TAIWÁN
Cambiados para siempre
Juan Pablo II exhortó a los misioneros a dedicar el tercer milenio a evangelizar Asia. De ahí surgío la idea de abrir una casa de la Fraternidad San Carlos en Taiwán, esa pequeña isla de Extremo Oriente delante de China. Y así, desde hace cinco años algunos de nuestros sacerdotes viven en Taipei, y hace tres se nos confió la pequeña parroquia de San Francisco Javier, cercada por un bullicioso mercado al aire libre cuyos puestos se amontonan hasta delante de la gran verja roja de la iglesia. Como en el resto de la isla, tampoco en nuestra parroquia son demasiadas las personas que participan en la misa dominical. Pero para la vida de estos pocos el encuentro con Cristo es realmente determinante.
Esta vez quiero contar la historia de A Long y de Vicente. El primero es un chico de 27 años. Trabaja en una fábrica y está casado desde hace poco con la joven Xiao Luen. A Long conoció a nuestros tres sacerdotes –Paolo Costa, Paolo Cumín y Emmanuele Silanos– gracias al señor Hu, uno de los pilares de la comunidad de Taipei.
En aquel período, A Long
se planteaba muchas preguntas sobre la vida y, poco a poco, había ido madurando el deseo de conocer algo más sobre el cristianismo.
Primero, empezó a hablar con el señor Hu; después, a participar en la misa del domingo, hasta llegar a pedir un momento semanal, normalmente por la noche, para profundizar en su conocimiento de la fe. A Long cursó sólo algunos años de la escuela primaria; le cuesta mucho leer y prefiere hablar, preguntar. Con el tiempo, sus preguntas se han convertido en el motor que le impulsa a cambiar. Poco a poco ha empezado a hablar con nuestros curas de su trabajo, la relación con su madre, el significado de la oración y el valor del dinero.
Un día, hablando con Costa, le dijo: «Lo que me llama la atención de vosotros es que no vivís para el dinero». De hecho, en Taiwán el dinero es quizás lo más importante: se trabaja toda la semana y, a menudo, se hacen horas extra para tener más.
Hace unos meses A Long pidió ser bautizado.
Otro fruto de la amistad con nuestros misioneros es la conversión de un joven taiwanés de 30 años, que hoy trabaja en una editorial en el centro de Taipei. Desde que fue bautizado, todos le llaman Vicente. Nos conoció en las aulas de la Universidad Fu Jen, donde dan clase Cumín y Costa. Lo primero que le llamó la atención, y al principio también le escandalizó un poco, fue que el padre Paolo Cumín lo invitara a comer a su casa: «Aquí en Taiwán estamos acostumbrados a mantener una rígida distancia entre profesores y alumnos y nunca me había ocurrido algo así». Lo que poco a poco fue maravillándole es que la relación con estos nuevos amigos, distantes de él por procedencia geográfica y tradiciones culturales, puede abrazarlo todo:
su pasión por el fútbol,
sus problemas personales, su amor por la literatura
y la política.
Un día se preguntó: «¿Qué me une a estos sacerdotes que comen espaguetis y hablan italiano?». La respuesta la encontró por sí solo y se la dijo al padre Paolo Cumín, comunicándole su decisión de prepararse para recibir el bautismo: «nos hacemos las mismas preguntas, buscamos las mismas respuestas, queremos ir en la misma dirección». Pidió recibir el bautismo el día de su cumpleaños: «¿sabes, Paolo? –dijo a Cumín–, este año me quiero hacer un verdadero regalo que dure toda la vida».
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