Por la cantidad de víctimas, Nueva York se enfrenta a un nuevo “11 de septiembre”. Francesco Rotatori, cardiólogo, pasa día y noche con enfermos de Covid. Y nos cuenta cómo es la relación con ellos y entre sus colegas
«La parte más gratificante de mi trabajo siempre ha sido ver a la gente curarse. Los tratas y se curan. Ahora eso no pasa. Casi todos mueren. Muchos vienen de residencias. El 80% de los intubados muere. Esta noche he visto morir a cinco enfermos. Una era una mujer a la que le prometí que todo saldría bien». Francesco Rotatori, casado, cuatro hijos, es cardiólogo en el Richmond University Medical Center de Staten Island, Nueva York. Todos los focos pasaron de Lombardía a la Gran Manzana donde, como dicen algunos, por el número de víctimas diarias, se enfrentan a un nuevo “11 de septiembre”.
Su pan de cada día, hasta que llegó la pandemia, eran las angioplastias y los infartos agudos. Ahora que su hospital se ha reestructurado para atender a pacientes Covid, él también se pasa el día y la noche haciendo frente a la emergencia. Hablamos con él al terminar su turno de noche. Su historia coincide con todo lo que estamos viendo estos días. «Llegué a Estados Unidos en 2005 y tuve un camino muy particular. A diferencia de muchos de mis colegas italianos, que llegaron a universidades u hospitales de prestigio, yo no tuve una carrera académica brillante. O eso me parece. Muchas veces me pregunto qué estoy haciendo yo aquí, en Staten Island».
¿Y qué te respondes?
En un momento como este te das cuenta de para qué estás en el mundo. En 2001 vi morir a mi madre por un tumor en el pulmón. La cuidé instante tras instante, hasta la noche en que se fue. Ahora revivo aquel momento todos los días. Asisto al último respiro de estas personas y tengo un sentimiento muy fuerte de rabia. Pero también percibo una llamada, una tarea.
¿En qué sentido?
Que tal vez soy la persona adecuada en el lugar adecuado, que no estoy aquí por casualidad. No lo sé. Algunos de mis colegas se han retirado. Yo sigo aquí. Aunque por la noche podría irme a casa.
¿Por qué te quedas?
Anoche me crucé con un residente que acababa su turno. Tenía los ojos cansados y una expresión turbada. No es fácil para nadie ver tantas muertes, pero para ellos supone un trauma. Le dije: «me quedo aquí por la noche para estar contigo cuando un paciente muere». Me siento llamado a estar al lado de la gente en su sufrimiento. Al lado de los pacientes, pero también de estos jóvenes médicos.
¿Qué es lo que te ayuda?
Reconozco una positividad que no me doy yo mismo. No sé, será la educación recibida por mi familia o por la fe, pero veo que esta manera de estar abre una brecha en todos. Y aquí hay gente de toda nacionalidad y religión. Es como si esta posición de fondo fuera lo que desean todos, o casi todos.
¿Qué es lo que percibes?
El hospital tenía 17 camas en cuidados intensivos. La ciudad de Nueva York nos pidió 70 pero solo tenemos un médico de cuidados intensivos. Así que hemos tenido que reinventarlo todo. Cuando hago alguna propuesta, veo que la gente me sigue. Y no tendría autoridad para hacerlo, pero cuando he propuesto que se levante una pared de plexiglás, desde administración me han enviado el material. En cierto sentido es algo que me da un poco de vergüenza, pero así es.
¿Por qué?
Vemos que la mayoría de los pacientes muere. Nuestros esfuerzos parecen inútiles. Entonces, ¿por qué merece la pena darlo todo? Mi respuesta es: porque yo he visto en mi vida que partir de una hipótesis positiva te hace más inteligente y activo. Y la cultura americana valora estas cosas.
¿Pero dónde se ve lo positivo en la situación en que estás? ¿Adónde miras para que esa positividad no sea solo una idea?
Pienso en mi mujer. Pienso en el hecho de que soy querido. Es una paz interior que me viene de fuera y que es misteriosa. No es un autoconvencimiento, porque entonces no resistiría ante todo lo que estoy viendo.
Si la medicina puede hacer poco o nada, ¿qué puede hacer un médico?
Había un paciente Covid enfermo de Parkinson que me pidió un vaso de agua. Se le metió en la cabeza que quería bebérselo él solo. Pero la mano le temblaba y no lo conseguía. Se negaba a recibir ayuda. Yo al principio pensaba: «con todo lo que tengo que hacer...». Pero luego me dije: «yo podría ser la última persona a la que ve». Así que me eché a un lado y, sin que él lo notara, empujé ligeramente el vaso con un dedo en la dirección adecuada. La maniobra nos llevó diez minutos. Desde el punto de vista médico, fueron diez minutos perdidos. Nada que pudiera darle más esperanza para salvarse. Pero durante esos minutos yo le quería.
Dentro del hospital, ¿qué te ayuda a mantener esta posición?
Es muy extraño. Staten Island es una zona donde la sociedad se parece a la de Desperate Housewives o Jersey Shore. Una situación complicada. Es la zona con la tasa más alta de consumo abusivo de opiáceos. Y mucha gente viene de allí a trabajar al hospital. Me llaman especialmente la atención algunos trabajadores de mi ambulatorio que, después de oírme contar los primeros días de emergencia, se ofrecieron voluntarios. Ahora trabajan conmigo con los enfermos de Covid. Son jóvenes que se han dejado fascinar por mi entusiasmo. Ahora soy yo quien los mira a ellos asombrado.
¿Qué cosas te asombran?
Había un enfermo joven que, por falta de oxígeno, como suele pasar, estaba delirando e intentaba quitarse la máscara. Si te distraes y el paciente se quita la máscara, corre el riesgo de morir en pocos minutos. Dos de estas chicas que te decía se pasaron una hora entera acariciando las manos de este enfermo. Conozco la historia de estas chicas y su gesto me conmovió. Es fundamental no sentirse solos, tanto en relación con los pacientes como entre colegas. Cada vez se me hace más evidente que no es una cuestión de procedencia cultural o religiosa. Es algo propio del ser humano.
¿Por qué lo dices?
El otro día el capellán del hospital se dirigió al micrófono de la planta y dijo: «Unámonos en la oración en este momento tan difícil. Que cada uno le pida a su Dios que nos ayude y acompañe». Tenía a mi lado a una colega china y a otra iraní. Se hizo un silencio absoluto en toda la planta. Estaba claro que todos necesitábamos mirar algo que fuera más grande que la muerte. El hecho de que este nivel de necesidad lo tengamos todos me ayuda a entender que la respuesta de Jesús no es algo que solo sea bueno para mí y para mis amigos, sino una respuesta que está a la altura del corazón de cualquiera.
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