Dos breves minutos de seísmo y nada queda igual que antes. Un pueblo entero se pregunta sobre el valor de la vida y se moviliza para compartir lo poco o mucho que cada uno tiene
Miércoles 15 de agosto, 6:42 de la tarde. Como tantas otras veces, en esta tierra que se encuentra en el límite de las placas continentales, el suelo empieza a temblar. Pero esta vez en toda Lima, metrópolis de más de nueve millones de habitantes, el miedo empieza a crecer. El temblor, en efecto, en lugar de agotarse después de pocos segundos, sigue y crece progresivamente de intensidad. De un momento a otro, en una tarde de invierno como tantas otras, millones y millones de personas se sienten prisioneras de la inmensidad del terremoto, que hace tambalear los edificios y los corazones. Son más de dos minutos, un tiempo interminable, en los que la tierra bajo los píes parece agua que se mueve y en el cielo se ciernen inexplicables inmensos relámpagos de luz, rayos sin trueno que parecen salir del océano. Por fin el temblor se aquieta, pero en muchos barrios se producen apagones, los teléfonos no funcionan y todos caen en la cuenta de que es “un milagro” no haber visto cómo todo se acaba. El tráfico en la metrópolis durante dos o tres horas enloquece: todos quieren correr a sus casas, saber cómo se encuentran los seres queridos y buscar consuelo en los rostros familiares.
“Todos” los datos de la tragedia
Luego la televisión y la radio empiezan a proporcionar los datos de la tragedia. Lima parece casi ilesa, pero más a sur, a trescientos kilómetros de la capital, en las ciudades de la costa como Chincha, Pisco, Ica y sus alrededores ya no queda en pie ni una casa. Los fallecidos son más de quinientos, los sin techo, casi 200.000. El presidente Alan García Pérez se dirige al país por televisión y, en el momento, interpreta bien el sentimiento de un pueblo entero al decir que en la tragedia debemos dar gracias a Dios Todopoderoso por haber amparado Lima. Dos breves (e interminables) minutos, pero nada queda igual que antes. No es posible retomar las rutinas acostumbradas, un pueblo entero se pregunta sobre el verdadero valor de la vida.
Naturalmente, sale a flote el sentido religioso, lo que late muchas veces a escondidas y que ahora se manifiesta en la oración espontánea ante los terribles momentos del seísmo, cuando todos veíamos tan minúsculas y ridículas nuestras seguridades cotidianas; y también más tarde, cuando esta precariedad patente se torna reflexión consciente sobre el hecho de que vivir es un don absolutamente gratuito, sobre el valor de las personas que amamos, y sobre la responsabilidad de cada gesto que hacemos, sobre el peso eterno del presente.
Millones y millones
En seguida se produce otro milagro: millones y millones de peruanos se movilizan para ayudar, como pueden, a los que lo han perdido todo. Por todas partes, un fervor de iniciativas por los “hermanos del sur”. En toda Lima no existe parroquia, escuela, universidad, ni centro comercial, que no se vuelva centro de acopio de las ayudas espontáneas. En los “pueblos jóvenes” (las favelas de Lima), lo más conmovedor es ver a gente que vive todo el año en míseras barracas, en los desiertos de la periferia, organizar la recolección de víveres y de ropa, dando de lo suyo, lo poco que tienen necesario para vivir, en el ímpetu de compartir.
La conciencia de estar milagrosamente a salvo hizo estallar el deseo de entregarse, de dar el propio tiempo y las propias las energías para ayudar a otros, el impulso de darse a uno mismo antes que las cosas.
Cuando, físicamente, se caen las apariencias queda lo que dice el capítulo 8 de Los orígenes de la pretensión cristiana: la vida depende de verdad del Misterio, pero de un Misterio que nos quiere, nos ama personalmente, y, por tanto, la única ley que corresponde a esta verdad del ser es el don de sí mismo. Un pueblo entero lo ha experimentado en su carne.
Que no se oculte el corazón
En el libro Ciertos de algunas grandes cosas, en un pasaje muy dramático don Giussani afirma: «El sentido religioso, para volver a nacer de verdad, necesita del lager, de la cruz, del dolor: necesita de la vida participada, posible sólo en la fatiga y en el dolor».
El domingo después del terremoto las iglesias estaban llenas como en Navidad; la gente quería confesarse, en muchos nacía el deseo nuevo de tomar en serio su propio destino, volver a descubrir su fe y amar con más verdad. Con el pasar de los días, se impone un reto importante: cómo hacer que esta experiencia se torne un juicio. En estas circunstancias, nuestra tarea como cristianos es recordar lo que el terremoto ha sacado a la luz, lo que llevamos en el corazón, y educar ese corazón para que no vuelva a ocultarse en lo hondo del pueblo peruano.
Una zona altamente sísmica
Perú se encuentra en una de las zonas de mayor actividad sísmica del mundo, por estar exactamente sobre el punto en que la placa continental del Pacífico se choca con la de Nazca y la continental americana. Signo de las enormes tensiones de este punto de la tierra es que en doscientos kilómetros de oeste a este se pasa de los seis mil metros de profundidad de la fosa costera del Pacífico a los seis mil metros de altura de los Andes. En la historia de Perú se encuentran por eso muchas fechas tristes vinculadas a los terremotos.
En el siglo XX, el peor temblor fue el de 1970, cuando el terremoto de Huaraz dejó un saldo de casi 70.000 muertos. Pero el terremoto más grande de la historia peruana es el de Lima del 28 de octubre de 1746, cuando no quedó en pié ni una casa en toda la ciudad y el mar se llevo literalmente el puerto del Callao con sus cuatro mil habitantes. Las olas del mar penetraron en la costa seis kilómetros. Desde entonces, cada 28 de octubre se lleva en procesión al “Señor de los Milagros” patrono de Lima, y su pueblo se confía a Su protección, que también esta vez ha sido eficaz.
AVSI y CESAL se suman a la colecta promovida por Caritas Perú
AVSI, ya presente en el país desde hace 20 años con proyectos socio-educativos y de urbanización para paliar la pobreza, ha lanzado en Italia una colecta “Emergencia Terremoto en Perú” para una intervención de emergencia en colaboración con Caritas Perú con el fin de repartir géneros de primera necesidad a las poblaciones afectadas.
En Perú:
Banco de Crédito del Perú
c/c en soles 193–1586582–0–79
Código Interbancario 002–193–001586582079–17
c/c en dólares 193–1586951–1–16
Código Interbancario 002–193–001586951116–10
En España:
Banco Santander Central Hispano
c/c nº 0049–0001–56–2010058858
Concepto: “Emergencia Perú”
En Europa:
Credito Artigiano Sede Milano Stelline
c/c n 5000, titular AVSI–ABI 03512–CAB 01614–CIN Z
Concepto: “Emergenza terremoto Perú”
Para transferencias desde el exterior:
IBAN IT 68 Z0351201614000000005000
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