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Huellas N.7/8, Julio/Agosto 1992

MOVIMIENTO

Conversación sobre una experiencia

Nuestra transcripción de una conversación entre Don Giussani y un grupo de universitarios que ha tenido lugar el pasado 22 de marzo. El entusiasmo por el encuentro. El valor de la compañía. El impacto con la realidad

DON LUIGI GIUSSANI: Cualquiera que sea nuestro estado de ánimo, comen­cemos con el rezo del Angelus, en la memoria y en la adoración de aquel ins­tante, aquel momento concreto del tiempo en el que todo sucedió, en el que sucedió aquello que hará que todo quede transtor­nado, transformado, y que será clamorosa­mente demostrado a todo el universo, a todos los hombres de todos los tiempos. Todo ha nacido de un instante escondido, pero de un instante del tiempo, un instante histórico, hecho de carne, que tocó a una carne y nació de una carne. «El Angel del Señor anunció a María. Y la Virgen conci­bió por obra y gracia del Espíritu Santo. He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Y el Verbo se hizo carne. Y habita entre nosotros». Debemos hacer que sea casi habitual en nuestro caminar, en la imaginación que sigue nuestro camino -porque es expresión de la relación entre la concreción del instante que nos absorbe con su tarea, su trabajo, su atracción, y ese último término ideal de nuestra vida hacia el que somos empuja­dos- el sitio de este recuerdo, de esta memoria. Necesitamos que llene cada vez más el horizonte de nuestra imaginación, porque entonces las cosas que hacemos y que tocamos se transforman ya según su destino final, y comienza a anticipar la seguridad, la evidencia y el gozo del desti­no final y por ello una paz y una fecundi­dad que ninguna guerra, ninguna antítesis puede frenar o sofocar: ni la antítesis que viene de nosotros, de nuestra mezquindad, ni la antítesis que viene de la mentira que nos rodea, que jamás como hoy en día sentimos tanto como brazos que intentan sofocarnos.
Nuestra relación con el Misterio, nuestra relación con Dios -sea cual sea la luz de la que ya viva, o esté todavía oprimida por las tinieblas que sean- a partir de un determinado momento de nuestra vida no pue­de estar dominado más que por una pala­bra: «liberación». Este término, «libera­ción» -bien sea todavía como melancólica espera o ya como experiencia presente ­define nuestro actuar humano frente a lo eterno, frente al Misterio del que hemos nacido (porque si hay algo evidente es que nuestra vida nace de un Misterio, de Otro, del totalmente Otro).
Recemos, pues, los Laudes con el alma ocupada por esta palabra, «liberación» sin dialectizarla con el pensamiento, porque es inútil entregarse al pensamiento, anali­zar y plantearnos las dudas que nuestra debilidad nos sugiere sustrayendo ímpetu a nuestra entrega total a Dios. Demos gra­cias al Misterio del Ser que nos ha hecho y que nos ha tocado con el mensaje de «libertad», «liberados del yugo del mal», de la mentira. Porque el mal es igual a la mentira -lo que no es pero pretende ser, lo que aparece como ser-, la apariencia: ori­lla no fiable que absorbe y arrastra, que embarranca al que se detiene en ella, en lugar de ser punto de partida hacia la otra orilla. Liberados del fango de la orilla de este lado quiere decir estar navegando hacia el otro lado: ésta es la audacia que la fe libera en nosotros. Los Salmos que leemos en los Laudes están dictados por la gran fe de los profe­tas antiguos, del antiguo pueblo elegido por Dios. A muchos estos salmos les pue­den parecer expresiones «exageradas», porque son metáforas llenas de ímpetu y de asombro, que no corresponden todavía al tejido y a los términos de nuestro sentir; pero nuestro sentir tiende a una infinitud que no puede traducirse en el presente sino
como metáfora, como una exageración. Porque el infinito es para el finito como una grande e inconcebible exageración.
La metáfora dominante en los Salmos que hemos leído en los Laudes de esta mañana (domingo) es la metáfora de la guerra, del Dios que combate y que vence a todos los dioses, es decir, a todas las ener­gías y presencias que intentan dominar -y que de hecho por breve tiempo y dentro de ciertos límites dominan- al hombre y a la sociedad: con el tiempo son barridas. Quien domina es el Señor: domina a través del individuo -de esta manera se exalta el yo humano.
«Por la justicia contemplaré tu rostro. Al despertar me sacia­ré de tu presencia», dice la antí­fona al Salmo 45: «Porque la justicia es tu camino, yo sigo tu camino, por ello contemplaré tu rostro, que es el significado de todas las cosas». El rostro de Dios es el significado de todas las cosas: de lo que agarras con
la mano, del rostro que besas, del cansancio que se transforma en fruto, del cielo y de la tierra, como dice el Salmo 45: «Los cielos can­tan tus maravillas, Señor». El cielo es la profundidad del presente para nosotros ignota: por eso sondeamos con las manos, con la mirada y con el corazón esta apariencia presente, este rostro presente, empujados por un destino inexorable hacia algo distinto, porque lo que vemos y tocamos está incompleto.
Ahora bien, el Señor vence a tra­vés de la fidelidad de la persona, a través del com­promiso tuyo y mío.
«Al despertar me saciaré de tu presencia»: así pues será como un despertar. Es una alusión a la muerte y a la resurrec­ción, que nos espera cada día, porque nosotros resbalamos de una acción a otra inquietos ante la incertidumbre y la impo­tencia o la insatisfacción del presente, empujados por el deseo de precisión, de evidencia, de consecuencialidad. Pero el Señor combate y vence a través de mí «y» de ti. Y esto es clamoroso, por­que es como si continuamente fuese derrotado por nuestra debilidad, -«es como si ninguno de nosotros te creyera, oh Dios, por encima de todo, claramente»­y sin embargo, con el tiempo que pasa, su victoria asume cada vez más el rostro de un pueblo al que nada puede sofocar ni destruir. Este es el significado del Bene­dictus, que describe el primer rostro de este pueblo a través del cual domina Dios el mundo, el rostro de aquel pequeño pueblo hebreo. El Señor ven­ce a través de ti y de mí, pero a través de ti «y» de mí: es ya una compañía, es ya el inicio de un pueblo. Cuando os caséis ¿qué significará ese «tú y ella», «tú y él»? Si no lo percibís como el germen de un nue­vo pueblo, os habréis quedado ya, de entra­da, «excluidos» de la grandeza de aquello en Jo que os estaréis introduciendo, esta­réis ya expulsados de aquello que intentáis abrazar.
«Guiaste con tu favor a este pueblo que has rescatado» (Ex, 15); este pueblo es nuestra gran compañía, más que tú y yo: tú y yo, y él, y él. .. En ningún lugar, «lugar que para ti has preparado ¡ oh Señor!» (Ex, 15), hay una conciencia tan clara como entre nosotros. «Guiaste con tu favor a este pueblo que has rescatado» y «lo condujiste a la fuerza a tu santa morada»: esto no es contradictorio con nuestra libertad, sino que más bien pone en primer plano esa su ges ti vi dad profunda de lo verdadero para el que está hecha nuestra libertad y al que la libertad debe inevitablemente ceder para ser ella misma.

Intervención: Para empezar la asam­blea, que quiere ser un momento de con­frontación que tenga presentes los dos últimos Equipes (Qui salvandos salvas gratis y De la naturaleza brota el terror de la muerte, de la gracia, la audacia), quisie­ra reevocar una afirmación de Decisión para la existencia que ha marcado la expe­riencia de los últimos meses: «El camino del Señor es sencillo como el de Juan y Andrés, Simón y Felipe ... ».

Giussani: ¿Por qué es sencillo?

Intervención: Porque -como prosigue el texto- «empezaron a caminar detrás de Cristo por curiosidad y deseo. En el fondo no hay ningún otro camino fuera de esta curiosidad deseosa despertada por el pre­sentimiento de lo verdadero».

Giussani: Esta afirmación es una recon­ductio ad simplicitatem ultimam: «curiosi­dad deseosa despertada por el presenti­miento de lo verdadero». Eliminar aunque sea una sola de estas palabras, significa eliminar la vida.

Intervención: Quisiera ante todo atesti­guar la alegría y la generosidad con las que se está trabajando estos días en la campaña electoral. Esto tiene un único origen: el reconocimiento de la Presencia grande a la que pertenecemos, que nos une a todos, y que es más razonable que cualquier opinión incluso inteligente. Por­que lo que parte de mí, parte siempre de una naturaleza herida. El criterio de la pertenencia parte, en cambio, de un hecho integralmente humano, que es la persona de Cristo vivo entre nosotros. La expe­riencia que hemos vivido comprueba que, tal como se observa en Qui salvandos sal­vas gratis, «no es posible la percepción del misterio de Cristo sin la concreción de la realidad» y que «no puede haber nexo con la realidad concreta sin el reconoci­miento del infinito». En este sentido tam­bién las elecciones son una ocasión misio­nera.

Giussani: ¿En qué sentido?

Intervención: En el sentido de que la circunstancia de las elecciones nos desafía a estar más concretamente en la realidad, y por consiguiente, a captar mejor el nexo entre Cristo y la realidad.

Giussani: Esta afirmación es muy importante educativamente hablando. No se puede comprender quién es el Señor ni lo que es el cristianismo, no se puede per­cibir ni vivir a Cristo, sino en el nexo con la realidad, en el nexo con el modo con que tratamos al otro, en el nexo con el modo de levantarnos por la mañana, etc. No debemos perdernos aunque nos sinta­mos lejanísimos de esto: hemos sido des­pertados a un camino en el que penetrar, con el tiempo, la verdad de este mensaje. En El sentido religioso se dice esto mismo en referencia a Dios: sólo quien se toma en serio la vida, no en el sector al que se la reduce o en el sentimiento en el que se la diluye, sino según la totalidad de sus fac­tores, reconoce y comprende la existencia de Dios. Con más razón todavía, sin el nexo con la carne de cada día sea cual sea la forma o versión que ésta asuma no se puede percibir ni vivir al Dios encarnado: Jesucristo. Queda solamente como un recuerdo del pasado o una sensación mis­ticista de algo que, como mucho, interesa al futuro, a los abismos que circundan la tierra como en ciertos mapas geográficos de los siglos XVII y XVIII, donde más allá del perfil de la tierra conocida está la indicación de la incógnita. Por lo general, a Dios lo percibimos así. Pero Cristo nos lo impide, porque Cristo quiere decir la transformación del presente, una plasma­ción distinta del presente, otro modo de relación entre tú y yo; tú, a quien veo por primera vez y al que puedo sentir tan fra­terno como a mi hermano o mi hermana.

Intervención: Estas observaciones me ayudan a identificar el primer aspecto pro­blemático que he anotado. Es como si fue­ran las circunstancias las que nos obliga­sen a estar en la realidad, y no todavía la percepción neta de que esta historia con la que nos hemos encontrado es la única his­toria verdaderamente interesante para nosotros y para todos. Aunque la vida de estos meses haya sido un umbral que nos ha hecho entrar finalmente en una gran morada. Esto se comprende por la intensi­dad afectiva que han tomado las relacio­nes entre nosotros: el pecado, los errores y la mala gana suscitan dolor, pero no el desánimo por un proyecto imposible de alcanzar. Quisiera concluir con una pre­gunta que quizá puede parecer teórica. Me cuesta siempre aferrar el punto sintético que se nos indica en cada etapa del cami­no y quiero preguntar si ello se clarifica retomando continuamente los textos que se nos sugieren.

Giussani: Es necesario seguir los textos que se van indicando, porque se trata de un camino común, en el que quien escribe camina como todos y es como si dijera: «yo estoy caminando así». ¿Hay un modo de caminar más inteligente y sugestivo? Los textos son una propuesta de lo que sufre quien escribe. El punto sintético es, pues, algo que se forma en el tiempo. Es como el vislumbrar una presencia que emerge entre la niebla. Exactamente como emerge la verdad del yo, porque el punto sintético de todo es la verdad del yo. Así como la verdad del yo se forma y madura con el tiempo, es fruto de un camino, tam­bién el punto sintético es un fruto que madura en el camino. Por lo cual hace fal­ta seguir los textos que se señalan. Seguid­los juntos y particularmente junto a quien os guía, aquél que entre vosotros es más autoridad. Una persona tiene autoridad en tanto en cuanto hace evidente su manera verdadera de acercarse al destino, la pasión por su propio destino y por el de los demás, ya que el destino es uno: Cris­to.

Intervención: Estos meses he iniciado con mis amigos el paso de una amistad, que en última instancia era todavía una colaboración, si bien generosa, en las cosas que había que hacer, a una amistad que es un compromiso total con lo que hemos encontrado, y que hace que uno se interese por el destino y, por lo tan­to, por lo concreto del otro (los estudios, la vida del apartamen­to ... ). Vemos con estu­por que esta novedad se está extendiendo entre la gente, la mayor parte de la cual, por otra parte, ha encontrado el movi­miento recientemente. Al mismo tiempo advertimos una corres­ponsabilidad hacia la historia del movimien­to en nuestra ciudad, hasta el punto que en alguno de nosotros ha nacido el deseo de que­darse después de la universidad. Respecto al milagro de esta amistad, la postura más moral consiste en compararse continuamente con quien guía y con la Escuela de comunidad. La muerte de Don Alberto, que ha comparti­do con nosotros el camino durante cuatro años es, dentro del dolor, el mayor reto a nuestra libertad para ir a fondo en el comienzo de esta historia.

Giussani: Me gustaría que calibráramos el peso de cada palabra de esta interven­ción. Puede parecer que las comprenda­mos de inmediato y sin embargo desafían el modo en que normalmente vivimos nuestra compañía. Nacen de una experien­cia real, en primer lugar comprometida y después dolorosa por la circunstancia de la muerte de D. Alberto. Ha dicho: «Estos meses he iniciado con mis amigos el paso de una amistad que, en última instancia, era todavía una colaboración ... »: una amistad como colaboración no toca el yo. Toca una expresión o un proyecto del yo. El paso señalado va, por consiguiente, de una amistad como colaboración a «una amistad que es compromiso total con lo que hemos encontrado». La amistad como compromiso total de mi persona con lo que he encontrado junto al otro: esta es la novedad que se ha introducido, donde todo el peso está en «lo que he encontra­do». El ovillo que hay que desenredar es lo que hemos encontrado. Pero, por poco desenredado que esté lo que hemos encon­trado, por misterioso y todavía dejado al lado de nuestra comprensión, el compro­miso con ello suscita enseguida un com­promiso con el destino y por lo tanto con lo particular del otro como se decía. Es la realización de una humanidad distinta. Para proseguir el compromiso con este ovillo misterioso, hay que seguir al que nos guía, -el que nos guía es algo que nos hemos encontrado delante, algo con lo que nos hemos topado; es par­te del encuentro, parte del acontecimiento- y la Escuela de comuni­dad, que fija la expre­sión más consciente de lo que hemos encontrado.

Intervención: El trabajo en la Escuela de comunidad -con referencia particular al capítulo 2º de Por qué la Iglesia-, ha hecho ver que la novedad en el mundo, la única posibilidad de novedad, es el hecho de concebirse «con», de no poder ya pen­sar en la propia vida fuera de una relación. Así, la esperanza y el empuje para afrontar la realidad ya no se confía a una capacidad de proyecto, ni a una capacidad de imagi­nar las cosas, sino que se confía al espesor de una relación.

Giussani: Repite esta última frase.

Intervención: El empuje y el coraje para afrontar la realidad no se confía a la capacidad de imaginar o proyectar sino al espesor de una relación, es decir, depen­den de lo grande y potente que haya llega­do a ser esa relación.
Esto es paradójico porque me doy cuen­ta de que las cosas, incluso las más perso­nales, solamente se hacen mías dentro de la comunión. Estamos habituados a lo contrario. Es urgente que esta conciencia se convierta en construcción y defensa de relaciones sociales nuevas, de una socie­dad nueva. Pienso que este es el terreno en el que el poder ha hecho más estragos, porque ha sustituído las relaciones perso­nales con los mensajes televisivos.

Giussani: El poder ha sustituído la rela­ción social que nace del encuentro perso­nal, del compromiso personal en las rela­ciones, con la treta de invadir, de su inva­sión, cuyos grandes instrumentos son los mass-media. De hecho están en manos sólo de unas cuantas familias en Italia.

Intervención: No sólo ha sustituído toda posibilidad de relaciones sino incluso el deseo de tales relaciones. Cada vez más, al conocer gente nueva, comprende­mos que lo primero de todo es reconstruir este deseo de relaciones nuevas.

Giussani: Daos cuenta cómo algunos de entre vosotros han desenredado ya bastan­te el ovillo. Es para esto para lo que esta­mos juntos: para aprender. Muchas veces he tenido que decir a quienes me escucha­ban: «de mí tenéis que aprender a apren­der». Lo más grande de la vida es apren­der, ya que uno, aprendiendo, descubre el propio destino, el propio horizonte, se des­cubre a sí mismo. Si retomamos estas intervenciones teniendo en cuenta que son intervenciones de compañeros nuestros, posiblemente con un punto de partida psicológicamente más lejano que el nuestro de la verdad cristiana, nos encontraremos con más disponibilidad para reconocer a priori que esas cosas no son «rarezas» imposibles, nos dejaremos enseñar y com­prenderemos eso que el corazón vive como exigencia todavía desconocida y no explícita en nosotros.

Intervención: Hay dos afirmaciones que para nuestra experiencia reciente han sido fundamentales. La primera se encuentra en Qui salvandos ... : «el cristianismo es el lazo que Cristo ha establecido y establece contigo». Por ello, es Cristo, la compañía en la que Él se hace presente, quien esta­blece el lazo conmigo y no al contrario.

Giussani: ¿Qué sería lo contrario?

Intervención: Que soy yo quien decido en qué modo Cristo debe establecer este lazo conmigo. La segunda afirmación es de Por qué la Iglesia: «en la postura orto­doxo-católica el anuncio cristiano se con­cibe como encuentro objetivo con una rea­lidad humana objetiva si bien, naturalmente, profundamente significativa para la interioridad del hombre». Se insiste con estas dos afirmaciones en la prevalencia del objetivo; no se excluye al sujeto, pero en el centro está otro, y el sujeto está lla­mado a adecuarse a este otro.

Giussani: Sin el objeto no hay sujeto. Es decir: un yo sin relaciones no es nada. Es como un hombre que se está muriendo de angina de pecho, le falta el aire. Sin relación con el otro deja de existir el yo. Es exactamente lo contrario a toda la filo­sofía moderna, que por esto ha reducido a polvo al hombre. Y el Poder se ha frotado las manos porque si, por una parte, el poder se mofa de los modernos diagnósti­cos filosóficos, antropológicos, humanos, etc., por otra los favorece y se los apropia, ya que así el hombre se extravía. Frente a una masa de extraviados, el que es pode­roso y fuerte domina.

Intervención: Cuando no se deja que prevalezca esta objetividad, o el estado de ánimo se convierte en criterio para el jui­cio, o bien, en lugar de acoger cada vez más lo que hemos encontrado, se intenta constreñirlo a la propia medida o interpre­tación. Pregunto: ¿qué es lo que empuja a la persona hacia la decisión de rendirse a otro?

Giussani: ¿Qué es lo que empuja a la persona hacia la decisión de rendirse a otro (el Otro con «O» mayúscula o el otro con «o» minúscula, porque el objeto, sea cual sea, revela el Objeto con la «O» mayúscula)? ¿Qué empuja al hombre a tomar esa decisión? Ante todo, el corazón. Pero el corazón hace acabar al hombre en una espera que, cuanto más consciente es, más convulsiva se vuelve, y más peligra convertirse en tragedia. Para evitar esto, el hombre, en cierto momento, olvida su corazón y se extravía, se deja ensordecer por el alboroto de lo superficial. Sin que el hombre conserve el corazón que le ha sido dado (en el sentido que El sentido religio­so llama corazón), Dios no puede hacer nada. Pero el corazón puede hacernos alcanzar solamente un horizonte convulsi­vo y trágico. Cuanto más en serio se toma, más convulsivo y trágico es el horizonte al que lleva, si el corazón no encuentra algo distinto, si el Otro no le sale al encuentro. Este encuentro es una gracia: el respiro inesperado, el despertar imprevisto que suscita en nosotros la Gracia. Así se reconstituye el hombre, recompone su visión del corazón, se reconcilia consigo mismo, lo abraza todo, hasta la muerte, incluso lo que le odia, porque el encuentro le hace partícipe de la Presencia por la que todo existe. Por eso el corazón es como una condición previa, pero lo que hace que el corazón se decida a reconocer es un encuentro a través del cual nos llega a nosotros, se nos desvela, nos toca la gran Presencia. Todo es gracia. «Tu Gracia vale más que la vida», decimos en el Sal­mo 62, porque sin tu gracia, la vida no tie­ne sentido. Cuanto más se nos manifiesta la Presencia grande, la realidad pertinente a nuestro corazón, más queda solamente mirar, en silencio -como Marcelino pan y vino frente al Crucificado- la Presencia grande y misteriosa. Lo contrario, lo que nos hace perdernos es el alboroto, cuyo símbolo más inmediato son las discotecas, pero el símbolo más normal son las fami­lias tal y como viven hoy en día: en ellas domina, o aquel tipo de silencio en el que cada uno está lejanísimo del otro, o aquel vanilo­quio tan fácilmente denso de hostilidad. Ultimamente cuento a menudo una cosa que me ha impactado (¡qué bonito enseñar a los demás lo que nosotros hemos aprendido! así que aprended y ense­ñad: «aprender» es lo que te hace tomar con­sistencia, es amor a lo verdadero, y «enseñar» es amor al hombre). Pero vengamos a nues­tro episodio. En La Thuile, un amigo nuestro estaba descendien­do de las pistas tras una jornada de esquí, y el funicular estaba aba­rrotado. Había un niño pegado a su padre que intentaba explicarle las diversas carac­terísticas de las rocas. De repente se hace el silencio, nadie habla, y el padre le dice a su hijo: «¿Oyes este silencio?; del silen­cio no se sale si no es por algo más gran­de». Si el silencio es la percepción sorprendida de la gran Presencia para la cual está hecho el corazón y que hemos encon­trado, únicamente se puede salir de este silencio por algo más grande: encarnar lo que hemos encontrado. Más grande que el asombro al contemplar el objeto supremo del encuentro es encarnarlo en lo efímero, en el momento que pasa que, de este modo, adquiere la dimensión de lo eterno (como dice el Evangelio, «hasta los cabe­llos de vuestra cabeza están contados», «incluso una palabra dicha en broma tiene el peso de lo eterno»).

Intervención: Nuestra vida ha estado marcada en los últimos meses por las elecciones para el claustro celebradas en marzo. Nadie tenía la disponibilidad para implicarse en este hecho porque la situa­ción del CLU no parecía brillante y tam­poco entendíamos para qué servían las elecciones y el mismo claustro. Estas elecciones nos parecían una tarea más que podía romper el equilibrio que habíamos construído entre estudio, clases, vida de comunidad, etc. Pero lo que ha hecho que se disparara un resorte ha sido el escuchar repetidamente que incluso las elecciones constituyen una posibilidad, para mí y para la gente que me rodea, de encontrar­nos con el movimiento y de que aquello que nos sucedió una vez suceda de nuevo. Entre aquellos que más deseaban esta posibilidad ha renaci­do una amistad libre, en la que nos senti­mos perdonados y acogidos por lo que somos, en la que se puede pedir. A partir de esta compañía se han movido también otros y ha resultado posible, además, lograr un objetivo que de otro modo era imposible. Ahora que­remos que lo extraor­dinario que ha surgido en esta contingencia electoral se convierta en lo ordinario, que esta compañía deter­mine todos los instan­tes de la vida.

Intervención: En estos meses, lo que ha surgido de la confrontación de todo lo que sucede, con las palabras del Equipe y de la Escuela de comunidad, es el florecer de la persona en una relación cada vez más existencial con la compañía, que no se ve ya como una referencia genérica o un refugio, sino como algo formado por ros­tros concretos, fisonomías con nombres y apellidos. A través de estos rostros, más fuertes que mis pensamientos y que mis sueños, se percibe el misterio, la presencia de Quien se digna estar entre nosotros, y descubrimos que acogemos más a quien se tiene delante, que se agradecen incluso las circunstancias negativas en sí, porque constituyen una ocasión para pedir y, por tanto, para pertenecer más. En la obedien­cia a estos rostros, dentro de las circuns­tancias de todos los días, para muchos ha comenzado la experiencia de la ruptura de la propia medida y del cálculo. Milagrosa­mente, ha florecido la vida en la fidelidad no a un Cristo imaginado sino a unos ami­gos reales, carne de su Presencia. Es una aventura integralmente humana, en la que tiene sentido hasta lo más banal. Pedir a Cristo que «tome en sus manos la preocu­pación de mi destino» no resuelve mate­rialmente los problemas, pero indica dón­de poner la mirada.

Giussani: Se necesitan siglos y siglos, se necesita la historia entera para introdu­cirse en lo que Cristo elijo, para compren­derlo cada vez más. Si dos frases de nues­tros compañeros requieren una hora para ser comprendidas, imaginad cuánto exigen las palabras de Cristo. Se puede intuir cómo, durante toda la historia, serán para el hombre pozo del que beber la verdad de su propia vida: se comprenden sólo con el tiempo. Ésta es la historia del dogma, por­que los dogmas son como piedras miliares de una comprensión que se desarrolla con el tiempo (como se verá en el volumen 2º de Por qué la Iglesia).

Intervención: Las cosas que han ocurri­do últimamente han sido ayudadas y sos­tenidas por la confrontación con los textos de los Equipes y la Escuela de comunidad. La mirada que cada uno de nosotros tiene sobre la vida y las circunstancias comien­za a tener su origen en la relación con el acontecimiento real de Cristo. Darse cuen­ta con estupor de que Otro se ha hecho compañero nuestro dentro de «una historia particular» comienza, de algún modo, a ser la única energía, la única fuerza con la que amar a las personas, los hechos de la vida, la realidad. Lo más sorprendente es descubrir que esto es posible para uno mismo y que se comunica al otro a través de la sencillez de una petición. Lo único que vale es «remar juntos» dentro de las circunstancias de la vida con la certeza de pertenecer a ese encuentro. Entonces, pedir juntos la presencia de Cristo es el comienzo de la libertad.

Intervención: A partir del Equipe del verano se ha abierto camino una percep­ción de nosotros mismos definida por la sencillez del agradecimiento y que tiene como contenido el descubrimiento de otro punto de partida para nosotros mismos. Es decir, que existimos «para» algo que está fuera de nosotros y que ha cogido nuestra vida, la acompaña y hace que nuestro corazón esté contento. En esta gratuidad sencilla está el descubrimiento de que hay una iniciativa que precede a mi iniciativa -«el acontecimiento del vínculo que Cristo ha establecido y establece conmigo»-, que constituye mi yo y lo reconstituye. Un acontecimiento que precede a mi ser y hace posible mi libertad y mi energía. El agradecimiento es, pues, agradecimiento por un acontecimiento, por un encuentro, por una compañía que empieza a ser reco­nocida como el rostro de Cristo que nos alcanza y, por ello, como vocación. El descubrimiento de la compañía como ros­tro real de la presencia de Cristo ha meti­do en nuestra vida una facilidad, como una simplificación del modo de ser: lo que está en mi origen, lo que me ha tomado es una presencia a la que mirar. Frente a esta presencia sirven más unos ojos asombra­dos de niño que los esfuerzos o las astu­cias de la inteligencia personal, la propia interpretación o el énfasis del sentimiento. La tentación que hay entre nosotros es olvidar esta sencillez de gratitud, de mirar y de seguir, para preocuparnos por los éxi­tos o fracasos de nuestras iniciativas. Cuando la vida se vuelve triste es porque hay un desplazamiento mortal del acento sobre uno mismo, de manera que la pala­bra «yo» parece que se hincha, pero des­pués se fragmenta normalmente en una tristeza.

Giussani: Cuando uno está totalmente cogido y desmoralizado por lo que ha hecho, se pone a analizarse y se deprime por ello, paradójicamente comete un error aún más grave que todos los demás que había cometido, porque se pone a sí mis­mo en el centro, mientras que el centro de la propia mirada es otro que nos abraza perdonándonos.

Intervención: El juicio que emerge de la vida de estos últimos meses es que no basta ya permanecer de manera formal en la compañía, sin confrontación, quedán­dose en último término con el corazón como espectadores. Es necesario decidir­se por el movimiento. En esto no puede prevalecer la defensa de un papel o de una imagen: está en juego tu vida. Cuan­do el corazón tiene que decidirse vive una inquietud. Pero para liberarse de ella bas­ta una mirada cargada de afecto de perso­nas determinadas, porque decidirse por el movimiento significa decidirse por estas relaciones, por estos amigos. «Tengo la gracia de cruzarme con la mirada de quien lleva consigo este mismo deseo y es mi amigo».

Giussani: Aquí está implícita una defi­nición de amistad: amigo es el que te empuja y te ayuda a mirar la presencia de Cristo, a ir hacia Cristo, es decir, a nuestro destino: fuera de esto la amistad es una mentira, un intento de posesión.

Intervención: En este último período ha sido fuerte en mí el presentimiento de lo verdadero. La compañía que se me brinda me hace presentir lo verdadero, aquello para lo que estoy hecho. Reconozco que no puedo tener ninguna pretensión respec­to a la compañía, pues todo es dado por gracia. En lugar de esta sencillez, que me hace estar contento y agradecido, estoy a menudo tentado de asumir una postura complicada, de modo que mi vida se llena de problemas, se complica, claro...

Giussani: Has descrito lo que la mayor parte de nosotros vive sin darse cuenta. Sólo hay una cosa que hacer, y es que inmersos en esta complicación no nos compliquemos más intentando salir fuera de la complicación. Debemos hacer algo diferente. La gracia es algo diferente que interviene y llena de gratitud, sin impedir que tu mezquindad humana la deprima después -deprima ese acontecimiento- en complicaciones: «si», «pero». Si la verdad de mi vida es algo distin­to, más grande que yo, no tengo otra cosa que hacer que pedirlo, como toda la humani­dad ha pedido y pide la venida de Cristo. ¡Escapemos, pues, de nuestros «si», «pero», «sin embargo», convir­tiendo nuestra vida en un mendigar, en una oración! Tenemos que pedir. Descubramos más lo que es la ora­ción y supliquemos (porque la esencia de la oración es suplicar), ¡repitiendo la súplica durante todo el día! Para salir de las com­plicaciones se necesita alzar la frente y mirar a Cristo, ensimismarse con las figu­ras del Evangelio tocadas por Cristo -y quién sabe cómo les miraba Cristo, con alguna rara petición y un gran silencio en la mirada-, pidiendo, mendigando, con las últimas palabras de la Biblia, «ven Señor»: «Tú que me has hecho presenti­miento (pues el presentimiento de la ver­dad es la definición del corazón) revélate a mí». Todas las intervenciones que hemos escuchado son los testimonios de la opera­tividad de Cristo entre nosotros. Cristo hace posible lo que resultaba imposible: quien lo ha encontrado, le reconoce y le acoge, cambia. Es la vocación cristiana, la vida como llamada del Ser, solicitada por el Ser.

La síntesis final de este Equipe de los uni­versitarios se publicará próximamente
Traducido por José Miguel Oriol

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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