Litterae ha conseguido en exclusiva las cartas que el diablo Escrutopo -ya viejo y experto escribe a su sobrino Orugario Comodidad es no reconocer que el autor de la vida no es el hombre, sino Otro
Mi queridísimo Orugario:
También Su Majestad, que está muy interesado por tu educación, lo repite continuamente: «Recuerda a tu sobrino que es un diablo, no un ideólogo». Me lo ha dicho hace poco, después de hablarte del hombre que te ha sido asignado. En tu carta de ayer he notado un poco de inquietud, cuando me decías que tu hombre frecuenta la Iglesia todos los domingos, recita las oraciones, lee la prensa católica, etc.
Pero, no debes preocuparte por esto. Cierto que hay que actuar, y con solicitud; sin embargo, debes creerme, los tiempos han cambiado mucho. Recuerdo lo instructivas que eran las cartas que mi queridísimo tío Suburbiano me escribía al respecto. Pero eran otros tiempos; tiempos en los cuales decir: Yo soy cristiano dejaba muy poco margen para el equívoco. Entonces sí que era necesario el choque frontal. Pero hoy los choques frontales se pierden desde el punto de partida. Tienes que aprender a razonar sobre los hechos, las distintas ocasiones, y no sobre las ideas. Si necesitas recuperar el ánimo, debes decirte a ti mismo: Se trata, pues, de un cristiano ¿no? ¡Estupendo, de aquí partimos!
Emplea el equívoco del que el mundo está lleno. Aprovecha a fondo este deseo que el hombre tiene de engañarse a sí mismo, pervirtiendo su necesidad más profunda hasta transformarla en una ocasión para sentirse justo, satisfecho de sí mismo. Una vez que se sienta así será capaz de cualquier infamia. Nosotros tan solo debemos ayudarle, ¿me entiendes?
Me contabas que tu hombre es un honesto padre de familia, un trabajador incansable, además de un óptimo cristiano. Y me hacías el elenco de estas cosas como si fuesen otras tantas virtudes que han de ser desmanteladas a cañonazos. ¡No, Orugario!, ¡No es así! ¿No te das cuenta de que el ser un buen padre y un gran trabajador puede -digo puede- usarse contra su cristianismo? De todas formas, es un hombre que lee la prensa y sigue las encuestas por televisión, y esto supone ya una gran ventaja.
¡No hay que refutar su cristianismo! Sé que es lo que te disponías a hacer (lo he leído entre líneas); por eso, te digo: alto ahí. No es con argumentos como se introduce la duda. Tu hombre es un jovencito lleno de vigor; si lo refutas, le obligarás a contraatacar, a profundizar sus razones, a estudiar el contenido de su fe, o sea: a comparar su propia imagen de la fe con la fe viva de la Iglesia.
Lo que conviene es adormecerlo.
Me preguntarás: pero, ¿cómo?
Ante todo; valorando sus virtudes. Una virtud sin la fe, equivale a un vicio; por lo tanto, ¡viva las virtudes! Hay en las virtudes un componente de soledad que debe mantenerse. No debes atacar su fe, sino convencerlo poco a poco de que lo que cuenta son sus virtudes y, luego, acostumbrarlo a razonar sobre la fe con el metro de la propia virtud.
Recuérdale que la fe es teoría, pero que después lo que sirve es la práctica; que la práctica es algo que está ya y que dispensa al hombre de buscar el rostro de Dios. ¿Es o no es un buen padre de familia? ¿Es o no es un gran trabajador? Mejor que esto ... ¿ Y tu querías convencerlo de que abandonase a su mujer y a sus hijos, o de que vagueara en el trabajo? Pero, ¿estás bromeando? Debes, por el contrario, debilitarlo ayudándolo a sentirse preocupado por sí mismo, por sus virtudes y esperar el momento para hacer florecer en él, de modo tácito, el siguiente pensamiento: si ya soy tan bueno, ¿qué más quiere Dios de mí? Qué espectáculo para un demonio ver al hombre tan reducido: oscilante entre el placer de la duda y la satisfacción de sí. Las dos cosas van de la mano; cuando tu hombre esté más satisfecho de sí, más advertirá el dulce peso de la duda, y así se sentirá un hombre moderno. ¡ Qué placer nos da verlo pavonearse de sus valores y sus virtudes sin una finalidad! Que vaya todos los días a misa, si quiere, que se confiese (no demasiado), que dé dinero para obras buenas. No pierdas tus energías en disuadirlo de estas cosas; basta con que en todo esto su corazón esté quieto, no se mueva, permanezca cómodo. Porque la comodidad es el no reconocer que el autor de la vida no es él, sino Otro. Por esta comodidad el hombre está dispuesto a grandes sacrificios. Nosotros, los demonios, existimos para esto.
Te abraza tu tío, Escrutopo
Traducido por Gonzalo Lapuente
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