Un viaje por las columnas de la prensa española en tiempos de emergencia. Ante lo imprevisible, nos encontramos las dos posturas que emergen en el diálogo entre el personaje bíblico y sus compañeros. Hay quien esquiva la pregunta, y quien pide un significado
Como al bíblico Job, de repente, la realidad se nos ha impuesto sin tapujos, arrancando el velo del acostumbrado sopor. Lo ha señalado agudamente el escritor español J. Á. González Sainz. «En la vida de un país o de una persona, hay veces en que la realidad, la realidad más descarnadamente real, la más cruda y menos guisada por las recetas y los cocineros de mentalidades y relatos, irrumpe de repente con una violencia pavorosa a la que no estábamos acostumbrados» (El Mundo, 20 de marzo).
En estos días es tremendamente interesante seguir la prensa española porque en ella podemos recrear el diálogo entre Job y sus amigos. Recordemos que en la página sacra se enfrentan dos posiciones ante la desgracia. Por un lado, la de Job, que se deja tocar por la tragedia y alza su voz pidiendo un significado, convocando a Dios ante el tribunal de su exigencia de justicia. Por otro lado, los amigos de Job, que reconducen todo a lo ya sabido y se niegan a poner en entredicho sus teorías (imagen de Dios incluida) a partir del zarpazo de la realidad. No hay espacio para las preguntas.
Ya Julián Carrón, en la carta que dirigió a todo el movimiento, presentaba la alternativa descrita. «En estas semanas cada uno podrá ver que´ posición prevalece en él: si una disponibilidad para adherirse al signo del Misterio, para seguir la provocación de la realidad, o bien dejarse arrastrar por cualquier “solución”, propuesta, explicación, con tal de distraerse de esa provocación, de evitar ese vértigo».
Dejemos que los mismos amigos de Job se vayan presentando cual actores de una obra de teatro. Como en el libro bíblico, son tres, que representan diferentes modos de afrontar la realidad esquivando las preguntas que la desgracia nos insinúa.
Elifaz, el primer amigo, se reviste de “budista”. Visto que la satisfacción de nuestros deseos está más allá de la puerta –ahora cerrada–, cerremos también el grifo del deseo, como nos propone Lorena G. Maldonado: «Ahora tenemos tiempo para ponernos budistas si nos da por ahí y explorar de qué iba eso de no desear. O, al menos, de desear sin una satisfacción inmediata» (El Español, 28 de marzo). Es una posición que se insinúa en el equilibrio que Pilar Rahola se reclama a sí misma: «Soy de naturaleza optimista y tengo la enorme suerte de remontar rápidamente el ánimo, cuando las garras del pesimismo intentan atraparme, pero la nostalgia es un sentimiento resiliente, difícil de neutralizar, porque se acomoda en una tristeza suave que otorga algo de felicidad. A veces la tristeza puede ser bella, incluso agradable. Pero también puede desbocarse, porque todo momento triste tiene su demonio agazapado, preparado para atraparnos, de manera que pongo el freno racional al galope emocional, y lentamente todo vuelve a su punto de equilibrio» (La Vanguardia, 5 de abril).
Entra entonces el segundo amigo, Bildad, este revestido de hombre racional, para el que toda la realidad se reduce a lo que la razón científica puede medir y explicar. Nos lo presenta Pepa Bueno develando su ingenua pretensión. «Nos desconcierta que la ciencia no sea monolítica. Los no creyentes corremos el riesgo de esperar de la ciencia un sustituto perfecto del Dios de los que sí creen: respuestas únicas, claras y sobre todo infalibles. Sabemos que no es así, pero no nos lo planteamos hasta que nos toca. Y ahora nos toca a todos a la vez y en circunstancias bien dramáticas» (El País, 25 de marzo).
Si tenemos suerte, y nos libramos, fenomenal, pero si el bichito te toca, viva la resignación, como proclama Ángel F. Fermoselle. «Le he intentado explicar a mi hija de 15 años, creo que sin suerte, que a veces la vida es una mierda, y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Y que los adultos tampoco podemos entender por qué es así, porque no existe una explicación. Y que el padre de su amiga Alicia puso toda la lucha; y que los médicos auxiliaron con todo su empeño, y que ni así. El coronavirus derrotó a todos» (El Español, 2 de abril). Una constatación científica.
En estas entra el tercer amigo, Sofar, mucho más práctico y optimista que el anterior. «¡En momentos de confinamiento hay que distraerse! ¡No hay mejor analgésico que el placer!». Pura caridad para con nosotros, como algunas generosas ofertas de pornografía en internet a las que se refiere Quim Monzó en otro artículo. «Ahora hacen esta oferta a los ibéricos: “Ante la expansión de las cuarentenas, extendemos el acceso gratuito a Pornhub Premium durante este mes a nuestros amigos de España, para así ayudarlos a pasar el tiempo y a mantenernos entretenidos”» (La Vanguardia, 19 de marzo). De algo hay que morir, ¡pero no nos lo recuerden, pájaros de mal agüero! Susana Quadrado se apunta a la estrategia del carpe diem. «Mientras no llegue ese día, sal a la calle y pisa la acera con ganas. Cambia de estrategia. Es la hostia sentirse vivo. Y si ha de llegar el fin del mundo, que te pille haciendo el amor como si no hubiera un mañana» (La Vanguardia, 29 de febrero).
Pasemos a ocuparnos del santo Job, que ha aguantado pacientemente los consejos de sus “amigos”. Apenas dedica palabras para rebatirles: su herida le duele y le urge. Su vida anterior ha entrado en crisis y no le sirven las viejas respuestas. Su batalla es otra y no quiere despistarse: busca un porqué. Y cita a Dios mismo ante el tribunal.
Desde que la amenaza llamó a nuestra puerta, la prensa española se ha poblado de “hombres de Hus”. Job ha vuelto a abrir la boca urgido por las circunstancias adversas. Los que se dejan tocar por el drama repiten una palabra que tiene sabor a descubrimiento: “vulnerabilidad”. Parecía algo que el orgulloso hombre moderno había dejado atrás, como reconoce Jorge Galindo. «El aire se siente un tanto extraño, como si viniera de un tiempo que ya asumíamos superado. Un tiempo en el que las vidas de todos, el bienestar y la convivencia eran un poco más frágiles. Covid-19 nos ha devuelto una parte de nuestra humanidad, que es la que viene con esa vulnerabilidad olvidada» (El País, 12 de marzo). La pretensión que encierra el progreso científico, nos explica Pedro. G. Cuartango, se desvela en las palabras de la serpiente tentadora del Paraíso: «Seréis como dioses», pero «justo en el momento en que el hombre acaricia la ansiada inmortalidad prometida por la serpiente, un virus desconocido se burla de todas nuestras certezas y nos coloca frente a la dolorosa conciencia de nuestros límites» (ABC, 13 de marzo). «Hacen falta asideros a los que sujetarnos mientras esto pasa», concluye Rafael Moyano (El Mundo, 21 de marzo).
Pero “vulnerabilidad” no es simplemente una palabra de moda. Quien la experimenta, como el viejo Job, sufre, se siente perdido, como reconoce con una sinceridad desarmante Isabel Coixet: «Todo lo que dábamos por sentado ya no está ahí. Y lo que se abre ante nosotros es una niebla espesa, ajena a la luz. Reconozco que no sé habitar este ahora, estos minutos que se me hacen eternos» (ABC, 31 de marzo). La niebla se hace aún más oscura cuando se nos presenta la muerte. La habíamos olvidado, nos dice Antoni Puigverd, pero «un virus llega cargado de miedos y de histeria mediática, tal vez tan solo para recordarnos que la muerte existe. Para ayudarnos a recuperar el sentido de la vida» (La Vanguardia, 26 de marzo). «Nos queda tanta muerte por delante», añade Jorge M. Reverte, «que nunca seremos capaces de comprenderla, o sea, de asir mínimamente lo que significa y, quizá por ello, nos resistimos a su llamada casi sin excepción» (El País, 3 de abril).
La pregunta por el significado, tan arrinconada en España, se nos cuela por entre las rendijas de un mundo fracturado. «Llevábamos demasiado tiempo anestesiados», dice Nuria Labari, «formando parte de un sistema que se equivoca demasiado a menudo en lo fundamental» (El País, 18 de marzo). No se trata de hondas reflexiones. La muerte es la de un ser querido que se encuentra solo en un hospital. Ignacio Camacho se dirige así a una madre enferma: «Hoy solo te acompañan esos ángeles de la guarda vestidos con pijama mientras los demás nublamos los cristales de nuestras ventanas con el vaho de la esperanza. Yo no sé si sirve rezar, como discutíamos aquella mañana, ni si la energía cósmica esa que dicen los del pensamiento positivo tiene fuerza suficiente para alzarte de la cama. (…) Alguien tiene que oír este clamor en la tierra o en el cielo» (ABC, 24 de marzo).
Toca a Dios responder a este clamor, directa o indirectamente elevado al cielo. Y está claro, como en el libro bíblico, que solo los que han dejado espacio para el grito o la pregunta pueden interceptar una posible respuesta.
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