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Huellas N.6, Junio 1992

MOVIMIENTO

Los nuevos misioneros de Amazonia

Ginluigi da Rold

Un corresponsal del periódico milanés ha visitado la escuela agrícola «Reina de los Apóstoles» en Manaus.
He aquí su relato


MANAUS. Hace una semana una peque­ña cobra venenosa mordió una vaca de 7 quintales. El animal sobrevivió sólo 24 horas. Ni siquiera las hierbas medicinales, conocidas sólo por los indios, sirvieron. La vida de la escuela de agricultura en medio del Amazonas está marcada por estos episodios: puede sucederle a un ani­mal o a un hombre. Mauro Zicche, mila­nés, sonríe: «Aquí la vida es así, un ries­go». En Manaus hay cólera y, en ciertos periodos del año, la malaria no perdona.
Pero no parece que los jóvenes italianos de Comunión y Liberación que viven aquí tengan miedo. Mauro Zicche es uno de ellos, y ha venido a Manaus con su mujer Francesca, que trabaja como médico en un hospital. Otro es Cario Achil, de 32 años, nacido en Forni Avoltri (Carnia), que ya ha pasado en Manaus diez meses. Cuando trabajaba en Milán, para demostrar crónicamente la supe­rioridad de la «raza friulana», Achil no se ponía nunca el abrigo en invierno. La fe en Jesucristo le ha gastado una buena broma: ahora Cario Achil vive 3 grados al sur del Ecuador, con una temperatura media de más de 30ºC, con máximas de 50ºC. Dentro de poco Achil se casa y llevará a vivir a Manaus una guapa chica milanesa.
Junto a estos laicos cristianos, que pare­cen de otros tiempos, hay muchos sacer­dotes. Massimo Cenci, misionero que es párroco en Manaus, está satisfecho de la escuela de agricultura, pero sobre todo está feliz de que los indios vengan desde la selva a la capital de la Amazonia: «Antes muchos misioneros se acercaban hasta los pueblos del interior y vivían con los indios. Creo que es mejor esperarlos a medio camino. Cada uno sigue siendo lo que es. Así es más fácil ayudarse mutua­mente».
El viaje de los indios es largo y fasci­nante. En sus primeros kilómetros, el Amazonas es un inmenso río bicolor. Las aguas del río Solimoes son de color casta­ño claro y frías, las del río Negro son calientes y oscuras. Se necesita un buen trecho, después del «encuentro», antes de que las aguas se mezclen en un único color compacto. Los indios saben que el doble color del río marca el lugar de su llegada.
Los jóvenes indios del Amazonas nave­gan por el río en canoa o con los «barcos» durante días, semanas, y a veces durante un mes. Conocen los secretos e insidias del gran río. Cuando llegan al puerto de Manaus preguntan por la «escuela». Son indios de diversas tribus: Baniwa, Janomani, Tucano, Baré, Sataré Mané, Munduruk. Vienen desde lugares aislados de la Amazonia: Sao Gabriel da Cachoiro, Manes, Eirumpé, Alt Zes. Al esperarlos, en el kilómetro 23 de una pista de tierra que va desde Manaus hasta la frontera de Venezuela, hay una bella muchacha caboco, los hijos mestizos de los indios y de los colonizadores portu­gueses. Tiene un nombre que es todo un programa: Regina.
La gran hacienda que hospeda a los indios se llama «Escola agrícola Rainha dos Apostoles». Por el momento hay unos grandes barra­cones que hacen de dormitorios, aulas, comedor. Hay un campo de fútbol. Y rodeándolo todo las plantaciones de gua­raná, café, fruta tropical y los establos para las vacas y los cerdos. Los indios están en la escuela durante ocho meses al año y el curso dura cinco años, como en un colegio, para aprender métodos racio­nales de cultivo y de cría ganadera. Después vuelven a sus pueblos de la selva amazónica, explican lo que han aprendido y ponen en práctica las nuevas técnicas.
La escuela es fruto de la cooperación internacional entre Brasil e Italia. Los jóvenes de CL que viven en Manaus son ingenieros agrónomos, técnicos agrícolas.
Forman parte del Avsi (Asociación voluntarios servicio internacional) que está en relación con la Compañía de las Obras, y vienen aquí para desarrollar su misión, para seguir su ideal. Son católicos de fron­tera, que tienen un objetivo declarado: que las misiones vuelvan a sus oríge­nes, no al de la Conquista, sino al de las «reducciones», que queda bien definido por una palabra portuguesa: compartilhar, com­partir. Compartir todo: vida, tra­bajo, experiencia de fe. ¿Un sueño? ¿Un deseo de aventura vivido con el Evangelio bajo el brazo? Es difícil obtener una res­puesta que resuelva las dudas de occidentales consumistas y neu­róticos. En cualquier caso lo que han puesto en marcha los de CL funciona. Los jóvenes indios y los de Comunión y Liberación parecen al inicio dos realidades bicolores, distintas, como las pri­meras aguas del Amazonas. Al final se hacen algo único y compacto. Si Regina, la bella caboco, ex con­testataria y ahora también ella de CL, diri­ge la escuela con amabilidad y firmeza, los otros, los italianos, van todos los días a los campos y a los establos, después presiden las clases que los otros indios ya están en grado de poder dar.
Mauro Zicche explica: «Los indios siempre han vivido en la selva como en un ecosistema. Comían lo que querían: frutas, caza, peces del Amazonas. Han conocido momentos de crisis y carestía. No lo han tenido en cuenta. Hoy las condiciones cli­máticas son distintas. También ellos sien­ten la exigencia de cambiar. Por eso vie­nen con ganas a la escuela. Aquí aprenden a hacer injertos, que no conocían. Se les enseña el principio de una agricultura racional, no intensiva; la mejora de las razas de cría; la conservación de algunos productos; la posibilidad de mejorar el terreno que cultivan».
Es un encuentro entre dos mundos que se respetan. Los blancos no imponen mono­cultivos que, por otro lado, la selva recha­za, los indios añaden conocimientos modernos a los que se les transmitían desde hace siglos. Dice un joven Baniwa: «Nuestras naranjas de vez en cuando morí­an, en pocas horas, por el "virus de la tris­teza". Ellos nos han enseñado a vencer la enfermedad». La escuela es un ejemplo bellísimo de cooperación. El secretario para los asuntos sociales de la Amazonia, Saba Rey, dice entusiasmado: «Es la única alternativa para resolver nuestros proble­mas». Espléndida todo lo que se quiera, la realidad de la enseñanza agrícola queda en segundo plano frente a la vida que gira alrededor de la escuela. El padre Giuliano Frigeni es de Bérgamo, misionero de CL y enseña el catecismo a los indios. De lo que cuenta Don Giuliano resulta una imagen de la realidad que en el moderno occidente sería impensable. Dice que un chico le explicó una vez: «He entendido que es necesario respetar a las mujeres. Pero yo, cuando vuelva a mi tribu, debo tomar mujer, y tengo que probar a todas las chi­cas disponibles. ¿Qué hago? Si no lo hago me marginarán». El cura bergamasco lo ha mirado estupefacto y le ha dicho: «Haz lo que puedas hacer». Para estos sacerdotes no significa nada imponer una religión, incluso lo consideran un hecho casi ' negativo. Don Pierpaolo Pasini, de Imola, explica: «Puedes hablar sólo de lo que es el acontecimiento cris­tiano. La relación humana es fundamental. El resto, si es justo, vendrá sólo».
Por la noche, en la casa de Mauro Zicche, se hace el balance de la jornada. Su mujer, Francesca, trae cacha­ca y whisky. Don Pierpaolo habla de los tesoros del Pico de la Neblina: «Es una montaña de oro. Quizá allí esté la ciudad secreta, toda de oro, de los aztecas». Sergio, de la región del Véneto, cree que es justo comercializar los productos de las hierbas medicinales de los indios: «pero es difícil llegar a la receta original. ¡Con el idioma que hablan!».
Parece una escena de «Senderos salva­jes», la vieja película de John Ford, pero con unos protagonistas bien distintos.
(II Corriere della Sera, 2 de febrero de 1992)

Traducido por Lola Calvo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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