«Procura que el muchacho no encuentre absolutamente nada en toda su carrera escolar. Un encuentro es siempre un choque.
¡Hay que abolir los choques!»
MI QUERIDISIMO ORUGARIO:
¿Sabes cuál es mi mes favorito? Septiembre. Muchos comparten esta preferencia, pero por motivos distintos. Les gusta el clima suave de septiembre, la uva ya madura en las cepas, el cielo encanecido por reflejos plateados, que anuncia ya, melancólícamente, el primer deslizarse de la estación fría. A mí, por el contrario, lo que me gusta de septiembre es el regreso a la vida convulsionada de la ciudad, el impacto con la fatiga del trabajo que sufren todos estos espíritus debilitados. Ahí están todos organizando, dirigiendo, planificando. Tienen que ordenar los armarios, reemprender la carrera, compaginar los afectos, ajustar las cuentas corrientes, respetar los planes pastorales.
Pero, ante todo, hay que mandar a los hijos al colegio. Sé, por ejemplo, que tu hombre tiene dos hijos bastante grandecitos, un chico y una chica, los dos inscritos en el instituto. ¡Cómo los detesta! Recuerda cuando eran pequeños. ¡Qué tiernos y rollizos eran! Incluso tu hombre que es malo se siente bueno al pensar en sus hijos de pequeños. Los mejores sentimientos piden salir sin ser molestados, para que los hombres puedan recibir de ellos una gratificación. Lástima (para ellos) que siempre salgan cuando ya no sirven. En efecto, tu hombre no recuerda cuánto los odiaba, a esos niños, cuando le despertaban a media noche, cuando se ponían caprichosos, e incluso cuando enfermaban, porque le molestaban.
Ahora estos hijos son altos, desgarbados, quisquillosos y están llenos de espinillas; viéndolos se lamenta y llora la imagen pasada. En cualquier caso, proyecta su propia insatisfacción sobre esas dos grises criaturas que en el fondo son iguales a él.
Y esto podría sugerirte una buena dirección para intervenir. El hecho de que vayan de mala gana al colegio de por sí no cuenta nada. ¡No intentes hacerles odioso el colegio! Me gustaría saber cuántos son los lelos que en septiembre van saltando de alegría. El hecho de que vayan a clase de mala gana puede ser para nosotros un grave handicap. Debe tomarse otro camino totalmente distinto.
Me explico. Por odioso que pueda ser, el colegio siempre ofrece algo: algún amigo, algún profesor simpático, o hasta alguien que detestar -el profesor de matemáticas, por ejemplo. Esto es lo interesante, que se puede ir al colegio sin esperar nada, aborreciendo toda novedad. Y esto es de desear que suceda incluso yendo de buena gana. A veces, oigo repetir a los estudiantes: «Mi colegio está muy cotizado». O bien dicen: «Yo con tal profesor me encuentro bien». Hay profesores especializados en que los alumnos estén a sus anchas; son los profesores estimados por los alumnos, los profesores de mentalidad abierta, etc.
De este modo, es muy fácil -para nosotros sería como ir de boda- hacer que un chaval no encuentre absolutamente nada en toda la carrera escolar. Un encuentro es siempre un choque. Por lo tanto, ¡hay que abolir los choques! Directores complacientes, profesores «abiertos» y «competentes», curas sonrientes, padres que se limitan a pagar; esto es lo que nosotros los demonios, hemos apoyado desde siempre con todas nuestras fuerzas; es el triunfo del proteccionismo. Invita, pues, a los muchachos a esta actitud seria (por así decirlo). Muévelos a una concepción madura y posada de la vida, es decir, a estar profundamente cerrados. Sacarán buenas notas, pondrán contentos a sus padres, serán estimados por sus profesores. Pero, abolidos todos los encuentros y los choques - después de todos sus estudios y sus relaciones interesantes con este o aquel profesor- saldrán del colegio tal y como habían entrado. Trabaja sobre esto y no te empecines en convencerlos para que no estudien, hagan novillos o cosas de este tipo. ¡Estos no son ya los tiempos de Pinocho! Espero tu respuesta, preferiblemente con algunos resultados concretos. Hasta ahora parecen un poco escasos. Tuyo afectísimo,
Escrutopo
Traducido por Gonzalo Lapuente
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