El fraile franciscano fue incansable fundador de conventos y comunidades. Enseño el cristianismo a los indios y defendió sus derechos. Bautizó a los primeros mártires mejicanos.
«Los INDIOS al verlos no salían de su asombro... ». «Se llenaban de estupor...» «Lloraban de gozo... », son frases que los testigos directos repiten en sus crónicas al hablar del encuentro de los indios de México con los «Doce apóstoles» franciscanos de México. ¿Quiénes eran aquellos hombres ante los cuales los indios no cesaban de maravillarse? «En el año de 1524 llegaron a esta tierra fray Martín de Valencia, vicario del Papa, con doce compañeros, religiosos del Orden de San Francisco, que fueron los primeros que convirtieron y bautizaron a los naturales según la ley evangélica... ». Así escribe Femando Ixtlilxóchitl, de la familia real azteca. Otro testigo de excepción, un soldado de Cortés, Bernal Díaz del Castillo, autor de una de las historias más famosas sobre la Conquista nos narra así aquel encuentro: «E ya que nos encontramos con los religiosos, el primero que se arrodilló delante de ellos fue Cortés ... y ansí lo hicimos todos los más capitales y soldados; y Guatemuz (cacique indio) y los demás caciques vieron ir a Cortés de rodillas a besarles las manos, espantáronse en gran manera, y como vieron a los frailes descalzos y flacos, y los hábitos rotos, y
no llevar caballo, sino a pié y muy amarillos, y ver a Cortés, que le tenían por ídolo o cosa como sus dioses, ansí arrodillado delante de ellos, desde entonces tomaron ejemplo todos los indios... Y más digo: que cuando Cortés con aquellos religiosos hablaba tenía la gorra en la mano quitada y en todo les tenía gran acato. Estos buenos religiosos hicieron mucho fruto en toda la Nueva España».
«Los indios andaban tras ellos -escribe fray Jerónimo Mendieta- y se maravillaban de verlos con traje tan desgarrado y tan diferente de la bizarría y gallardía que en los soldados españoles habían visto y observado. Y preguntaban unos a otros qué hombres eran aquellos tan pobres, y menudeaban mucho un vocablo suyo diciendo: motolinía, motolinía. Y uno de los Padres llamado fray Toribio de Benavente, preguntó a un español qué quería decir aquel vocablo que tanto lo repetían. Respondióle el español: "Padre, motolinía quiere decir pobre o pobres". Entonces dijo fray Toribio: "Ese será mi nombre para toda la vida". Y así, desde allí en adelante, nunca se nombró ni firmó sin fray Toribio Motolinía». Fray Toribio Motolinía, había nacido en Benavente hacia 1490. Había entrado a formar parte de una de aquellas fraternidades franciscanas, que en la España del siglo XV y XVI deseaban seguir las huellas de San Francisco. Los superiores franciscanos enviarán precisamente a los frailes de estas comunidades como misioneros al Nuevo Mundo. Los había pedido ya con insistencia Cortés a Carlos V «declarando -como escribe el mismo testigo Mendieta- la capacidad y talento de los indios de esta Nueva España, y la necesidad que tenían de ministros que, más por obras que por palabras, les predicasen la observancia del Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo».
Fundador
A principios de julio de 1524 los frailes decidieron repartirse por aquellas inmensas tierras para fundar conventos y misiones. En estos conventos surgirán las primeras escuelas, los primeros talleres de artesanía y los primeros hospitales para indios del continente. Fray Toribio recorrió incansable los caminos, desde México hasta Nicaragua, fundando conventos por doquier. Será uno de los fundadores de las ciudades de Puebla en 1531 y de Cuemavaca. Cuando Cortés se propone surcar el Pacífico rumbo al Lejano Oriente, decide embarcarse con él para «llevar el Evangelio a esas tierras». Recorre así las costas mexicanas del Pacífico. Va luego a Cholula, la ciudad poblada de templos aztecas, para plantar la cruz. Más tarde pasará a Tlaxcalala (1536-1542), uno de los reinos que habían ayudado a Cortés en la conquista. Así escribe hablando de aquella experiencia: «En estas provincias se hacían grandes sacrificios y crueldades ... (Eran) gente harto guerrera. Tenían por costumbre en sus guerras no sólo defenderse, y ofender y matar, sino cautivar, y sacrificar en los templos de sus ídolos con muchas ceremonias y crueldades» (Motolinía, Historia de los Indios de la Nueva España, Trat. I, cap. 8).
Nada ni nadie podía detener a aquel apóstol andariego que, junto con los demás frailes, recorrió caminos, valles, cañadas, y montañas para «administrar los sacramentos y predicar a os indios la palabra y el Evangelio de Jesucristo, porque viendo la fe y necesidad con que lo demandaban, ¿a qué trabajo (los lo misioneros) no se pondrán por Dios y por las ánimas que Él crió a su imagen y semejanza, y redimió con su preciosa sangre, por los cuales Él mismo (Jesucristo) dice haber pasado días de dolor y de mucho trabajo?» (Motolinía, op. cit., Trat. III, con cap. el 10). Motolinía gozaba con el crecimiento de la Iglesia, y como nos confiesa en sus cartas, con la felicidad de los nuevos cristíanos que él consideraba su recompensa. «¡Es cosa de ver la alegría y regocijo con que llevan a sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer!», exclama lleno de gozo.
Se conmueve ante la fe de los indios recién bautizados, de cómo caminaban leguas y leguas para poder confesarse, de los cambios que la fe cristiana operaba en los neófitos: «Restituyen los esclavos que tenían antes que fuesen cristianos, y los casan y ayudan, y dan con qué vivan; pero tampoco se sirven de estos indios como de sus esclavos con la servidumbre y trabajo que los españoles, porque los tienen casi como libres en sus estancias y heredades, adonde labran cierta parte para sus amos y parte para sí; y tienen casas, y mujeres, y hijos, de manera que no tienen tanta servidumbre que por ella se huyan y vayan de sus amos... ahora como son cristianos apenas se vende indio» (Motolinía, op. cit. Trat. 11, cap. 5).
Los primeros mártires
A Motolinía Dios le concedió la gracia de bautizar a los primeros martires indios de las Américas, que serán beatificados por Juan Pablo II en 1990 en el mismo México. Eran tres adolescentes, hijos de dos de los príncipes indios que ayudaron a Cortés en la conquista. Educados por los frailes, se convertieron enseguida en apóstoles de su pueblo. Uno será martirizado por su mismo padre en 1527, mientras que los otros dos morirán a manos de algunos indios en 1529.
Motolinía, lleno de conmoción, recogió sus restos y les dio sepultura en la iglesia del convento.
Hay que contar a Motolinía entre los grandes defensores de los indios. Como en el caso de los monjes misioneros medievales su experiencia le daba la convicción de que sólo la fe cristiana podía vencer «las plagas que asolan esta tierra» como escribe en su famosa carta de 1555 a Carlos V. Los conventos y las misiones obraron el milagro de unificar de manera estable vencedores y vencidos. Allí podían convivir fraternalmente personas que en la vida social con frecuencia se combatían y se mataban.
Motolinía, como otros misioneros de la época, habla de la necesidad de un milagro, de cómo se lo piden con insistencia a la Virgen María. Tiene la conciencia de que aquella unidad «no nace de la carne o de la sangre» (Jn 1, 13 ), sino del reconocimiento de Jesucristo por parte de todos.
De esta experiencia nace el juicio que estos misioneros tienen sobre el indio, la misericordia con las debilidades de todos (basta leer los manuales para confesores que se van a publicar en esta época) y la libertad evangélica frente a los poderosos. Aquella experiencia producía una capacidad de conocer y de amar nueva, y la misma convivencia con los indios en la que aprendieron a estimarles.
Así escribe Motolinía: «El que enseña a el hombre la ciencia, ese mismo proveyó y dio a estos indios naturales grande ingenio y habilidad para aprender todas las ciencias, artes y oficios que les han enseñado (y añade: "a veces superando como maestros a los mismos castellanos"). Tienen el entendimiento vivo, recogido y sosegado, no orgulloso ni derramado como en otras naciones» (Motolinía, op. cit., Trat. III, cap. 12).
Fiel, prudente y tenaz
Motolinía aunque llegó a ser superior de todos los franciscanos de México no ambicionó nunca el poder. Renunciará a ser obispo. Lo suyo era recorrer los caminos anunciando el Evangelio y fundando misiones y conventos. No le era siempre fácil. En Guatemala se le murieron casi todos los misioneros dos veces. El Señor lo llamó a sí el 9 de agosto de 1569 en la ciudad de México. A Motolinía, como a otros muchos misioneros de aquellos años duros en América, se les puede aplicar las palabras de Péguy en Veronique: «También eran malos los tiempos bajo los romanos. Pero vino Jesús. Y no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época. Él zanjó la cuestión. De manera muy sencilla. Haciendo el cristianismo. Él salvó.
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