Toda expresión del genio humano es una forma que acerca al Misterio.
En Mozart este velo es particularmente sutil. Una lectura del músico de Salzburgo más allá de la moda «del bicentenario»
El bicentenario de la muerte de Mozart (1791-1991) ha sido uno de los hilos conductores de este año: propuesto a tiempo y a destiempo, impuesto en todos los programas (casi no hay un concierto sin música suya), su imagen aparece hasta en las carpetas y cuadernos escolares, al pobre Amadeus no se le puede aguantar más.
Sin embargo, si intentamos distanciarnos de la parafernalia del negocio conmemorativo para meternos cara a cara en su música descubrimos siempre que la fascinación de su genio permanece intacta y nos llega, cada vez que la oímos, al corazón.
¿Genio? «... es un carisma eminentemente social, que expresa dentro de la compañía humana los factores que la misma compañía siente, de una manera mucho más acentuada que los demás, de forma que cada uno se siente mejor expresado en la creatividad del genio que si intentara expresarse solo» (Luigi Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana).
Ciertamente en Mozart sentimos que esto es verdad: su música consigue comunicarnos, a veces de forma misteriosa, una dimensión humana en la que nos vemos inmediatamente reconocidos. Pero ¿por qué?
Juego
«Si llego a ir al cielo un día, en primer lugar preguntaría por Mozart, y sólo después buscaría a san Agustín y santo Tomás, Lutero, Calvino y Schleiermacher». Mejor que cualquier discurso, esta afirmación nos ayuda a comprender la profundidad de la admiración que el teólogo Karl Barth sentía por las obras del compositor austríaco y por su singular genialidad. En muchas ocasiones intentó explicar los motivos de su amor por Mozart; recorramos juntos este camino a través de la lectura de sus pasajes más significativos.
El primer elemento que emerge es el juego: «Creo que Mozart -el Mozart de los años juveniles y aquel otro más maduro, como ningún otro- juega. Sin embargo jugar requiere gran habilidad, y por lo tanto un compromiso noble llevado hasta el fondo. (...) El juego presupone un conocimiento infantil del centro de todas las cosas, porque hay algo del principio y del fin. Siento que la música de Mozart brota de este centro, de este principio y de este fin». «Un noble compromiso llevado hasta el fondo», por lo tanto, un juego cuyo objetivo es la búsqueda del «centro», es decir, del significado, tanto en la pieza infantil como en el cuarteto, en un minueto de encargo como en la última sinfonía.
«En este sentido se observa también (...) que, en realidad, su música no se despliega sin motivo; en realidad con absoluta naturalidad y con la levedad propia de lo que es natural, sin permanecer nunca oculta, posee algo extremadamente comprometido, inquietante, casi emocionante, incluso en las páginas más radiantes, en las llenas de gracia infantil, en aquellas de serenidad más auténtica».
Centro
Por tanto del compromiso del juego emerge en Mozart un segundo elemento: la certeza del centro. «Realmente, lo que en su música conmueve y aquieta el ánimo es esto: parece provenir de una altura desde la cual (allá arriba se ve todo) es posible contemplar el conjunto, en su realidad pero también en sus límites, el aspecto luminoso y el oscuro de la existencia y así la alegría y el dolor, el bien y el mal, la vida y la muerte.
En este estar en el centro, en una posición inamovible, hay una posibilidad: es la participación en la redención.
«El centro mozartiano no es (...) un centro de compensación, de neutralidad, es decir, de indiferencia. Lo que allí se realiza es, en cambio, una grandiosa perturbación del equilibrio. Es un cambio en virtud del cual la luz crece y la sombra, sin desaparecer, disminuye, la alegría toma la delantera al dolor, sin suprimirlo, el "sí" se hace más fuerte que el "no" que, sin embargo, permanece presente (...) "Los rayos del sol ahuyentan la noche", se escucha al final de La flauta mágica. El juego puede y debe continuar o comenzar de nuevo. Sin embargo, es un juego que se vence y ya se ha vencido en algún lugar excelso y profundo».
Misterio
El último elemento, el más fascinante, es el misterio, el de la música y aún más el del hombre.
Escribe también Barth: «Sin embargo, que nadie piense que es fácil conocer quién fue en realidad este hombre. Nunca se podrá explicar por completo la obra tan rica de Mozart, al igual que su vida breve e intensa; se podría decir que se nos oculta un misterio».
Pero el Misterio que está en el fondo de Mozart -como en todos los hombres- se muestra en él a través de las líneas del pentagrama, emerge en un perfil melódico, en un contrapunto. Su música sacra lo manifiesta. «¿No es verdad que cada uno de los Kyrie o Miserere, no obstante empiecen con notas tan bajas, está sostenido por la confiada certeza de que la misericordia invocada ya se ha hecho realidad? Benedictus qui venit in nomine Dominx!
En la versión de Mozart es evidente que esta venida ya ha tenido lugar. ¡Dona nobis pacem! Para Mozart, a pesar de todo, esta es una súplica ya atendida. Precisamente por esto su música religiosa se considera, contra todas las objeciones, como auténtica música sacra».
Quizá, precisamente por esto, el Santo Padre ha querido recordar personalmente al compositor con un juicio sobre él de una profundidad impresionante: «El bicentenario de la muerte de Mozart reclama nuestra atención sobre el mensaje de gozo que transmite su obra, caracterizada por un sentimiento de felicidad, como una experiencia simultánea de muerte y de resurrección. Muchos encuentran, sobre todo en las composiciones religiosas, un auténtico canto de alegría del creado redimido y reconciliado con Dios, un eco de la Gracia».
Traducido por CARMENCHU RUBIO
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