Unos pocos días después del brutal atentado de Atocha que tuvo lugar el 11 de Marzo del 2004 recibí una llamada imprevista desde Italia. Me llamaba Claudio Chieffo para decirme que estaba muy impresionado por la tragedia y que no dejaba de pensar en ella. Y que un día, rezando por los que habían perdido la vida, le había venido a la mente una melodía y la idea de hacer una canción para pedir a la Virgen que este sufrimiento no se convirtiera en rabia desesperada sino en un dolor humano, es decir, en un dolor puesto delante de Dios, ante el que uno necesita pedir consuelo verdadero y un significado. Su “reacción” ante el atentado me conmovió y no dudé en invitarle a casa ese mismo fin de semana para responder a su petición de ayuda, pues quería escribir la letra de la canción en español. Y esos días me unieron a Claudio para siempre, porque ya no era sólo ese cantautor genial que me había hecho disfrutar tantas veces en conciertos y cuyas canciones cantábamos desde siempre. Después de visitar la estación de Atocha y de pasar por la Virgen de la Almudena nos fuimos a casa. Varios amigos vinieron para trabajar en la canción y allí, esa tarde, nació la letra de Reina de la Paz, cuando decidimos leer las letanías del Rosario para inspirarnos.
Por la noche nos cantó la “Canzone del Melograno”(Canción del Granado), que se inspira en un árbol que hay en el pequeño patio de su casa de Forlí. Es la canción suya que más me ha conmovido durante los últimos tiempos. La última estrofa es profética de lo que poco tiempo después le esperaba con la enfermedad:
«fammi stare con te…
Segui il raggio di luce e la luce ti porterà dove il dubbio ritorna domanda e rinasce il cuore:
nel giardino c’è Dio che ti aspetta e ti vuole parlare puoi sederti vicino vicino ad ascoltare…».
Una noche estábamos en la Escuela de Comunidad y llamamos a Claudio, cuando la enfermedad y su tratamiento le hacían sufrir mucho. Y a través del teléfono le cantamos esta canción. Entonces él comenzó a cantarla con nosotros. Queríamos que sintiera cercanos a sus amigos españoles en esos momentos de prueba.
Poco antes del verano estuve con él en su casa, cuando estaba en cama y la enfermedad avanzaba ya sin piedad. Fueron dos horas preciosas e intensas, que no olvidaré en mi vida, en las que hablamos mucho. Me contó que acababa de hacer una última canción, “La sorgente”:
«Portami, portami a casa mia,
la mia casa davanti al mare.
Portami, portami che quando viene
voglio vederLo arrivare».
Le pregunté qué había querido decir con esta canción y me respondió sin dudar un segundo: tenemos que seguir a Cristo y a don Giussani. El recuerdo de Claudio me hace desear justamente esto.
Hoy le quiero decir para terminar lo mismo que él me decía siempre durante los últimos tiempos, en español italianizado, cuando terminábamos de hablar por teléfono: ¡Gracias amigo!
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