En Rocca di Papa se han encontrado representantes de asociaciones
y movimientos eclesiales para discutir sobre la necesidad
de «anunciar a las gentes las inescrutables riquezas de Cristo».
NOS ENCONTRAMOS en Rocca di Papa. Una vista preciosa sobre el lago y también sobre Roma si no hay niebla. Se han reunido aquí durante cuatro días, más de 90 representantes eclesiales por invitación del Pontificio Consejo para los Laicos. «Se nos ha concedido la gracia de anunciar a las gentes las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef 3,8) -este era el tema del encuentro al que también fueron invitados representantes de la Fraternidad de Comunión y Liberación y de los Memores Domini. El cardenal Eduardo Pironio, presidente del Pontificio Consejo, fue quien llamó la atención sobre la importancia del tema en su introducción bíblica. «La misión "ad gentes" -dijo el purpuradoforma parte de nuestra vocación cristiana. Tiene su raíz en el Bautismo -que nos incorpora a Cristo y a la Iglesia esencialmente misionera- y forma parte de nuestra vocación universal a la santidad. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). Es importante esta primera conciencia del cristiano de haber sido elegido para dar fruto. Es el Señor quien nos llama ... No se puede ser cristiano sin vivir cada vez más responsablemente esta conciencia misionera».
Es sorprendente constatar como precisamente dentro de la unidad de la Iglesia se han desarrollado los métodos de misión más diferente, desde la evangelización en las calles hasta los cursos de catequesis con un planteamiento carismático y litúrgico precisos. Pero sobre todo, se podía tocar casi con las manos la diversidad de las situaciones en las que los cristianos hoy viven: el gran florecimiento también numérico de los cristianos en Corea y al mismo tiempo la experiencia de persecución de los cristianos en los países árabes.
En muchos de los testimonios resonaba la importancia de las obras. Estas parecen un camino privilegiado para la evangelización, son formas nuevas de convivencia y por tanto signos concretos para la novedad del cristianismo. El cardenal Saldarini, arzobispo de Turín, en una relación sobre los contenidos y desafíos de la misión, ha subrayado con claridad la razón por la cual los cristianos tienen «derecho y deber» de testimoniar su fe: «No comunicamos una teoría nuestra, no intentamos someter a los demás a una ideología nuestra, compartimos con los demás la revelación divina. Por eso "no podemos callar" (Hech 4,20). Compartimos una gracia. Los hombres pueden rechazarla, pueden decir no a Jesucristo, pueden taparnos la boca, pero no pueden pararnos». El Cardenal añadió: «El Reino de Dios ya no es sólo promesa y profecía, sino "acontecimiento", se ha hecho visible y presente con la llegada de Cristo. Es Cristo quien cura y perdona, quien libera del demonio y de todo lo que bloquea y aprisiona, y del miedo que hace esclavos de los ídolos y de todos los dioses y "señores" que hay que aplacar para tener un poco de paz y seguridad. El Reino de Dios ha llegado. Es un "hecho"». También monseñor Cordes, vicepresidente del Consilium pro Laicis, hizo una contribución aclaradora del motivo misionero durante una homilía: «Si la escala de valores llamados cristianos fuera suficiente, la evangelización sería superflua ... No basta un "Ethos del mundo" en el que Hans Küng introduce un cristianismo difuso; no bastan Gandhi, Martín Luther King y el arzobispo Romero, si no nos ayudamos a encontrar la persona de Cristo, a unirnos a él y a seguirlo».
Como conclusión de los trabajos hubo una audiencia en Roma concedida por Juan Pablo II. Tras recordarnos que testimoniarnos «la riqueza de los dones que el Espíritu reparte entre los fieles, de los carismas que son fuente de toda experiencia asociativa verdadera», el Papa insistió sobre el tema de la Encarnación: «La potencia paradójica de la Iglesia -y por tanto de nuestras asociaciones- reside en el misterio de la Encarnación, cuando el Hijo de Dios se hizo hermano nuestro para salvar y transfigurar nuestra vida a través de la riqueza insondable de su amor». Finalmente una llamada urgente a la misión, a «plantar» la Iglesia en todos los «lugares del hombre».
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