Algunos flashes de la prensa europea (en la web de CL está disponible una amplia selección de artículos)
Julia Kristeva (La Lettura, 29 de marzo)
Me llama la atención la incapacidad contemporánea para estar solos. Toda esta exaltación hiperconectada nos hace vivir un aislamiento delante de las pantallas que no abole la soledad sino que la enquista en las redes sociales, la engloba en mensajes y datos. Personas ya devastadas por la soledad se descubren hoy solas porque tienen las palabras, los signos, los iconos, pero han perdido la carne de las palabras, la sensación de compartir, la ternura, el deber hacia el otro, la preocupación por el otro. La carne de las palabras la ofrecemos como pasto del virus y la enfermedad, pero ya éramos huérfanos de esta dimensión humana que es la pasión compartida. (...) De repente nos damos cuenta de que estamos solos y no tenemos contacto con nuestro fuero interno. Somos esclavos de las pantallas que no abolen la soledad, sino que la absorben. (...)
La epidemia nos obliga a confrontarnos, más que con la soledad, con el límite y la mortalidad. La situación actual nos hace entender que la vida es una supervivencia continua porque existen límites, obligaciones, fragilidades, una dimensión que estaba muy presente en las religiones y que el humanismo contemporáneo tiende a eliminar. Igual que se tiende a expurgar de nosotros la cuestión de la mortalidad, el mayor límite que forma parte de la naturaleza y de la vida.
Alain Finkielkraut (Le Figaro, 26 de marzo)
Hasta ayer, los mensajeros éramos mayoría. Michel Serres, tomándose las palabras al pie de la letra, decía incluso “de los ángeles”. Liberados del peso de la pertenencia y de eso que Heidegger llamaba, para designar la existencia humana, el “ser”, nunca estábamos quietos. Estábamos ebrios por la eliminación de las distancias. La fluidez, la movilidad, la ubicuidad, habían sustituido los viejos modos de habitar y pensar en la Tierra. (...) El “desarraigo” se habría convertido en la ley universal del mundo humano. Y luego va un virus que se insinúa entre los ángeles, y lo estropea todo. Nuestra realidad ha empezado a parecerse a una película de catástrofes. El movimientismo ha dado paso al confinamiento y, queramos o no, nos vemos sometidos al imperativo que resumía para todos los millennial el espíritu reactivo: “¡Quédate!”. (…)
Nos repiten sin cesar que el 98 por ciento de los pacientes infectados por el coronavirus se cura. Si la lógica económica reinara sin contraste, nuestras sociedades habrían optado por dejar que sucediera. La mayoría de la población habría enfermado y se habría inmunizado. Morirían los más viejos, los más vulnerables, las bocas inútiles en resumen. Pero no hemos querido esa selección natural. Y si el confinamiento es cada vez más rígido, es precisamente porque se quiere evitar el colapso de los hospitales y la selección de enfermos: este no que casi no respira; este sí que tiene la fuerza propia de la edad. Tal vez la guerra obligue a estos ejercicios de prioridades. Pero horrorizan. La vida de un anciano vale tanto como la de una persona en plena posesión de sus fuerzas. La afirmación de este principio de igualdad en un periodo tan tormentoso como el que estamos atravesando demuestra que el nihilismo aún no ha vencido y que seguimos siendo una civilización.
Jean-Pierre Le Goff (Le Figaro, 18 de marzo)
En nuestra vida cotidiana ha entrado una pandemia de coronavirus, y la angustia por la enfermedad grave y la muerte se ha colado en las relaciones sociales. Nuestros puntos de referencia familiares y nuestro mundo vacilan, con posibles efectos de desorientación. (…) El fenómeno del coronavirus ha sacudido y debilitado actitudes y maneras de vivir que podían parecernos intangibles hasta que llegó. Estas actitudes y maneras de vivir estaban tan intrínsecamente ligadas a la vida moderna que ya no les prestábamos atención. Hoy, lo que nos parecía “natural” deja de ser evidente. Tenemos que confrontarnos con la tragedia y volvemos a encontrarnos de nuevo ante los límites de nuestra condición, ante la “fragilidad de las cosas humanas”, de las obras y las instituciones. Este tiempo en suspenso puede ser la ocasión de volver a centrarnos en lo esencial, para intentar comprender los desafíos de nuestro tiempo y empezar a sacar ciertas lecciones. (…) Las democracias modernas se enfrentan a un desafío sin precedentes que saca a la luz sus debilidades internas y al mismo tiempo invita a gritar, haciendo un llamamiento a los recursos humanos que siempre están presentes. Esta prueba a la que nos enfrentamos nos obliga a seleccionar las palabras y expertos de los que podemos fiarnos porque saben de qué hablan y asumen sus responsabilidades, en sus discursos y en sus actos. En este caso, la educación primaria, la experiencia humana y profesional, y compartir un sentido común resultan decisivos. (…) Estemos lúcidos. Con esta crisis, los lobos no se transformarán en corderos y los ajustes de cuentas entre políticos no desaparecerán. Pero la amargura impotente y la observación cínica ya no parece que estén en boga a la hora de afrontar esta prueba sin precedentes. La epidemia nos obliga a confrontarnos con una historia trágica sin escapatorias. Más allá de las incertidumbres de la política, cada uno de nosotros tendrá que extraer las debidas lecciones.
Byung-Chul Han (El País, 22 de marzo)
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. (…) Vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. (…) Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Paolo Giordano (Corriere della Sera, 21 de marzo)
Hay una frase de Marguerite Duras que me ha recordado esta insistencia en la guerra. Se trata de una paradoja que dice así: «La paz aparece ya. Es como una noche profunda que estuviera llegando, es también el comienzo del olvido». Después de una guerra todos se apresuran a olvidar, algo parecido ocurre con la enfermedad. El sufrimiento nos pone en contacto con verdades que de otro modo quedan ocultas, pone en orden las prioridades y parece devolver densidad al presente, pero en cuanto llega la curación, esa iluminación se evapora. Ahora nos encontramos en medio de una enfermedad planetaria. La pandemia está pasando a nuestra civilización por los rayos X y emergen verdades que se desvanecerán cuando termine. A menos que decidamos anotarlas inmediatamente. En el tormento de esta emergencia, que por sí sola se basta para llenarnos la cabeza –de números, testimonios, tuits, decretos y muchísimo miedo–, debemos por tanto buscar espacio para razonamientos distintos, para atrevernos a preguntas grandiosas que hace treinta días nos habrían hecho sonreír por su ingenuidad: cuando acabe, ¿de verdad querremos replicar un mundo idéntico al de antes? (…) A menos que nos atrevamos a reflexionar ahora sobre lo que no queremos que vuelva a ser igual, cada uno por sí mismo y luego juntos. No sé cómo hacer de un capitalismo monstruoso uno un poco menos monstruoso, no sé cómo se cambia un sistema económico, no sé cómo se puede refundar nuestro pacto con el medioambiente. Ni siquiera estoy seguro de saber modificar mi comportamiento. Pero estoy seguro de que no se puede hacer ninguna de esas cosas si antes no nos hemos atrevido a pensarlas.
Olga Tokarczuk (Corriere della Sera, 3 de abril)
¿No será acaso que hemos vuelto a un ritmo normal de vida? ¿Que el virus no es la alteración de la norma sino justo lo contrario, que ese mundo febril de antes del virus era anormal? Por lo demás, el virus nos ha recordado algo que hemos negado con pasión, que somos seres frágiles, construidos con la materia más delicada. Que morimos, que somos mortales. (…) Nos ha hecho entender que, independientemente de que nos sintamos débiles e indefensos ante los peligros, a nuestro alrededor hay personas aún más débiles que necesitan ayuda. Nos ha recordado lo delicados que son nuestros ancianos padres y abuelos, y cuánto derecho tienen a nuestro cuidado. Nos ha mostrado que nuestra movilidad frenética pone el mundo en peligro. Y ha evocado esa pregunta que rara vez hemos tenido el valor de hacernos: ¿qué buscamos realmente?
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