayudar al prójimo o se cierran los ojos ante la rea­lidad. Sin embargo, cuando Daniele, un niño al que estábamos particularmente unidos, murió, nosotros, junto a sus padres, recono­cimos la mano de Dios. En otra circunstancia, una familia marcada por la muerte nos dió un testimo­nio de fe ofreciendo el pro­pio dolor para la Iglesia. Estos son los dones más bonitos en el transcurso de la existencia».

Fracasos
La experiencia de la muerte, del fracaso desde un punto de vista mundano, marca a muchas familias de la Asociación, pero no les destruye el tesoro de huma­nidad y dedicación del que disponen. Nos explica Roberto Zucchetti, econo­mista milanés: «Mi mujer Angela y yo nos tropeza­mos un día con el límite, con el obstáculo que puede convertirse en maldición las dos veces que decidi­mos una adopción. En el 85, después de diez años de matrimonio y la seguridad de no poder tener hijos, acogimos en casa a Manue­la. Era una niña de casi cuatro años, con una histo­ria de abandono y de vio­lencia a la espalda. Desde el primer momento estaba claro que Manuela no podía sustituir al hijo natural que nunca tuvimos. Hoy en día, de hecho, muchas parejas estériles viven la adopción como el relleno mecánico de un vacío y la solución de los propios problemas.
Sin embargo, Manuela, con su carácter difícil, sus silen­cios, sus miedos, nos ha obligado a tomar concien­cia del paso realizado. El hijo no se te da como una posesión; con mayor razón Manuela, tan pequeña y, sin embargo, tan lejana a nuestro modo de ser. La vida de un hijo se juega entre su libertad y la mise­ricordia de Dios. Tú estás llamado a educarlo, no a otra cosa. Este juicio nos ha permitido vivir con realis­mo nuestra situación: era y es inútil ilusionarse; el pasado de Manuela, sus fatigas y su dolor no debían y no podían ser cancelados, incluso si ésta fuera la hipótesis más cautivadora y atractiva. La herida que Manuela llevaba dentro existe todavía hoy, aunque a los once años se ha inte­grado ya con nosotros. Por otro lado, esta conciencia nos ha permitido vivir de la manera más apropiada la dramática historia de Fabio, un recién nacido abandona­do que se quedó con noso­tros durante un año. Llegó en el 90, se marchó en el 91. Tenía una grave malfor­mación cardiaca y no sobrevivió. Cuando lo adoptamos esperábamos que se curase, pero siempre nos hemos dicho que el hijo es un don de Dios y que a nosotros sólo nos toca acompañarlo mientras se nos confía. ¡Qué pena ver, cuando lo llevábamos de paseo, las reacciones de los conocidos y comerciantes, incapaces de relacionarse con él y con nuestra situa­ción! Cuando murió, el malestar se convirtió en algo incontrolable: el char­cutero, todavía hoy, nos rehuye como si estuviéra­mos apestados. Unicamente en el movimiento y en la Asociación no existen tabús y nos ayudamos recíproca­mente. Aún me acuerdo del día en que llegó Fabio, de improviso y anunciado úni­camente por una llamada telefónica. Por la tarde el timbre no dejó de sonar: un amigo se presentó con el triciclo, otro con el cambia­dor y otro con preciosos juguetes. Y pensar que los tutores, en el momento de la adopción, nos pregunta­ron si sabíamos jugar; por­que parece que el 90% de las parejas no son capaces ni siquiera de esto. Esta es precisamente la grandeza de la Asociación: te enseña a responder a las necesida­des elementales que van surgiendo. No existe nin­gún proyecto ideológico detrás de las Familias para la acogida. No se fundaron para ayudar a los niños del Tercer Mundo, ni para seleccionar superparejas, aptas para recoger personas en custodia, ni para resol­ver problemas sociales y demográficos. Y además las Familias no te evalúan en el momento de la adopción, como por el contrario hacen, por ley, los jueces, los técnicos de la Asisten­cia Social o los policías. Están a tu lado y mantienen despierto el deseo de Dios».

Una ayuda
De hecho, el origen de la Asociación surgió a partir del siguiente caso: en el 82 el entonces consejero del ayuntamiento de Milán, Peppino Zola, interpela a cuantos en el movimiento se ocupan del tema de cus­todias a menores. El peque­ño grupo se encuentra por primera vez con Zola, des­pués los encuentros se hacen más frecuentes y aquella relación se estabili­za. «Nuestro objetivo siem­pre ha sido muy claro explica la presidenta Alda Vanoni De Carli-; intenta­mos acompañar y ayudar a aquellas personas que viven gestos concretos de acogi­da. Y la acogida del distin­to coincide con la experien­cia del perdón, gesto supre­mo que regenera al mundo. Lo bonito es que esta inte­gridad humana florece en la calma, un poco anónima y mediocre, de casa, entre las habituales cuatro paredes, sin estructu­ras. Nos echamos una mano y de esta histo­ria han nacido muchas pequeñas obras. Por lo demás, el ejemplo de algunas pocas familias ha contagia­do a otras muchas. Hoy los socios se acercan a los dos mil en toda Italia».

El prójimo
En algún caso, como en Pescara y en Cas­tel Bolognese, la intuición de algunos implica rápida­mente a muchos otros, deja una señal en la dinámica de toda la comunidad, obliga al ambiente que le rodea a una reflexión. En Pescara, el punto de referencia son Marialetizia y Giancarlo Diodati, ella bióloga y él médico. Se casan, tienen dos hijos, viven varias experiencias de custodia y en el 87: el cambio. En el hospital de Pescara, donde trabaja Giancarlo, nace Daniele. Tiene una extraña enfermedad de la piel que puede degenerar en mela­noma. Abandonado por todos, parece destinado a la muerte tras una larga per­manencia en una cama del hospital. Cuenta Marialeti­zia: «Pasaban las semanas y nadie se decidía a aceptar a aquella criatura. Mi mari­do y yo fuimos madurando poco a poco el propósito de quedarnos con Daniele. Nos decíamos que quizás nosotros podríamos soste­ner aquel peso al tener ya a dos niños sanos. Una mujer sin hijos no habría podido soportar aquella maternidad arriesgada. Y además Daniele, de un modo u otro, había entrado en nuestra historia. Estaba delante de nosotros y nos interpelaba. De este modo vino a casa por algún tiempo; hoy toda­vía está entre nosotros, for­ma parte de nuestros hijos. Pero su presencia ha cam­biado radicalmente nuestra vida: sabemos que un día nos lo podrán quitar y este hecho nos ha interrogado profundamente. Hemos comprendido que el tiempo que se nos ha asignado es en cualquier modo suficien­te para establecer un nexo entre el instante y lo eterno. Al mismo tiempo, la pre­sencia de Daniele ha cam­biado la vida de muchas personas a nuestro alrede­dor. Otras familias han entrado a formar parte de la Asociación y hoy forman un grupo de unas sesenta personas; los amigos de la Fraternidad han estado particularmente cercanos y han compartido nuestras res­ponsabilidades. Por último, el hospital: los colegas de mi marido quedaron desco­locados por nuestro gesto, para ellos inimagina­ble. De este modo se desató una carrera de solidaridad: el respon­sable del reparto rega­ló a Daniele un traje precioso, otros imita­ron su ejemplo. Pero Daniele continúa haciendo milagros; basta decir que la Aso­ciación comprende ahora núcleos de la Acción Católica, Focolares, Carismáti­cos... También nues­tros hijos han cambia­do: hace tiempo la mayor me dijo "Danie­le es nuestro próji­mo"».

La ternura de Dios
Nos parece estar escu­chando las palabras de Novella Scardovi desde Castel Bolognese. Una existencia tranquila, pequeño burgués: la casa arregla­da para enseñarla a los ami­gos el domingo por la tar­de. Luego el encuentro con el movimiento y el comien­zo de una aventura distinta, lejos de los esquemas ante­riores. El marido no entien­de, pero va detrás.
Poco a poco su unidad y amor se convierten en un salvavidas para personas abandonadas, marginadas, en dificultad. Durante un tiempo llega a casa un niño con graves problemas psi­cológicos, después una mujer alcohólica, más tarde un toxicómano, luego tres huérfanos de padre, además una chica anoréxica. La casa de Castel Bolognese ya no es suficiente: los amigos fijan una contribución y adquieren dos apartamen­tos para acomodar a los ya numerosos huéspedes. Mientras tanto la Asocia­ción se desarrolla en la zona, el Obispo, incluso, se interesa y echa una mano. Nace además un ente de mantenimiento, la Asocia­ción S. José y Sta. Rita, y se ponen en marcha tres talleres que producen pan griego, flores secas y obje­tos de madera. En casa de los Scardovi no se suspen­de el hilo de la nomalidad: a los 42 años Novella es madre por tercera vez. Es ella misma quien explica el sentido de toda esta increí­ble historia: «Es muy senci­llo. Al encontrar el movi­miento percibí la ternura de Dios hacia mi, su desmesu­rado amor por mí. Este amor me envuelve y se des­borda hacia los demás. Bas­ta con decir sí cuando la necesidad llama».

Sin hacer trampas
La gratuidad es ley de la existencia y camino hacia la felicidad. Lo pone de mani­fiesto Laura Monaco de Merate, Varese. Ella y su marido Claudio adoptaron hace varios años a un niño con una lesión cerebral; más recientemente a una niña espástica, con gravísi­mos problemas. «No está­bamos preparados ni en un caso ni en el otro. Es más, yo siempre tuve terror a los minusválidos. Miraba a mis pequeños, Stefano y Cristi­na, y me decía "menos mal que son sanos". Pero, no se bien cómo, un poco incons­cientemente, cogimos en casa también a los otros dos. Nos los encontramos delante, estaban solos, no se podía decir no. El esfuerzo fue grande pero nunca nos sentimos más felices, más unidos entre nosotros y con el movi­miento. Habíamos seguido nuestra vocación. Y el movimiento nos ha ayuda­do muchísimo, explicándo­nos de nuevo cada día la razón de lo que hacíamos».
«El movimiento y las Familias para la acogida te enseñan un concepto funda­mental: no hay peso que el Señor te de, sea sugiriéndo­lo, sea imponiéndolo, que tu no puedas soportar».
El que habla es el padre de dos niños adoptivos seropositivos. Vive en el centro de Italia, en un ambiente culturalmente hostil y por eso prefiere no revelar su identidad. Añade solo dos palabras: «Miro a mis hijos y veo que no se me parecen ni físicamente ni en el carácter. Me sienta mal, es difícil digerir la rea­lidad. Pero estoy agradecido al Señor por el reclamo que me hace cada día: esos chi­cos no son míos. Como decía el evangelio de S. Juan: no han nacido de carne, ni de sangre, sino dé Dios».
Se podría seguir por mucho tiempo entre testi­monios y confesiones. Exis­te de todos modos un deno­minador común a todas las historias y está en aquel for­midable entrelazado de fe y realismo. El cristianismo que potencia lo humano de cada uno. En las circunstan­cias más duras, casi trági­cas, y en aquellas más sen­cillas, que acaban bien, donde el deseo de domesti­car la realidad y simplificar­la se insinúan y se hacen más fuertes. Concluye Antonella Gatta, florentina: «En el 86 Enrico y yo adop­tamos a dos hermanitos abandonados de 4 y 2 años. Nos fue bien, no tuvimos problemas de ningún tipo. Pero la Asociación nos enseñó a no hacer trampas con ellos, a jugar con las cartas boca arriba sin pre­tender anular su pasado o de apoderarse de su vida. Quizás esto les ayudará a ser más libres cuando sean mayores»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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