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Huellas N.05, Mayo 2020

RUTAS

El toque del Misterio

Luigi Giussani

«El Rosario es como la síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo». Un regalo a nuestros lectores por el mes mariano: una meditación de Luigi Giussani publicada en el año 2000

«Quos redimisti, tu conserva Christe»: a los que has redimido – a los que has querido, que desde siempre has preparado para ti– consérvalos, en la verdad, oh Cristo. Sálvalos siempre, sea cual sea la circunstancia que atraviesen. Nosotros elevamos nuestro agradecimiento a Dios con confianza.
«Conserva, oh Cristo, a los que has redimido». A los que tú has llamado: cada uno de nosotros ha sido llamado, tocado por el dedo del Señor, alcanzado por la llama de su corazón.
La respuesta a esta elección está por entero en la petición de la que seamos capaces. Nuestra respuesta es una súplica, y no una capacidad particular; consiste enteramente en el gesto de la oración. Entramos en el mes de mayo. Creo que desde hace siglos el pueblo cristiano se ha visto bendecido y confirmado en su camino hacia la salvación, sobre todo, por una cosa: el rezo del Santo Rosario. El Rosario es como la síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo.
Síntesis de todo el plan de redención del mundo, de la dignidad que debemos reconocer y de la caridad que tenemos que vivir, en virtud de la victoria sobre la muerte alcanzada en la cruz; mejor aún, en la resurrección, pues por su resurrección somos salvados.
El rezo del Santo Rosario, la meditación que nos ofrece sobre los misterios de la revelación, nos afianza en la seguridad de lo que la madre de Jesús puede hacer por nosotros, de lo que hace por nuestra vida. Jesús no vino a nosotros para perder el tiempo. Así pues, los misterios gozosos vienen antes de los dolorosos, los preceden. Los primeros son los misterios de la alegría, gaudium; misterios que recuerdan y nos devuelven la irrupción de la novedad en la historia: el anuncio del ángel, la caridad de la Virgen para con su prima Isabel, el nacimiento de Jesús, la purificación de la Virgen y el ofrecimiento de Cristo al Padre, la vida oculta de Jesús, su vida aparentemente insignificante en Nazaret. Son recuerdos en los que toma cuerpo y se despliega cómo entra Cristo en nuestra vida y toma posesión de nosotros.
Los misterios dolorosos expresan una condición necesaria –humanamente hablando, absurda– para ser suyos tomando parte en su resurrección. Ahora que he llegado a la vejez, lo comprendo como nunca lo había entendido antes: el dolor es una condición inevitable para ser uno con Cristo, para pertenecerle.
De este modo, en los misterios gloriosos, el gozo final, la gloria final adquiere un fundamento en nuestra experiencia carnal; de lo contrario, lo que vivimos en nuestra carne no llegaría a la experiencia de la resurrección.
Como la madre de Jesús fue el comienzo de su presencia entre nosotros, así también ahora sigue intercediendo en la historia para salvar lo que fue preanunciado, predestinado entonces.
«Conserva, oh Cristo, a los que has redimido». Podemos recurrir a la Virgen con total seguridad, sin posibilidad de engaño porque la Virgen es nuestra madre. Confiando en ella, suplicándole, pidiendo su intercesión, podemos tener la certeza de cumplir con lo que Cristo quiere que hagamos, de ser lo que quiso que fuéramos. En este abandono confiado a la Virgen se afianza de tal modo la seguridad que, al mirar nuestra compañía cristiana, vemos realmente el primer reflejo de la salvación, de una condición humana nueva.
Sea cual sea nuestro estado de ánimo, pidamos cada día a la Virgen la gracia de que acontezca lo que Cristo nos ha prometido: que su maternidad para con nosotros obtenga la verdad de nuestra vocación, haciéndonos cambiar concretamente. Que al mirarnos y al mirar a los demás, cada uno llore de alegría por la evidencia de que la Virgen, al ser principio de una novedad redentora, salvará integralmente en su Hijo la existencia a la que hemos sido llamados. Somos nada, pero una nada que no se pierde. Lo que no es nada debería perderse, pero ¡no! ¡Es salvado!
«Quos redimisti, tu conserva Christe», Señor, consérvanos en la experiencia de la salvación, pues por ella te dignaste entrar en nuestra vida. He aquí la razón suprema de la alegría, de la seguridad y la alegría y, por tanto, de la gloria. La gloria es la experiencia de la alegría. Y la alegría es la seguridad que entra en el mundo por haber sido tocados por el Misterio en el encuentro con Cristo. (publicado en Avvenire, 30 de abril de 2000)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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