¿El golpe? Quizás ni siquiera se ha dado. Hay poco que esperar. ¿La mejor bandera? La del equipo de fútbol. En la desilusión común lo que vale es el comienzo de una compañía nueva. Como por ejemplo las hermanas de la Madre Teresa
Miércoles 11 de septiembre. Los ecos del «golpe de estado» ya se han apagado (pero, ¿se habrá dado realmente?) y me encuentro con los amigos para cenar, como casi todas las noches durante este período. Intentamos preguntarnos: ¿pero realmente qué ha cambiado? ¿Qué hay de nuevo en nuestra vida o en la de nuestros amigos, en la de nuestros padres? Veo una amplia incertidumbre en los rostros de los presentes. «Ciertamente, si tuviera que tratar de explicar lo que sucede aquí a uno que no lo vive, no sabría qué decir». «¡En las tiendas hay cada vez menos cosas -sugiere Kolja, preocupado por no estropear su "look"- se acerca el invierno y no tengo nada que ponerme!». «En la Universidad no ha cambiado nada: todavía enseñan el marxismo-leninismo». Con los tiempos que corren, quizá ni siquiera es una mala noticia: todo se derrumba, pero el buen viejo materialismo dialéctico resiste; hace falta, sin embargo, creer en algo en este mundo... ¿y la religión, el patriarca que bendice las barricadas, la cruz frente a la Casa Blanca? Un coro de voces enojadas me envuelve: «¡Es una moda!»
«Libertad es estar con vosotros»
Miro a mi alrededor un poco descorazonado; esperaba encontrar un poco más de entusiasmo al volver a Moscú tras acontecimientos tan sorprendentes; ¡Caramba, ya no existe ni siquiera el Partido comunista! Intento decir: pero la libertad, ¿no os parece que hay más libertad hoy? Salta Armen, sin pensarlo ni un segundo: «Para mí la libertad es estar con vosotros». Gran Armen (además de medir un metro noventa), me haces entender, en realidad, que soy yo quien debe agradecer por la libertad de poder estar contigo.
Es verdad que para comprender lo que ocurre hoy en Rusia sólo habría un sistema; dar una vuelta, parar a la gente uno a uno y preguntarle: ¿quién eres? ¿Qué haces en este país? Es un método que ha tenido éxito, lo usaba cierto sacerdote en cierto colegio milanés hace unos cuantos años... Son preguntas que se pueden leer en la cara de cada uno.
Los problemas son muchos, los acontecimientos apremian hasta el punto de que la realidad que te rodea se resiste a seguir el paso de lo que se cuenta por televisión (sobre todo la CNN; pero, ¿de dónde sacan lo que filman?), pero en el fondo el problema es sólo uno: aquí se vive mal pero no se sabe por qué. Ya no hay culpables; las últimas horcas malvadas acabaron en las mismas prisiones, entre la risa general (alguno se ha suicidado; se merece respeto por su coherencia y por haber cumplido, una vez, la voluntad del pueblo). Con el pobre Gorbachov ya nadie tiene ganas de meterse. Los más ancianos recuerdan con nostalgia los salami de Stalin y el vodka de Breznev; nadie les dice nada, total se sabe que aquellos ya no volverán más. Los de cincuenta años van gustosos a la plaza a gritar viva Yeltsin; por lo menos él ha enseñado los títulos. Los más jóvenes no se dejan impresionar y a cada pregunta referente a la política no le niegan a nadie un hermoso «a quién le importa». Los intelectuales sólo residen aquí según el padrón, por lo demás están en Francia, teniendo (¿alocadísimas?) conferencias sobre el fin del comunismo y el renacimiento de Rusia.
Como una sala sin lámpara
Este es un hermoso tema, el renacimiento de Rusia. Todas esas banderas zaristas; ¿no sería hora de llamar a algún heredero de los Romanov? En realidad no lo piensa nadie; simplemente, si quitas la hoz y el martillo tienes sólo dos alternativas: o pones el águila bicéfala o el símbolo del equipo de fútbol del CSKA. Pasas al menos seis veces al día por la plaza de Lubjanka y ves el tocón del monumento a «Feliks de hierro», el fundador de la KGB (aquél sí que había enseñado sus títulos, fue una buena satisfacción ir a la plaza a echado abajo) y te da un poco de melancolía, no por Feliks, sino por la plaza; está más triste, como una hermosa sala sin lámpara.
Ya no quedan héroes
Si hubieran querido habrían arrasado la Casa Blanca antes incluso de que Yeltsin terminara de ducharse (al menos él seguirá con agua caliente); pero esta es la cuestión, que no han querido. Los terribles verdugos de la sección Alfa no se lo habrían imaginado. Ahora, todos se afanan en buscar explicaciones en oscuros complots entre bastidores, para justificar un comportamiento tan suave y tan poco telegènico (el golpe lo ha organizado el mismo Yeltsin, no ha sido Gorbachov, lo han hecho juntos, lo ha pensado Berzeszinski), pero todos saben que ya no había héroes por medio, ni buenos ni malos.
En estos días se celebra el primer aniversario del asesinato del padre Men', asesinado por los antisemitas -quizás el último héroe asesinado fue él- la comisión investigadora todavía no ha descubierto nada.
No habrá guerra civil; los bálticos ya se han ido, Georgia también, Moldavia ya se ha dividido en tres o cuatro Estados soberanos.
De dónde nace la esperanza
La verdadera libertad, en realidad no es noticia. No son noticia las misioneras de la caridad de Madre Teresa de Calcuta, que ya han abierto diez casa en tres años; de las demás ni siquiera se tienen. No se preocupan de las grandes reformas ni de los espectaculares golpes de estado; se limitan a rezar para que el Señor ilumine la mente de los gobernantes. Y cuando han emergido los carros de combate han expuesto el Santísimo y han permanecido en adoración hasta el término de los desórdenes.
Y sin embargo a su alrededor, al de sus niños inválidos y al de sus ancianos abandonados, se renueva el pequeño gran milagro de la caridad, hecho de fatiga y de ternura, capaz de sugerir un significado incluso al sufrimiento. Se comprende que aquí la «moda religiosa» se detiene para dejar espacio a la fe operativa que no necesita reclamos, sino que impacta directamente en el alma de quien la sabe observar y escuchar. Y esta atención no escapa a la mirada siempre sonriente, pero nunca distraída de la superiora, que no deja escapar la ocasión de reclutar a nuestros amigos para acompañar a los niños a un paseo por el bosque. De este modo nace una experiencia de caritativa. Se intuye que el contenido de la esperanza pasa justamente por experiencias como ésta; sobre la caridad recíproca se juega el futuro no sólo de la Iglesia en Rusia sino también de la política, de la economía y de las relaciones sociales. No es una ingenuidad sino la experiencia de todos los días; el deseo de ser tratados de un modo más humano está presente tanto en el ama de casa que hace cola, como en el obrero que tiene que aprender de nuevo a trabajar o como en el joven rampante que sueña con convertirse en un rico capitalista, pero ninguno sabe por dónde hay que empezar.
Comienzo desde Uno
Lo decíamos ya hace un año: hay que volver a empezar desde Uno. Uno que no pierda el tiempo en juzgar la maldad del mundo. De este modo la sensación general es que el tiempo transcurrido en hacer disquisiciones sobre los destinos presentes, pasados y futuros de Rusia es, generalmente, tiempo perdido. Es necesario dar crédito a lo que ya hoy, golpe o no golpe, demuestra una consistencia humana no engañosa, como puede serlo la carne de Cristo. Lo recordaba nuestro arzobispo, monseñor Kondrusiewicz en su intervención en el Meeting de Rímini: «Dios está vivo; Él es el Señor de la historia que debe realizar la voluntad de la gente, no los tanques ni el ejército».
La tarde acaba, como de costumbre el rito de despedida es largo. Hay quien se apresura, el camino a casa es largo y las horas para dormir no tantas, y busca compañeros: «¿Quién viene conmigo? ¿Cuánto tiempo pensáis quedaros todavía aquí?». Armen, naturalmente, no duda: «Para siempre».
Traducido por María Puy Alonso
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