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Huellas N.05, Mayo 2020

RUTAS

Marcos Vinicius. La vida en mayor

Paolo Perego

Compositor de fama mundial, el guitarrista brasileño se da a conocer. Su encuentro con Pigi Bernareggi en Belo Horizonte, sus cincuenta años de carrera y una pregunta: ¿qué puedo dar a cambio de todo lo que me ha sido donado?

Un niño de siete años y medio camina por una calle de Congonhas, en el estado brasileño de Minas Gerais, a unos ochenta kilómetros de Belo Horizonte. Es su camino habitual para ir de casa a la parroquia, donde asiste a catequesis. Pero esta vez se para delante de una tienda que vende de todo. Frijoles, aspirinas, herramientas… y una guitarra, colgada en lo alto del escaparate. Estamos a finales de los años sesenta y así empieza la historia musical de Marcos Vinicius, guitarrista clásico y compositor de fama mundial, que dio un vuelco al recibir el Premio Villa-Lobos cuando era jovencísimo y que hoy cuenta con un currículum repleto de reconocimientos, premios y conciertos por todo el mundo, desde Europa hasta China. Estudió en la Academia Chigiana de Siena con el maestro Oscar Ghiglia, en un curso de Andrés Segovia. Presidente de la Academia de guitarra clásica de Milán, portavoz de la FAO desde 2010, premio Padre Pío en 2015… La lista es larga.

Entre concierto y evento, da clases en la Academia Musical “Praeneste” de Roma e imparte cursos en una escuela de enseñanzas medias de la capital italiana. «Ahora, con todo lo que está pasando, doy clase por Skype y trabajo en casa, entre ejercicios, composición y libros». No toca desde el balcón. «Me lo han pedido, pero ¿para qué? ¿Para decir que todo saldrá bien? Yo quiero vivir el presente. Y rezo, también mientras hago lo que tengo que hacer». Como ha hecho siempre. «Miro mi vida, todo lo que ha pasado, y lo que está pasando ahora, y siento gratitud. De ahí nace la oración, también mientras toco. Puede ser oración reconocer quién hace y de quién es este instante, mientras estás dando clase o hablando con un alumno».
En 2020 cumple cincuenta años de carrera. «Muchos proyectos ahora han saltado por los aires. Debía volver a Brasil para celebrarlo en mi ciudad. Habría hecho todo lo posible por que viniera también Pigi Bernareggi».
Porque uno de los pilares de esta historia es precisamente don Pigi, uno de los primeros misioneros enviados por don Giussani a Belo Horizonte, al que Vinicius conoció a mediados de los años setenta. «Pocos meses antes de aquella guitarra en el escaparate había muerto mi padre. Un gran hombre, dirigía una compañía minera». Su madre, maestra, completaba sus ingresos haciendo dulces para bodas y cumpleaños, «para que nunca le faltara nada a su familia». Incluida aquella guitarra: tres clases, algún que otro consejo de Dimas, el hermano de la asistenta, y luego los estudios especializados.

A los 12 años, las clases ya las daba él; y a los 14, el primer concierto. Mientras tanto, la familia se trasladó a Belo Horizonte. «Tocaba y daba clases, tenía que vivir. Cada mañana pasaba delante de un seminario cerca de la universidad. A veces aminoraba el paso pensando: “me encantaría tocar aquí”. No había ningún motivo especial, pero me atraía». Un día se atrevió: «Tiene que hablar con don Pigi, mañana por la mañana», le respondieron. «No sabía quién era, pero a las siete de la mañana allí estaba yo esperando». Hubo concierto. Don Pigi preparó zumos y palomitas. Y al oírlo se conmovió. «Esto es para el mundo, Marcos. ¿Quieres ir a estudiar a Italia?», le preguntó el misionero. «Poco a poco todo empezó a tomar forma». Desde un deseo de vivir en Italia que tenía desde pequeño por las fotos que veía en sus libros escolares hasta el padre de un alumno que le ofreció financiación. «Don Pigi me consiguió una audición en la academia Chigiana, con el maestro Ghiglia. Tenía que tocar media hora, pero a los seis minutos me dijo que me fuera. Cuando volví para despedirme… “¿Dónde vas?”. “Vuelvo a Brasil, pero gracias de todas formas”. “No, te he interrumpido porque tenía que escuchar a otro”. Había entrado».
Esa relación con Bernareggi nunca se interrumpió. «Siempre me ha seguido de lejos. Cuando vuelvo siempre intento tocar para él, para sus favelas. “¿Me tocas Recuerdos de la Alhambra?”, me lo pide siempre». Recuerdos es más que una amistad, es una de las piezas favoritas de Marcos. La toca a menudo. Como el año pasado, en Brasil, en un remake del concierto de Belo Horizonte por los ochenta años del misionero italiano. «Estaba en primera fila, con mi madre, y lloraban. Yo también lloraba». Es una composición de Francisco Tárrega, que cuenta la historia del maestro español, cuando pensaba que debía abandonar su guitarra porque ya no le daba para poder vivir. «Una pieza que parece triste, en menor, llena de nostalgia y melancolía por lo que había vivido y lo que estaba perdiendo. Pero luego se abre en mayor, con alegría, plenitud, gratitud, porque ha sucedido algo. Ha llegado un benefactor que reabre la partida. Cuando lo toco, solo tengo en mente esta frase: “¡Es posible! Aquí y ahora”». La vida está llena de tristeza, miedo, dolor, pero puede entrar algo que cambie la perspectiva, «de menor a mayor». ¿El qué? «Para mí, la presencia de Dios. La reconozco en cada paso de mi vida. Incluso en los momentos en que he tocado el mal de cerca». No entra en detalles pero de aquella época, dice, en 2013 nacerá un gran Ave María para coros mixtos que dará la vuelta al mundo.
«Muchas obras nacen de lo que vivo. A menudo, cuando las escribo, me sorprende su belleza. Me gratifican, dentro de ellas veo algo que no he hecho yo, pero es un paso en mi camino». Son muchas las piezas, los discos y obras que ha escrito. «Todo lo que hago, incluidos los conciertos, son como una nota que pertenece a muchos acordes. Ahí resuena lo que estás haciendo pero ya hay un inicio de otra cosa. El día que no suceda guardaré la guitarra bajo custodia».

Narra su vida como un río en crecida. Ha dado conciertos en decenas de países. «Siempre intensos, ya fuera en el Wigmore Hall de Londres, gran escenario de la música, o en un almacén en Italia donde toqué unos días más tarde. Si hubiera prevalecido el “artista”, me habría ido… En cambio, alguien me enviaba allí, aquella gente también necesitaba belleza».
Y luego están sus composiciones, aquellas a las que se siente más vinculado. «Las de coro dedicadas a don Pigi, por ejemplo el Locus iste. Pero también el Magnificat y el Agnus Dei, porque hablan de Uno que entregó su vida entera por los hombres. Yo siempre miraba a don Pigi, cómo se comportaba, cómo celebraba la misa, cómo estaba con la gente de las favelas, con todos. Cómo entregaba su vida a los demás». Uno de sus últimos trabajo es la banda sonora de una película de hace un par de años, dedicada al púgil Nino Benvenuti, para lo que «traté de conocerlo, intenté ver, aparte del campeón, su humanidad, llena de miedos, dolores y fatigas».
«Lo que me interesa es la humanidad», dice. «Y todos necesitan la belleza que yo he visto». A veces a alguien le llama la atención una nota, una melodía, llegando incluso a conmoverse. «Es la presencia de Dios. No hace falta explicarlo ni hablar de fe. Basta con cómo eres tú, lo que vives, tu manera de tocar, la música que sale de la guitarra… Todo eso da testimonio». Puede incluso dar conciertos renunciando a la compensación económica, como la gira por varios lugares sagrados de Italia “En el nombre del Padre”, un recorrido por su historia. «No haces algo así si solo te interesa el éxito. Claro que yo vivo de la música, pero la cuestión es: ¿qué puedo dar a cambio de todo lo que me ha sido donado?».

Donarse: eso es lo que pasa cuando toca. «Por gratitud. Y por el reconocimiento del origen de todo». Habla de “abandono”. «Cuando tocas, tienes que abandonarte a la música. El aspecto técnico o el estético son instrumentos. No bastan, eso no es lo que “llega” al corazón del que escucha. Es igual que en la vida: se puede vivir como abandono a Dios, a lo que te da en este instante. Así puedes quererte tal como eres, incluso cuando te equivocas». Por eso todo puede ser oración: «las circunstancias complicadas, las decisiones equivocadas y las puertas cerradas, Dios las permite para que le ames más. Como si te estuviera diciendo: “¿lo ves? Si fueras diferente, si llegaras más lejos, te perderías”».
Es un abrazo cálido, lleno de paz. Como en Recuerdos de la Alhambra, comenta recordando una vez que fue a visitar a su madre. «Me puse a tocarla para ella en la cocina y se echó a llorar. “Si al menos tu padre pudiera oírte”. “Pero él está aquí, ahora”, le dije». Es una eternidad que irrumpe «como si una uña rasgara la línea del tiempo».
Pero hace falta la pregunta. «Dios te pone delante signos y circunstancias. Llama y tú debes dejarlo entrar». Como la belleza que sale de su guitarra. «No es mía, no es nuestra. Pero hace que te des cuenta de tu necesidad». Los niños, cuando necesitan algo, saben a quién dirigirse, llaman a su madre, a su padre. «Cuando somos adultos se nos olvida, pensamos que basta con nuestra racionalidad, inteligencia y capacidad. Pero yo necesito dirigirme a Él. Exactamente igual que un niño que lo necesita todo». El mismo niño que miraba aquella guitarra en el escaparate. «A veces me han preguntado por qué elegí la guitarra entre tantos instrumentos. No la elegí, me eligió ella. Más bien, Alguien la eligió para mí».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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