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Huellas N.02/03, Marzo 1992

FRATERNIDAD

Peregrinación. Cita en Lourdes

Massimo Camisasca

La Fraternidad de CL consagrará sus primeros diez años y su futuro a la Virgen de Lourdes, con una peregrinación prevista para el 17 de Octubre

«Lo que le sucedió a esta chica de 15/16 años nos ha sucedido también a nosotros».
¡Cuántas veces hemos oído que se hacía esta comparación en los casi 40 años de nuestra historia! Y es el Acontecimiento central de nuestra existencia humana y personal y de la existencia del mundo entero. En estos años hemos aprendido a conocer a la Virgen en toda su excepcionalidad y en toda su cotidianidad.
Excepcionalidad, porque lo que los cielos, y los cielos de los cielos, no pueden contener, el centro del cosmos y de la historia, se ha encerrado en su seno. Cotidianidad, porque hemos sido habituados a imaginárnosla allá, en aquella casa, como nuestras madres y nuestras chicas, ocupada en limpiar, en trabajar, en preparar la comida, con la mirada atenta a ese niño al que veía crecer ante ella poco a poco, un niño en medio de los demás niños, y sin embargo su mirada, la mirada de María, entreveía en aquel rostro, en esa personita, el signo y la Presencia de una realidad misteriosa. Una realidad que Ella había engendrado. Pero su vida poco a poco había sido tomada por lo que había engendrado.
Durante estos años el Angelus ha marcado nuestras jornadas: nuestras mañanas, apenas levantados de la cama, nuestro reencuentro a la hora de la comida, la noche. Nosotros podemos decir, como María, que hemos conocido la Encarnación de Cristo por el anuncio del ángel. Por eso podemos y debemos rezarle. Por eso, tanto en las casas donde viven nuestras familias como en las casas de los Memores Domini se dice por la noche la oración de san Bernardo: «Acuérdate, oh Madre, que jamás nadie se ha dirigido a Ti, jamás nadie te ha pedido ayuda y ha sido después abandonado. Por eso yo, animado por esta luz, vengo a Ti, corro y me postro ante tus pies. No desoigas mis súplicas. Y estoy cierto, en cambio, que Tú las escucharás y las aténderás».
Caravaggio, Loreto, Czestochowa, Guadalupe... la invocación a María que ha salpicado nuestras jornadas a lo largo del año se ha transformado durante las peregrinaciones en un paso tras otro, en una educación vivida como esperanza para ver ese rostro, como pasión por caminar juntos: la metáfora más hermosa de la existencia cristiana.
Y ahora Lourdes: cuando hace diez años concluyó el breve pero difícil itinerario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación, don Giussani sugirió como fecha para la firma del decreto el 11 de febrero. No le pregunté el porqué de esta fecha, y estaba con él aquel día ante el cardenal Rossi y monseñor Cordes en el momento de la lectura del decreto, pero imaginé que había sido por entregar en brazos de María toda aquella larga espera de meses, sobre todo para pedirle a Ella protección para el futuro, como un niño que se arroja en brazos de su madre sabiendo que aquellos brazos le acompañarán, le protegerán y le custodiarán durante toda la vida, incluso cuando se haga mayor, adulto, viejo.
Por ello, no es la de Lourdes una peregrinación extraña a nuestra historia. Es más, la expresa por completo en un único gesto, esta peregrinación expresa toda la humanidad y toda la divinidad de nuestra historia.
Lourdes no es el lugar de los perfectos. Lourdes es el lugar de los enfermos, de los necesitados de gracia, el lugar de los que imploran el milagro, el lugar de los que piden que a través de su humanidad -aún a veces débil y enferma- pase un rayo de la divinidad de Cristo para ellos mismos, para los hombres del mundo, para sus hermanos.
La peregrinación a Lourdes quiere ser una entrega de estos 10 años y de los que vendrán a la realidad materna de la Iglesia.
A Lourdes llevamos las intenciones del Papa, su ansia misionera; a Lourdes llevamos el deseo de que lo que ha comenzado entre nosotros pueda ser conocido. Llevamos el deseo de que nuestra opacidad no sea excesivo obstáculo para lo que el Señor nos ha donado; llevamos la gratitud por toda la luz que hemos visto, por la que todavía veremos.
«Veni Sánete Spiritus, veni per Mariam» es otra de las invocaciones que en estos años nos han enseñado a repetir y que recogen todo en pocas palabras. Ven Espíritu Santo, es decir, ven energía y gracia de Cristo: lleva a plenitud lo que has comenzado a través de la maternidad de la María, a través de la maternidad de la Iglesia. Ven y haz de nosotros aquel pueblo que en las tinieblas ha visto la luz, la luz de la Encarnación, de tal modo que también a través de nosotros esta luz no quede oculta, sino que ilumine esa gran casa que es el mundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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