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Huellas N.8, Septiembre 2007

PRIMER PLANO - Meeting de Rímini

Cristo, María Zambrano y yo

a cargo de Davide Perillo

Devolver al mundo la pregunta por el sentido, en particular, de la enseñanza, y estar abiertos a lo que sucede. Sólo así la humanidad puede «salvarse del suicidio». En el Meeting, Pietro Barcellona, filósofo del Derecho y antiguo marxista, descubre algo muy importante

«Perdone, ¿es usted Pietro Barcellona? Quería darle las gracias por lo que dijo ayer». A veces sucede esto en Rímini. Y deja una huella en el filósofo del Derecho, antaño marxista convencido, que ha venido para hablar de educación y que se ve interceptado por la gratitud de los bachilleres. «¿La impresión del Meeting? Increíble. No encuentro nada que se le pueda comparar. Ni aquí ni fuera de Italia». Dicho por una persona que ha atravesado medio siglo de nuestra historia partiendo de orillas lejanas (fue dirigente y parlamentario del partido comunista, antes de entrar en el Consejo Superior de la Magistratura), produce cierta impresión. Con CL había ya una buena relación, alimentada por amistades privadas (entre ellas, con don Ciccio Ventorino) y apariciones públicas (véase el caso del liceo Spedalieri, en donde apareció junto a los chicos de GS que, tras la muerte en un estadio de Filippo Raciti, reclamaban el derecho a hablar de la verdad también en las escuelas, cfr. Tracce n. 4/2007). Pero a partir de Rímini confiamos en que la amistad se vuelva más sólida.
Barcellona ha hablado de «verdad entre los pupitres». De la necesidad de que en las aulas se vuelva a plantear la exigencia de sentido. De la idea de que la escuela se convierta en aquello que debe ser: un lugar en el que sucede y crece lo humano, porque –ha dicho citando a Saint Exupéry– «si existe una tierra en la que crecen las naranjas, esa es la verdad de las naranjas». Una sociedad que no se plantea ya el problema del destino «está destinada a suicidarse». Muchos aplausos en el encuentro, algunas preguntas después, entre los stands. Y muchos puntos que merece la pena retomar, empezando por la cuestión de partida.

¿Por qué esta “exigencia de verdad” es normalmente archivada hoy en día?
No es archivada, es combatida. Se niega su legitimidad. Como si tuviese que ver únicamente con los que tienen la cabeza entre las nubes. El sentido común de hoy en día difunde sustancialmente cinismo, apatía, impotencia. Parece que todo aquello que sucede no es controlable, que no hay espacio alguno a la intencionalidad. Nos hemos precipitado en una abstracción absoluta, indeterminada. Hemos hecho añicos de tal forma los aspectos del mundo que no conseguimos ya percibir su conexión.

¿Desde dónde se puede recomenzar?
Desde lo que Gramsci definía como «una revolución moral». Las transiciones fuertes se producen de manera molecular, por grupos pequeños. Cenobios, comunidades. Desde este punto de vista el Meeting es una cosa increíble. Hay aquí miles de personas. Si cada una de ellas hiciera nacer formas de vida distintas, eso si que sería una revolución. Yo la revolución la concibo no como un acontecimiento que de un día para otro cambia las características del poder. Es un progresivo resquebrajamiento de la ideología del poder que penetra en nuestros comportamientos. Muchas prácticas difundidas, ejemplares. Por ejemplo, la exposición de la Cometa me ha impresionado mucho. Esta dimensión de la relación comunitaria está completamente agotada en la vida de hoy en día. Y sin embargo afecta a las personas, a las vidas reales. Rímini me parece algo importante, porque aquí las personas están a la vista.

En el fondo es una confirmación de que lo humano puede resurgir desde una educación, como decía usted en el encuentro...
Una vez di esta definición de democracia: la asunción consciente de un proyecto de paideia, es decir, de educación, por parte de toda la comunidad. No desde una óptica estatalista o burocrática, por supuesto. Consideremos la gran tradición griega o incluso la cristiana: tenían grandes proyectos educativos, una idea precisa de paideia. Pero en absoluto existía la idea de producir seres homologados: tenían en la cabeza la construcción de la libertad del individuo. Nosotros en cambio hemos confundido la educación con la información. Hemos reducido la enseñanza a una especie de transmisión forzosa de informaciones. Pero las informaciones, por sí mismas, no significan nada separadas de la capacidad de elaborarlas.

Por eso ha hablado usted de una enseñanza que «vuelva a unir todos los trozos», es decir, que combata los excesos de la especialización y restablezca en la medida de lo posible los nexos.
Durante años he enseñado Derecho para después pasar a enseñar Filosofía. ¿Sabe por qué? Cuanto más explicaba los detalles de las normas menos entendían los estudiantes. Entonces me dije: para hacer comprender a mis alumnos para qué sirve el derecho, ¿es mejor contar la sucesión de las leyes o afrontar el problema de la relación entre orden y desorden? Esto vale para todo, incluso para la medicina. Se estudian los órganos: hígado, páncreas, corazón... Pero ya no se estudia al enfermo como persona.

Y esto se da únicamente si se parte de la exigencia de verdad, de descubrir el nexo entre el yo y la realidad. ¿Hay algún loco que niegue esto?
Bueno, en el asunto del liceo Spedalieri algunos profesores ponían esto en cuestión... El problema es que ahora existe un encastillamiento: cada uno defiende lo que tiene. Después de aquellos hechos me encontré respondiendo a preguntas rarísimas: ¿En qué te has convertido? ¿No eras ateo? En primer lugar, nunca he sido ateo. Hay personas que no profesan una fe pública, pero que admiten que sin el problema de Dios el pensamiento moriría. El pensamiento existe porque la primera pregunta que un hombre se hace es: ¿por qué yo no soy Dios? Mi nieta de siete años ha dado esta explicación de la existencia de Dios: «abuelo, nosotros existimos, yo soy hija de papá y de mamá, ellos son hijos vuestros... Pero ¿quién está al principio de la cadena?» Es una pregunta que se plantean hasta los niños. Miran la realidad y se preguntan de dónde viene. Y son más listos que los mayores.

Pero nosotros, “mayores”, ¿somos todavía capaces de apasionarnos por la verdad?
El problema es apasionarnos por la vida. La pasión por la vida contiene en sí misma la búsqueda de la verdad que, al final, es la adhesión a la vida. Es una dimensión de la existencia en la que esta tensión se aplaca. Cuando uno se encuentra viviendo un momento de plenitud, esa es la verdad. No es una deducción lógica de una serie de premisas. El problema es que esta sociedad es la más innovadora en algunos aspectos, pero de hecho es también la más estática. No consigue tener un horizonte distinto del que se ha dado al comienzo de la modernidad: individuo, consumo, dinero. Stop.

¿Cómo romper esta cadena?
Esta pregunta participa un poco de la lógica de la misma modernidad, que quiere saber primero qué sucede. Existe poca disponibilidad a acoger lo nuevo, el evento. En el fondo nadie esperaba que Cristo naciese. Más allá de lo que pueda pensarse sobre Él, nadie esperaba que llegase uno que iba por ahí diciendo: soy el Hijo de Dios. Es lo mismo: los profetas pueden ofrecer visiones, pero nadie puede decir que existan recetas matemáticas para prever lo que va a suceder. Como tampoco hay recetas que garanticen el cambio.

Entonces hace falta que suceda algo. Un acontecimiento.
Sí, pero el problema preliminar es estar disponibles a que suceda.

¿Y si el acontecimiento sucediese así, como una propuesta a nuestra disponibilidad? Cuando hablaba antes de “evento”, usted mismo ha hecho referencia a Cristo.
Cierto, este es un gran evento con el que hay que medirse. Pero es un evento que no se puede fosilizar como la contemplación de algo que ha sucedido en el pasado. Me gusta mucho la idea de María Zambrano de una Palabra viviente. Yo no tengo la suerte de tener una relación de fe. Pero la cuestión de Cristo, con esta afirmación escandalosa, «yo soy el Hijo de Dios», es muy interesante. Además, Él invitaba a un seguimiento sin promesas de bienestar económico, más bien mostrando un camino marcado por la pobreza y la renuncia.

Y sin embargo con una promesa de cumplimiento humano.
Es verdad. Pero esto debe llevar a una interpretación dinámica de la presencia de lo Divino. Una presencia que se encarna continuamente, que renace.

¿No le parece a usted que esta es, en el fondo, la pretensión de la Iglesia? Ser un lugar en donde permanece esa Presencia.
Sí, pero eso no vuelve a suceder porque haya alguien que le de al botón. La Iglesia es en cierto modo una contradicción, que vivís también vosotros. Está el problema de la jerarquía, hay ciertos esquematismos...

Sin embargo la vida que se ve aquí en Rímini nace de ahí, de esa Presencia.
La vida, afortunadamente, como decía Saint Exupéry, es más fuerte que una lógica.

Perdone por la brusquedad, pero usted, ¿por qué no es cristiano?
Cristo es una figura que me inquieta mucho. Sobre todo a raíz de ciertas lecturas. Yo fui a un colegio de curas. Después me alejé. Empecé a estudiar la teología protestante, sobre todo a Kierkegaard. Hoy me fascina poderosamente el pensamiento de María Zambrano. Sin embargo hay algo que supone un obstáculo para mí: Cristo vino en un lugar y en un momento preciso de la historia. En un contexto que estaba preparado para recibirle. Y esto me parece extraño. ¿Por qué vino precisamente en ese momento? Esta pregunta me hace zozobrar.

Sin embargo, en el fondo es la misma cuestión de antes: es necesario que suceda algo para salvar lo humano. Pero un acontecimiento sólo sucede en un punto determinado de la historia.
Sigo pensando en ello. No tengo prejuicios. Pero por lo que leo, también en María Zambrano, cuando uno se encuentra con Cristo tiene una sensación de paz interior, de gran luz. Yo esto no lo he experimentado. Por ahora.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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