Una sola palabra
Paolo aleja los ojos del ordenador, se levanta y mira por la ventana. Por la calle solo ve a una señora: mascarilla en la cara, guantes en las manos, camina lentamente, casi como si quisiera dilatar el tiempo al aire libre que le toca gracias a su perro. Claro, al aire libre, justo aquí, donde el virus ha golpeado con tanta vehemencia.
Son las diez. Es la hora de la pausa. Aunque en tiempos de teletrabajo uno se concede la pausa cuando quiere, el café tiene sus horarios, innegociables. Sobre todo si la jornada ha empezado cuesta arriba, con muchos pequeños líos molestos y muy pocas cosas concretas en la mano.
Paolo llega a la cocina, la cafetera está lista, la luz parpadea… pero desde su “despacho” llega el sonido del móvil. ¡En el mejor momento! «Si lo necesitas, vuelve a llamar», piensa, sin apartar la mirada de la cafetera. Es una llamada desde China, número desconocido. «Será un cliente… Otra batalla». Durante 16 años, Paolo trabajó y vivió en Oriente, en el sector de la alta tecnología. Luego volvió a Italia, pero mantiene sus contactos de trabajo.
«Hello…». «Paolo, soy Sue Xu». Su compañera de Shanghái durante diez años, cuántos cafés juntos. «Sue Xu, ¿cómo estás?». Se encuentra bien pero muchos a su alrededor han pasado por lo que nosotros ahora conocemos tan bien: hospitales, neumonías, distancia, muerte. Y allí no se bromea: el que no obedece tiene problemas.
Paolo le cuenta: ahora nos toca a nosotros, estamos hasta el cuello y quién sabe cuánto nos queda. Y cómo nos cambiará la vida después… Al llegar el momento de despedirse: «Paolo, te he llamado porque he oído que os faltan mascarillas. Quería mandarte algunas si me das tu dirección».
Paolo tarda en responder. Se ha quedado sin palabras. Después: «gracias», la calle, el número, la ciudad y adiós.
La luz de la cafetera ya no parpadea. Mientras cae el café, piensa: «Solo hay una palabra para esto: signo».
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