Va al contenido

Huellas N.09, Septiembre 1992

IGLESIA

Del magisterio de Juan Pablo II. Peligros del laicismo

Maria Grazia Malaguti

Es el enemigo de una religiosidad auténtica: una relación con Dios concebida en términos completamente subjetivos. La realidad humana, queda, así, a mercé de los criterios del hombre y del poder.

EL LAICISMO es el resultado de la disgregación secular de una menta­lidad completamente religiosa. «Dios si existe, no tiene nada que ver»; esta es una posible definición del mismo. El magisterio de Juan Pablo II ha estado siempre atento de un modo realista a este peligro. Proponemos una breve antología de sus discursos recientes.

Darse cuenta
Queridos hermanos, las «cosas nue­vas» de la sociedad de vuestro país van parejas a lo que constituye vues­tra mayor preocupación: la reducción del número de fieles activos en la Iglesia, el progreso de la indiferencia religiosa o de la incredulidad y tam­bién la atracción creciente de ciertos sincretismos. Tomáis conciencia de esta realidad cada día, a la par que de la disminución de la práctica religio­sa; esto golpea a las distintas genera­ciones, a los jóvenes en particular; y concierne a la vida de las familias y de la vida pública. Esta es la razón por la que la Iglesia católica está lla­mada a empeñarse en la que he deno­minado «nueva evangelización».
(A los obispos de la región nor­te de Francia, 18 de enero de 1992)

Como si Dios no existiera
Pero todas estas realidades consola­doras, queridos hermanos, no deben haceros olvidar que también entre vosotros se está verificando, desgra­ciadamente, un preocupante fenóme­no de descristianización. Las graves consecuencias de este cambio de mentalidad y de costumbres no son desconocidas para vuestra solicitud de pastores. La primera de ellas es la constatación de un ambiente «en el que el bienestar económico y el con­sumismo... inspiran y sostienen una vida vivida "como si Dios no existie­ra». (Christifideles laici, 34).
A menudo la indiferencia religiosa se enraíza en la conciencia personal colectiva, y Dios no es ya para muchos el origen y la meta, el sentido y la explicación última de la vida. Por otra parte, no faltan quienes, siguiendo la estela de un progresismo malen­tendido, pretenden identificar a la Iglesia con actitudes inmovi­listas del pasado. No tienen dificultades para tolerarla como vestigio de una anti­gua cultura, pero consideran irrelevan­tes su mensaje y su palabra, negándose a escucharla y despre­ciándola como algo ya superado... Este clima cultural golpea no sólo a los no cre­yentes, sino también a los cristianos que experimentan en su ser la amenazante división entre su corazón y su mentali­dad de creyentes, y el pensamiento, las estructuras y las pre­siones de una socie­dad fundada en el agnosticismo y la indiferencia.
Frente a este neo­paganismo, la Iglesia debe responder con un testimonio reno­vado y un decidido empeño evangeliza­dor, que sepa crear una nueva síntesis cultural capaz de transformar con la fuerza del Evangelio «los criterios de jui­cio, los valores determinantes, los centros de interés, las lineas de pensa­miento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (Evangelii Nuntiandi, 19). Es necesa­rio proclamar... que la Buena Noticia de la salvación en Jesucristo es la fuente y la garantía de la misma humanidad, la clave para comprender al hombre y al mundo, el fundamento y el baluarte de la libertad y la tutela de la plena realización de las capaci­dades auténticamente humanas... Evangelizar es sobre todo, proclamar que «en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, la salvación es ofrecida a todo hom­bre como don de gracia y misericor­dia» (ibidem, 27)... Forma específica e irrenunciable del anuncio cristiano es un testimonio que manifieste frente a los demás la gracia y el gozo que cada uno ha encontrado en Cristo y que exhorte a compartirla como experiencia de vida que enriquece. La nue­va evangelización tiene necesidad, por tanto, de nuevos testimonios, es decir, de personas que hayan experi­mentando una real transformación de su vida en su contacto con Jesucristo y que sean capaces de transmitir dicha experiencia a los otros. Y tiene nece­sidad también de nuevas comunida­des.
(A los obispos de Valladolid y Valencia, 23 de septiembre de 1992).

Preocupación
Ciertamente, la antievangelización busca los puntos más débiles del hombre... Quiere convencer a la humanidad, a la sociedad, a los ambientes, a las personas de que la verdadera realidad del hombre es la del pecado, la de la destrucción... He escuchado con gran preocupación los datos estadísticos sobre los frutos de la antievangelización o del pecado, también de algún modo codificado por la mentalidad, por las ideologías, también anónimas, modernas.
(Al clero de la dió­cesis de Roma, 5 de mayo de 1992)

¿Quien es adulto?
Parece prevalecer en la cultura con­temporánea el convencimiento de que la condición de adulto se identifica con la de una total autonomía. Adulto, para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, es aquel que es autó­nomo respecto a los otros, que no se somete a ninguno y que no necesita de nadie en su hacer y producir. Adul­ta sería la razón que se ha separado de todo vínculo de la tradición y de la Revelación. Adulta sería la voluntad de quien prescinde de toda norma y se determina según un arbitrio que no tiene más referencia que él mismo.
(A la asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana, 14 de mayo de 1992).

Desarticulación
Respecto a las lineas de desarrollo de la cultura humanista, durante muchos siglos las premisas metafísicas y gnoseológicas aceptadas asegu­raron una visión teocéntrica de la rea­lidad ... A partir de Descartes se ha desarrollado un desplazamiento de este centro hacia la conciencia subje­tiva, y nosotros somos testigos de sus consecuencias. La filosofía se ha con­vertido ante todo en teoría del conoci­miento, y concecuentemente en el centro de la realidad se ha situado al hombre como sujeto cognoscente, pero se ha quedado solo.
También el cosmos, y, sobre todo, el mundo visible y empírico, se ha convertido con el desarrollo de las ciencias naturales, en un ámbito fijo del conocimiento humano. Si para Newton este conocimiento permanecía inmerso en el contexto de la religión y de la Revelación, el ulterior desarrollo de las ciencias naturales habituó gradualmente a las mentes humanas a mirar al mundo en sí mis­mo «como si Dios no existiera». La hipótesis, en un comienzo metodológica, de la no existencia de Dios, ha conducido con el tiempo a la idea de Dios como hipótesis... En el interreg­no, muchos europeos, particularmente de ambiente culto, se han habituado a considerar la realidad «como si Dios no existiese». Se han habituado tam­bién a actuar con dicha perspectiva. El subjetivismo gnoseológico y el inmanentismo (particularmente desde Kant), caminan a la par con una acti­tud de autonomía en la ética. El hom­bre mismo se convierte en la fuente de la ley moral, y sólo dicha ley, que el hombre se da a sí mismo, constitu­ye la medida de su conciencia y de su comportamiento.
(Discurso a los obispos en la preparación del Sínodo sobre Europa, 6 de junio de 1990)

Traducido por Gabriel Richi

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página