Los guerrilleros de «Sendero Luminoso» han asesinado a otro sacerdote, el italiano Alessandro Dordi. Su estrategia es la de conducir al país a la destrucción. Sin embargo la Iglesia y el movimiento...
Chimbóte es una ciudad de unos 600.000 habitantes a 420 Km de Lima. Es un importante puerto y centro de pesca. En los numerosos pueblos, suburbios y localidades, dispersos entorno al río Santa, río que da nombre a la provincia, desarrollaba su acción como misionero Don Alessandro Dordi -«Padre Sandro», como le llamaban afectuosamente- que tenía 60 años; desde hace 37 años sacerdote y desde hace 10 en Perú. Su parroquia abarcaba más de 30 pueblos. Ha sido asesinado por los terroristas de «Sendero Luminoso».
Monseñor Augusto Vargas Alzamora, arzobispo de Lima y primado del Perú, durante las exequias solemnes en la catedral de Lima, en una homilía conmovedora recordó -a modo de testamento- las últimas palabras pronunciadas por el padre Sandro a la gente de uno de «sus» pueblos: «Vivimos tiempos difíciles... sin embargo la parroquia no os abandona y vosotros sois testigos de esto».
Muerte de un misionero
El domingo 25 de agosto, acompañado por dos colaboradores -un seminarista y un responsable de Cáritas parroquial- el padre Sandro se dirigió al pueblo de Vinzos, para entregar un cargamento de alimentos y para celebrar la Misa. Acabada la Misa, los tres volvieron a subir al jeep para dirigirse a otra aldea -Rinconada- donde habría tenido que celebrar la Misa. Eran las seis y media de la tarde. A mitad de camino se encontraron la carretera bloqueada por rocas y ramas. Pararon el jeep e inmediatamente, de la penumbra (aquí agosto quiere decir invierno), salieron dos terroristas encapuchados con fusil y pistola y obligaron a los tres a bajarse; apartaron a los dos amigos del padre Sandro, haciendo entender que era a él a quien buscaban. Sin mediar palabra le dispararon dos tiros a la altura del corazón y uno en la cara, éste último decisivo. Después se fugaron con el jeep. Todo como una triste y conocida trama de teatro.
Así, por sexta vez desde diciembre del 87, ha sido asesinado, en Perú, un sacerdote católico por el terrorismo. A estos hay que añadir tres monjas, dos peruanas y una australiana. La pregunta inevitable y dramática es: «¿Por qué?». Que los terroristas asesinaban ya se sabía. Pero ahora asesinan sacerdotes... ¿por qué?
Historia de Sendero
¿Pero quiénes son estos terroristas? Por desgracia nuestro país es tristemente conocido en todo el mundo a causa de ellos; se definen como «Partido comunista del Perú», sin embargo «Sendero Luminoso» es su nombre de batalla. Tienen simpatizantes y grupos de apoyo tanto en París como en Estocolmo; allí organizan fiestas, espectáculos en solidaridad con «la heroica lucha del glorioso pueblo peruano».
1980 es el año de su aparición pública, cuando comienzan los atentados.
El balance de estos once años (como recientemente apuntaba el autorizado Newsweek) es impresionante: 30.000 muertos (entre civiles, policías y terroristas); 3000 desaparecidos, 20.000 millones de dólares en pérdidas para el Estado (para entendernos: una cifra equivalente a la deuda exterior del Perú). Hacen volar por los aires las torres de la luz eléctrica, asaltan autobuses, asesinan, amenazan, reclutan en masa a jóvenes desde los 13 y 14 años, están metidos en el narcotráfico hasta el cuello. Cuando han podido, han intentado crear, incluso, la guerrilla urbana en Lima. Tienen una mayor presencia en el interior del país, en la zona de la Selva y de la Sierra. Algunas ciudades y provincias enteras están bajo su control político y militar. Quieren cercar Lima para asestar a Perú un golpe en el corazón, en su punto vital. Asesinan gente del ejército, de la Guardia Civil, políticos, comerciantes, policía; y además, en nombre de su «moral ismo revolucionario», a borrachos, mujeriegos y gente corrupta.
¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? En la Universidad de Ayacucho, en el interior del país, al sur de Lima, alrededor de los años 70, un joven profesor elabora una original interpretación del pensamiento revolucionario, partiendo de los «inmortales» Marx-Lenin-Mao Tse Tung, con la garantía del modelo práctico de los «Jermeres rojos» camboyanos, mirando al mítico «Che» y sobre todo buscando la «línea sudamericana» a la revolución proletaria. Estamos hablando naturalmente de Abymael Guzmán, el «Presidente Gonzalo» o «Camarada Gonzalo», la «Cuarta espada, luz y guía de la revolución».
¿Una nueva estrategia?
¿Cómo se pueden interpretar estos últimos ataques homicidas a sacerdotes?; dos semanas antes, en la misma diócesis, fueron salvajemente asesinados dos jóvenes franciscanos polacos al término de la Misa, después de haber estado conversando durante media hora con sus verdugos. ¿Se trata de una «administración corriente», de incidentes no calculados o son el macabro presagio de una nueva estrategia para el futuro?
Si leemos en los textos sagrados del Pensamiento Gonzalo a decir verdad no encontramos ni rastro de una declaración explícita de guerra contra la Iglesia católica. En la entrevista concedida al periódico El Diario en julio del 88, Abymael Guzmán declaraba no ver en la Iglesia un enemigo a combatir. Reconocía de hecho su profundo enraizamiento en la tradición del pueblo peruano, y en particular en la gente más pobre y humilde.
En la práctica, a Sendero no le interesaba meterse contra la Iglesia abiertamente, atacándola. Sus objetivos, entonces, parecían otros.
Los pactos sin embargo deben mantenerse: yo te dejo hacer, pero tú no debes atreverte a hablar mal de mí, no debes interferir en mi trabajo, de otro modo...
Sendero no acepta competencia en su indiscutible monopolio sobre el control de la población; en las zonas ya «liberadas» no tolera interferencias de ningún tipo. En algunos lugares, la policía y el ejército no se atreven a entrar.
De este modo muchos sacerdotes han sido amenazados e «invitados» a no usar su autoridad moral entre la gente, como arma contra el terrorismo. De lo contrario...
También se puede decir que la Iglesia tiene, en cierto sentido, una autoridad sobre los mismos militantes de Sendero, o al menos sobre algunos. Un ejemplo: Sendero decide y proyecta asesinar al alcalde de un pueblo determinado. Naturalmente antes se da el aviso oficial y luego la ejecución. Sin embargo, imprevisiblemente, sucede algo extraño. Una religiosa muy conocida y querida por todos en la zona, incluso por los mismos terroristas, interviene a tiempo y se esfuerza desesperadamente para impedir la ejecución. Lo consigue. No tienen el coraje para asesinarlo, frenados por la autoridad moral de esta monja.
Otro episodio (todos estos hechos los recogemos de fuentes directas y de coloquios personales recientes, por supuesto no mencionamos nombres). A un sacerdote que visitaba las localidades de su parroquia, Sendero un día se le acerca prometiéndole su «protección». De hecho en cada pueblo se dejan ver algunos de «ellos» para garantizar el compromiso dado. Hasta que un día el jefe del comando terrorista, convoca en la plaza del pueblo a todos los
habitantes. Saca una lista y empieza a llamar, como se hace en el colegio. En esta lista aparecían de forma detallada los datos relativos a la población. Quería sólo hacer comprender al misionero quién era el verdadero dueño de la situación. Decía Abymael Guzmán: «Excepto el poder, todo es ilusión».
Ahora parece que algo ha cambiado en la estrategia de estos últimos herederos de Marx. Hay quien dice que se ha producido un golpe interno y que han ganado los «duros». Intentamos comprenderlo.
Ninguna interferencia
Los religiosos que últimamente han sido atacados estaban muy comprometidos en actividades de tipo caritativo y social; todos los misioneros están en primera fila en esta gran «obra».
La Iglesia a través de Cáritas, difundida en todas las diócesis y parroquias, promueve comedores populares -en barrios a precios reducidos e incluso gratis- asistencia médica, servicios sociales, consultorios, distribución de alimentos de primera necesidad. Todo esto, organizando en los diferentes barrios y en los Pueblos Jóvenes (las favelas de aquí) comisiones y comités de diferentes tipos para favorecer la toma de responsabilidades y la colaboración de todos.
Recientemente ha aparecido una estadística (publicada en los principales periódicos) sobre cuál era la institución que más confianza y estima daba a la gente. Amplia victoria de la Iglesia católica con un 70%. Muy por detrás ejército, sindicato, policía, asociaciones profesionales, Amnistía Internacional, organismos de la ONU.
Está muy claro: esta mole de caridad operativa y capilar molesta a los militantes de Sendero. La actuación de la Iglesia hacia las personas y las situaciones más necesitadas es como un cojín amortiguador para atenuar el golpe de la terrible y devastadora situación económica y, lo que es todavía peor, sin perspectivas. Inflación, recesión, endeudamiento público: ¡hemos superado todos los récords! y las consecuencias, al menos más macroscópicas, son el desempleo, despidos, huidas al extranjero. Y después la incertidumbre de cada día, el miedo y la insatisfacción provocados por las acciones terroristas. Explota una torre y ese barrio se queda sin luz. Y más aún; los profesores de las escuelas estatales -de EGB a BUP- acaban de terminar una huelga de 106 días (¡sí, ciento seis días!), pues su salario era y es de hambre. El año escolar que empezó en teoría en abril está en peligro... de hecho ya está perdido.
A pesar de todo la obra de la Iglesia permite a la gente resistir, es decir, da una brizna de esperanza a la gran parte del país a la que ya le han quitado toda posibilidad razonable; y ya no hablo de mejorar, sino al menos de no empeorar la propia situación.
No son sólo acciones sociales, en el sentido estricto de la palabra, sino una auténtica y verdadera red de solidaridad, un tejido conectivo que reclama a la reconciliación, a la unidad, a la pacificación y a la responsabilidad. En pocas palabras: justo el clima social contrario que querría Sendero. Ellos tratan de llevar el país al caos, agudizando las contradicciones, llevando a la gente a la angustia, provocando la espiral de odio y de violencia... hasta llegar al colapso final que legitime la inevitable revolución y la consiguiente toma del poder.
Por lo tanto la Iglesia es un enemigo, porque es rival, porque retrasa, aplaca la obra de disgregación que Sendero está efectuando. Los acontecimientos de estos últimos días parecen confirmar esta hipótesis.
La respuesta de la Iglesia
¿Cómo ha sido la respuesta de la Iglesia a todos estos asesinatos? Rápida, decisiva y valiente, llena de ímpetu misionero. En la Misa por el padre Sandro, Monseñor Augusto Vargas Alzamora, ha recordado su humilde y valiente ejemplo de «entrega» a la misión. Ha dicho textualmente: «que de esta muerte aprendamos a vivir nuestra fe como una entrega, comunicándola a todos con una vida auténtica; para que todos se convenzan de que Cristo es el hijo de Dios y para que, amándonos los unos a los otros, todos reconozcan a Cristo como el verdadero Mesías, el hijo de Dios venido sobre la tierra. Contagiemos a todo el mundo este entusiasmo por Cristo».
¿Y el movimiento?
Estos hechos nos hacen sentirnos, aún más, una sola cosa con toda la Iglesia: con el Papa, con el Arzobispo de Lima y los demás obispos del Perú en comunión con el Papa. Pero el pensamiento que más nos acompaña en estos días lo debemos al «manifiesto» de Pascua: «Él no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época... Él salvó».
Qué fascinante es que exista un lugar -también aquí en Perú- un lugar y una amistad en la que podamos repetirnos esta gran verdad que nos abraza a todos y nos enseña a mirar la realidad sin miedo, un realismo y positividad en cualquier circunstancia. Sí, las circunstancias; el desafío más cautivador para nosotros es que se pueda amar -digo amar- una circunstancia, no sólo soportarla con indiferencia esperando que pase o aparentar que nada sucede, sino amarla, es decir, abrazarla y afrontarla como el lugar en el que Cristo me alcanza para que, a través de mi decisión para la existencia, algo sorprendentemente nuevo pueda suceder y existir. Aquí, en nuestra patria, a nuestro alrededor, la actitud más difundida, el enemigo a batir es la indiferencia, la pasividad y el sentimiento de la frustración. La gente termina por habituarse a todo cerrando los ojos y los oídos, amputando parte del propio ser, tratando de recortar en la vida cotidiana efímeros espacios en los que poder engañarse para poder decir «yo» libremente. ¡Qué ironía tan trágica es esta resignación ciega y mezquina! La situación se presenta demasiado grave, demasiado amenazante, demasiado distinta de como uno la hubiera querido. Entonces uno se cierra, se resigna, se deja arrastrar.
En esto consiste el trabajo: «pasar a la otra orilla», de la indiferencia y de la extrañeza al coraje y a la libertad de la decisión; de la pasividad inerte y escéptica a la operatividad incansable y entusiasta. Esta «travesía» sería imposible, más aún, impensable, si no estuviera concretamente junto a mí esa gran circunstancia que es la compañía, Su Presencia entre nosotros.
Traducido por Eduardo Rodriguez Pons
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