EN MUCHOS ENCUENTROS del movimiento nos hemos habituado a escuchar piezas de la gran música, para introducirnos de un modo más adecuado a vivir un momento importante para cualquiera de nosotros.
A parte del afecto que desde siempre he sentido por esta música, estoy volviendo a recorrer desde algún tiempo precisamente los fragmentos que se nos han ido proponiendo con el fin de redescubrir en ellos aquel significado por el que nos los ofrecieron y para compartirlo también con quien vive en casa conmigo. Una de las páginas musicales más impresionantes con la que encontrarse desde este punto de vista, es la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Ludwig Van Beethoven (1770-1827), que vivió en el momento en que comenzaba a afirmarse el espíritu romántico, del primer aflorar del carácter personalista del arte (a principios del siglo XVIII el compositor se concebía a sí mismo principalmente como un hábil artesano), es el primer gran protagonista de la creación musical vivida como una autoconciencia que se expresa en una creación solitaria. Lo que hace personal su música es el hecho de que siempre es un mensaje humano; esto ocurre en él de una manera en absoluto retórica, sino sincera, siendo el hacer música su principal modo de poner en juego su persona. Por eso la música de Beethoven contiene ante todo un tejido evidente de petición a Dios, de religiosidad explícitamente referida en sus cartas, pero sobre todo rigurosamente testimoniada a través de las notas.
Humanidad y deseo de plenitud implican en Beethoven sustancialmente el siguiente proceso: exigencia de superar los límites dolorosos de la existencia (de todos conocida su sordera gradual que en un momento dado de su vida llegará a ser total, a la que se unen otros factores de dolor y de soledad), reconocimiento de que en Dios está nuestro cumplimiento, experiencia del gozo a través del sufrimiento. En la música esto se articula en un uso, repito, en absoluto retórico de la estructura compositiva (en aquel período de la historia de la música, denominado clásico, la forma dominante es la llamada forma-sonata): la importancia del tema musical principal, acompañado de otros secundarios o a menudo contrapuestos, está para él completamente unida a la insistencia en un acento particular, en una intuición similar a una punzada, a una idea fija, y no tiene ya nada del carácter ocioso y de entretenimiento de la música del siglo XVIII (sin restarle nada a las cimas artísticas de Mozart).
Estos caracteres fundamentales de la música de Beethoven se reconocen bien escuchando la Quinta sinfonía en do menor, de 1808. Cualquier indicación, por breve que sea, no tiene otro remedio que considerar la fuerza de significado de cada uno de los temas que caracterizan cada movimiento: el primer tema del Primer Movimiento (Allegro con brío) tiene un carácter sustancialmente interrogativo; más meditativo es el primer tema del Segundo Movimiento como de costumbre más lento (Andante con moto), mientras el tema principal del Tercer movimiento (Scherzo: Allegro) se caracteriza por cuatro notas, precisamente como el tema con el que comienza la sinfonía, aunque con un acento mucho más resolutivo, que es característico de las partes concluyentes de los desarrollos musicales tanto de ésta como de otras sinfonías de Beethoven: «al gozo a través del sufrimiento».
Traducido por Maria Jose Conty
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