Vivir la espera y la esperanza trabajando en una planta de hospital. Problemas, relación con los pacientes, cientos de llamadas, oración… El relato de Amedeo Capetti, médico de enfermedades infecciosas en un hospital en primera línea desde el inicio de la epidemia
Viernes 21 de febrero. Amedeo Capetti, médico especialista en enfermedades infecciosas en el hospital Sacco de Milán, tras terminar los exámenes de Fisiología en el curso de grado de Enfermería donde da clase, enciende su teléfono y se encuentra con infinidad de mensajes alarmados y preguntas: «¿qué está pasando?», «¿qué hacemos?». Entra en la web de la Región de Lombardía y ve que los números dicen que la epidemia está en marcha. Inmediatamente trasladan a su hospital a los primeros enfermos de las localidades de Codogno y Lodi. Es el inicio de una emergencia que pondrá al hospital milanés en primera línea. Se abren nuevas plantas de cuidados intensivos y nuevos espacios para acoger a los pacientes.
Capetti es responsable de la zona dedicada a enfermedades de transmisión sexual, sigue de cerca a seiscientos pacientes con VIH positivo. Aun manteniendo en los límites de lo posible esta actividad, se halla inmerso en la emergencia, con turnos de guardia en urgencias y en planta. Tuvo que responder varias llamadas para relatar lo que estaba viviendo. La primera, durante una pausa en el bar del hospital, empezó así: «Desde siempre, cuando un enfermo me dice: “doctor, la salud lo es todo”, yo le respondo: “Mire, es una batalla perdida. Antes o después uno se muere. La salud es un instrumento para que la vida pueda encontrarse con Aquel que nos la ha donado, que nos ha querido, y alcanzar así su belleza y grandeza”. Para mí ahora esto es aún más cierto. Es cierto lo que nos ha enseñado don Giussani y citaba Carrón en su artículo en elmundo.es, que resulta una gran compañía: la conciencia que uno tiene de sí mismo, es decir, de la relación con el infinito que te hace estar atento a lo real en todos sus detalles. Entonces comprendes la importancia del ladrillito que estás poniendo».
El primer domingo en la planta había que dar de alta o trasladar a todos los pacientes que no tuvieran el Covid 19, para dejar sitio a la marea de los que llegaban. El último que quedaba era un anciano que entró por una posible pulmonía, pero en cambio todo indicaba que pudiera tener un tumor. La indicación era mandarlo a casa en cuanto llegara su mujer. Cuando ella fue a recogerlo, Amedeo le explicó la situación y le ofreció apoyo en la atención a domicilio. La mujer, al final, le confesó: «Espero que salga, porque es un hombre realmente bueno. Yo soy mucho más joven pero cuando le conocí me di cuenta de que era especial. Me enamoré y le he querido todos estos años». Esa noche, Amedeo decía a sus amigos del grupo de Fraternidad: «Si solo hubiera tenido prisa por que se fuera, me habría perdido este encuentro, tan lleno de belleza».
Pocos días después, una amiga enfermera daba positivo en la prueba del virus e ingresaba en el Sacco. La familia estaba en cuarentena y la esposa de Amedeo le dice: «vamos a llamarlos por si necesitan que les hagamos la compra». En la planta, él va a visitarla pero no se puede permanecer en la habitación si no es por razones médicas, así que cada mañana le deja unos brioches con una nota. Un gesto que va ampliando a otros pacientes, «personas que me indican mis amigos. En cuanto puedo voy o hablo con ellos por teléfono. Los que están muy mal necesitan sobre todo asistencia, pero los que no están en una situación tan grave o viven en cuarentena se sienten prácticamente encarcelados y el miedo les domina. A veces basta con una llamada de teléfono».
El miedo es la palabra que más resuena en las muchas llamadas, hasta 150, que recibe a diario. Muchas son de sus enfermos de VIH. Le preguntan cómo está y solo quieren charlar un poco. A menudo se ve obligado a decir «luego te llamo», porque le falta tiempo. «Yo combato al miedo diciendo que hay que respetar las medidas de prudencia que se nos han indicado, pero nunca hay que perder la pregunta sobre el significado de la vida, no hay que replegarse en uno mismo ni perder los vínculos de amistad, ni dejar de mirar a quien lo necesita. Es verdad que esto era más fácil antes de que la situación obligara a cerrarlo todo y quedarse en casa, pero no falta creatividad. Una situación límite puede desencadenar la fantasía. Los enfermos sienten la necesidad de comunicarme su miedo porque saben que los quiero. Siempre ha sido así, ya antes del coronavirus. Pero esto no sería posible si no fuera por la riqueza de la historia que he encontrado. Me levanto por la mañana y doy gracias por el milagro que será la jornada. La espera de que, dentro de las circunstancias, la belleza y la esperanza se abran paso de manera que yo lo vea. Y sucede todos los días».
Como con la camarera de la universidad. Un día, un amigo ingresado le dijo que tenía ganas de lasaña. Amedeo fue al bar de la universidad, donde cocinan platos calientes. Solo había espaguetis con mejillones. Se los llevó pero al pagar la camarera le dijo: «A esto invito yo. Es lo mínimo que puedo hacer». Horas más tarde, él volvió con un ramo de flores. Ella, asombrada: «pero no tenía que hacer esto». Él respondió: «Esto se llama gratitud. Es lo mismo que le ha movido antes a usted, y es lo más hermoso».
Algunos pacientes, cuando las condiciones lo permiten y pueden quedarse solos, son enviados a casa a pasar una cuarentena domiciliaria, a la espera del resultado de las pruebas. Durante el fin de semana, Amedeo ha asumido la tarea de llamar para comunicar el resultado. «Desde la primera visita, en cuestión de minutos te pones en juego en la relación con ellos. Nace una familiaridad inesperada, que continúa». Un día, Capetti llamó a la madre de un chaval. La prueba había dado positivo y tenía que volver al hospital. Amedeo le ofreció toda su disponibilidad para seguir atendiendo a su hijo y le pidió eso mismo al especialista que le acompañaba durante aquella guardia. «En cuanto llegue, iré a saludarle», le contestó este inmediatamente. «Antes de aquel turno no nos conocíamos». Ese chaval se ha convertido en uno de esos pacientes a los que lleva un brioche matutino.
Por la mañana, nada más llegar al hospital, Amedeo transcribe los nombres de sus pacientes de VIH a los que tienen que prescribir su tratamiento, con su teléfono hace una foto al listado y se lo envía a su mujer, que los llama para decirles dónde tienen que ir a por sus medicinas, porque el ambulatorio del Sacco está cerrado. Una mañana, a las cinco y media, ella ya estaba en pie para desayunar juntos y a media jornada le envió un fragmento de la Escuela de comunidad. «Se me ensanchó el corazón. Era una caricia de Dios. Como dice Carrón, “personas en las que se documenta la victoria de Dios, su presencia real y contemporánea”. Como los rostros de mis amigos, que están en el fondo de mi mirada, de los que hago memoria todos los días. Luego están las suorine de Martinengo, con las que me puse en contacto desde el principio para saber cómo afrontaban ellas esta situación con los niños que van a su Centro diurno. Su alegría y capacidad de construir son el signo potente de la presencia de Jesús. Es algo que no se pueden dar ellas mismas».
Con el tráfico reducido a cero, el viaje para llegar al hospital dura justo lo que tarda en rezar los laudes, mientras por su corazón desfilan su familia, los enfermos y los necesitados. «Empiezas la jornada con una conciencia distinta. En este tiempo, la oración está hecha de gratitud y curiosidad». ¿En qué sentido? «Es como ver la sombra de una persona y preguntarte: ¿cómo será? Es el estupor de encontrarme cada mañana con esa sombra pidiendo que se haga presente, que se desvele. Hasta llegar a decir: ¿quién eres Tú, que estás llenando mi vida de esta manera? Es el grito del que habla Carrón», cuando «la circunstancia te desafía tanto que necesitas gritar para poder estar delante de ella».
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