A la parálisis inicial por el cierre siguió una explosión de relaciones, descubrimientos, novedades… De Bérgamo a Sicilia, un Giro de Italia por los Bancos de Solidaridad. Una experiencia que, mientras crece la necesidad, se va haciendo cada vez más sólida
Los que menos esperaban eran los feriantes. Nómadas, sin raíces ni vínculos a los que aferrarse, no muy bien vistos. De hecho nadie pensó en ellos cuando la emergencia lo congeló todo. «Normalmente aquí hay feria en abril. Este año la han cerrado y ellos se han quedado bloqueados: 25 personas, diez menores. Sin ayuda. Llevan dos semanas comiendo lo que les llevamos nosotros». Lo cuenta Andrea Benzoni, llamado “Benzo”, del Banco de Solidaridad de Varese. Pero también Luca Perico, en Bérgamo y alrededores: «Atendemos a tres grupos que ni siquiera tienen agua potable…». Y Fabio Saini, en Arona: «Nosotros también estamos ayudando a feriantes. Me impactaron mucho los ojos de uno de ellos cuando vino a recoger la comida: “nunca olvidaré lo que estáis haciendo por nosotros”». Una caridad que no te imaginas. Quién sabe cuántos otros ríos de caridad fluyen en estos momentos subterráneos, lejos de nuestros ojos, en un país sacudido por el coronavirus y bloqueado bajo una presión que para muchos significa «hambre». Una palabra que los ocho mil voluntarios de los 250 Bancos de Solidaridad (BdS) conocen muy bien, y de cerca. Durante el año ayudan a más de ochenta mil pobres. Lo hacen con un gesto muy sencillo: les llevan a casa cajas de alimentos que obtienen de las donaciones de supermercados, asociaciones o el Banco de Alimentos. Para muchos es una manera de vivir la «caritativa», que don Giussani siempre señaló como una dimensión educativa fundamental: compartiendo la necesidad del otro, vas al fondo de la tuya propia. Pero en este momento de necesidad brutal, la red de los BdS se está convirtiendo en punto de apoyo también para otros, como Protección Civil y Cruz Roja, ayuntamientos, Cáritas y diversas ONG. «Normalmente ayudamos a 300 familias, pero los Servicios Sociales nos han derivado muchas solicitudes», afirma Luca. «La semana pasada llevamos 200 cajas más». Y lo mismo sucede en Como, Catania, Pescara…
«La necesidad es enorme», observa Andrea Franchi, más conocido como “Branco”, presidente de los BdS. «Pero el reto es aún mayor. Porque es una ocasión imprescindible para entender mejor quiénes somos». También lo ha dicho por escrito, en un mensaje a los voluntarios antes de Pascua. Retomando la carta enviada por Julián Carrón a CL, hablaba de una posibilidad de «descubrir lo que hay en el fondo de toda nuestra iniciativa», para «ver crecer en nosotros una inteligencia nueva al afrontar las situaciones», porque «nada es más urgente que esta autoconciencia».
Esto es lo que llama la atención, más aún que las cifras. Escuchas un relato, en un Giro de Italia de la solidaridad –por rigurosa vía Zoom–, y ves salir a la luz no solo una red de vínculos muy estrechos, antiguos y nuevos, sino a personas cada vez más sólidas, más conscientes.
Al principio, algunos tuvieron que cerrar. Al menos por un tiempo. No solo para reorganizarse o por el legítimo miedo a contagiarse o contagiar. En muchos casos fue propiamente una cierta confusión, «una pasividad desconcertada por no poder hacer nada», como dice Enzo Sinatra, del BdS de Siracusa. Ante la marejada tú te quedas ahí, impotente. Parece una condena, justo en el momento en que la necesidad aumenta. En cambio, se convirtió en un buen momento para dejar que las preguntas empezaran a aflorar.
«Durante días, no nos vimos», cuenta Fiero Innocenzi, del BdS de Roma (700 familias asistidas). «Las condiciones son desastrosas, y aquí no se trata de que tengamos que sustituir a las instituciones, como pasa en los pueblos pequeños». Pero en cierto modo crecían «no solo las ganas de volver a ver a las familias, sino justamente la pregunta de Carrón: “¿qué quiere decir estar como hombres frente a esta circunstancia?”. ¿Qué puedo descubrir en mí mismo, en mi historia, de Jesús? Y volvimos a empezar». Nuccio Condorelli, de Catania (12 voluntarios, 240 beneficiarios), habla también de una «parálisis inicial». Y de un punto de inflexión que «llegó con una homilía del Papa: “Las élites han perdido la memoria de su pertenencia al pueblo de Dios. ¿Cómo es que estas monjas y sacerdotes van donde los pobres?”. Se me quedó clavado. Nos sentimos uno con los demás. Al día siguiente, era otra música, porque en el centro estaba nuestro corazón y el deseo de ser felices». En definitiva, un movimiento personal. Libre, no obligado por esquemas organizativos ni chantajes morales. «La libertad es un factor demasiado importante en relación con las circunstancias», escribía Franchi en su carta, hay que caer en la cuenta de su «nexo con nosotros para descubrir el Misterio que habita en ellas».
También en Varese, donde el BdS tiene veinte años de historia y ayuda a 500 familias, la marea inesperada provocó cierto caos. «Al principio no sabíamos qué hacer», explica Benzo. «Luego nos confrontamos, no tanto para organizarnos sino para sorprender en cada uno de nosotros cómo estábamos viviendo todo esto. De ahí surgió la operatividad que vino después». Traducido, quiere decir volver a ver todo lo que ya sabían (almacén, espacios, cifras), pero sobre todo nuevas ideas y nuevas relaciones. Por ejemplo, con la Cruz Roja. «Nosotros preparamos las cajas, ellos las reparten». Con los políticos: alcaldes que les buscan, ediles que se implican. En Melzo, a medio camino entre Milán y Bérgamo, uno de ellos «decidió renunciar a su compensación de abril y nos la dio», cuenta Maurizio Vitali, al frente de un BdS en la zona de Martesana (y también una firma habitual en Huellas). Pero también una asociación que acoge a niños de Chernóbil, como esta vez no los puede acoger, donó una suma al BdS local. Y la escuela, que en vez de recoger alimentos, como hace habitualmente en la campaña escolar “Donacibo” (con tres mil centros educativos participando cada año), invitó a las familias a hacer donativos a los Bancos.
Suma y sigue. Había que llevar al hospital de Como jabones y cepillos de dientes que los familiares ya no podían llevar a sus pacientes. La Protección Civil de Gorgonzola consiguió cierta cantidad del queso homónimo y llamó al BdS para preguntar a quién se lo podían hacer llegar: «vosotros conocéis a los pobres, nosotros no» («e hicimos una ruta para repartirlo juntos», cuenta Vitali, «una ocasión preciosa para conocernos mutuamente»). Un agente de policía de Lanciano, en el Abruzzo, que todos los años participa en la jornada de recogida de alimentos, cuando un amigo suyo que tiene un asador le dijo que «quería regalar cuatro cochinillos», llamó a Francesco y, con él, al Banco de Alimentos de la zona. «Esos cochinillos acabaron en las mesas».
En un chat, una mujer de Siracusa propuso a sus vecinos hacer una colecta en el edificio. «Nadie respondió, solo yo», recuerda Enzo, que le habló del Banco y ella le respondió, casi desafiante: «si conseguís alimentos, mis amigos y yo se los llevamos a quien los necesite». La propuesta acabó tomando la forma de una compra solidaria «difundida por todos nuestros chats: familiares, amigos, gimnasio…». Funcionó: está sirviendo para ayudar a los pobres y multiplicar relaciones.
Relaciones que a veces nacen donde menos te lo esperas. Mattia Lusuardi, de Carrara, cuando termina de contarme su trabajo en el Banco, suelta algo que le pasó hace unos días. «Enfrente de mi casa hay una residencia de ancianos. El viento había arrancado un trozo del tejado y cuando volvía, tarde, del trabajo me encontré con los responsables desesperados porque no encontraban a nadie que fuera a arreglarlo. Me invadió una ternura que no es mía, yo me conozco… Antes de cambiar de oficio yo construía tejados, así que me subí a intentar repararlo. Ese día había empezado la jornada un poco angustiado, pero la terminé totalmente cambiado».
Es una gratuidad que, poco a poco, va dando forma a la vida, la moldea. Una gratuidad llena de razonabilidad, consciente («viene un montón de gente que quiere echar una mano, pero hemos tenido que pararlos», explica Sonia Bianchi, de Como. «Los jefes de almacén nos han dicho que si nosotros caemos enfermos, se bloquean las ayudas») y radical, sencilla. En Ostra (Las Marcas) el BdS tiene muchas dificultades para repartir sus cajas, pero para compensarlo ha encontrado la ayuda de Gianfranco Catalani, restaurador. Su local está cerrado y él prepara comida para llevar a los ancianos, con menú de Pascua incluido. «De pequeño me enseñaron a dar», afirma. Y repite una frase que oía decir mucho a su abuela: «echa en tierra y espera en Dios». «Tú siembra, no te preocupes de recoger…». Al final, esta gratuidad es lo que te llevas y lo que interpela. A otros, como un concejal que dice: «os llamo a vosotros porque me interesa cómo os movéis, vuestra atención a la persona es diferente» (Varese). Pero sobre todo a ti mismo, descubriendo dimensiones inesperadas en la propia realidad.
Alessia, también en Carrara, habla de su negocio, de las medidas que tendrá que tomar, despidos, preocupación, pero «me doy cuenta de que no es igual estar abiertos o no: más que un punto de venta, somos una trama de relaciones». Y en medio de todo eso, la pregunta: «¿Pero yo qué necesito? Mientras me lo preguntaba, miraba a mi hijo, encerrado en casa, mirando por la ventana, pero sonriendo, porque yo estaba con él. Eso es lo que necesito, una presencia, alguien que me ayude a mirar lo que estoy viviendo». Maria Conchita, de Sicilia, lo resume en una frase: «No estamos juntos para hacernos cargo de la indigencia del pobre, sino para descubrir la nuestra». Elisabetta, de Fabriano (que siempre mete en su caja un ejemplar de Huellas), lo dice con una palabra: «Esencial. Esta emergencia se está convirtiendo en una gran ocasión para llegar ahí, a lo esencial».
Es un tejido de doble hilo entre el camino personal y las iniciativas organizadas, con una mayor conciencia de ti mismo y de las cosas que haces por los demás, entre el ser y el saber. Ya no se pueden separar. Del mismo modo que no puedes separar al otro de ti, de cómo lo has empezado a mirar. Marco Arrigoni, de Treviglio, dirige un pequeño BdS («ayudamos a unas cuarenta personas»), pero recibe una gran ayuda. «Vivo con mi madre, que tiene 78 años y un problema serio; acompañarla no es nada fácil. Pero esta caritativa siempre me ha educado en mirar a la persona, no su problema. Porque tiene un valor infinito. Y hoy puedo mirar a todos, incluida mi madre, de esa manera». Ya no dependes de tu propia medida.
Maurizio cuenta lo que ha descubierto dentro de sí en este momento de tanto trabajo. «Una extraña relajación. Mejor dicho, una paz de fondo, una última alegría. Tal vez sea signo de que poco a poco voy siendo más consciente de que lo que nos permite estar como hombres ante una realidad así no es nuestra capacidad de adaptación, sino la fe». Para poner un ejemplo, cuenta una conversación que tuvo en el supermercado. «Le dije a la cajera: “¿ha visto que el Papa le dio las gracias la otra noche?”. Ella: “no, ¿de verdad? Lo leeré”. Me di cuenta de que la estaba mirando de una forma distinta a como lo hago normalmente. No quería hacer propaganda del cristianismo, era un gesto de ternura hacia ella, para abrir también ante mí un resquicio a la presencia de Jesús».
Un resquicio que a veces se agranda y llega a todo. Monica Cornara, de San Giuliano, en la periferia sur de Milán, es viuda, tiene cinco hijos y trabaja en la sanidad, por lo que está en el hospital de la mañana a la noche. «Mientras estaban en casa, yo pensaba: ¿pero qué salva esta situación?, ¿cómo hago para no dejarla pasar? Debo buscar el bien. Para mí y para mis hijos». Así que decidió implicarlos. Habló con el alcalde, que es amigo suyo y que había cerrado el almacén municipal donde el Banco realiza su actividad. Le explicó el motivo sin medias tintas: «Quiero que mis hijos vean que existe una compañía en cualquier situación. Nosotros nos encargamos de conseguir los alimentos y hacer las cajas. Te dejo el honor de ver cómo hacer el reparto». A los pocos días, los bomberos de San Giuliano repartían las cajas. Han nacido amistades, iniciativas y donaciones. «Pero sobre todo, vivimos más la compañía que Él nos hace». Al final, esto es lo que queda. Como dice Stefania Perini, de Ostra Vetere (Las Marcas), mientras cuenta lo que conoció hace un año y medio, cuando una amiga le dijo: «ven conmigo a la caritativa». «Encontré una casa. Aquí vivo, no sobrevivo. Antes no tenía conciencia de mi corazón. ¿Que si tengo miedo? Claro. Pero me asusta mucho más mi antigua vida vacía que esta, con virus pero llena de Dios».
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