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Huellas N.09, Septiembre 1992

SOCIEDAD

Henry Newman. La Iglesia y la política

Presentamos una página del libro Los arrianos en el siglo IV, escrito por el cardenal y teólogo Henry Newman, correspondiente al capítulo «Consecuencias del Concilio de Nicea»

UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS de cierto pensamiento mun­dano es que la religiosidad, la espiri­tualidad y la cultura son cosas siem­pre puras y buenas. Mientras que la política es algo malo. Con mucho mayor realismo, los católicos com­prenden que toda actividad humana, estando herida por el pecado, tiene el riesgo de corromperse y de producir efectos negativos.
¿Acaso no es cierto que el sentido religioso, de hecho, decae en idolatría o, más banalmente incluso, en supers­tición? ¿Acaso no es verdad que los pecados más graves para la Iglesia, los pecados contra el Espíritu Santo, son todos «espirituales»?
Juan Pablo II en la Redemptoris missio afirma: «Existe, en efecto, el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de ella, siendo un producto del hombre, y por tanto estando marcada por el pecado. También ella debe ser purificada, elevada y perfeccionada» ( capítulo V, parr. 54).
La Iglesia, precisamente cuando anuncia la verdadera fe -Jesucristo no es un maestro de moral, como quería Arrío, sino que es Dios verdadero capaz de salvar a todo el hombre y todas las actividades humanas-, se presenta como una realidad visible, concreta «estructurada con el fin específico de inmiscuirse en el mun­do».
Una Iglesia reducida a espirituali­dad y cultura, del todo autoocupada en las propias actividades eclesiales, como ha sido autorizadamente denun­ciado, se convertiría en un instrumen­to de poder de otros.


«Estrictamente hablando, la Igle­sia cristiana, como sociedad visible, es necesariamente una potencia polí­tica o un partido. Puede ser un parti­do triunfante o perseguido, pero debe tener siempre las características de un partido que tiene prioridad en el existir respecto a las institucio­nes civiles que lo rodean y que está dotado, por su latente carácter divi­no, de enorme fuerza e influencia hasta el final de los tiempos. Desde el comienzo se le concedió estabili­dad no sólo a la mera doctrina del Evangelio, sino a la misma Sociedad fundada sobre esa doctrina; fue pre­dicha no sólo la indestructibilidad del cristianismo, sino también la del organismo a través del cual debía ser manifestado al mundo. Así el Cuerpo Eclesial es un medio divina­mente establecido para realizar las grandes bendiciones evangélicas.
( ... ) Los cristianos no observan su pro­pio deber o se convierten en políti­cos en sentido ofensivo, no tanto cuando se comportan como partido, sino cuando se dividen en muchos partidos...
Desde el momento en que se ha difundido la opinión errada de que los cristianos, y especialmente el clero en cuanto tal, no tengan ninguna relación con los quehaceres temporales, es oportuno aprovechar cualquier ocasión para negar for­malmente tal posición y pedir prue­bas de ello. Sin embargo, es verdad que la Iglesia ha sido estructurada con el fin específico de ocuparse o (como dirían los no creyentes) de inmiscuirse en el mundo. Sus miembros no hacen sino su deber cuando se asocian entre ellos y cuando tal cohesión interna es usada para combatir exteriormente al espí­ritu del mal, a las cortes de los reyes o entre las diversas multitudes».Y si no pueden obtener más, por lo menos pueden sufrir por la verdad y tener despierto su recuerdo, infli­giendo a los hombres la tarea de perseguirles».
John Henry Newman, Gli Ariani del IV secolo, Jaca Book, p. 199ss.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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