La historia de Vicky, una mujer seropositiva que acude al Meeting Point de Kampala
Me llamo Vicky, tengo 42 años y procedo de la región oriental de Uganda. Quiero daros las gracias a vosotros y a Dios por la vida preciosa que me ha dado. En 1992, cuando me quedé embarazada de mi hijo pequeño, Brian, mi marido me obligó a escoger entre seguir siendo su mujer, interrumpiendo el embarazo, o separarme de él si quería tener el niño. Por aquel entonces yo sólo tenía dos hijos, y decidí seguir adelante con el embarazo, lo que supuso el final de mi relación con él. Yo no entendía por qué se comportaba de esa manera tan cruel e intransigente. Luego, en 1997 perdí mi trabajo porque estaba enferma; por aquellos mismos días mi hijo Brian mostró síntomas de tuberculosis, entonces surgieron las primeras sospechas. El año siguiente me puse peor y me atendieron en el hospital de Nsambya, donde me sometieron a un análisis de VIH, que resultó positivo. Entonces hice memoria y comprendí por qué mi marido no quería el embarazo de Brian: porque en aquel momento él ya era seropositivo.
La vida en casa con mis tres hijos se hizo cada vez más difícil. Los dos mayores estaban sanos, pero no tenía dinero para mandarlos al colegio; no teníamos qué comer, ni dinero para las medicinas, y lo que es aún peor, nadie en el mundo nos quería. Yo ya no sabía si Dios seguía existiendo. En 2001 alguien me puso en contacto con el Meeting Point International, donde encontré mujeres que, aunque me parecía increíble, podían vivir serenas aun estando también enfermas de SIDA, ¡qué alegría se veía en sus caras!, bailaban y estaban contentas, y yo me preguntaba cómo era posible que teniendo esta enfermedad se pudiera cantar y bailar. En el Meeting Point te acogen con música y canciones de pueblos diferentes, africanos, europeos, indios, incluso me encontré con alguno de mi misma tribu. Después de tanto tiempo comenzaba a ver una luz en el fondo de mi vida destrozada; por eso me quedé con ellos.
Una cosa importante que nunca he olvidado es el día en que alguien me miró con una mirada cargada de esperanza y de amor. Había estado todo aquel tiempo en la cama y todos mis amigos, mis parientes, hasta los vecinos nos miraban a mí y a mis hijos con rechazo y con desprecio.
Con esta mirada de amor y de esperanza que alguien me dirigió, me mostró algo que dio vida a mí espíritu y a mi cuerpo destrozados. Me dijo: «¡Vicky! Tu vida tiene un valor, ese valor pesa más que tu enfermedad y que la muerte».
En 2002 empecé a comprar las medicinas para mi hijo que se estaba muriendo, al que había sacado de la escuela porque sufría mucho por la discriminación con la que le trataban: le llamaban “esqueleto”. En 2003 comencé a comprar medicinas también para mí. Entonces pesaba 45 kilos y hoy peso 75. Brian ahora está sano y ha retomado la escuela secundaria. Mi hijo mayor está en la universidad y el otro está terminando el colegio. ¿Dónde está el poder la muerte? Está en la pérdida de la esperanza y en la falta de amor. Ahora soy voluntaria en el Meeting Point y cada vez que recibo a alguien le digo que el valor de la vida es más importante que el virus que llevan dentro. Esta afirmación nutre la esperanza de una persona que sufre y que se está muriendo y le trae de nuevo a la vida. Todos estos resultados han sido posibles porque me he revestido de algo diferente de la muerte, en particular, de amor. Gracias a todas las personas que nos han educado aunque no conozcamos sus caras. Hoy ha venido Carrón en nombre de Giussani a estar con nosotros, que éramos pobres y olvidados. ¿Quién es ahora más rico que nosotros? Somos los más ricos del mundo, porque alguien nos ha dirigido una sonrisa sincera. Por favor, dale las gracias a todos y diles que les queremos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón